Capítulo 20
Recupero el aliento tras el golpe que Etoile me asestó con la punta de su pie. Se acerca a mí una mujer de edad avanzada y me toma por los hombros para ayudar a levantarme. Me tambaleo un poco. Me cuesta lograr mantenerme erguida. El acompañante de la mujer anciana, un chiquillo no mayor de doce años, recoge mi broche y el bolso con pedrería para entregármelos. Los acepto con manos temblorosas y les agradezco con una sonrisa.
—¿Se encuentra bien, mademoiselle?
Es el recepcionista del restaurant quien se acerca y le roba la palabra a la anciana. Me conducen al interior del establecimiento para resguardarme del frío e intentar tranquilizarme. No puedo evitar sentirme culpable por ensuciar el bello alfombrado del establecimiento con el agua sucia que escurre por mi cuerpo.
—Le conseguiré toallas limpias —dice el hombre—. Puede sentarse ahí.
Señala un sofá de cuero negro y yo camino hasta ahí con pies temblorosos. La mujer anciana me sigue sujetando por los hombros para impedir que caiga al suelo. Puedo sentir las lágrimas correr por mis mejillas. Mi maquillaje debe haberse corrido y seguramente me veo horrible.
—¿Quiere un tranquilizante, mademoiselle? —Dice el recepcionista.
—Estoy bien —respondo con voz trémula.
Jamás había dicho una mentira tan grande.
—Dígame a quién puedo llamar para que venga a buscarla, mademoiselle —insiste el hombre—. ¿Quiere que pida un taxi?
—Puedo llevarla en mi auto —interviene la mujer—. Está aparcado a un par de calles. Iré por él y la llevaré a casa.
—Llamaré a alguien —les digo y saco mi móvil del bolso con pedrería.
Entro en la agenda telefónica.
Selecciono el número de Antoine y presiono la tecla para llamar.
Recibo respuesta tras el tercer tono.
—¿Mademoiselle Pourtoi? —me dice Antoine con voz amortiguada.
Puedo adivinar que ha estado tomando una siesta.
—Antoine, ¿podrías venir a recogerme? —le suplico entre sollozos.
Sabía que rompería a llorar así en algún punto de la noche, pero no esperaba que fuera aquí. Sentada en el sofá de cuero y dando un espectáculo para toda la gente que frecuenta el restaurant.
—¿Dónde está, mademoiselle? —me pregunta Antoine de la misma forma que lo haría un angustiado padre sobreprotector.
—En La Tour d'Argent —le explico.
—No tardaré, mademoiselle —me dice y termina la llamada.
Cuando bajo el teléfono me percato de que el recepcionista del restaurant me está ofreciendo un vaso de agua y lo acepto tras agradecerle con una triste sonrisa.
La anciana me consuela con leves palmadas en mi espalda. Doy un sorbo al agua y vuelvo a mirar el teléfono para buscar el número de Jacques.
Es arriesgado llamar, así que me limito a escribirle un mensaje de texto.
HE LLAMADO A ANTOINE PARA QUE VENGA A RECOGERME.
NO TE MOLESTES EN ENVIAR A NADIE.
Termino el agua de un trago e intento tranquilizarme. Desearía poder derrumbarme aquí mismo, pero no puedo hacer semejante cosa. Sé que este asunto estará pronto en todas las revistas sensacionalistas de París.
Jacques Montalbán, el millonario y prometedor estudiante de medicina, fue atrapado por su novia en una cita romántica con una chica proveniente de un pueblo cercano a Bordeaux.
Lo único que me preocupa en estos momentos es saber si Jacques no se ha metido en graves problemas con su padre por haberme invitado a salir. Puedo adivinar que Etoile lo ha abofeteado también y que seguramente está intentando hacer que Jacques la compense con algún obsequio caro para perdonar la infidelidad y usará lo acontecido hoy para chantajearlo en cualquier momento. Eso, sin mencionar lo que hará monsieur Montalbán con madame Marie Claire.
¿En qué diablos me he metido?
Busco el espejo de mano en el interior de mi bolso con pedrería y lo sostengo frente a mí para mirar mi horrendo reflejo. El maquillaje se ha corrido, mi peinado es un desastre y tengo la mejilla golpeada tan roja como un tomate.
Las lágrimas no dejan de brotar de mis ojos.
Lo único que quiero es irme de éste sitio y volver al apartamento.
