Trece

Don Hermenegildo les sirvió el café en silencio y los dejó a solas sin hacer más preguntas. Dolores endulzó el café, y al probarlo, sus ojos se cerraron de placer. Era el más delicioso que había probado en su vida, ni siquiera Starbucks llegaba a ese nivel de sabor.

—Veo que no te trae muy buenos recuerdos este lugar. ¿Seguro que querés estar acá?

—Para nada, todo lo contrario. Hermenegildo me dio mi primer trabajo cuando mi papá se fue a la mierda. Como nadie me contrataba porque tenía quince años, él se ofreció a darme un pequeño sueldo por ayudarlo en este bar. Me encargaba de la limpieza, también era bachero, y hasta me enseñó a hacer café. Aprendí mucho acá, Herme fue como un padre para mí.

—¿Por eso dejaste la escuela?

—Sí... Mi papá desapareció del mapa, un día se fue a trabajar y nunca más volvió. Pensamos que le había pasado algo, o que se había ido con otra mujer, hasta que empezaron a caer las deudas. —Dolores se cubrió la boca con una mano, horrorizada—. Perdimos la fábrica de plásticos, mi mamá se desesperó porque Javier en ese entonces tenía cinco años y no sabía cómo iba a hacer para mantenernos... —El rostro angelado de Emiliano se ensombreció—. Por eso dejé la escuela y salí a trabajar, para ayudarla económicamente con la casa.

—Emi...—Dolores arrimó con su silla para quedar sentada junto a Emiliano, y acarició su espalda en círculos—. Pero pudieron salir adelante, tenés que estar orgulloso de que todo ese sacrificio valió la pena.

—Lo sé. —Emiliano enredó sus dedos a la otra mano de Dolores—. Por eso también es importante para mí terminar los estudios, quiero darle a mi mamá la satisfacción de verme en la facultad, y si la vida le da tiempo, quiero que me vea recibido de arquitecto. —Los ojos de Dolores se aguaron al escucharlo tan ilusionado de progresar—. Pero tampoco quiero renunciar a vos, sos la primera mujer en mi vida que me quita el sueño.

Sus miradas se chocaron mientras sus corazones latían al mismo ritmo. Dolores comprendió en ese momento que ella no era la única angustiada con el pequeño detalle de que eran profesora y alumno, y que una relación entre ellos era incorrecta.

—Me sorprende que entiendas perfectamente en qué posición estamos, te juro que pensé que me iba a costar hacerte entender que entre nosotros no puede haber nada.

—Bueno... Nada ahora... Pero no a futuro. Prometeme que me vas a esperar a que termine la secundaria, mientras tanto nos conocemos en secreto.

—¿Serías capaz de esperarme dos años?

—Obvio. —Sonrió, acercando apenas su rostro al de ella—. Creo que ya te quedó claro que si la vida me enseñó algo, es a ser perseverante.

Y en ese momento recordó el tatuaje de su muñeca. Resiliencia. La capacidad de una persona para superar las adversidades de la vida diaria; si alguien sabía de resiliencia, ese era Emiliano.

Desenredó su mano del agarre, y con delicadeza le quitó el brazalete de cuero, giró su muñeca y ahí estaba el tatuaje, lo acarició con su pulgar en un esfuerzo de no llorar de impotencia.

—¿Cómo llegaste a verlo en la foto? —preguntó soltando una risa—. Ni siquiera yo lo llego a ver.

—Paso horas leyendo libros, y hay muchos textos que a veces tienen la letra muy chica. Tengo muy buena vista.

—Me lo hice a los dieciséis, con mi primer sueldo en blanco. Trabajé en McDonald's, me acuerdo que el rector del colegio, Ernesto, me ayudó con una pasantía. También le debo mucho a ese hombre.

—Es mi tío —confesó conteniendo una sonrisa.

Emiliano abrió los ojos, sorprendido. —¿En serio?

—Sí... —Suspiró liberando la sonrisa—. Tito es mi tío, también es mi padrino. No me sorprende de él, siempre tuvo ese corazón que no le cabe en el pecho. ¿Y dónde más trabajaste sin el secundario?

