Treinta y seis

—Espero que este tiempo que me ausenté me hayas hecho espacio en el ropero, porque ya empecé a mudarme, futura señora Herrera.

Emiliano le mostró la mochila tras su espalda cuando Dolores bajó a abrirle, con una sonrisa ladeada en sus labios.

—Eso quiere decir que tu hermano...

—Mejor ni me preguntes todo lo que dijo mi hermano cuando se enteró de que vos eras mi novia secreta.

—Bonito, no me asustes... —Dolores se cubrió la boca con una mano.

—¡No, preciosa! Todo lo contrario, venía riéndome solo en el subte de todo lo que me dijo, y la gente me miraba raro. Así que no perdamos más tiempo, hay que empezar a preparar todo ya, no quiero esperar un minuto más.

Dolores se colgó de su cuello mientras lloraba de felicidad, Emiliano la recibió gustoso cuando ella se subió a horcajadas mientras lo besaba. Como pudo, entró con ella y la mochila a cuestas, y cerró la puerta del edificio antes de que alguien los descubriera en plena calle.

Lo primero que hicieron fue buscar en línea la fecha más cercana para el matrimonio, y tuvieron suerte de encontrar una disponible en la primera semana de agosto. Tenían el tiempo suficiente para acomodar su vida juntos, mudanza, papeleos, alguna que otra compra...

Decidieron invitar solamente a ese círculo íntimo que fue testigo de su amor: la familia de Emiliano con Hermenegildo, quien fue como un padre para él, Aurora, Sandra, y Mauro con su nueva novia, una oncóloga que conoció en su trabajo como visitador médico. No planearon fiesta, sino una reunión muy pequeña en el departamento, ya después de que Emiliano se graduara habría tiempo de festejar, y por qué no, una gran boda por la iglesia.

Al día siguiente, Emiliano llevó a Dolores a su casa por primera vez. Si bien ella se sentía incómoda por su pequeño cuñado, Javier se mostró muy maduro y cálido con ella, quien pensaba si ese chiquillo revoltoso que no paraba de hacer bullicio por lo bajo en sus clases, era el mismo que estaba sentado frente a ella en la mesa. Fernanda, por su parte, rebosaba de felicidad al ver la bonita pareja que hacía con su hijo. Veía con sus propios ojos todo aquello que Emiliano le contaba con tanto amor y devoción cuando le hablaba de Dolores.

El tiempo se escurrió como arena entre los dedos, las tardes las ocupaban acomodando la vida que iban a compartir en el departamento de Dolores, y en las noches seguían fingiendo en el colegio. Para la semana de la boda civil, Emiliano ya estaba completamente instalado en el departamento de Dolores, ya hasta tenía el domicilio legal allí.

Se casaron un seis de agosto, Aurora y Sandra fueron sus testigos en el civil, en una sala tan vacía que hasta el juez se sorprendió de lo íntimo del asunto. Dolores eligió un look fresco para ese día tan especial, se colocó una falda blanca de tiro alto, tan suelta que parecía de un vestido de novia. Arriba, un top blanco de encaje de cuello cerrado y sin mangas, y su campera de jean celeste para cortar la formalidad y resguardarse de los últimos fríos de agosto, dado que no se veían sus Converse blancas debajo de la falda.

Emiliano no se quedó atrás. Si bien usaba un traje azul perfectamente ajustado a su cuerpo, también lucía zapatillas blancas en los pies, y decoraba la camisa blanca con un moño del mismo color que el traje. Más de una mujer que esa mañana se encontraba haciendo trámites en el registro civil no podía quitarle la mirada de encima, y es que, con su porte y altura, parecía un modelo europeo suelto en las calles de Buenos Aires.

Menos de media hora bastó para que se convirtieran en marido y mujer, conscientes de que no tendrían luna de miel hasta el verano, porque hubiera sido demasiado sospechoso que ambos faltaran una semana entera a clases. De hecho, habían planeado faltar ese día solamente, pero luego les pareció divertido y hasta perverso asistir al colegio ese mismo viernes de la boda, y jugar a la profesora y el alumno.

Era el último esfuerzo, tres meses más y ya no deberían ocultarse.

Ya no era raro ver a Emiliano sonriente en el colegio, desde que volvieron en julio, de a poco fue recuperando su ánimo normal. La que andaba a cara de perro desde aquel incidente era Penélope, quien también odiaba a Dolores porque la culpaba de la amonestación que se llevó aquel día. Es que cuando el rector la llamó para advertirla, la mujer se enfureció, y al grito de «Usted no sabe quién soy yo», se rehusó a dar su punto de vista en la discusión para no seguir quedando en ridículo, y Ernesto la amonestó sin miramientos.

Y no la echó para que no hiciera un escándalo en algún medio amarillista que le regalara cinco minutos de fama.

