Treinta y cuatro
Era obvio que Penélope no se iba a quedar de brazos cruzados luego del rechazo de Emiliano, no podía entender cómo fue capaz de rechazarla, cuando más de uno se moría porque ella siquiera lo mirara.
La realidad era que Penélope ya no era esa jovencita dulce y soñadora de la que se había enamorado Emiliano cuando eran adolescentes. Acariciar la fama le había subido los humos, hablando mal y pronto, y aunque esa fama fue efímera, ella nunca supo bajarse del pony. Y Emiliano notó eso en solo una noche, por eso se alejó también; Penélope jamás le serviría para olvidar a Dolores, todo lo contrario. Marcar las diferencias a cada rato solo hizo que extrañara su dulzura, su frescura, su sencillez a pesar de ser una figura de autoridad en su vida.
Penélope no era la misma, y por eso fue tan rotundo al alejarse.
Pero la mujer no soportó el rechazo. Los estudiantes la reconocían, muchos habían visto la tira en la que había participado, así que no era descabellado que se hablara con alumnos de todos los cursos. Y muchos la vieron besar a Emiliano esa vez que se despidieron en la puerta del tercero «A».
La pregunta era inevitable. Todos querían saber si ese que besó del cuarto «A» era su novio. En parte por chisme, en parte por saber disponibilidad y ver si podían tener una oportunidad con ella. Y su respuesta siempre era la misma.
«Emi y yo fuimos novios cuando éramos adolescentes, y nos separamos cuando empecé a actuar por falta de tiempo. Ahora que me vio de nuevo, quiere retomar en donde lo dejamos, pero la realidad es que pasaron muchos años, y en este momento de mi vida quiero estar sola, dedicarme a mí. Y no se lo tomó muy bien, por eso anda así todo cabizbajo. Evidentemente no me olvidó.»
Los rumores corren, sobre todo en una escuela tan chica en donde todos se conocen. Emiliano estaba tan ensimismado en su dolor que jamás notó cuando más de uno lo miraba y se echaba algunas risitas burlonas, pensando que era un rechazado y herido dando lástima para que Penélope se fije en él. Si bien esa mentira tardó un par de meses en llegar a los oídos de Emiliano, era obvio que en algún momento se iba a enterar de lo que Penélope decía a sus espaldas.
Venía entrando a clases con un compañero de su curso, León, alguien con quien en algún momento del tercer año tuvo un acercamiento. Mientras subían por las escaleras, el joven le expresaba su malestar por lo que se hablaba de él a sus espaldas, Emiliano quiso saber qué era eso y León le contó, pensando que la historia de Penélope era cierta.
Al llegar al segundo piso, Emiliano dejó a León con la palabra en la boca, y preso de furia, fue hasta el aula del tercero «A» a enfrentar a Penélope.
—¿Me podés explicar qué mierda andás diciendo de mí? —gritó fuera de sí, empujando violentamente la puerta entreabierta.
Penélope, sentada en el medio del aula charlando con sus compañeros, giró la cabeza y se sorprendió al ver a Emiliano.
—Emi... ¿Qué decís? —soltó una risa nerviosa.
—¿Qué digo? Simple, ¿de dónde sacaste que yo ando todo dolido porque me rechazaste? ¿Ya te olvidaste la mañana que me rogaste para que no me fuera de tu departamento?
—Emi, esperá... —Penélope gesticulaba con sus manos, en un intento de calmarlo—. No sé qué dije de malo...
—Ah, ¿no? ¡Yo sí lo sé! Al otro día después de que nos acostamos, me rogaste en mi aula que te diera una oportunidad, me llenaste el celular de mensajes, llamadas...
Inmediatamente, Emiliano recordó que aún tenía los mensajes que Penélope le había mandado aquel día. Abrió el chat, y extendió el celular frente a su rostro. Automáticamente, todos los que estaban ahí se abalanzaron a leer, y las risas fueron para Penélope.
—¡Yo te rechacé! ¡Yo soy el que no quiere estar con una mujer como vos! —continuó a los gritos.
Los ojos de Penélope comenzaron a aguarse, en el mismo momento que Dolores entró al aula, seguida por Sandra.
—Señores... ¿Qué está pasando acá? —Intentó poner orden, en vano.
—Y si estoy así, destrozado, muerto en vida, es algo que ni tiene que ver con vos ni te incumbe —vociferó mientras la señalaba frenéticamente—. Jamás podría siquiera fijarme en una mujer como vos, habrás sido actriz y todo lo que quieras, pero sos una mierda de persona.
