Capítulo 12
Claudine y yo competimos para ganar el asiento cerca de la ventanilla y fue ella la vencedora, aún a pesar de que nuestros asientos estuviesen previamente asignados. Reímos sin control hasta que sentimos que el avión se levantaba en el aire y nos amontonamos ambas en la ventanilla para ver a Bordeaux quedándose abajo. Me ha fascinado ver la ciudad haciéndose más pequeña conforme nosotros íbamos subiendo más y más. Fue increíble hasta que una azafata tuvo que controlarnos para obligarnos a tomar nuestros asientos correctamente y mantenernos quietas. Eso nos arrancó otra carcajada. Fue un vuelo divertido.
En estos momentos vamos bajando para aterrizar en París. La emoción me provoca mariposas en el estómago, aunque podría ser solamente el vértigo. Madame Marie Claire ha pasado todo el viaje revisando un par de documentos que sacó de sus maletas antes de documentarlas. Debe tratarse de los asuntos que atenderá en sus reuniones importantes. La curiosidad por saber de qué tratarán sus reuniones también me carcome viva, pero prefiero no interrumpirla mientras está tan concentrada.
Aterrizamos y dan el aviso para que comencemos a descender del avión. Claudine, que durmió durante gran parte del viaje, hizo la mitad del camino con los ojos entrecerrados. Nos dirigimos hasta el sitio donde van a devolvernos el equipaje. Tras recoger nuestras maletas, nos encontramos con un hombre que nos espera. Es alto, fornido, moreno y viste con un elegante traje negro. Usa gafas oscuras, y alcanzo a distinguir que tiene un manojo de llaves sujeto con la mano derecha. Él saluda a madame Marie Claire con un beso en los nudillos.
Dedica el mismo saludo para Claudine y para mí. No puedo evitar sonrojarme cuando siento sus labios sobre mis nudillos.
—Apoline, Claudine —dice madame Marie Claire—. Quiero presentarles a mi chofer, guardaespaldas, y muy querido amigo, Antoine Colville. Antoine, ellas son Claudine y Apoline.
—Es un placer conocerlas, mademoiselles —dice Antoine—. Si necesitan cualquier cosa, no duden en pedirla. Estoy a su servicio. El auto está afuera, madame. ¿Nos vamos?
—Sí, Antoine. Lleva nuestro equipaje y nosotras te seguiremos.
Antoine actúa eficientemente. Me pregunto porqué no lo conocí antes. Quiero suponer que madame Marie Claire no creyó necesario tener un guardaespaldas viviendo en un pueblo tan tranquilo como Le Village de Tulipes.
—Él sí que es un hombre atractivo —susurra Claudine a mi oído, haciéndome soltar una carcajada.
Salimos del aeropuerto. El auto que nos espera no es una limusina, pero sigue siendo elegante. Quiero preguntarle a Antoine el tipo de auto que es, pero prefiero guardar silencio para no verme tan ignorante como me siento en realidad. Antoine deja nuestro equipaje en el maletero y luego nos abre la portezuela del auto para subir. Las tres cabemos perfectamente en el asiento trasero. Antoine rodea el auto para abordar el asiento del conductor. Enciende el motor y nos mira por el espejo retrovisor.
—¿A la Rue de Bosquet, madame?
—Sí, Antoine.
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La Rue de Bosquet, según explicó madame Marie Claire, es la calle donde se ubica una de sus tiendas. Claudine y yo miramos por la ventanilla del auto mientras intentamos memorizar los nombres de todas las calles que vemos. París es un sitio hermoso. Mi sueño de la infancia siempre fue visitar esta ciudad. Y ahora que me encuentro aquí finalmente siento que todo es posible.
Es como si aparecieran mil oportunidades ante mí, y desearía poder ver a Jacques ahora mismo para dejarme embriagar por el júbilo. Cada edificio, cada persona, cada minúsculo detalle me parece fascinante. Quiero recorrer toda la ciudad lo más pronto posible.
Llegamos finalmente a la boutique y Antoine apaga el motor para bajar del auto y abrir nuestra puerta.
Creo que podría acostumbrarme a eso.
Puedo ver trajes para hombre luciendo en los escaparates, y me recuerdan a monsieur Montalbán. Y a Jacques, en la fiesta de aniversario del matrimonio Cacheux.
¿Qué pensaría Jacques si supiera que ambos estamos en París justo ahora?
¿Cómo se sentiría?
¿Qué está haciendo en este momento?
¿Estará pensando en mí?
Seguimos a madame Marie Claire al interior de la boutique. Antoine nos sigue como una sombra. Subimos una escalera hasta llegar a una pequeña oficina donde nos espera una mujer que pareciera ser unos pocos años menor que yo. Es pelirroja. Usa gafas. Mordisquea un bolígrafo mientras revisa un par de documentos.
—Bienvenida, madame Marie Claire.
Ambas intercambian besos en las mejillas, y la chica pelirroja hace otro tanto con Antoine.