Las clases de esa noche, Dolores las impartió acariciando la alianza de matrimonio, oculta bajo el primer anillo que le regaló Emiliano, el doble encadenado. Por su parte, él hizo lo mismo, ocultándolo con un grueso anillo de coco negro.

Y nadie podía sacarle la sonrisa interior de saber que esa que estaba dando clases era su esposa.

Los meses volaron como siempre. Agosto, septiembre, y octubre. Emiliano había vuelto a repuntar sus notas bajas del primer trimestre, si bien tenía facilidad para el aprendizaje, y en la mayoría de las materias tenía la mínima para aprobar, un seis, en lengua tenía un uno por aquel examen en blanco que entregó. No le costó nada sacar diez en todas las asignaturas, y volver a la carrera de recibirse sin adeudar materias. Incluso, fue abanderado en el acto del doce de octubre por unanimidad entre todos los profesores, como premio al esfuerzo de haber repuntado todas las materias con la calificación más alta.

El sector de juegos del jardín de infantes quedó mucho más vacío después de la boda, dado que ya no tenían la necesidad de escurrirse allí, urgidos de verse un segundo más a escondidas. Ya compartían su vida, no había necesidad de exponerse innecesariamente a que alguien los encontrara in fraganti.

Aunque a veces se robaban un corto beso en ese piso, solo para recordar los viejos tiempos.

Dolores y Sandra habían comenzado una pequeña amistad, también a escondidas, a pesar de que se llevaban severos años de diferencia, exactamente diez. Y si la vida da vueltas, el día de la boda supo entenderse muy bien con Javier, y más siendo que el muchachito era una réplica en miniatura de su hermano. ¿El problema? Javier tenía dieciséis, casi diecisiete, y ella ya estaba por cumplir sus veintidós. Decidió esperar un poco para avanzar al plano romántico, todavía estaban en un rango de edad en donde la diferencia, si bien no era mucha y era exactamente la misma que Dolores tenía con Emiliano, en esa etapa de sus vidas era muy notoria y hasta escandalosa.

Aurora había decidido finalmente jubilarse, los años le pesaban, y en cuanto terminara con las mesas de diciembre y febrero, planeaba retirarse para pasar tiempo junto a su marido. Y es que, aunque no lo dijera abiertamente, sentía que ya podía dejar sola a Dolores en la gran escuela. Ya tendría cuatro años de experiencia como profesora, y un marido esperándola en su casa para ser su confidente cada vez que necesitara una opinión, o simplemente contarle las cosas de su día a día.

Todo parecía marchar sobre ruedas, cada vez veían el fin del año académico más cerca, junto con la posibilidad de ser un matrimonio normal. Todavía tenían muchos planes que cumplir, una familia que agrandar, pero eso no sería sino hasta que Emiliano estuviera algo avanzado en su carrera universitaria. Estaba todo perfectamente milimetrado, mes a mes, día a día, segundo a segundo.

No contaron con el hecho de que al final de la meta, las cosas se iban a torcer.

El modus operandi que tenían como esposos para ir al colegio era el mismo de la salida. El auto en la esquina del McDonald's a una cuadra de la escuela, primero bajaba Dolores, y atrás iba Emiliano. La despedida siempre era un corto beso dentro del auto, y luego ya bajaban a destiempo, por lo general, quien conducía era Emiliano.

Pero hubo un día en que ese beso fue en plena vereda junto al auto, cuando el sol ya tardaba en ocultarse por la cercanía al verano, los primeros días de noviembre, y todavía era de día.

Penélope no daba crédito a lo que sus ojos veían mientras tomaba su café antes de entrar a clases, en el local de comidas rápidas. El único hombre que la había rechazado en su vida y la profesora que más odiaba bajando del mismo auto, besándose en plena calle. Tomó su celular y filmó un corto video antes de que esos dos se separaran.

Dejó su merienda a medio terminar, y se dirigió de inmediato al colegio, más precisamente a secretaría. Allí pidió hablar de carácter urgente con el rector, quien todavía no había llegado. Ernesto se sorprendió al entrar a su despacho y ver a la mujer allí sentada.

—Buenas noches, Jara. Me dijo la secretaria que me buscaba, ¿qué necesita?

—Que vea esto y me diga qué piensa.

Penélope le extendió el teléfono al hombre, quien empalideció al ver no solo a una profesora besándose con un estudiante, sino a su propia sobrina. Le devolvió el teléfono y se quedó en silencio, meditando qué hacer, jamás en su vida se había enfrentado a una situación similar en la vespertina. Finalmente, salió del despacho y buscó a su secretaria.

—Alicia, necesito que mande a llamar a la profesora Pineda y a Emiliano Herrera del cuarto «A». Dígales que los espero acá en mi despacho. —La mujer asintió y fue en busca de ellos.

Todo se había acabado, los habían descubierto a menos de un mes de terminar el año académico.

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