Veintinueve

Penélope le contó a Emiliano sobre su corto paso por la televisión, y sus anécdotas en el set de filmación de la novela juvenil que se emitió en el prime time de la tarde. Y aunque la tira fue un éxito, su personaje pasó desapercibido entre la audiencia, por ese motivo al terminar de grabar el último capítulo no tuvo ningún trabajo de relevancia más allá de algún papel fugaz en otras tiras de la misma productora. Fuera de eso, también fue la cara de una marca de lencería juvenil, hasta que creció lo suficiente para dejar de ser la imagen de las campañas, que apuntaban a un target al cual ya no pertenecía.

Y como el sueño de triunfar en la gran pantalla era más de sus padres que propio, decidió retomar la escuela para poder estudiar una carrera que le diera un porvenir seguro, que no esté atado a su imagen corporal y al paso del tiempo.

Aunque, en el fondo, guardaba la esperanza de volverse una gran actriz.

La relación con Emiliano terminó de mutuo acuerdo, cuando Penélope firmó su primer contrato de actriz decidieron ponerle pausa a su noviazgo porque ya no tendrían ratos libres en común para verse. Entre el trabajo de Emiliano y las largas jornadas de filmación de Penélope, no había tiempo para seguir viéndose. Él jamás vio la tira en la que ella actuó, ella ya no deambulaba por el barrio, y la distancia terminó por separarlos.

Hasta esa noche en que se volvieron a cruzar.

La charla fluyó entre ellos como si no se vieran desde el día anterior, cuando en realidad habían pasado ocho años sin verse. Mientras Emiliano acompañaba a Penélope hasta su vieja aula, el tercero «A», le contaba lo poco interesante que había pasado en su vida. Hasta que ella hizo la pregunta que él menos esperaba.

—¿Y qué onda en lo sentimental? ¿Hay alguien especial en tu vida?

Emiliano se paralizó, y cayó en cuenta de que estaba justo frente a la sala de profesores. Echó una mirada rápida al interior, pero recordó que era miércoles, el día libre de Dolores en la vespertina. Suspiró con pesadez y asumió su realidad.

—Estoy solo, recién me separé.

—¿Divorcio? —indagó curiosa.

—No, no... Ni siquiera llegamos a casarnos, teníamos planes para fin de año, pero ya se acabó todo. Y dudo que volvamos, tengo entendido que se arregló con su ex.

—No me mates por lo que te voy a decir, pero... Me alegra que estés solo. Te confieso que nunca te olvidé del todo. Tuve mis romances, mis aventuras, me he comido algún que otro famoso... —Soltó una risita cómplice que no inmutó a Emiliano—. Aun así, siempre sentí un vacío, no sé qué tenías, pero vos fuiste el único que me hizo sentir especial. Y veo que los años te trataron muy bien...

Emiliano podía decir lo mismo de Penélope, pero se contuvo por respeto a su duelo. Ya se sentía sucio de estar coqueteando con otra mujer frente a la sala de profesores, y no quería arriesgarse a que aparezca Aurora en cualquier momento, malinterpretara las cosas y agravara la confusión.

Pero luego recordó que Dolores había metido a Mauro en su departamento a la tarde y se le pasó.

—¿Y una mujer como vos aceptaría salir con un pobre despechado como yo? Porque básicamente eso es lo que soy ahora, todavía no la olvido, para ser sincero.

—Emi, ya somos adultos. Y los adultos empiezan por... Ya sabés. —Penélope le guiñó un ojo—. La parte del cariño ya la tenemos ganada, solo es ponernos al día un poco más. Si te parece, nos vemos en la escalera cuando suene el timbre de salida.

—Dale, te espero.

Pero lo que no esperaba Emiliano era que Penélope dejara un corto y húmedo beso sobre sus labios. Y lo peor de todo, es que él correspondió ese beso por inercia. Y cuando se quedó solo en la puerta de su vieja aula y dio media vuelta para irse a la suya, Dolores lo observaba con los ojos cristalizados, paralizada a punto de entrar a la sala de profesores. Emiliano mantuvo su postura firme a pesar de la terrible sorpresa y enfiló hacia su aula, sin siquiera plantearse la posibilidad de darle una explicación.

El plan de tregua de Dolores se hizo trizas al volverlo a ver besando a otra mujer.

Inmediatamente, olvidó la excusa que la llevó hasta el colegio en su noche libre, y volvió a su casa a continuar lamentándose por haber sido tan impulsiva la noche en que Emiliano le juró que todo fue una confusión. Se lamentaba no haberle dado el beneficio de la duda, y ahora debía lidiar con las consecuencias de su terquedad.

