Treinta y ocho
Era la última semana de clases.
Dolores terminaba de corregir los últimos exámenes para entregar esa noche a sus alumnos; por suerte, pocos se llevaban su materia, apenas unos veinte alumnos en toda la escuela.
Sobre la mesa del comedor, apartada del resto de las evaluaciones, la segunda hoja del examen de Emiliano le robaba una sonrisa cada vez que sus ojos se posaban en ella.
Gracias por enseñarme a amar estos dos años. Y aunque mi graduación fue el 6 de agosto, todavía tengo una vida para seguir aprendiendo a amarte cada día más.
Siempre tuyo, preciosa.
Tu bonito.
Colocó la última nota justo a tiempo para prepararle una merienda rápida a Emiliano, el verano meteorológico de diciembre ya hacía estragos, y el calor era insoportable en plena tarde. Preparó una jarra de jugo de frambuesa bien frío, y cuando estaba terminando su vaso, escuchó la puerta desde la cocina. Se apresuró a servir otro más para Emiliano, pero él no le dio tiempo.
—Hola, preciosa. —Emiliano la abrazó por detrás, mientras dejaba un camino de besos en su cuello.
—Bonito... ¿Qué haces de camisa todavía? —lo regañó mientras aflojaba el nudo de la corbata del uniforme—. Hace un calor de infierno afuera, ¿por qué no viniste en musculosa?
—¿Para qué? ¿Para que se me enamoren todas en el subte? La que quiero ya la tengo acá en casa. Además, sé cómo te pone mi uniforme de encargado.
Emiliano le devoró la boca a Dolores mientras la sentaba sobre la mesada de la cocina y se acomodaba entre sus piernas. Ella solo se entregó a él, arqueando la espalda hacia atrás, todo lo que la alacena le permitía. Emiliano fue dejando un camino de besos húmedos hasta llegar al top de encaje negro, y pasó su lengua sobre la fina tela que cubría sus pechos.
—Bonito... —jadeó totalmente perdida de placer—. Te hice jugo de frambuesa, se va a calentar.
—En este momento se me antoja otro tipo de jugo. Es más, a ese jugo le hace falta hielo.
Emiliano le quitó el short de jean, dejándola en ropa interior sobre la mesada. Tomó un hielo del vaso que Dolores le había preparado, y lo pasó por encima de la tela, en cada uno de sus pechos, bajando por su estómago, hasta llegar a sus labios inferiores. Y ese simple roce bastó para hacerla explotar, cuando él corrió la tela y la acarició con el hielo en su zona más sensible.
—Emi... Basta... —rogó entre jadeos.
—Como digas, preciosa.
El frío de detuvo, Dolores abrió los ojos y lo encontró comiendo el hielo que la había hecho enloquecer. Tomó el vaso de jugo y le dio un sorbo mientras la observaba recuperarse del tsunami de sensaciones.
—No me vas a dejar así, no seas hijo de puta —chilló.
—Ese es tu castigo por esperarme con ese top que me enloquece. Igual, todavía no terminé, falta la ducha.
Emiliano cargó a Dolores sobe su hombro y la llevo hasta el baño, donde también la torturó otro rato. Era que lo que más había anhelado ese día durante su jornada laboral, el momento de tenerla desnuda en su cama, la que compartían como esposos desde hacía ya varios meses. Allí se dio el lujo de hacerla suya de mil maneras distintas, y no hubo un solo centímetro de la cama por donde no hayan pasado sus cuerpos.
Para ser lunes a las seis de la tarde estaban exhaustos, con más ganas de irse a dormir que de levantaste, volver a bañarse, e ir a la escuela. Pero tenían que hacerlo, era la última semana.
—¡Emi! ¡Me olvidé de preparar la clase de hoy del tercero «A»! —se lamentó Dolores mientras se vestía en la habitación.
—¿Y por qué no repetís ese análisis de Orgullo y Prejuicio? Que yo recuerde, cuando estuve en tercero esa fue una actividad extracurricular, puede servir para rellenar la hora.
—Esa clase la inventé para vos —confesó tocando la nariz de su esposo—. Quería decirte mil cosas, y Jane Austen me ayudó.
—Pero se armó un lindo debate, fue una clase muy interesante que les gustó a todos. Deberías considerar dejarla fija en tercer año.
—Tenés razón, bonito. Es una buena manera de comparar la sociedad de esa época con la de ahora.
Dolores le agradeció con un pequeño beso, y Emiliano fue en busca del libro hasta la biblioteca de la sala. Y al tomarlo, recordó cuando le dejó la primera nota sobre ese mismo ejemplar.
—Preciosa... De casualidad... ¿Corregiste los exámenes de mi curso?
En ese momento, Dolores cayó en cuenta de que por el fuego de la tarde había olvidado agradecerle la hoja extra en su examen.
—Sí... Y aprobaste. Un diez en lengua y un infinito en esposo. Te amo mucho, bonito.
—Yo más, preciosa. No tenés ni idea de cuánto te amo y lo feliz que soy a tu lado.
Se besaron dulcemente, saboreando sus bocas sin ningún ánimo de pasar al siguiente nivel. Además, el tiempo corría, y debían asistir a la última semana de clases antes del acto de fin de curso, en donde Emiliano recibiría su diploma secundario.
