Amor y Calamidad en la víspera de Navidad

Desafío: Navidad entre dos mundos

Organizado por WattpadMitologiaES y AnimeMangaEs

Diosa: Afrodita / Anime: Noragami

—¿No crees que estás aceptando demasiados encargos, Yato?

—Nada es demasiado si lo comparamos con obtener el puesto que me corresponde en el Takamagahara.

—Lo estás haciendo para conseguir pollo frito esta noche.

—El pollo frito es igual de importante, Hiyori. Deberías saberlo después de tanto tiempo a mi lado.

—Demasiado...

Yato dejó la pared que estaba pintando para enfocarse en su compañera. Estaba sentada encima de una mesa en el pequeño jardín de la casa en la que se encontraban y su cola rosada parecía tener vida propia, ondulando bajo su cuerpo. Parecía aburrida, pero Yato no estaba para aguantar sus sermones y tonterías. Gracias a su astuta técnica de marketing, apuntando su número de teléfono en todos los huecos libres de la ciudad, conseguiría los trabajos suficientes para poder conseguir construir un santuario y fieles que le eleven al status que merece. 

Pero, tras años viviendo en el Shigan, había aprendido a apreciar las tradiciones de los humanos y sus favoritas eran las de las fiestas navideñas. Aunque era una festividad típicamente occidental, en Japón habían sabido adaptarlas con maestría. Incluso mejores, se atrevería a decir Yato, como su preferida: la cena de Nochebuena. El menú tan esperado del Kentaky Fried Chicken le estaba esperando y solo necesitaba terminar este trabajo para poder disfrutar de tan ansiado manjar.

—Deberías dejar de ser tan molesta y ayudarme —murmuró mientras se giraba y continuaba con su labor.

—¡Ni lo sueñes! Ya has engañado a Yukine para que haga otros por ti. Me niego. Además, ya tengo planes para esta noche.

El dios apretó los labios, enfadado. Había tenido una discusión con Yukine justo esa mañana en el templo por su rebeldía. No entendía por qué no se daba cuenta de que era su shinki y, como tal, debía hacerle caso y rendirle pleitesía. Eso sí, obviaba el echo de que su labor era ayudarle a sellar a los ayakashi, no pintar paredes ni arreglar ventanas. Al final, consiguió convencerle para que tomase algunos de sus trabajos del día, sabiendo que si no lo hacía no podría cenar. 

Suspiró, la vida de un dios callejero era demasiado dura. Tenía tantas ganas de lograr llegar a ser alguien importante que estaba trabajando demasiado, o al menos eso pensaba, pero el dinero salía conforme entraba y no podía dejar de maldecir el sistema creado en el Shigan, pues la vida era demasiado dura para los que intentaban ganarse el pan de forma honrada. 

—¡Bueno! —gritó mientras levantaba los brazos, asustando a Hiyori y haciendo que se cayese de la mesa, pues estaba entrando en duermevela debido al frío y el aburrimiento—. ¡Terminado! No seré yo quién lo diga, pero me ha quedado perfecto.

La pared estaba cubierta de un color verde claro que casaba perfectamente con el ambiente tan suave del jardín. Se notaba que el dios le estaba poniendo empeño a lo que hacía. No había nada como la promesa de piezas de pollo fritas para ponerle las pilas. La dueña de la casa, emocionada, quiso darle una propina que Yato, provocando un gesto de enfado en Hiyori, rechazó. Cinco yenes era su tarifa y era un dios que cumplía su palabra. Eso sí, no dijo que no al refresco de mora que le ofreció y ni pensó compartirlo con su compañera. 

Justo cuando estaban a punto de salir del jardín, tras hablar con la dueña, el dios sintió una presencia extraña. Cambió totalmente su pose, que hasta ese momento había sido despreocupada, por otra más defensiva. Hiyori se detuvo, sintiendo lo mismo, y se colocó tras Yato, desconcertada. Estaba segura de que los ayakashi que había visto hasta ese momento no le provocaban la misma sensación, pero tampoco quería arriesgarse pues llevaba poco tiempo pudiendo sentir ese mundo y sabía que no lo conocía todo.