Antoine tarda media hora en llegar.
Lo veo pasar por la entrada del restaurant. Intercambia un par de palabras con el recepcionista y finalmente se acerca a mí y me ayuda a levantarme. Suelto un sollozo y lo envuelvo en un fuerte abrazo. Despide un fuerte olor a colonia para después de afeitar mezclado con cafeína y tabaco. Él devuelve el abrazo. Sollozo contra su pecho y lo siento darme una palmada en la espalda.
—Quiero irme, Antoine —le suplico.
Él me conduce al exterior. Cubre mis hombros y la espalda con su saco. La mascada que usaba ha quedado sucia y completamente empapada. Me permite abordar el asiento del copiloto. Abrocha el cinturón de seguridad y me da un pañuelo para secar mis lágrimas. Siento sus manos sobre mi cabello. Intenta consolarme brindándome un poco de cariño.
Oh, Antoine, no sabes cuánto te lo agradezco.
Rodea velozmente el auto para ocupar el sitio del conductor y enciende el motor para enfilarnos por la calle. Vamos en silencio, el cual se rompe cuando suelto uno o dos sollozos ocasionales. El pañuelo de Antoine se ensucia con el maquillaje. Deseo volver cuanto antes al apartamento para darme una ducha e irme a la cama. Antoine detiene el auto cuando la luz de un semáforo cambia a rojo y nos llama la atención la alerta de un nuevo mensaje de texto en mi teléfono. Es de parte de Jacques.
LAMENTO MUCHO LO OCURRIDO... LLÁMAME CUANDO ESTÉS CON MI MADRE. AÚN QUIERO LLEVARTE DE COMPRAS MAÑANA.
¿CREES PODER PERDONARME?
Reprimo un sollozo y Antoine me mira por el rabillo del ojo.
—¿Le ha hecho algo ese muchacho? —me pregunta Antoine.
—Etoile me abofeteó y me lanzó a un charco de agua sucia —le respondo con voz quebradiza. Él sujeta el volante del auto con más fuerza cuando escucha mis palabras—. Me ha dado también un puntapié y se fue en un auto con Jacques y monsieur Montalbán.
Siento una punzada de dolor en mi estómago, en el sitio donde recibí el golpe.
Llevo una mano a ese lugar, intentando parecer discreta.
—Lamento que haya tenido que pasar por semejante atrocidad, mademoiselle —me dice Antoine y me dirige una rápida mirada de angustia—. ¿Se encuentra bien?
—Sólo necesito tomar una ducha. No creo que los golpes fueran muy...
—Me refiero a su corazón, mademoiselle.
Sé a lo que se refiere.
—Duele —le respondo y otro par de lágrimas brota de mis ojos.
Hacemos el resto del viaje en silencio.
No me creo capaz de decir nada más.
Antoine aparca el auto fuera del complejo de apartamentos.
Abre mi portezuela y me tiende una mano para ayudar a apearme del vehículo. Piso la acera y aprovecho para quitarme las zapatillas sin importar que mis pies se ensucien más. Antoine coloca sus manos sobre mis hombros y me conduce al interior del edificio.
—¿Ha tenido una mala noche, mademoiselle?
Es el indiscreto vigilante quien pregunta.
—No tiene idea —le respondo con indiferencia.
Antoine pone en marcha el ascensor y rápidamente nos encontramos ya enfilándonos por el pasillo que conduce al apartamento de madame Marie Claire. Tengo que hacer un sobrehumano esfuerzo para evitar pensar en lo ocurrido, sé que si lo hago sólo lograré torturarme más. Llamamos a la puerta y nos recibe madame Marie Claire, vestida con una bata de seda de color crema.
Incluso para dormir se ve elegante y hermosa.
—¡Apoline, cielo! —Exclama rodeándome con sus brazos—. ¡Mírate, mi niña! Debiste pasarlo terrible, ¿no es así?
Rompo en llanto cuando estoy entre sus brazos y soy incapaz de explicarle. Es Antoine quien se encarga de contarle todo. No hace falta explicar lo horrorizada que se mostró madame Marie Claire al enterarse de la bofetada, del incidente del charco de agua sucia y de la patada que Etoile me propinó con sus costosos zapatos importados.
Me acompaña al sofá y se sienta a mi lado sin dejar de acariciar mi cabeza para seguir consolándome.
—Alberta, prepara el baño para Apoline —ordena madame Marie Claire.
