Tres
Había sido un día muy largo, pero por fin llegaba a la escuela manejando su nuevo auto. Aunque pudiera ir a pie mientras duraba la claridad antes del invierno, o en subte cuando las calles se convertían en una boca de lobo, decidió usar su nuevo vehículo. Lo sentía como una forma de empoderamiento.
Mauro, obviamente no se quedó de brazos cruzados, y mientras esperaban su turno en el registro automotor, intentó persuadir a Dolores de su decisión de quedarse con el Renault Clio que juntos habían elegido para su futura vida de casados. Si bien era algo que pensaban adquirir después de las nupcias, la compra se adelantó cuando consiguió su primer trabajo como visitador médico.
A Mauro, la carrera de farmacéutico le estaba llevando más de la cuenta, y es por ese motivo que decidió hacer el curso de visitador médico los sábados a la mañana. En el fondo, era un poco de envidia sana que su novia haya terminado la carrera de Letras en tiempo y forma. Él también quería ejercer sus estudios como ella, y por eso se decantó por el curso en paralelo los sábados a la mañana.
Y en parte, ese fue el principio del fin.
Entre tanta gente nueva que conoció, fue donde se cruzó con Denise. No le costó nada perder la cabeza ante los descarados coquetos de la mujer, descarados porque ella sabía del compromiso del hombre. Aun así, no le importó. Ella quería sexo sin compromisos, al fin y al cabo, era lo único que Mauro podía ofrecerle.
La cuestión fue que los encuentros, que primero fueron cuidados, terminaron por salirse de control rápidamente. De verse una hora los sábados al finalizar el curso, comenzaron a frecuentarse en la semana, en el gimnasio. Comenzaron los chats a cualquier hora, las fotos provocativas antes de cada encuentro... Y Mauro nunca le puso un límite a la mujer, todo lo contrario.
Dolores descubrió el engaño una mañana que el celular de su prometido no dejaba de sonar con notificaciones de mensajes entrantes. Si bien respetaban los espacios personales del otro, se preocupó y pensó que era una emergencia. Su suegra, la madre de Mauro, había tenido un episodio de mala salud, y pensó que quizás había vuelto a recaer. Cuando tomó el teléfono de la mesa del living para corroborar que todo estuviera bien, se encontró con lo peor.
Nada estaba bien.
Esperó a que el hombre saliera de la ducha. Discutieron. En ningún momento intentó justificarse, todo lo contrario. Casi que le echó la culpa a Dolores del engaño cometido, descargó todas sus frustraciones en ella, que lo único que hizo fue amarlo desde el día en que lo conoció en la universidad.
Pero Mauro ya formaba parte de su pasado. Prefirió dedicarse de lleno a comenzar una nueva vida en lugar de llorar por un hombre que no merecía sus lágrimas. Lloró ese viernes que terminaron y el fin de semana, sí. Pero el lunes ya estaba completamente recuperada. Algo vacía y perdida, pero con ganas de seguir adelante y no apresurarse a conseguirle un nuevo dueño a su corazón.
Llegó a la escuela con tiempo de sobra, hacía meses que no manejaba y fue con cautela. Pero la mala suerte seguía de su lado, apenas se estacionó en la mano de enfrente al edificio, sintió una pequeña explosión en un neumático. Al bajar, confirmó que había mordido un grueso pedazo de metal, y la llanta casi tocaba el asfalto.
Bufó frustrada, y se dispuso a cambiar la rueda mientras fuera de día. Si bien la escuela estaba en una avenida, cambiarla de noche era regalarse a que la asaltaran. Se quitó el saco oversize, y agradeció llevar una holgada remera negra, mientas a su vez maldecía lo incómodo que era estar de cuclillas en jeans chupines y tacones aguja.
—¿Esta vez sí vas a aceptar mi ayuda?
Sin soltar la llave cruz, se detuvo un segundo a analizar esa voz que le hablaba a sus espaldas. Giró la cabeza y comenzó con el escáner.
Unos finos zapatos de cuero negro acordonados, jean negro igual de ajustado que el que vestía ella, camisa azul, y un morral de cuero marrón colgaba a su costado izquierdo. Al llegar al rostro que le hablaba, se perdió en esos ojos ámbar que había ido a buscar el sábado.
—¿Emiliano? —preguntó, más para sí misma, mientras se reincorporaba con destreza.
—Me dijiste que tu nombre lo ibas a guardar para la próxima vez que nos viéramos. Creo yo, que ese momento es ahora. ¿Te ayudo...? —Dejó la pregunta incompleta para que ella se presentara.
Dolores solo se limitó a asentir con la cabeza, era incapaz de pronunciar palabra. Cuando Emiliano dio un paso adelante, ella se corrió para dejarlo terminar el trabajo. Mientras el joven cambiaba el neumático, ella no pudo más que observar cada detalle de ese desconocido que le había quitado el sueño la noche del viernes. Sus movimientos gráciles, cómo se marcaban sus omóplatos a través de la camisa, trato de descifrar el dibujo del tatuaje que se asomaba por la camisa arremangada arriba del codo. Volvió en sí cuando Emiliano se puso de pie frente a ella, con el neumático pinchado en su mano, se abrió paso para dejar que lo guardara en el baúl, junto con la llave cruz.
—Listo —sentenció mientras se sacudía las manos.
—Te ensuciarse todo, dejame ver si hay algo en la guantera para que te limpies.
Dolores se introdujo en el auto, más por nervios que por solidaridad hacia el joven que la había ayudado. Revolvió la guantera buscando un trapo o pañuelos descartables, maldiciendo internamente por no haber chequeado en qué estado recibió el auto. Encontró un paño de fibra al fondo, por suerte estaba limpio. Lo tomó y salió del vehículo.
—Gracias. De todos modos, sigo esperando a que me digas tu nombre —insistió.
—¿Tiene caso que lo sepas? —deslizó, sin atreverse a mirarlo.
—Me gustaría saberlo. ¿Hay algo de malo en eso?
Dolores sonrío. Y sí, para ella había algo de malo. Le parecía demasiado apresurado ponerse a coquetear con un hombre en ese momento. Todavía tenía que reacomodar su vida, e inspeccionar las causas que hicieron fracasar su relación, la única que había tenido en su vida. No sabía estar con otro hombre que no sea Mauro, y eso lo maldecía. Todavía no había arrancado la relación de sus recuerdos recientes, y no quería estropear una nueva con comparaciones inevitables. Emiliano apareció demasiado rápido en su vida, todavía no estaba lista para dejarse llevar.
—Te prometo, te juro que si nos volvemos a encontrar una vez más, te lo digo —propuso con una pícara sonrisa—. Te doy mi palabra.
—Te estás haciendo desear, eso me gusta.
Emiliano le extendió el paño, ya sucio, y cuando Dolores lo tomó, él se aferró a su mano y la estrechó, con paño y todo.
—Nos vamos a volver a ver —remató—, de eso estoy seguro.
Soltó su mano, le guiño un ojo, y se alejó en la misma dirección que ella debía tomar. Jamás volteó a verla de nuevo, petrificada en su lugar. Cuando reaccionó, se metió en el auto y soltó un profundo suspiro mientras apoyaba la cabeza en el asiento. Permaneció un buen rato con los ojos cerrados, tratando de controlar el pulso acelerado.
No vio cuando Emiliano se introdujo en la escuela en la que ella impartía clases.
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