Veintidós
—Buenas noches.
—Buenas noches —respondió el tercero «A» al unísono, cunado Dolores ingresó al curso.
—Sé que es viernes, que están cansados... Así que hoy vamos a enfocarnos en la literatura del siglo diecinueve. Hoy no van a tener que hacer más nada que escucharme leer algunos fragmentos de Orgullo y Prejuicio de Jane Austen, y juntos vamos a debatir la visión del mundo hace dos siglos.
Los alumnos asintieron con la cabeza como autómatas, principalmente los varones. No podían despegar la mirada de Dolores, enfundada en unos pantalones de cuerina, stilettos negros, y una camisa blanca que con suficiente atención se podía ver a través de ella. Llevaba en su nariz el piercing de argolla, y había recogido su cabello en una cola de caballo alta, dejando algunos mechones sueltos. Más de uno estaba fantaseando con la profesora, excepto uno.
Emiliano venia de hacerla suya, él ya tenía la fantasía cumplida.
—Guau... —Sandra se aproximó a Emiliano cuando Dolores todavía se estaba acomodando antes de empezar la clase—. Pantalón de cuero, piercing... Ésta sale de acá y se va a encontrar con el macho —comentó despectivamente en el oído de su compañero.
Emiliano solo la miró con desprecio y se reacomodó en su lugar, para darle a entender que no estaba de acuerdo con ese tipo de comentarios. Sandra se limitó a volver a su posición mientras trataba de entender qué había dicho de malo. Emiliano solía reírse en ocasiones cuando bromeaba sobre algún profesor, por eso no entendía por qué reaccionó así, aunque luego pensó que quizás se había pasado de la raya por el comentario sexista.
Dolores comenzó a leer fragmentos del libro, sentada sobre su pupitre en una pose descontracturada. A cada fragmento, iba parando para que los alumnos comenten las diferencias culturales entre la época en que Jane Austen escribió el libro y los tiempos modernos. Se armó un lindo debate entre las mujeres que resaltaban el protofeminismo de Elizabeth Bennet, comparando sus actitudes con el feminismo actual. Cada vez que leía una cita, posaba su mirada en un estudiante al azar, buscando integrarlo a la actividad. Pero hubo una cita en la que no podía mirar a otro que no sea Emiliano.
—Después de un silencio de varios minutos se acercó a ella y muy agitado declaró: «He luchado en vano. Ya no puedo más. Soy incapaz de contener mis sentimientos. Permítame que le diga que la admiro y la amo apasionadamente». — Dolores fijó su mirada en los ámbares de Emiliano, quien se mordió sutilmente el labio para evitar sonreír. Continuó leyendo—. El estupor de Elizabeth fue inexpresable. Enrojeció, se quedó mirándole fijamente, indecisa y muda. Él lo interpretó como un signo favorable y siguió manifestándole todo lo que sentía por ella desde hacía tiempo. Se explicaba bien, pero no sólo de su amor tenía que hablar, y no fue más elocuente en el tema de la ternura que en el del orgullo. La inferioridad de Elizabeth, la degradación que significaba para él, los obstáculos de familia que el buen juicio le había hecho anteponer siempre a la estimación. Hablaba de estas cosas con un ardor que reflejaba todo lo que le herían, pero todo ello no era lo más indicado para apoyar su demanda.
—Definitivamente, se la están cogiendo. —Sandra volvió a insistir en el oído de Emiliano—. Está radiante, nos lee una novela romántica del año del pedo... Hasta le dieron anillo, ese no lo tenía la clase pasada.
—¿Te querés callar? —musitó ofuscado, aprovechando que Dolores estaba debatiendo con sus compañeros y no ponía atención a la pequeña discusión de la primera fila—. ¿Dónde quedó tu feminismo? Mujeres criticando a otras mujeres, bastante hipócrita de tu parte.
Emiliano volvió a su posición, al igual que Sandra, quien había sentido el comentario final como una patada. Comprendió que se había excedido, y que lo mejor era callarse si no quería perder el poco avance que, según ella, tenía ganado en pos de conquistar a Emiliano.
Emiliano esperó a que su compañera terminara su opinión, y levantó la mano para participar. Tenía que hacerlo, ese fragmento era para él, eran ellos dos en la letra de Austen. Ese «te quiero, pero...», enumerando los mil prejuicios que Dolores tuvo al descubrirse al otro lado del pupitre, y el orgullo de Emiliano al sentirse indigno de estar con ella.
—A ver... Emiliano. —Dolores lo señaló con el dedo—. ¿Qué te dice este fragmento? ¿Notás algún comportamiento que perdure en los tiempos modernos?