—Yato, ¿qué está pasando? —preguntó mientras llevaba la mano a sus labios.

—No te muevas —gruño el dios con voz ronca y seria, provocando un extraño escalofrío en su compañera que rechazó sacudiendo la cabeza.

Comenzó a escrudiñar el jardín, que contaba con una mesa y sillas talladas en piedra, varias plantas y algunos arbustos perfectamente cortados que adornaban el césped. Su atención se centró en una pequeña fuente de piedra con una pequeña cascada, como las que decoraban tantos hogares de la isla. Tenía algunos detalles que la hacían parecer un pequeño acantilado: figuras de peces, barcos y conchas. Sabía que la energía que le estaba causando malestar venía de allí.

—Voy a llamar a Yukine —dijo Hiyori mientras cogía el móvil.

—No lo necesitaremos  —respondió Yato sin dejar de mirar la fuente.

Una especie de luz comenzó a brotar de dentro del agua, provocando burbujas y espuma de colores rosáceos tan bonitos que llamaron la atención de Hiyori, haciendo que la preocupación que estaba sintiendo se redujese. Nada malo puede surgir de algo tan bello. Pero no consiguió encandilar a Yato, que seguía en posición defensiva, ahora que los sentidos le decían que estaba a punto de encontrarse con un compañero. 

El brillo colorido fue tomando una forma corpórea con rapidez, haciendo que una bella mujer apareciese justo encima de la fuente. Llevaba un vestido rosa perfecto que moldeaba todas las curvas de su cuerpo. Su aspecto occidental, con ojos grandes, labios gruesos y cabellos rubio como el sol, hacían ver que venía de muy lejos. Sus largas piernas se adivinaban por una abertura de su traje y una corona dorada adornaba su cabeza. Al principio, su porte era estético y divino, con un aura magistral, hasta que se dio cuenta de que sus pies descalzos estaban en el agua.

—¡Qué asco! —Hizo un amago de limpiarse con la manga de su vestido, pero se dio cuenta en el último momento y comenzó a hacer movimientos extraños andando por la hierba—. ¿Dónde narices estoy?

La bella aparición parecía flotar con sus gráciles movimientos. La luz del sol parecía buscarla, haciendo que su piel pálida brillase tanto como su aura. Cuando la mujer se dio cuenta de que no estaba sola, se plantó ante ellos con los brazos en jarra, esperando una respuesta a la pregunta que había formulado momentos antes. Yato, que la había reconocido como una diosa, estaba totalmente ensimismado. No podía dejar de mirarla. 

—¡Bienvenida a mi reino! —comenzó a decir el dios, que había tomado una pose más serena—. Nos encontramos en Japón y mi nombre es Yato, dios de la calamidad y la fortuna, que domina este mundo con mano firme y dura. 

—Se te cae la baba, tonto —murmuró Hiyori tras él. 

—¿Puedo saber —continuó Yato mientras se limpiaba la barbilla y lanzaba una mirada furibunda a su compañera— a qué se debe su visita?

—Maldita sea, ¿cómo habré acabado en este mundo tan extraño? 

La mujer los ignoró y salió a la calle, haciendo que los dos la siguiesen desde el jardín. Hiyori por curiosidad y Yato porque estaba encandilado por ella. Comenzó a mirar alrededor y, por inercia, se fijó en si misma. Se sobresaltó al ver que su cuerpo, al igual que el mundo de alrededor, había cambiado. Los tonos eran más pastel, las formas parecían planas y estaba segura de que sus ropajes eran más realistas hace unos minutos. 

—Sabía que ese bastardo de Zeus nos metería en problemas empezando una guerra con dioses de otros lugares. No le bastaba con ser el rey del Olimpo, no... Tenía que intentar doblegar a toda la humanidad.

—Perdona, ¿de quién estás hablando?

La voz de Yato hizo que se diese cuenta, de nuevo, de que no estaba sola. El vagabundo extraño y la chica de la cola le estaban siguiendo mientras caminaba por la calle sin dirección alguna, solo para intentar despejarse y buscar una solución a sus problemas. Lo pensó bien y se dio cuenta de que ellos, a lo mejor, podrían ayudarla. 