Pero tampoco lo culpaba, su nueva alumna, porque el primer día de clases no la había visto, era una jovencita muy bella y refinada. De cabello platinado con las raíces esfumadas, un cuerpo que podría volver loco a cualquiera, y un pasado como actriz de una telenovela que rompió los ratings. Dolores sí había visto la tira en cuestión y la recordaba. Penélope Jara. Hasta recordaba haber visto su cara en algún afiche o marquesina en tiendas de lencería.

Por eso estaba devastada, frente a Sandra aun podía ganar la batalla, pero contra Penélope no tenía chances.

Lloró por primera vez por amor. Reconoció con todo el dolor del alma que sus lágrimas eran por Emiliano y no por ella. Y para una mayor dosis de masoquismo, lo hizo con su remera y aquel pantalón que usó la primera noche que pasaron juntos como pareja puestos como pijama, acostada en posición fetal sobre la alfombra nórdica en donde la hizo suya por primera vez.

Sintiéndose más vacía y sola que nunca, lloró hasta que en algún momento se quedó dormida sobre la alfombra. Abrió los ojos cuando un rayo de sol se clavó en su retina.

Entumecida, se puso de pie y se preparó el desayuno. Ya no podía seguir más así, no le daría el gusto de verla derrotada nuevamente, en esa oportunidad, por su culpa.

Y mientras Dolores intentaba por millonésima vez reconstruir su vida, Emiliano despertaba en una cama que no era suya, en un barrio que desconocía, y al lado de una mujer por la cual ya no sentía lo mismo que hace ocho años. Por un momento pensó que era Dolores quien dormía a su lado, pero el parque que veía por la ventana no tenía la feria. Fue ahí cuando comprendió que era parque Chacabuco, y se lamentó.

Emiliano solo quería amanecer admirando parque Rivadavia.

—Emito... Es muy temprano, bombón. —Penélope protestaba mientras lo atraía pasándole el brazo por la cintura.

—Me tengo que ir a trabajar.

Emiliano se levantó molesto, arrepentido, y sintiendo que finalmente había engañado a Dolores. Él no quería ser bombón, quería seguir siendo bonito. Parque Chacabuco no tenía ningún atractivo, como sí lo tenía parque Rivadavia. La magia de los puestos, ese olor a libro usado que en días húmedos ascendía hasta el piso de Dolores.

Dolores.

Hiciera lo que hiciera, nada podría sacarla de su mente. Era hora de rendirse y aceptar que la había perdido por una estupidez. Volvería a verla de lejos, aunque ya no sería fingido sino real. Iba a aceptar que, si su nueva felicidad era con su ex, ese sería el precio que tendría que pagar por haber sido un cobarde que no le aclaró el beso de Sandra en el momento, y se hubiera evitado el dolor de perderla.

Penélope no se tomó para nada bien que Emiliano haya cambiado de actitud después de pasar la noche juntos. Discutieron, él estaba sacado, no quería que ella lo toque cuando intentaba detenerlo para que al menos le diera una explicación de su cambio repentino de humor. Cada vez que Penélope lo tomaba del brazo para que siquiera la mirara, Emiliano se quitaba el agarre de encima con violencia, fuera de sí, a grito pelado de «no me toques».

La realidad es que también se había quedado dormido y ya iba tarde al trabajo, se había despertado a la misma hora de su ingreso. Algo que no le pasaba con Dolores, ya que ambos compartían los mismos horarios laborales. La mayoría de los días que amanecían juntos, era la alarma quien los despertaba, y el primero que le hacía caso al reloj se encargaba del desayuno.

Ese día, ni un desayuno tenía, ni tampoco ganas de compartir una mesa con su gran error.

Llegó poco más de una hora tarde, la primera vez desde que trabajaba en la tienda que fichaba cuando la persiana ya estaba levantada. Como encargado, tenía la responsabilidad de abrir, y es por eso que durante el viaje agradeció haberle dado una copia de respaldo a la vendedora más responsable que tenía en su equipo de ventas.

Cuando pudo relajarse, ya detrás de la línea de cajas, consultó su celular, que no había parado de vibrar durante el viaje. Penélope le había inundado el teléfono de mensajes que se degradaban desde el ruego de una explicación, pasando por los reproches, y terminando en insultos. Le clavó el visto y la bloqueó, mientras se agarraba la cabeza pensando cómo enfrentar su furia en la escuela esa noche. Así que hizo lo más sensato que pudo: faltar a clases mientras ponía en orden su cabeza.

Las cosas ya no serían igual, y se culpaba de ello.

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