Veinticinco
Dolores lloraba en el regazo de Aurora, encerradas en el depósito de gimnasia en la planta baja. Poco le importó sentaste en el piso frente a su mejor amiga para llorar y descargarse antes de tener que enfrentar a Emiliano y su nueva amiguita en plena clase.
—Hijita... Ya no llores más. —Aurora acariciaba su cabello con dulzura—. ¿Estás segura de que era Emiliano y no otro estudiante?
—Sí... Era él, la misma ropa que tenía hoy cuando nos vimos antes de venir, la misma altura, contextura física... Era él —sollozó—. Me pasó de nuevo, Aurorita. ¿Qué es lo que hago mal para que todos me engañen? Primero Mauro, ahora Emiliano... Y el que siga me va a hacer lo mismo.
—Chiquita... Quizás no es lo que pensás, viste mal, o hay una buena explicación.
—Aurora, ella estaba encima de él. —Levantó la cabeza para poner énfasis a sus palabras—. Él la tenía contra la pared, ella con las piernas enredadas a su cintura, y encima tuvo el descaro de hacerlo en el mismo rincón en el que mil veces me juró amor.
—Lolita... No ganás nada llorando acá. Tenés que hablar con él, y si te engañó, al menos te debe una explicación. Yo veo cómo te mira ese muchachito, no puedo creerlo capaz de engañarte, y menos con ella, aquí en el colegio.
—Vos misma me dijiste que me apure antes de que me lo roben. Y ya ves, me lo robaron. La carne es débil, Sandra es más joven y bonita que yo...
—Joven sí, bonita no. —La corrigió—. No tienen comparación, vos sos toda una mujer, elegante, fina... Y Sandra todavía es una chiquita que recién sale al mundo. Los hombres de la edad de Emiliano siempre van a preferir la experiencia. Hablá con él a la salida, si era él te debe una buena explicación. Ahora te quiero espléndida y radiante, no vaya a ser cosa que por esta tontería salga todo a la luz.
—Tenés razón —razonó poniéndose de pie, acomodando su vestido y sacudiendo sus rodillas—. Si voy a perder algo, que sea una sola cosa. No pienso sacrificar mi profesión por un hombre que me mintió de esta manera tan sucia. No le voy a dar el lujo de verme abatida.
Aurora también se puso de pie, secó cada lágrima de Dolores, y limpio algún resto de maquillaje que se corrió por el llanto. Respiró profundo, se serenó, y juntas volvieron a la sala de profesores segundos antes de que tocara el timbre.
Era hora de darle el gusto a Sandra de conocer a la perra empoderada.
—Buenas noches.
—Buenas noches —respondió el cuarto «A» al unísono.
Hizo un paneo rápido por el aula, y notó la primera diferencia. Emiliano ya no se sentaba en la primera fila frente a su pupitre, su nuevo lugar era contra la pared, en la segunda fila, y Sandra sentada tras él, susurrándole algo que le provocó una risita.
Con disimulo, se quitó el anillo que Emiliano le regaló la primera noche que pasaron juntos, y lo guardó en el bolsillo delantero de su campera de jean.
No quería explicaciones, para Dolores todo estaba a la vista.
Se armó de valor y comenzó a impartir la primera clase, invitó a sus nuevos alumnos a presentarse y habló de cómo sería su materia en el último año. Y cuando faltaba media hora para la salida, ya con la clase casi terminada, decidió que no podía seguir haciendo el papel de estúpida frente a Emiliano, a quien notaba mucho más indiferente que de costumbre, en su percepción torcida de los hechos.
—Por ser el primer día, vamos a cerrar la clase acá. Nos vemos el viernes, pueden retirarse.
Dolores tomó sus cosas, y salió casi corriendo del establecimiento, las lágrimas se le salían involuntariamente, y no quería que nadie la viera en ese estado. Abrió su auto como si se lo estuviera robando, apresurada, forcejeando la cerradura, hasta provocó algunos rayones en la pintura porque le temblaban las manos y no podía colocar la llave en la cerradura. Tiró todas sus cosas en el asiento del acompañante, y volvió a llorar con congoja mientras manejaba por Rivadavia.
Y mientras ella subía a su departamento para pasar toda la noche expulsando a Emiliano de su corazón a fuerza de lágrimas, él buscaba el Clío en la esquina de siempre, impaciente, presintiendo que algo no iba bien. Esperó a razón de algunos minutos, y cuando finamente aceptó que había sucedido algo, tomó su teléfono y le escribió a Dolores.
Pero nunca recibió respuesta.
Corrió hasta el subte antes de que el servicio termine, y se dirigió hasta el departamento de Dolores. Tocó el timbre de su departamento, sin éxito. En ese momento, se le vino a la cabeza el incidente con Sandra, y todo encajó en un perfecto rompecabezas.
Comenzó a aporrear el timbre mientras revisaba si ella había visto su mensaje. pero las tildes azules brillaban por su ausencia. Insistió con el timbre, desesperado, con la respiración agitada, impotente porque no respondía ni el llamado en su departamento ni el mensaje en el celular.