Y Dolores era quien iba a entregarle el diploma, pero Emiliano no lo sabía.
Emprendieron el viaje al colegio comenzando a sentir la nostalgia de que quedaban cinco días de esa rutina de ir a escondidas. Emiliano fue a su curso, mientras Dolores buscaba citas nuevas para debatir con el tercero «A» en la sala de profesores. Marcó algunas con sus Post-it de flecha, y ya estaba lista para dar la penúltima clase del tercero «A».
Clase en la que estaba Penélope, quien la detestaba aún más luego de que Ernesto indultara su matrimonio con un alumno, el mismo que ella quería en su cama.
Tal como predijo Emiliano, la clase fue sumamente interesante para los estudiantes, quienes estaban entusiasmados participando y debatiendo amenamente.
Pero todo se fue al demonio con una de las citas que Dolores había escogido.
—«La imaginación de una dama va muy rápido y salta de la admiración al amor y del amor al matrimonio en un momento». ¿Qué opinan de esto? ¿Creen que en los tiempos modernos es así?
Desde el fondo, se escuchó una estridente risa que escondía sarcasmo. Todo el curso se volteó entre confundido e indignado, porque cortó el ambiente del debate. Penélope se reía recostada sobre su pupitre, mientras Dolores contaba hasta diez para no perder la paciencia.
—¿En serio vas a leer esa frase? —Penélope desafío a Dolores, todavía entre risas—. ¿Y todavía preguntás si pasa en los tiempos modernos? Te levantaste un alumno, lo enamoraste, y te casaste con él... ¡En menos de un año! No tenés cara, Pineda.
Dolores volvió a contar hasta diez, como tres veces seguidas, pero para no darle vuelta la cara de una cachetada, mientras todo el curso estaba sorprendido y murmurando por lo bajo la acusación de Penélope. Decidió que lo mejor era involucrar a su tío.
—Ismael, por favor. Andá a secretaría y decile a Ernesto que lo necesito acá en el tercero «A» —pidió a uno de los pocos alumnos de la primera fila que no participaba del cotilleo.
—¿Qué? ¿No vas a decir nada, mosquita muerta? —En ese momento, el curso dejó de murmurar, el asunto estaba tomando otra tonalidad, y ninguno se atrevió a arengar a Penélope, todo lo contrario. La actitud ya era reprobable hasta para el más revoltoso—. ¡Ay, ya se! ¿Mandaste a llamar a tu tío para que te saque las papas del fuego? —finalizó con tono burlón.
—No, lo mandé a llamar porque tu actitud es reprobable y es casual de expulsión. Todos tus compañeros están de testigos de cómo me faltaste el respeto. Y sí. —Dolores se dirigió al resto del curso, intentando mantener la calma—. Sucedió que me enamoré de Emiliano Herrera, su ex del cuarto «A», y nos casamos. Y mantuvimos nuestra relación en secreto hasta que Jara nos vio juntos hace un par de semanas. Pero jamás, jamás —enfatizó—, mezclamos nuestra relación sentimental con la académica. Y no le hicimos mal a nadie, amar no hace mal, todo lo contrario.
Ismael volvió en compañía de Ernesto en el momento en que Dolores terminó su pequeño discurso, observó a su tío con una mirada apenada. A cambio, el hombre le propinó un leve apretoncito en el hombro a modo de consuelo, sabía que no era su culpa.
—Tiene razón, profe. No le haga caso a esta resentida —comenzó a hablar Gabriel, uno de los alumnos del medio del aula—. Si se hubiera armado quilombo con su relación, se hubiera enterado todo el colegio, como pasó con ésta justamente. —Apuntó a Penélope con su dedo—. Usted es una de las mejores profesoras que tuvimos desde que entramos y la apoyamos, ¿no chicos?
Un sí generalizado retumbó en el aula, seguido de aplausos de todos los alumnos. Dolores no podía creer lo que veían sus ojos, y se le escaparon algunas lágrimas que secó con disimulo.
—Veo que no me necesitás mientras tengas esta calidad de alumnos —susurró Ernesto—. Sos una gran profesora, hija. Me llevo a la fruta podrida del cajón.
—Gracias, tío.
—Jara, tome sus cosas y acompáñeme —sentenció Ernesto con tono autoritario—. Y usted también, Rodríguez —señaló a Gabriel—. Necesito que me cuente todo lo que dijo la señorita.
—Con todo gusto.
Gabriel se levantó de su lugar decido a declarar todas las barbaridades que dijo Penélope, quien juntaba sus cosas con rabia. Y cuando estaba a punto de salir, Emiliano apareció en la puerta del aula. Se quedó estático en su lugar, sorprendido por el revuelo y el suspiro generalizado del tercero «A», que fue inevitable al ver a la otra parte de la historia de amor. Penélope pasó junto a él, empujándolo con su hombro de manera brusca.
—Perdón, profesora. ¿Mal momento para pedir un borrador?
—Ya lo saben, bonito —admitió rendida—. Penélope abrió la boca, se va expulsada.
—Tengo trabajo que hacer en internet esta noche, ese chat no se va a subir solo a Twitter.
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