Treinta y siete
Emiliano y Dolores estaban uno junto al otro, de pie frente al rector del colegio luego de que éste les mostrara el video que había filmado Penélope. Mientras ella no podía levantar la cabeza de la vergüenza, él se mostraba seguro y relajado. A su lado, Penélope seguía sentada frente al escritorio del rector, con una sonrisa de satisfacción en sus labios, mientras se mordía la punta de la lengua de manera burlona.
—Dolores, te voy a hablar como el rector de esta institución, no como tu tío. Necesito que me expliques qué es esto que trajo hasta mí la alumna Jara.
—¿Encima es tu tío? Si serás descarada... —acotó Penélope con malicia.
—¡Cállese! —exigió Ernesto, autoritario.
—Si me permite responder a mí —intervino Emiliano—, es un beso que le di a mi esposa antes de venir para acá. —La cara de Ernesto y Penélope se transformó al escuchar la palabra «esposa»—. Así es, Dolores es mi esposa desde hace tres meses.
Emiliano se quitó el anillo de coco, tomó la mano de Dolores, y colocó el anillo unido con la cadena en el dedo medio, quedando a la vista las dos alianzas doradas. Finalmente, alzó su mano y la de ella, con toda la naturalidad del mundo. La mandíbula de Penélope cayó al piso, junto con la de Ernesto.
—Dolores... ¿Es cierto lo que dice el alumno Herrera? Hija... Esto es muy grave. —Cambió el tono por uno más paternal, intentando que su sobrina respondiera algo de todo lo que le estaba preguntando.
Y dio en el clavo.
—¿Grave? ¿Te parece grave que me haya enamorado de un hombre que después resultó ser mi alumno? ¿En algún momento incumplimos alguna regla? ¿Alguien se enteró? ¡Nadie! Solo nos relajamos recién, de no haber sido por la imprudencia que cometimos de no despedirnos adentro del auto, jamás se hubieran enterado.
—Hablando de eso, yo tengo una prueba de lo que dice Dolly. —Emiliano buscó el video de la cámara de seguridad en su celular, y se lo enseñó a Ernesto, haciendo hincapié en la fecha de la grabación—. Y esta es del día de nuestro casamiento.
Emiliano deslizó con el dedo, y le mostró una selfie de ellos dos en la puerta del registro civil, sosteniendo la libreta roja entre los dos. Era la única foto que conservaba en la memoria de su celular por seguridad, en donde no se veía ninguno de los cómplices de su amor prohibido. Ernesto se dio el lujo de sonreír amargamente por un segundo, era la única hija de su difunta hermana, y le hubiera gustado compartir ese momento con ellos.
—¿Y por qué no me lo dijeron el primer día de clases? Podríamos haber encontrado una solución, no sé... Buscar otro profesor de lengua, o...
—Ernesto... ¿Qué cambia que ahora lo sepa? —inquirió Emiliano—. Yo ya termino la secundaria, las notas son de mi esfuerzo, y estoy dispuesto a dar el último examen de lengua acá mismo, en su despacho. Un examen preparado por usted, si así lo desea. Le repito, nadie sabe lo nuestro, este asunto puede morir acá mismo.
—Yo sí lo sé... —intervino Penélope—. Y los dos me deben la humillación que me hicieron pasar a mitad de año. No pudo creer que me rechazaste por ésta —acotó con un gesto despectivo de su mano.
—¡Te humillaste vos sola! —vociferó Emiliano—. ¡Y a mi mujer no le vas a hablar así porque te destruyo la poca visibilidad que te queda en los medios!
Emiliano volvió a sacar su celular, y le mostró el chat que aún conservaba con ella.
—¿Ves esto? —continuó—. Me toma dos segundos sacar una captura y desparramarla por internet. Si lo que pasó en tu aula te pareció humillante, quiero ver cuando seas trending topic en Twitter. Así que borrá ese video, y rajá de acá antes de que te destruya la carrerita de actriz por completo. Y ni se te ocurra decirle a nadie. ¡¿Entendiste?!
Penélope observó a Ernesto con los ojos llorosos, buscando un aliado para retrucar, pero el hombre era una estatua inexpresiva. Emiliano la miraba desafiante, estaba esperando que borrara el video.
—Ernesto... —lloriqueó Penélope.
