Veintitrés
Dolores conducía en silencio hasta la parrilla en la que habían hecho reserva para cenar en Núñez, uno de los extremos de la Capital. Emiliano parecía un pequeño niño encaprichado, se lo veía feliz, pero molesto. Ella lo observaba de reojo, conteniendo una risa.
—Ya no la aguanto más —soltó Emiliano, finalmente, restregándose el rostro con ambas manos, y Dolores estalló en una carcajada que retumbó en todo el habitáculo del Clio—. Dolly, no te rías, es muy ofensivo lo que dijo de vos, a mí no me da gracia que hablen así de mi novia.
—Es que ese es el problema, Emi. Ella no sabe que soy tu novia, por suerte... —acotó por lo bajo—. Estas son las cosas que yo te decía que íbamos a tener que enfrentar, y no quisiera que ahora que llegamos hasta este punto todo se termine porque simplemente no podés aceptar que otro estudiante me haga una ofensa como profesora.
—Es que ese es el punto, no te ofendió como profesora. Si fuera por eso, ya le hubiera roto la cara a medio curso. «Eh... Cómo le entro a la de lengua...», «Cómo me gustaría que me enseñara a usar la lengua...». —Emiliano imitaba las voces de sus compañeros—. Así, mil guarangadas más, pero no me molesta... En realidad, sí, pero eso es distinto. Es la naturaleza del hombre, pueden decirlo o pensarlo en cualquier parte. Pero Sandra te ofendió como mujer.
—A ver... —preguntó en un tono dramático al frenar en un semáforo—. ¿Qué es eso tan terrible que dijo de mí? Además de llamarme vieja, pero ese es otro tema.
Emiliano abrió los ojos al escuchar lo que Dolores comentó al pasar, ella solo intentó contener la risa mordiéndose los labios.
—¿Te dijo vieja? ¿En la cara? —se horrorizó.
—No, no... Me dice algo así y la mando a visitar a mi tío, la escuché hablando por teléfono con una amiga. Pero no me cambies de tema, primero vos. ¿Qué te dijo para que te pongas así?
—Básicamente te trató de trola. Que, si estabas vestida así, apenas salías del colegio te ibas a encontrar con tu macho. Admito que ahí tenía razón, en parte... —acotó por lo bajo, no muy seguro—. Pero lo dijo en un tono como si te fueras a revolcar con alguien de ocasión.
—¿Te cuento un secreto? Apenas termine de cenar con mi novio, me voy a revolcar con mi macho —susurró pícara, y Emiliano negó con la cabeza mientras reía—. Así que tenía razón. ¿Eso solo dijo? ¿Nada más?
—Bueno... Cuando leíste la cita en la que te participé...
—Cuanto te leí la cita, dirás —lo corrigió con un dedo en alto.
—Cuando me leíste la cita —rectificó con una sonrisita—, ahí sacó todo su arsenal de veneno. Que era obvio que te estaban cogiendo porque andabas leyendo un libro romántico del año del pedo, y notó el anillo que te regalé. Ahí sí, me cansé y la mandé a la mierda. Por suerte no nos viste, porque no sé cómo lo hubiera justificado si tenía que explicarte qué tanto secreteaba conmigo.
—Emi... Tiene razón... —Dolores volvió a reír minimizando el asunto—. Sé que te enojaste por lo que dijo de mí, que no está bueno que una mujer se refiera así de otra...
—Eso mismo le dije, Dolly —acotó.
—Pero... Para ser sincera... No me ofende, me halaga. Veo que se me nota que estoy bien, feliz... Que estoy bien atendida, según ella. El problema es que alguien se dé cuenta quién —enfatizó— me está atendiendo.
—Dolly... Yo no te atiendo. Yo me muero de amor cada vez que te tengo desnuda en mis brazos, eso no es atender, es amar. No soy un gigoló.
—Gracias al cielo no sos un gigoló, sino ella te compraría cada noche para tenerte ahí a su merced, hacerte de todo, tocarte...
Dolores tamborileaba los dedos por el brazo y la espalda de Emiliano mientras conducía con la otra mano.
—Preciosa. —Tomó su mano juguetona y la besó—. Las dos manos en el volante, que todavía tengo mucho por vivir con vos. Y ahora te toca, ¿qué es eso de que Sandra te dijo vieja?
Dolores le contó todo lo que escuchó sin querer cuando estaba por volver al segundo piso, aunque a Emiliano nada le sorprendía a excepción de que Sandra llamó vieja a Dolores.
—Así que, según ella, yo no le doy bola porque me estoy haciendo el lindo a ver cuál me gusta más, y que jamás me fijaría en vos porque sos muy vieja para mí. ¿Treinta y cinco te dio? ¡Qué hija de puta! Y ni hablemos de los calificativos que te sumó. Cheta, perra empoderada, vieja... Es claro que no te quiere, pero no entiendo por qué.