—Bueno... La actitud de Darcy es bastante reprobable, pero lo entiendo. Todos alguna vez tuvimos algún prejuicio al conocer a alguien, que por lo general va de la mano con el orgullo de uno. Ese sentimiento de no sentirse digno, o que sientas que la otra persona no es digna de vos...
Por fuera, Dolores estaba indiferente, fría y formal. Pero Emiliano sabía que, por dentro, su corazón estaba haciendo una guerrilla. Lo intuyó porque mientras hablaba, ella jugaba con el anillo que él le había regalado, acariciando la cadena que los unía.
—Y al que nunca le pasó que tire la primera piedra —continuó—. Eso, al día de hoy, sigue vigente. Y antes de que me pregunten, en algún momento me pasó lo primero. Y es horrible ver a esa persona de lejos mientras ves las diferencias que los separan; y lo peor, ver que la otra persona también está sufriendo igual, con el mismo orgullo y prejuicio que vos.
Un suspiro generalizado de las mujeres se escuchó en el aula, Sandra aprovechó la posición junto a él, y acarició su espalda en círculos. Si había alguna atraída por Emiliano, con esa confesión ya había caído rendida a sus pies. Dolores se moría por responderle, por besarlo para seguir matando ese absurdo orgullo que aun veía latente en él, a pesar de que ya estaban completamente entregados el uno al otro. Pero respiró y siguió con la siguiente mano levantada. Era viernes, y ambos habían acordado pasar la noche juntos, ya tendrían tiempo de continuar el debate en la soledad de la habitación de Dolores.
Pero ni Dolores ni Emiliano esperaron a que la semana escolar termine.
Ambos sabían dónde verse, ese punto ciego en el inmenso colegio: el patio de juegos del jardín de infantes. Apenas sonó el timbre, Emiliano salió disparado, no le dio tiempo a Sandra a que lo siga. Dolores juntó sus cosas luego desear buen fin de semana, y con premura fue hasta su encuentro.
Emiliano estaba parado en las sombras, al fondo del patio de juegos. Sintió los tacones de Dolores, y esperó el momento en que ella fundió sus labios en los de él. Se besaron en silencio hasta que el timbre marcó el final del primer recreo.
—Fue hermoso lo que dijiste en la clase —susurró ella sobre sus labios—. Lo veo más tarde, señor Darcy.
—Ya estoy ansioso por verla, señorita Bennet.
Emiliano fue el primero en irse, Dolores estaba por seguirlo cuando escuchó un celular sonando en el hall principal del primer piso. El celular era el de Sandra, quien dejó de subir para atender.
—Amiga... ¿Qué querés que te cuente? No pasó nada. Cada vez está peor, no lo entiendo. Un día me acompaña a casa para que no me pase nada porque es peligroso a esa hora de la noche, y al otro me manda a la mierda porque hice una broma con la cheta de lengua... ¿Qué? No, no creo. Me dijo que anda con alguien, pero no le creo. Se está haciendo el difícil porque sabe que está bueno y puede tener a cualquiera, todas andan calientes con él... No, ami... No creo que le guste la cheta, es muy vieja para él... No se... ¿Treinta y cinco? Encima hoy vino en pose perra empoderada, y estaban todos re pajeros con la mina. Y él estaba tranquilo, no le dio ni bola. Pero después te cuento, tengo que volver a clases. Beso.
Sandra colgó la llamada y siguió subiendo. Dolores suspiró aliviada porque Emiliano fingía tan bien que Sandra, a pesar de todo lo que hacía para conquistarlo, nunca notó cómo se devoraban con la mirada en las clases. Comprendió que Aurora tenía razón cuando le advirtió que la chica estaba haciendo de todo para que Emiliano se fijara en ella, y escuchar accidentalmente esa conversación fue una afirmación de que él no le mintió cuando le dijo que no estaba interesado en su compañera.
Dolores salió de su escondite y volvió al segundo piso del establecimiento, a medida que se acercaba a la sala de profesores, no pudo evitar desviar su mirada al curso de Emiliano, aún con la puerta abierta. Sandra le hablaba frenéticamente, pero él estaba concentrado en su cuaderno, garabateando quien sabe qué cosa. La miró despectivamente, se levantó y salió disparado en dirección al baño. Pasó junto a Dolores, lo suficientemente rápido y lo suficientemente ágil para acariciar sus dedos en la pasada.
Sin embargo, Dolores notó que algo andaba mal.
Efectivamente, al ingresar a la sala de profesores, tomó su teléfono y Emiliano estaba escribiendo.
Emiliano se desconectó y Dolores salió disparada para el siguiente curso, que ya iba tarde. Sandra iba a ser un problema, solo esperaba que no pasara a la línea de la obsesión.
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