Capítulo 1

Francia, 2008

Me levanto de la cama cuando escucho a mi madre llamando desde el pasillo. Golpea la puerta de una forma tan leve, que no logro entender cómo es que me despierta. Sé que intenta no hacer ruido para no despertar a mi padre. Aparto el cobertor. Luego estiro los brazos para desperezarme, y miro la pantalla del reloj que descansa en mi mesa de noche. Son casi las ocho de la mañana, y tengo que salir pitando para ducharme. He terminado el bachillerato y ahora trabajo como estilista en el salón de belleza que abrió hace poco cerca de la iglesia. Vivo en un pueblo pequeño, así que puedo ir caminando tranquilamente y llegar a mi trabajo en quince minutos. Mi novio ha insistido en enseñarme a conducir. Me he negado, aunque admito que me encantaría tener mi propio auto. Claro que eso es sólo un sueño, pues mi familia jamás podría costeárselo. En realidad, los pocos lujos que tengo son obsequios de mi novio.

Todas las mujeres del pueblo me envidian por salir con el hijo del médico del pueblo. No las entiendo. Ese sujeto es tan déspota, tan frívolo... Pero su esposa, madame Marie Claire, es distinta. Ella me agrada y yo le agrado a ella. Ha sido así desde siempre.

Mi madre me está presionando para que me vaya. Salgo de la ducha a toda velocidad y voy corriendo a mi habitación para vestirme. Tomo lo primero que mis manos tocan en el armario. Una camiseta amarilla y jeans. Detesto el amarillo, pero ya no tengo tiempo para buscar otra cosa. Me calzo los zapatos y le peino rápidamente mi cabello frente al espejo. Arrugo la nariz cuando veo mi aspecto. Piel apiñonada, pecas en las mejillas y la nariz, ojos marrones y lacio cabello negro.

¿Cómo es que mi novio se ha fijado en mí?

—Apoline, de prisa.

Sé que ya perdí mucho tiempo cuando mi madre deja de tocar la puerta y comienza a llamarme por mi nombre, así que voy corriendo a la cocina para servirme un vaso de jugo de naranja. Me lo tomo tan velozmente que casi me ahogo. Mi madre tiene que darme un par de palmadas en la espalda para recuperarme. Le agradezco con una sonrisa y le doy un mordisco a un trozo de pan tostado antes de tomar mi bolso tejido de la mesa de la cocina y salir corriendo.

Ni siquiera me he despedido de mi madre, pero sé que más tarde la veré vendiendo sus artesanías en la pequeña tienda que madame Marie Claire pagó para nosotros. Esa mujer es tan amable... ¿Cómo es que alguien puede desembolsar tanto dinero para ayudar a la familia más pobre del pueblo?

Mi padre solía ser agricultor, pero ahora ya es muy viejo y no puede continuar con sus andanzas. Nuestra economía depende ahora de las artesanías de mi madre y de mi trabajo como estilista. Y, por supuesto, no seríamos nada sin el soporte económico de la familia Montalbán. Todos en el pueblo no se cansan de decir a mis espaldas que sólo salgo con él por el dinero.

Ahora que lo pienso, también lo han dicho en mi cara...

Diez minutos después de haber salido de casa finalmente llego al centro. La iglesia se alza frente a mis ojos, y sonrío al ver que los demás vecinos del pueblo ya comenzaron con sus actividades. Todas las tiendas están abriendo. Mi estómago ruge cuando percibo el aroma del pan recién horneado que vende monsieur Jules en la panadería. No puedo detenerme a pan para desayunar, pues he olvidado la billetera antes de salir.

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Cuando llego al salón de belleza, ya está ahí madame Marie Claire, preparando todos nuestros utensilios para empezar el día. Lanzo mi bolso tejido sobre el escritorio de la recepción y busco en el perchero el mandil rojo que tiene bordado el nombre de mi amable y condescendiente jefa.

—Se te ha hecho tarde nuevamente, Apoline.

—Anoche me quedé leyendo hasta la madrugada —le digo, mientras le ayudo a limpiar los espejos.

—¿Qué libro estás leyendo?

El Fantasma de Canterville.

Ella asiente, y comenzamos a comentar el libro. A madame Marie Claire le encanta la lectura tanto como a mí. Mi novio me ha prestado centenares de libros de la colección de su madre.

Mi novio es Jacques Montalbán. Madame Marie Claire y él son muy parecidos en cuanto a la personalidad. Jacques es idéntico a su padre en cuanto al físico, y agradezco que ese sea el único parecido que comparten. Ese sujeto no para de quejarse acerca del pueblo donde vivimos. Le Village de Tulipes. A veces he querido preguntarle qué hace en un pueblo como el nuestro si no le gusta nuestra forma de vida. Sé que él está acostumbrado a los lujos de la ciudad, pero Le Village de Tulipes no es ningún pueblo fantasma ni mucho menos. Al, menos a mí me fascina vivir aquí. Monsieur Montalbán está totalmente en contra de que Jacques y yo seamos pareja. Tampoco es que importe demasiado su opinión, pues su hijo y yo hemos estado locamente enamorados desde que teníamos trece años.