—¡Basta, Herrera! —Dolores lo tomó del brazo y lo tiró hacia atrás, evitando que Emiliano se acercara más a Penélope.
—¡Suélteme, profesora! —Emiliano se zafó del agarre de Dolores—. Esto es algo que tengo que solucionar ahora.
—¡Lo que tengan que arreglar, lo hacen fuera del establecimiento! Acompáneme a secretaría, Herrera.
—Esto no se va a quedar así.
Emiliano salió enfurecido del aula, y Dolores lo siguió. Sandra, que estaba en el pasillo, le regaló una mirada apenada a Dolores; ella solo le guiño un ojo en respuesta, indicando que aprovecharía la oportunidad para arreglar las cosas entre ellos.
Se apresuró a alcanzar a Emiliano, y lo escoltó hasta la oficina de la secretaría, la misma en donde esa mañana recibió a su madre.
—¿Me podés explicar qué...?
Su pregunta quedó en el aire cuando Emiliano tomó su rostro y la besó, empotrándola contra la pared junto a la puerta. Dolores no se resistió, todo lo contrario. Intensificó ese beso que anhelaba, con el que soñaba cada noche desde que se separaron. Se aferró a su nuca y disfrutó el vals de sus lenguas.
—Emi... —susurró sobre sus labios.
—No soporto más estar separado de vos, decime qué tengo que hacer para que me perdones y lo hago, Dolly. Nunca deje de amarte, me estoy muriendo en vida, ya lo escuchaste.
—Nada, bonito. No tenés que hacer nada. Yo también te amo, y no soporto más verte así. Estar separada de vos es una tortura, una cosa es fingir y otra que esa indiferencia sea real.
Volvieron a besarse, ya con más calma, mientras acariciaban sus rostros y volvían a notar esos detalles que tanto extrañaban del otro.
—¿Y el anillo que te regalé?
Dolores metió su mano en el cuello del sweater, y le mostró una cadena de la cual colgaban los dos anillos unidos. Emiliano tomó la cadena entre sus dedos y la rompió, quedándose con la joya en sus manos.
—Creo que es hora de que vuelva acá. —Emiliano tomó su mano y volvió a colocar los anillos, uno en cada dedo—. Nos quedan cuatro meses más así —señaló la cadena que los unía—. Y a fin de año vamos a estar así. —Quitó el anillo del dedo medio, y lo colocó en el anular—. No más secretos, preciosa. Lo juro.
Emiliano devolvió el anillo al dedo mayor, y la besó nuevamente.
—Bonito, no me odies, pero... —Dolores se desenredó de su cuello y adoptó una postura seria—. Tengo que llevarte a rectoría y te van a amonestar. ¿Qué paso? ¿Por qué hiciste eso?
—Penélope le dijo a todo el colegio que yo andaba así porque ella me había rechazado. Que yo quería volver con ella y no sé cuántas pelotudeces más. No podía quedarme callado mientras me humillaba por despecho.
—Tranquilo, en parte te entiendo. Pero le vas a tener que explicar todo a Tito, quizás te entienda y no te amoneste. Yo igual voy a estar ahí porque fui la que te encontró en falta, así que pensá bien lo que vas a decir. Hora de fingir de nuevo.
—Y yo feliz de hacerlo. —Emiliano dejó un pequeño beso en sus labios—. ¿Te veo hoy en la esquina de siempre?
—Obvio. Y es viernes. Así que avisale a tu mamá que hasta el lunes no te devuelvo, así no se preocupa cuando no te encuentre borracho en lo de Hermenegildo. —Emiliano abrió los ojos sorprendido, y Dolores solo soltó una risa—. Después te cuento, me visitaron dos fantasmitas que te quieren mucho, como en el cuento de Dickens. Me ayudaron a ver las cosas desde otro punto de vista.
—Si mal no recuerdo... En Canción de Navidad son tres fantasmas. Te faltó uno, el que me visitó a mí. Veo que va a ser una noche larga la de hoy, tenemos mucho de qué hablar.
Emiliano dejó otro beso y salió de la sala, seguido por Dolores. Fueron hasta el despacho del rector, en donde Dolores comento la situación que se encontró al llegar al aula, y Emiliano explicó sus motivos para reaccionar así. Ernesto los escuchó con atención, y tal como Dolores predijo, su tío solo le emitió una advertencia, dado que jamás había tenido una queja de Emiliano. Prometió hacer su parte con Penélope, y el asunto quedó dilapidado en su despacho.
Cada uno volvió a su aula con una sonrisa, y la promesa de verse en la última hora del día para continuar fingiendo.
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