Veinticuatro
Siempre se aprecia mucho el poder de hacer cualquier cosa con rapidez, y no se presta atención a la imperfección con la que se hace.
Orgullo y Prejuicio – Jane Austen
Nuevo año, nuevas reglas, nuevo horario para jugar al alumno y la profesora.
Emiliano estaba a nueve meses de terminar la tortura del secundario acelerado, y no porque le costaran los estudios, todo lo contrario. Tenía una facilidad increíble para aprender, quizás porque nunca se despegó del todo de las asignaturas, al ayudar a su hermano menor en las tareas escolares. La tortura de Emiliano era seguir ocultando el amor que sentía por Dolores al resto del mundo, de no poder exhibir con orgullo a la mujer de la cual estaba enamorado hasta los huesos.
Aunque, en el fondo, le causaba un placer perverso saber que esa bella profesora con la que más de un alumno fantaseaba, en las noches bailaba desnuda para él entre las sábanas.
En el cuarto año, Dolores y Emiliano volvían a enfrentarse los lunes y los viernes, solo que en la última hora de la jornada. Terminaba la clase y no tendrían que aguardar por el fin de la noche escolar para estar un rato a solas, era cuestión de minutos para encontrarse en las inmediaciones del colegio y partir al departamento de Dolores.
Lo malo de ese último año, era que el aula del cuarto «A» estaba en la otra punta del piso. Ya no podrían regalarse miradas fugaces, o encontrarse casualmente al salir de sus salones. Era una sensación agridulce para ambos, si bien la ubicación alejada ayudaba a disimular, extrañarían esos pequeños momentos mágicos que los enamoraron perdidamente.
Lo que jamás pensaron ni planearon, fue que se encontrarían antes de la primera clase, sin que uno de ellos lo supiera.
Emiliano volvía del primer recreo, y al abrir el cuaderno para prepararse para su siguiente asignatura de la noche, otra nota impresa volvió a aparecer al levantar la tapa.
¿Vas a seguir fingiendo este año? Espero que no. Te veo en la calesita del jardín en el primer piso, en el segundo recreo. Vení solo.
Emiliano sintió un frío en todo el cuerpo. Guardó la nota en el bolsillo de su pantalón, y decidió no decirle nada a Dolores para no preocuparla, quería intentar arreglar ese problema sin involucrarla.
Cuando el timbre sonó, Emiliano salió disparado hacia el punto de encuentro, mientras se aliviaba de haber acordado previamente con Dolores no encontrarse en sus rincones secretos en el primer día. Se sentó en el piso de la calesita, de espaldas al hall del primer piso, hasta que su remitente apareció.
No podía ser ella.
—¿Sandra? ¿Vos me mandaste esas notas?
Sandra no respondió, tomó a Emiliano del brazo y lo atrajo contra sí, quedando arrinconada entre su cuerpo y la pared. Acto seguido, se colgó de su cuello y no solo lo besó, sino que se subió a horcajadas de él. Emiliano respondió el beso por inercia, no entendía nada, mucho menos la relación de las notas con esa actitud de la chica. Cuando Emiliano reaccionó, se aferró a su cintura para intentar deshacer el agarre de Sandra, procurando hacer el menor ruido posible en el área de juegos.
El problema era que Dolores, desde su posición en el hall del piso, vio algo completamente distinto.
Emiliano, el hombre por el que se jugaba su carrera cada día, el hombre que amaba y que le había pedido matrimonio, ese mismo que le derribó todos los prejuicios, se estaba besando apasionadamente con otra mujer. Una mujer con la que pensaba que no tenía competencia. Era mas joven, a sus ojos más bonita, y sobre todo, una mujer que podría exhibir de la mano donde quisiera, hasta podían besarse en pleno patio sin prejuicios.
No podía hacer una escena ahí mismo, si quería interrumpirlos podía usar su poder de autoridad como profesora, y regañarlos no solo por estar en el piso prohibido a los alumnos de la vespertina, sino también por montar una escena casi sexual dentro del colegio.
Pero eso perjudicaría también a Emiliano, y a pesar de que en ese momento lo odiaba con todas sus fuerzas por haberla engañado, no quería arruinar su último año escolar y su reputación de mejor alumno.
Se limpió las lágrimas y salió a la calle, de quedarse un momento más, hubiera presenciado la furia de Emiliano con Sandra, cuando por fin pudo desenredarla de su torso y de su boca.
—¡¿Estás loca?! ¡¿Qué mierda te pasa, Sandra?! —musitó fuera de sí.