—No me he presentado. —Dibujo en su rostro una sonrisa, haciendo que Yato se derritiese—. Mi nombre es Afrodita, diosa de la belleza y el amor. 

—Encantado de conocerla —respondió Yato mientras le tomaba la mano para besarla, fingiendo una pose señorial.

—Lo sé —respondió la diosa con indiferencia.

—Yo soy Hiyori, por si le interesa a alguien.

Afrodita continuó caminando con el dios a su lado, que caminaba erguido y tratando de parecer imponente para impresionarla. Su compañera iba tras ellos, con las manos en la nuca y mirando al cielo. Ya estaba acostumbrada a las tonterías de Yato y las excentricidades de los dioses que se iban encontrando, pero no dejaba de sentir curiosidad por lo que hacía esa deidad griega, a la que conocía de sus clases del colegio, en su ciudad.

—¿Cómo ha llegado una belleza como tú a mi humildes dominios? —preguntó Yato tras un incómodo silencio.

—La verdad es que no tengo ni idea —respondió Afrodita sin dejar de contemplar a su alrededor las pequeñas calles mientras se acercaban al centro de la ciudad—, pero necesito volver para intentar acabar con esta absurda lucha cuanto antes.

—Puedo acompañarte, soy un gran guerrero. Y mejor amante. 

Acompañó sus palabras con un guiño a la diosa de la belleza. Hiyori movía la cabeza, avergonzada. La actitud de Yato estaba siendo mucho más extraña de lo normal y estaba segura de que se debía a la influencia de Afrodita. Había estudiado como hombres, mujeres y bestias caían postrados antes su mera presencia y el dios calamitoso no iba a ser distinto.

Sin darse cuenta, llegaron a la zona más transitada de la ciudad. Las luces navideñas, tomadas de tradiciones occidentales, adornaban todas las calles. Se respiraba un ambiente festivo acompañado por los copos de nieve que habían comenzado a caer en la tarde invernal. El sol se había escondido y la gente parecía estar inmersa en el espíritu de la Navidad que llenaba las fachadas de colores rojos, verdes y blancos. 

—¿Qué está pasando aquí? —Afrodita aún seguía abrumada por el mundo tan extraño y colorido en el que había acabado.

—¡Es Nochebuena! —gritó Yato levantando los brazos, aunque se arrepintió enseguida y volvió a su pose seria—. Sí, la víspera de Navidad. 

—Es verdad, no recordaba que a los humanos les gusta venerar a los humanos elegidos por los dioses. Bueno, ¿conoces alguna manera de que pueda volver a mi mundo, Dios de la calamidad?

Solo escuchar su título de la boca de tan bella diosa hizo que Yato se estremeciera. Sintió un cosquilleo en el estómago, pero pronto comprendió que era hambre. El destino había querido que sus pasos le guiaran al KFC que tanto ansiaba y el olor a pollo frito inundaba sus fosas nasales.

—Por supuesto que te ayudaré —respondió con una mano en el mentón, intentando parecer interesante—, pero antes necesito recargar fuerzas y me gustaría que me acompañase.

Le tendió la mano que la diosa, extrañada, tomó con un poco de desagrado. Caminaron hacia el restaurante, seguidos por Hiyori que en ese momento se sentía más invisible que nunca y eso era complicado viniendo de ella. Su cuerpo se encontraba, en ese momento, tumbado en su cama y tenía muchas ganas de volver, pero no quería perder la oportunidad de estar el mayor tiempo posible contemplando a Afrodita. Puede que su poder estuviese también influyendo en ella, aunque de una manera distinta.

Afrodita se quedó sentada en una de las mesas, esperando. Le fascinaba el cambio de ambiente, pues dentro parecía cálido y la gente se deshacía de sus prendas de abrigo mientras sonreía. Su atuendo no llamaba la atención y eso le resultó curioso. Se notaba que en esa cultura estaban acostumbrados a que la gente desentonara, más en fiestas señaladas.

—¡Te presento el manjar de los dioses! —gritó Yato con felicidad dejando una bandeja llena de pollo frito, salsas y ensaladas encima de la mesa.