—Envidia, química... A veces alguien te cae mal sin motivos, son cosas que pasan. O tal vez es tu culpa —deslizó luego de estacionar el auto en la esquina del restaurante—, quizás es cierto y huelo a sexo desde el miércoles. ¿Conclusión? Soy una perra empoderada, chetísima, que se encuentra con su macho menor que ella y se la cogen. ¿Cuál es el problema? —enfatizó.
Emiliano se quedó de piedra al escucharla hablar así, pero se venció a la sonrisa cuando la vio radiante, feliz, despreocupada por la situación de ambos dentro del colegio.
—¿Sabés qué? Repetí todo eso que dijiste. Quiero filmarte y mandarle el video a tu ex. Mojigata... —rezongó con una sonrisa irónica en sus labios—. Tenía una perra empoderada y la desaprovechó, mejor para mí.
Emiliano comenzó a besar a Dolores lento y pausado, hasta que ella mordió su labio inferior y perdió la cabeza. Se tiró con agilidad en el asiento trasero del auto, y ella lo siguió, gustosa. La oscuridad de la calle y el polarizado de los cristales les regalaron un buen momento de intimidad. Dolores cumplió dos fantasías en una, sexo oral y sexo en un automóvil, todo en diez minutos.
—Estoy a nada de dejar la salida para otro día, llevarte a tu departamento y hacerte el amor como te lo merecés —jadeó Emiliano sobre su boca cuando terminaron.
—Prefiero ir a comer y dejarte con las ganas, cuánto más me desees, mejor la voy a pasar en mi cama.
—Si serás hija de puta... —ronroneó sobre su boca y luego le devolvió la mordida en el labio inferior—. Y me encanta que seas así, me volvés loco. Vamos antes de que me arrepienta.
Se acomodaron la ropa, volvieron a los asientos delanteros, y salieron espléndidos, como si el asiento trasero del Clío no se hubiera incendiado. Caminaron hasta el restaurante de la mano, felices de poder mostrarse juntos sin miedo a que alguien del colegio los estuviera viendo. Estaban lo suficientemente lejos y lo suficientemente cerca del horario de salida, era imposible que alguien los viera.
Pidieron la mesa más recóndita del lugar, esa que nadie quería porque no tenía vistas a la calle y estaba muy cerca de la cocina. Cenaron en completa armonía, felices, y hasta pudieron debatir libremente el fragmento de Orgullo y Prejuicio. Dolores lo volvió a leer solo para Emiliano, y él pudo hablar sin tapujos de cómo se sentía respecto a sus posiciones.
Abandonaron el restaurante casi al cierre, dejando el orgullo y los prejuicios de propina sobre la mesa.
De regreso en el departamento, la noche terminó cuando el alba hizo su aparición. Se amaron de mil maneras distintas. Romántico, salvaje, una combinación de ambos, en la ducha, en la cocina... No hubo un rincón del departamento en donde no hayan dejado la huella de sus cuerpos.
Y así como se esfumó esa noche, también lo hicieron los días, las semanas, los meses...
Y también fueron dejando la huella de sus cuerpos dentro del colegio.
Emiliano era un estudiante intachable, el mejor promedio del tercero «A», de lo único que se hablaba de él entre los pasillos, tanto sea entre estudiantes como profesores, era de lo buen compañero y aplicado que era, respectivamente. Nadie sospechaba cuando tardaba unos minutos de más al regresar del recreo, porque venía de hacer suya a Dolores en los baños cerrados del primer piso, o en el depósito del gimnasio de la planta baja. El patio de juegos del jardín de infantes seguía siendo su rincón para besuquearse cuando no tenían mucho tiempo.
De todos modos, tampoco abusaron de los privilegios de conocer cada rincón del establecimiento escolar, había veces en las que ni siquiera se hablaban por chat durante la jornada escolar. Ninguno tentaba a la suerte, eran precavidos a la hora de darse un gusto rápido.
El año se esfumó en un santiamén, había llegado el último día de clases, y ya estaban planeando sus vacaciones bien lejos de todo y todos, en Valeria del Mar.
Pero el alivio de ver la luz al final del túnel del tercer año se esfumó para Emiliano, cuando abrió su cuaderno al final del último recreo y encontró una nota impresa.
Sé lo que ocultás. ¿Por qué mentís? Del año que viene no pasás, es una advertencia. Que disfrutes tus últimas vacaciones escolares.
Emiliano cerró el cuaderno con naturalidad, miró a su alrededor, pero solo estaba el grupo de molestos del fondo, cada quien en la suya.
Tomó el celular, y como pudo, le escribió a Dolores.
Confundida, Dolores hizo caso y fue al encuentro con Emiliano. Él solo le entregó la nota y se fue. Aún más confundida, fue hasta el baño, y ya en un cubículo abrió el papel, y el alma de le cayó al suelo.
Alguien los había descubierto.
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