Alberta obedece y sube corriendo la escalera de caracol. Pauline se acerca con una taza de chocolate caliente y me la entrega para darle un sorbo.
Quiero preguntar por Claudine, pero sé que ella debe estar durmiendo ya.
No quiero despertarla. No cuando me veo como un insecto aplastado.
Tomo entonces mi teléfono del bolso y escribo un mensaje para Jacques.
YA ESTOY EN EL APARTAMENTO DE TU MADRE.
TEN UNA LINDA NOCHE.
Sé que me ha pedido que lo llame, pero no puedo hacerlo. No a sabiendas de que podría estar aún en un auto en compañía de Etoile y su padre.
Termino el chocolate caliente sin parar de sollozar. Madame Marie Claire me consuela de la única forma que tienen las madres para actuar en circunstancias tan dolorosas. Acaricia mi cabeza y me asegura que todo estará bien.
Alberta vuelve tras ausentarse un par de minutos para avisar que el baño está listo. Quisiera que Antoine me llevara en sus brazos, pues no me creo capaz de seguir caminando.
—Gracias por traerla, Antoine —escucho decir a madame Marie Claire. Ella le da un fuerte abrazo como agradecimiento—. Puedes irte. Yo me encargaré.
—¿Ella estará bien, madame? —pregunta Antoine angustiado.
Sonrío un poco al escucharlo.
Al menos, estando aquí me siento protegida.
—Estará bien —le asegura madame Marie Claire y lo acompaña a la puerta de entrada para retirarse.
Acto seguido, me toma de la mano y me guía hacia el piso superior para llevarme al cuarto de baño. Pauline nos sigue, usando también su pijama que consta de una camiseta de algodón y pantalones cortos de licra.
—No hace falta que vengas, Pauline —dice madame Marie Claire—. Ve a dormir.
Pauline accede y se retira a su dormitorio tras dedicarme una palmada en la espalda. Yo avanzo por la escalera de caracol acompañada por madame Marie Claire. Me siento muy agradecida de estar en casa y saber que Etoile no está esperándome en la planta alta con un balde de estiércol listo para lanzarlo sobre mí.
Madame Marie Claire abre la puerta del dormitorio y veo a Claudine envuelta bajo las sábanas. Vamos sigilosamente para evitar despertarla, aunque sería imposible. Claudine tiene el sueño muy pesado.
Entramos en el cuarto de baño y madame Marie Claire cierra la puerta detrás de nosotras. Me ayuda a desnudarme y yo no opongo resistencia. Lo único que hago es cubrir mis senos con los brazos mientras ella me conduce a la tina llena de agua caliente. Me siento y abrazo mis rodillas. Madame Marie Claire toma un paño suave y lo usa para tallar mi cuerpo, para retirar todo rastro del agua sucia que ya comenzaba a secarse.
Siento cómo talla mi cabello y lo enjuaga dejando caer el agua tibia sobre mi cabeza. De repente siento cómo resbalan las lágrimas por mis mejillas y el nudo vuelve a formarse en mi garganta. No quiero llorar frente a madame Marie Claire, pero no puedo evitarlo.
Tan sólo espero que el agua que ella deja caer sobre mi cabeza sirva para disimular mi llanto.
—Oh, cielo... —me dice madame Marie Claire y levanta mi rostro para hacerme mirarla a los ojos—. No dejes que algo así te marque de por vida.
No pensaba pasar el resto de mi vida lamentándome por culpa de Etoile y el charco de agua sucia.
—Tu mejilla está muy roja —me dice sin atreverse a tocarla.
—Etoile tiene mucha fuerza —le digo esbozando una triste sonrisa.
Madame Marie Claire me devuelve el gesto y planta un beso en mi frente. Me convence de soltar mis rodillas para terminar de limpiar mi cuerpo con el paño y vemos cómo ha quedado mi estómago golpeado. El sitio donde recibí la patada se ve demasiado rojo.
Finalmente me deja salir de la tina y me da una muda de ropa. Un pijama similar al de Pauline. Me visto y me indica que me siente en un pequeño taburete para que ella cepille mi cabello. Siento el peine de cerdas suaves pasar sobre mi cabeza y esa sensación es de lo más relajante. Madame Marie Claire parece querer evitar hablar del tema a toda costa, y yo se lo agradezco con todo mi corazón.
Quiero simplemente olvidar lo ocurrido hoy.