—No creo que pueda superar a la ambrosía. 

—No sé que es eso, pero estoy seguro de que sí lo hará.

—Estoy aquí todavía —dijo Hiyori mientras levantaba la mano. Los dos dioses la miraron y continuaron ignorándola, lo que hizo que se pusiese de morros.

—¿Y cómo va ayudar esto para que vuelva al Olimpo? —preguntó Afrodita mientras tomaba un trozo, poniendo una mueca de desagrado.

—Todo es parte del plan, ya lo verás —respondió Yato con la boca llena de comida.

La diosa llevó la comida a sus labios y, tras tantear con el olfato, lo probó. El pequeño dios tenía razón, la comida estaba deliciosa y estaba deseando volver a su hogar para contárselo a todos sus compañeros. Aún así, guardó la compostura y fue tomándolo en pequeños trozos, mientras Yato disfrutaba de cada bocado. 

—Tenía razón, ¿verdad? Ni las luces, ni las ofrendas, ni los regalos. ¡Esto es lo mejor de la Navidad! —dijo el dios subiéndose encima de la mesa y levantando un muslo de pollo hacia el techo.

—No está mal —replicó Afrodita con indiferencia—. Ahora, lo importante. ¿Cuál es tu plan?

El rostro de Yato se tornó serio. Estaba intentando aparentar que sabía lo que hacía, aunque en realidad no tenía ni idea de como devolver a la bella diosa a su mundo. Además, quería aprovechar el tiempo con ella. No sería mala idea mantenerla a su lado para gobernar juntos, sería el complemento perfecto para su reinado.

—Tenemos que ir al templo, allí nos podrán ayudar —respondió, esperando con ello ganar tiempo.

—De acuerdo, pero démonos prisa. El destino de los dioses puede estar en peligro. —Se levantó, caminando hacia la puerta con los aires de grandeza que le caracterizaban.

—¡Espera! Tenemos que pagar —dijo Yato mientras tendía la mano hacia la diosa de la belleza—. Veinte yenes por persona.

—¿Qué? —preguntó Afrodita, que no podía creer lo que estaba escuchando—. ¿No vas a pagarlo tú? Esto es una ofensa.

—Con el dinero no se bromea —respondió Yato, haciendo que la serenidad acudiese a su rostro.

—Pues no pienso pagar nada.  —Se cruzó de brazos, esperando que fuese todo una broma del chico.

El dios de la calamidad, indignado, caminó hacia la caja para pagar la cena. Hiyori se dio cuenta de que nunca lo había visto así, pero era normal. Había una cosa que Yato no toleraba y era gastar dinero de más y mucho menos en los demás. Volvió junto a ellos, con sus ojos azules brillando de rabia, y pasó junto a Afrodita sin mediar palabra.

—Espérame, querido —dijo la diosa andando tras de él, viendo que la estaba ignorando.

—Lo siento, ahora tienes una deuda conmigo. Hasta que no la cobre, no podré ayudarte. Así funciona nuestro mundo.

Yato dio un salto que le impulsó hacia uno de los edificios. Llevaba las manos en los bolsillos mientras se alejaba de sus dos acompañantes, enfurecido por haber gastado tanto dinero en una noche cuando no era necesario. Iría a buscar a Yukine, que le ayudaría a reponer el agujero que le había creado la maldita diosa.

Hiyori se quedó junto a Afrodita con las manos en la espalda y una sonrisa en el rostro viendo como la mujer seguía sin poder cambiar su expresión de asombro. Sabía lo que estaba sintiendo, pues era lo que ella tenía que soportar todos los días al lado de Yato. 

—Y ahora, ¿qué hago? —preguntó para sí misma.

—No sé, puedes disfrutar del ambiente navideño. ¡Encantada de conocerte! —se despidió Hiyori mientras corría tras su amigo, esperando poder irse cuanto antes a casa para disfrutar la noche con su familia.

Y allí se quedó la diosa del amor, de la belleza y el deseo, de pie en mitad de la calle, con la nieve cayendo a su alrededor, la gente pasando a su lado, las luces brillando en las calles y un sentimiento que nunca había experimentado: el rechazo.



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