—Es un gusto verte de nuevo —responde madame Marie Claire con una cálida sonrisa y comienzan las presentaciones. Nos señala con una sacudida de la cabeza y dice—: Ellas son Claudine Durant y Apoline Pourtoi. Chicas, ella es Pauline Leblanc. Mi secretaria y asistente personal.
¿Cuántos asistentes serán en total? Pauline nos saluda con besos en las mejillas. Me alegra que sea tan educada y amigable como Antoine.
—La están esperando en su oficina, madame —informa Pauline eficientemente.
—Muy bien —responde madame Marie Claire—. Mientras me encargo de nuestra reunión, tú acompaña a mis dos amigas a casa. Encárgate de que se instalen y se sientan cómodas.
—Sí, madame —responde Pauline.
Madame Marie Claire se despide de nosotras y entra en su oficina para desaparecer de nuestro campo de visión, dejándonos en compañía de Antoine y Pauline.
Pauline nos mira y comienza a hablar tan rápido que tardo en entender lo que intenta decirnos.
—¿Quieren que les traiga un café o un té helado antes de irnos? ¿Un poco de ensalada de frutas, avena, un emparedado o algo parecido?
Tengo tanta hambre que me comería un caballo, pero prefiero negar con la cabeza para no aprovecharme de la pobre chica.
Claudine, en cambio...
—Me apetece sopa de pollo —le dice, esbozando una cínica sonrisa—. Y una limonada estaría bien.
Le doy un golpe con el codo para luego fulminarla con la Mirada- Ella me mira confundida y Pauline está intentando reprimir una carcajada.
—En ese caso, vámonos ya —nos dice—. La cocinera le preparará el desayuno, mademoiselle Durant.
Echa a caminar para guiarnos hacia el auto. Antoine la sigue y nosotras cerramos la marcha. Me causa risa el descaro que tuvo Claudine para pedir su sopa. Yo no me habría atrevido a decirle que de repente se me ha antojado un poco de carne asada.
Mientras abordamos de nuevo el elegante auto de Antoine, me imagino el elegante lugar al que nos dirigimos. ¿Será una mansión con grandes puertas y un recibidor tan grande que bien podría guardar nuestra casa ahí dentro?
Imagino a un par de sirvientas vestidas con pulcros uniformes que me recibirán en la puerta de entrada para decirme que me han preparado una hermosa habitación para mi sola.
Imagino también a un mayordomo, y a chefs que nos prepararán un delicioso banquete con platillos exóticos. Incluyendo la sopa de pollo para Claudine.
Espero ver cómo la ciudad se queda atrás mientras nos adentramos en una propiedad privada rodeada de un gigantesco jardín, pero no nos dirigimos a ningún sitio así.
No desaparece la ciudad, pero la enorme Tour Eiffel crece conforme nos acercamos a ella. Claudine y yo nos apiñamos junto a la ventanilla para verla más de cerca. Quiero comenzar ya a recorrer París.
~ ҉ ~ ~ ҉ ~ ~ ҉ ~
Cuando me doy cuenta, el auto ya aparcó.
No hay ninguna mansión a la vista. Estamos frente a lo que parece ser un complejo de apartamentos. Antoine nos abre la puerta del auto para bajar, y siento como si el júbilo fuera desapareciendo de a poco en mi interior.
—Esperaba una mansión —decimos Claudine y yo.
¿Dónde están los mayordomos? ¿Dónde están los jardines y la piscina? ¿Dónde está todo lo que imaginé que habría? ¿Será que monsieur Montalbán se quedó con las casas gigantescas luego del divorcio?
—Síganme —nos dice Pauline y entra al complejo de apartamentos a paso veloz.
Entramos al edificio. Subimos en el ascensor acompañadas por Pauline y Antoine, quien va siempre a nuestras espaldas. Vamos sin escalas al último piso y las puertas del ascensor se abren cuando suena una campanilla. El pasillo por el que avanzamos tiene un alfombrado de color rojo con motivos dorados. Las paredes son de color crema y está muy bien iluminado.
Hay una sola puerta que es a donde nos dirigimos. Es doble, de caoba y tiene un par de ventanales ovalados de vidrio templado. Tiene ese aspecto elegante que esperaba, aunque en una menor escala a lo que me imaginé cuando pensé en la mansión.
Pauline se detiene y llama a la puerta.
Una mujer regordeta y de edad avanzada nos abre la puerta. Viste un pulcro traje de color blanco y recibe a Pauline con una sonrisa. Noto cierto parecido entre ambas. En la forma de sus ojos y sus narices respingadas.
—Ella es mi madre. Su nombre es Alberta Leblanc —nos explica Pauline—. Ambas vivimos, aquí, aunque el apartamento le pertenece a madame Marie Claire. Ocupamos el sitio mientras ella está fuera de la ciudad —mira a su madre, y continúan las presentaciones—. Madre, ellas son Claudine Durant y Apoline Pourtoi, vienen con madame Marie Claire.
Alberta estrecha las manos con nosotras y nos invita a pasar al apartamento. El interior me deja sin palabras.
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