Trenza mi cabello y me da un último beso en la frente.
—Ve a dormir —me dice—. Mañana hablaremos... ¿Te encuentras bien, linda?
No, no lo estoy.
—Sólo necesito descansar —le respondo y me despido de ella para irme a dormir.
Madame Marie Claire se dirige a su habitación y yo avanzo hasta el dormitorio que comparto con Claudine. Veo que han traído mi teléfono y lo dejaron sobre mi almohada. Lo acompaña una nota de Pauline.
Lamento que haya pasado una noche terrible, mademoiselle.
P.
Sonrío y guardo la nota antes de dirigirme al alfeizar de la ventana con mi teléfono en la mano. Me siento junto al cristal y le dirijo una mirada al oscuro cielo nocturno. Estoy mucho más tranquila luego de tomar ese baño. Tomo el teléfono y veo que tengo tres llamadas perdidas de Jacques. Tomo un profundo respiro y, sin pensar en las consecuencias, pulso la tecla para llamar.
Espero dos tonos y recibo respuesta.
—¿Apoline? —Dice Jacques angustiado—. ¿Estás bien?
Me siento aliviada al saber que no es Etoile quien me habla al otro lado de la línea.
—Sí, Antoine me ha traído con tu madre.
¿Acaso no se lo había dicho ya en el mensaje de texto?
—En verdad lamento lo que te hizo Etoile —me dice Jacques. En realidad, se escucha arrepentido—. Le pedí a mi padre que me dejara volver para ver cómo estabas, pero él...
—No tiene tanta fuerza —le digo intentando sonar divertida. El puntapié de mi estómago sigue punzando—. Mañana no habrá marcas.
Tendré que cubrir los golpes con maquillaje.
—Estaba muy preocupado por ti —insiste Jacques—. Lamento que la velada terminara de esa forma.
—Lo que tú lamentas es no haberme podido llevar a la cama —me quejo intentando sonar indignada.
Ambos soltamos una risa.
—Tarde o temprano serás mía —bromea él. Yo no puedo dejar de reír y eso incrementa el dolor en mi estómago—. Será mejor para ti que no opongas resistencia.
—Me gustaría ver eso.
Volvemos a reír juntos.
Tal parece que la noche aún puede salvarse.
—Aún quiero verte mañana —me dice.
Mi risa se apaga casi de golpe.
¿Está bromeando?
¿Quiere que Etoile me mate?
—No creo que sea una buena idea, Jacques...
Necesito estar contigo, pero no a costa de mi integridad emocional y física.
—Te lo ruego. Quiero verte. Quiero estar contigo, y no puedo explicarte la razón.
—Me encantaría, pero Etoile me matará. No puedo, Jacques.
—No voy a negociarlo —me dice él y escucho su sonrisa—. Pasaré a recogerte por la mañana. Te enviaré un mensaje de texto cuando despierte para decirte la hora, ¿bien?
¿Cómo puedo negarme cuando está tan decidido a hacer las cosas?
Es el momento de actuar.
También yo impondré algunas reglas.
—Iré, con una condición.
Es como si me hubiera transformado en otra persona.
Una Apoline directa y segura de sí misma.
—¿Cuál? —me pregunta divertido.
Tomo un profundo respiro y vuelvo a hablar sin pensarlo antes.
—Que estemos juntos siempre.
Se hace el silencio en la línea.
Mi subconsciente me hace ver lo estúpida que he sido.
¿En qué estaba pensando?
Seguramente Jacques me dirá ahora que no debo interferir en su relación con Etoile. Que he sido una estúpida por pedirle semejante cosa y que debo alejarme de él.
Volveré al pueblo.
Lo haré.
No puedo quedarme aquí tras haberle dicho eso. Bien podría decirle lo mucho que lo amo para terminar de avergonzarme.
—Así será.
¿Qué...?
¿Accedió...?
Las mariposas revolotean de nuevo en mi estómago, y la sensación no es nada agradable considerando el golpe que aún tengo ahí.
Esbozo una tonta sonrisa y siento que mis mejillas se ponen tan coloradas como un tomate. O como la cereza que tenía el pastel que hemos compartido hoy.
—¿Siempre juntos? —le pregunto con voz trémula.
Lo escucho sonreír y me responde.
Sus palabras me devuelven toda la felicidad que Etoile me arrebató tras lanzarme al charco de agua sucia.
—Siempre juntos.
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