—Herrera tiene razón, ya están casados y las clases ya terminan. Él pronto se va a graduar, y ya es libre de estar con quien quiera y que pertenezca a esta institución. Ahorrémonos un disgusto y un escándalo, como autoridad del colegio le pido por favor que borre ese video y no comente este asunto con nadie.
Ernesto se paró tras ella, y verificó que borrara el video.
—Que lo borre también de la nube —advirtió Dolores sin levantar la cabeza.
Penélope hizo caso a regañadientes, cuando terminó, dio vuelta su celular y les mostró que el video ya no existía ni en la papelera.
—¿Contentos todos? —vociferó.
—Le agradezco, Jara. Puede retirarse, necesito hablar a solas con ellos. Y no comente esto con nadie, admita la derrota como una dama, nada va a ganar siendo rencorosa. Tómelo como un consejo de vida.
Penélope se levantó y se fue, limpiando algunas lágrimas que se le escaparon involuntariamente. Cuando quedaron los tres solos en el despacho, Ernesto se relajó, soltando el aire y desplomándose sobre su escritorio.
—Ahora sí, estamos solos. ¡¿Por qué mierda no me lo dijeron?! ¡Lo hubiera entendido, chicos! —Ernesto hizo una pausa para serenarse—. Sean sinceros... ¿Alguien más sabía de esto?
Emiliano y Dolores intercambiaron miradas, no sabían si decirlo o callarlo.
—¿Cambiaría algo que te enteres que alguien más lo sabía? —deslizó Dolores, con prudencia.
—Ahora te estoy hablando como tu tío y padrino.
—Aurora —confesó Emiliano finalmente—. Pero no le vaya a decir nada, por favor.
—Esa vieja zorra... —rezongó Ernesto entre risas—. Debí imaginarlo. ¿Alguien más de acá?
—Sandra Vargas, mi mejor amiga. Y tampoco dijo nada, a pesar de que estaba enamorada de mí. ¿Lo ve? Si no fuera porque recién nos descuidamos, se hubiera enterado en un par de semanas, cuando pensábamos dejar de ocultarnos.
—Creo que ya es hora de que empieces a tutearme... Soy tu tío político, ¿no?
Recién en ese momento, Dolores se atrevió a levantar la cabeza, y comenzó a llorar con congoja, en una mezcla de felicidad y angustia acumulada por el mal momento vivido. Ernesto se levantó y reconfortó a su sobrina, la atrajo contra sí y acarició su cabello, mientras ella se abrazaba a su cintura.
—Hija... Ya está, el año ya termina. Solo les voy a pedir que mantengan esta relación como veían haciendo hasta ahora. Hijo —se dirigió a Emiliano—, yo no te voy a tomar examen ni nada de eso, hacerlo sería despertar sospechas. Confío en la transparencia de mi sobrina para calificarte, aunque no veo necesario que te beneficie, tus notas son excelentes, de hecho... Vas a ser el abanderado en el acto de fin de curso, tenés la responsabilidad de hacer el traspaso de la bandera a los de tercero.
—No me lo esperaba... —Emiliano no podía ocultar su sonrisa—. ¿Y aun después de que le mentí sigue creyendo que me la merezco?
—Nadie va a saber esto, y como dije, tus calificaciones siempre fueron excelentes. Ya estaba decidido desde antes, solo... Fingí sorpresa cuando te lo anuncien oficialmente, aunque veo que sos un maestro de la mentira. Sin ofender, eh. Sobrino. —Emiliano se levantó de su lugar, y abrazó a Ernesto—. Bienvenido a la familia, hijo. Aunque solo sea yo, el tío solterón.
—No se... —Emiliano se detuvo cuando Ernesto estaba por regañarlo—. No te preocupes, los Herrera también somos pocos, creo que vamos a ser una pequeña familia después de todo.
—Entonces... ¿Todo sigue igual? —se atrevió a preguntar Dolores—. Digo... Igual a como veníamos hasta ahora.
—Igual no... Ahora lo sé, y me deben una cena.
Los tres se abrazaron antes de continuar con sus actividades, Dolores ya iba tarde a su clase, Emiliano igual, y Ernesto tenía mucho papeleo esperándolo. Salieron como siempre, a destiempo, primero uno y luego el otro. Aunque el año académico aún no terminara, ellos ya se sentían en la meta.
El problema era que todavía les esperaba un dolor de cabeza más.
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