Apoyó la espalda contra el frío mármol de la fachada del edificio, y se dejó caer al suelo mientras derramaba sus primeras lágrimas por amor, decidió que si tenía que pasar la noche ahí sentado con tal de verla y explicar su versión de los hechos a la mañana siguiente, cuando Dolores tuviera que salir a dictar clases en la matutina, lo haría.
Pero la suerte estuvo de su lado, una señora mayor abría la puerta, y él encontró la oportunidad.
—¡Señora! Permítame pasar, soy el novio de Dolores, la chica del décimo. No me contesta y temo que le haya pasado algo, ¿me deja pasar?
—Claro, sí, sí... —respondió la ancianita algo aturdida—. Como no te voy a dejar pasar, después paso a verla.
—Gracias.
Emiliano besó la cabeza de la señora, y se internó en el ascensor hasta el último piso. Era el turno de aporrear el timbre del departamento, y si tampoco le abría, estaba dispuesto a tirar la puerta abajo.
Pero bastó un solo timbre para que Dolores abra la puerta, con la cara bañada en lágrimas.
—Preciosa... —Emiliano se internó dentro del departamento con agilidad, antes de que le cerrara la puerta en la cara sin chance de poder darle su versión de los hechos—. Imagino lo que estás pensando y...
—¿Y todavía te da la cara para venir a buscarme? ¿Qué pasó? ¿Ya terminaste de besuquearte con Sandra de camino a su casa? ¿Se cansaron de reírse en mi cara como lo hicieron durante toda la clase?
—Dolly, no es lo que estás pensando. Nunca nos reímos de vos, le estábamos sacando el cuero al nuevo. Y sí, admito que me besé con Sandra en nuestro rincón, y...
—Ya está... —lloró—. No necesito escuchar más nada, acabás de admitirlo.
—¡Ella me besó! Yo no fui, Dolly. Ella fue la que me dejó la nota el año pasado, y hoy me dejó otra.
Emiliano recordó que todavía tenía la nota en el bolsillo, y se la extendió. Dolores lo observó con desconfianza, y finalmente tomó el papel. Lo leyó en silencio, mientras él la miraba expectante.
—Esto no cambia el hecho de que los encontré a dos segundos de tener sexo en el mismo patio en donde te cansaste de jurarme amor.
—Preciosa... —Emiliano se acercó con premura, intentó tomar el rostro de Dolores, pero ella le dio vuelta la cara. Insistió, hasta que por fin lo logró—. Soy capaz de ir mañana mismo a hablar con tu tío y confesarle toda la verdad. Si es necesario, me voy del colegio, puedo terminar mis estudios en otro lado el año que viene.
—No, Emiliano. De ninguna manera. Eso significaría el fin de mi carrera como profesora, y no solucionaría las cosas entre nosotros. Te llenaste la boca hablando mal de Mauro, diciendo cómo pudo ser capaz de engañarme así, y vos hiciste lo mismo que él. Pero ya no más, ¿sabés? —sollozó—. No me van a ver la cara de estúpida de nuevo.
—Está bien. Me voy a ir, pero solo si me mirás a los ojos y me decís que no me amás. Hacelo, y nunca más me volvés a ver. Mañana dejo la escuela y cada uno sigue por su lado, voy a aceptar la derrota como un caballero que se equivocó, y me retiro de tu vida para siempre.
Dolores clavó sus ojos en los de Emiliano con actitud desafiante, y aunque intentó escupirle en la cara que no lo amaba, no encontró ni la fortaleza ni las palabras adecuadas para decírselo.
—Lo sabía.
Emiliano tomó su rostro y la besó con urgencia. Y cuando Dolores se colgó de su cuello, él la subió a horcajadas y la empotró contra la pared. Le llevó un segundo acoplarse a ella, fue un momento salvaje que duró algunos minutos, y cuando todo terminó, cuando todavía les faltaba el aliento, Dolores le dio vuelta la cara de un cachetazo y se desenredó de él.
—Encima te aprovechás de mi debilidad, ¿tanta cara de estúpida tengo? Andá a revolcarte con tu nueva amiguita. No quiero verte más, Emiliano.
—Esto no va a quedar así, no pienso renunciar a todo lo que construimos con tanto esfuerzo. Resiliencia, ¿te acordás? —Emiliano se bajó el brazalete y le mostró el tatuaje—. Esto lo vamos a superar, juntos o separados, pero lo vamos a superar.
Emiliano salió del departamento, y Dolores lo siguió, alguien debía abrirle la puerta del edificio. Él bajaba enérgico por las escaleras, ella en cambio esperó un ascensor. Le abrió la puerta, y antes de salir de su vida, Emiliano le dedicó una última mirada y le robó un corto beso.
Como siempre, se alejó sin mirar atrás mientras Dolores lloraba sin tapujos en plena vereda.
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