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Son las nueve en punto cuando vemos entrar a nuestros primeros clientes del día. Tengo que cortar el cabello de ambos mientras madame Marie Claire se encarga de las finanzas. Nos va bastante bien en el negocio, y la paga no es mala. Incluso hay ocasiones en las que las mismas personas vienen diariamente con tal de pasar un rato conversando con nosotras. Madame Marie Claire insiste en que el truco para hacer crecer un buen negocio es recrear el ambiente de un hogar para que los clientes quieran volver una y otra vez. Así que además de cortar el cabello, también actuamos como consejeras e incluso somos niñeras y compañeras de juegos.

Mi momento favorito del día es cuando vienen las señoras mayores con sus nietos. Madame Marie Claire las atiende, mientras yo juego con los niños.

Mi sueño es formar una familia y tener una casa como la que mis padres construyeron cuando yo nací, en las afueras de Le Village de Tulipes. Aunque el doctor Montalbán no se cansa de decirme que es poco probable que pueda procrear alguna vez.

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Son las once en punto cuando finalmente llega la hora de almorzar. Madame Marie Claire y yo nos turnamos cada día para salir a comprar el almuerzo. Hoy debo quedarme esperando para no descuidar el negocio. Le Village de Tulipes es un pueblo muy seguro, pero... nunca se sabe. Enciendo el ordenador para entrar al menú de juegos. Jacques me enseñó algunas cosas sobre informática, así que bien podría entrar a navegar en Internet. Pero no hay nada como una buena partida de Buscaminas.

Levanto la mirada cuando escucho que suena la campanilla que tenemos colgada en la puerta del negocio, minimizo la ventana del juego y me levanto para recibir a un nuevo cliente, pero nuestra visita es nadie más y nadie menos que Jacques. Me saluda con una sonrisa y se quita la cazadora para colgarla en el perchero. Me acerco a él y me rodea la cintura con sus brazos para luego plantarme un delicado beso en los labios. Me encanta esa sonrisa. Acaricia mi mejilla con el dorso de su mano derecha y yo esbozo una sonrisilla estúpida. Me pasa lo mismo siempre que lo veo, siempre que estoy en sus brazos.

Avanzamos hacia el interior del negocio.

Él no deja de abrazar mi cintura. Por mí, podría hacerlo el día entero.

—¿Dónde se ha metido mi madre? —me pregunta.

—Ha ido a comprar el desayuno.

—¿Fue a casa para buscar el caviar y el vino tinto? —bromea, y veo su sonrisa carismática en el espejo que tenemos enfrente.

Luego de tantas burlas por parte de su padre, Jacques y yo hemos tomado su posición económica como un juego.

Monsieur Montalbán es un reconocido médico egresado de una de las mejores universidades de Francia. Madame Marie Claire es dueña de una cadena de negocios.

Jacques aún no tiene su propio negocio, ni una carrera universitaria. No hay universidades en el pueblo, así que todos tenemos que buscar formas de estudiar en otros sitios, o de trabajar en el pueblo.

Yo he optado por la segunda opción.

—¿Caviar y vino tinto para el desayuno? —Respondo, intentando usar un falso acento sofisticado—. Espero que sea eso y no uno de esos asquerosos platillos que venden en la verbena.

Siempre me siento culpable cuando hablo así de mi pueblo. Estoy orgullosa de haber crecido en Le Village de Tulipes y decir esas cosas... Es como si los estuviera insultando.

Jacques suelta una carcajada antes de sujetar mi barbilla con un par de dedos y besarme nuevamente. Besa la punta de mi nariz y me mira a los ojos. Me enloquecen sus ojos color aceituna.

—¿Tienes planes para hoy por la noche?

—Jugaré golf con tu madre.

Él ríe. Mi sonido favorito en el mundo.

—Vendré por ti esta noche —dice, y besa mi frente—. Tengo una sorpresa. Un adelanto de tu regalo de cumpleaños.

—¿Otro obsequio adelantado? ¿No ha sido suficiente el reproductor de música con sonido estéreo, el televisor para mi habitación, y la joyería que parece que robaste de entre las pertenencias de tu madre?

Le arranco otra carcajada. Aquellos obsequios son baratijas en comparación con los años anteriores. Nunca olvidaré que me llevó a Barcelona para celebrar mi décimo sexto cumpleaños, o cuando viajamos a Italia y Londres. Siempre ha evitado llevarme a conocer el resto de Francia. Es cruel, pero sé que está guardando eso para un momento especial. ¿Nuestra luna de miel, quizá?

—Ya lo verás esta noche —dice, y me besa de nuevo—. Tengo que irme. No quiero que mi madre piense que soy un distractor.

—Pero ya me distraes, incluso cuando no te veo. Pienso en ti dieciséis horas diarias.

—¿Y en quién piensas durante las ocho horas restantes?

—En nadie. Te sueño durante esas ocho horas.

Y lo beso.

Amo a Jacques más que a nada en el mundo. Y soy la mujer más feliz de la tierra al saber que él también me ama. Siempre he creído que fuimos hechos el uno para el otro.

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