—Emi... ¿Hasta cuándo vas a seguir fingiendo? Yo sé que te gusto, también sé que es mentira que tenés novia. Sino... ¿Por qué no tenés fotos con ella en Instagram o en Facebook? Todo lo que veo que subís son puras fotos en tu trabajo, paisajismo urbano...
—Sí tengo novia, hasta le pedí matrimonio y nos vamos a casar a fin de año, es solo que... Es complicado.
—Es mentira, Emi. Dejá de mentir —insistió—. Somos perfectos cuando estamos juntos, sino preguntale a cualquiera de los chicos. Hasta las idiotas del fondo se dieron por vencidas cuando se dieron cuenta que solo a mí me das bola.
—Sandra, ¿de dónde sacás todo eso? ¿En qué momento te insinué algo? Yo estoy de novio desde hace ocho meses con... —Se detuvo cuando se dio cuenta de que estuvo a nada de echar todo a perder—. No importa el nombre de mi novia, pero la amo, y nos vamos a casar.
—A ver si entendí. —Sandra gesticulaba con sus manos—. Te vas a casar con una mujer que con la que no tenés ni una foto en tus redes, de la que jamás le hablaste a nadie, nunca te vieron con ella por acá. ¿O será que no es novia, sino novio? —pensó en voz alta—. Es eso, ¿no? ¿Sos gay?
Emiliano no sabía si continuar enfadado o reírse en su cara. La situación era tan risible que se rindió a una carcajada que retumbó en el patio de juegos, ante la atónita mirada de Sandra.
—Ay no... No soy gay, ando muy lejos de eso —respondió todavía entre risas—. Mirá, voy a ser completamente sincero con vos porque, aunque a veces me saques de quicio y no te soporto cuando te ponés muy pesada, yo te quiero mucho. Y sí, sé que nos llevamos bien, que sos muy buena compañera, que sos bonita, pero... Yo no estoy enamorado de vos, y lo único que puedo ofrecerte es mi amistad.
Sandra enmudeció cuando entendió que Emiliano hablaba con sinceridad. Sus ojos se aguaron, y a pesar de la poca luz que se filtraba desde el hall principal, Emiliano lo notó, y no pudo más que consolarla con un abrazo.
—Sandri, no es para tanto. No soy el último hombre sobre la tierra.
—Es que estoy muy enamorada de vos —dijo entre lágrimas, hundida en su pecho.
—Esta actitud psicópata tampoco ayuda a que me fije en vos, ¿sabías? Mandar esas notas tenebrosas, citarme acá, a riesgo de que nos vea un celador o profesor y nos cague a pedos, y tirarte encima de mí...
Emiliano la consoló en silencio hasta que sonó el timbre del final del recreo, lo que también significaba volver a las clases con Dolores. De solo recordar que momentos atrás se había besado con Sandra, aunque ella fue la que hizo todo el trabajo, le carcomía el alma, lo sentía como una traición.
Pero lo mejor era callar, contarle ese incidente a Dolores solo lograría mellar su autoestima en cuanto a su relación.
—Entonces... —Sandra se desenredó de sus brazos—. ¿Cómo queda todo entre nosotros después de esto? Digo... Si querés que te deje en paz...
—No, Sandri. Solo quiero que entiendas que sí hay alguien especial en mi vida, pero no puedo decirte mucho porque ella... Se está divorciando, y es complicado —mintió—. Pero ya va a llegar el momento en que pueda inundar mis redes sociales con sus fotos, mostrarme con ella de la mano en cualquier lado... Solo tenemos que esperar. Si podés entender eso, todo sigue igual.
—Está bien, Emi. Te doy mi palabra de que te voy a dejar tranquilo, pero no me alejes, ¿sí? Las mujeres en el fondo siempre guardamos una pequeña esperanza.
Emiliano le revolvió el cabello castaño suelto como si fuera una niña pequeña. Aunque fuera un poco densa y por momentos llegara a ser sofocante, entendía que era una adolescente tardía con sus veinte años. Y no se lo dijo, pero sabía perfectamente que, de no haber conocido a Dolores, podía haberle correspondido porque era una jovencita muy linda. De piel muy blanca y ojos grises, estatura media, y unas curvas bastante peligrosas.
Ninguno de los dos lo sabía, pero todo el curso pensaba que eran la pareja perfecta, a cualquier alumno que le preguntaran eran los dos más lindos de la división.
Acordaron dejar el incidente atrás, y continuar como si ese momento nunca hubiera ocurrido. Volvieron al aula en completo silencio, por suerte, solo quedaba lengua y ya cada uno a su casa.
A excepción de Emiliano, quien todavía desconocía todo lo que le faltaba por vivir ese día.
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