—En McDonald's llegué a encargado, y justo cuando evaluaba empezar a buscar otro trabajo, conocí a la responsable de selección de la cadena de deportes. Y bueno... Había onda, salimos un par de veces, y ella me hizo entrar a este trabajo. Obviamente, nuestra relación no iba a llegar a ningún lado porque era casada, nos llevábamos diez años... Dejamos de vernos gradualmente, al poco tiempo renunció para ir a una empresa más grande y le perdí el rastro. Y pasó tanto tiempo desde que entré, que mi legajo debe estar lo suficientemente archivado como para que nadie se dé cuenta de que no tengo el secundario completo.

—Pero ya no más. Vas a terminar tus estudios, y vas a conseguir un trabajo mejor —prometió mientras seguía acariciando el tatuaje con su pulgar—. Yo te voy a esperar, y voy a estar ahí para entregarte el título secundario.

Emiliano abrazó a Dolores mientras hacia un esfuerzo sobrenatural para no llorar. Él quería esperar a recibirse para buscar una buena mujer con quién compartir su vida, lo que nunca imaginó fue que la encontraría tan rápido.

Y que fuera su profesora de lengua.

—Te besaría ahora mismo, ¿sabés? —confesó tomando el rostro de Dolores con ambas manos—. Pero vamos a hacer las cosas bien, vamos despacio. —Finalmente, se limitó a dejar un beso en su frente antes de volver a su posición inicial—. Solo quiero pedirte un favor. A la noche, cuando la vorágine del día se acabe y proceses todo lo que pasó hoy en el departamento de tu ex, llamame. Sé que vas a necesitar hablar con alguien, y yo voy a estar ahí para vos.

Dolores asintió con la cabeza, terminaron sus cafés hablando de cosas más alegres, como gustos musicales, películas... Tenían mucho en común a pesar de la corta diferencia de edad. Para cuando terminaron, faltaban poco menos de dos horas para el inicio de las clases vespertinas. Se despidieron de Hermenegildo, con la promesa de Emiliano de volver más seguido.

—No te preocupes por mí, me voy caminando.

—¿Querés que te espere en el auto y te llevo? Podés quedarte en casa hasta la hora de clases, yo vivo sola.

—No... No te preocupes, Dolly. Lo mejor va a ser acostumbrarme a que los próximos dos años voy a ser el alumno Herrera, a verte de lejos el mayor tiempo posible. Te veo a la noche en el colegio, ¿sí? Yo ahora me voy a pegar un baño y voy a tratar de dormir una siesta antes de ir a la escuela. Pero si me necesitas, si querés que vaya con vos para no quedarte sola...

—No, tranquilo. —Lo interrumpió—. De verdad, estoy bien. De solo acordarme de Mauro así vestido abriéndome la puerta... —Dolores no pudo contener la risa—. Además, tengo el baúl lleno de cosas para revisar, acomodar... No tengo ni idea qué hay en esas cajas. Voy a estar entretenida.

Emiliano abrazó por última vez a Dolores, y se quedaron un largo rato disfrutando el contacto del otro, aspirando sus perfumes. Ella era algo bajita, y él tenía la altura perfecta para quedar acoplados de tal manera que Dolores podía apoyar su oreja en el corazón de Emiliano. La música de sus latidos, la vibración de su pecho al respirar, era todo lo que necesitaba en ese momento.

—Una cosa más antes de irme —preguntó recostada en su pecho—. ¿Qué hacías en Liniers? Me dijiste que no trabajabas en esa sucursal.

—Necesitaban cubrir personal de nuevo, y los jefes se quedaron contentos conmigo. Me dijeron que el sábado fue una clienta a buscarme. Castaña, ojos ámbar, una chica muy linda según mi compañera de esa sucursal. Me dijo que yo le había hecho una oferta especial que había rechazado.

—El almuerzo —completó apenada—. Me arrepentí cuando estaba esperando el tren.

—Pero la vida nos volvió a cruzar.

—Y de qué manera... —se lamentó, desenredándose del abrazo.

—No apuremos las cosas, va ser difícil, pero no imposible.

Se despidieron hasta la noche, aunque sea para verse de lejos. Emiliano aguardó hasta que el auto desapareciera de su vista, y volvió caminando a su casa, a pasos lentos y con una sonrisa de satisfacción.

Dolores sería suya, así tenga que esperar dos años para poder lucirse con ella sin tapujos.

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