Quince
—Buenas noches, soy la profesora Dolores Pineda, soy Licenciada en Letras, y conmigo van a tener lengua los martes y jueves en este horario.
Las piernas le temblaban cuando les dio la espalda a sus alumnos para escribir lo que dijo en el pizarrón. Fingió pelear con el marcador, batirlo, rayar sobre la pizarra blanca... Hizo varias morisquetas con él, mientras se preparaba mentalmente para ir al curso de Emiliano.
—Disculpen, voy por otro marcador. No hagan ruido que ya vuelvo.
Salió del aula y corrió de un pique hasta el tercero «A», cuidando que sus nervios y sus tacones no le jueguen una mala pasada en la carrera. Se detuvo frente a la puerta del aula, tomó una respiración profunda, golpeó y asomó la cabeza sin mirar a los estudiantes.
—Aurora... ¿Tendrás un marcador para prestarme?
—Si, Lolita. Pasá.
Entró con elegancia, hasta se ganó algunos silbidos de los alumnos del fondo. Actitud a la que ya estaba acostumbrada en la nocturna, porque lo que le sorprendió fue la mirada fúrica de Emiliano al grupito que le había silbado.
—Señores, ¿qué es esa falta de respeto hacia la profesora Pineda? —Aurora regañó al grupo del fondo—. Lo hacen una vez más y los mando a secretaría con el rector.
Dolores mantenía su postura recta mientras Aurora revolvía su cartera en busca de un marcador útil, se estaba demorando más de la cuenta, y ya no entendía qué era lo que necesitaba corroborar. No quería ni mirar a Emiliano, pero cuando lo hizo se encontró con que la observaba con complacencia, con seguridad, y una pizca de complicidad. Mordía su lapicera mientras le acariciaba el cuerpo con sus ojos ámbar, era evidente que lo hacía para no sonreír.
Se había dado cuenta de la picardía de su profesora de matemáticas.
—Acá tenés, chiquita. Eso sí, lo necesito porque es el que tengo de repuesto. Me lo traés al terminar la clase.
—Gracias, Aurorita.
Y salió del aula, refunfuñando mentalmente porque volver al tercero «A» no estaba en su alocado plan inicial.
Pero tenía que hacerlo, ya se había metido en ese embrollo.
Al finalizar su clase, volvió al tercero «A». Caminaba a contracorriente entre la marea de estudiantes que estaban presurosos de salir a tomar fresco al patio, al baño, o a comprar algo para comer en los quince minutos que duraba el primer receso. Se tranquilizó, porque de seguro Emiliano también había salido en esa marea.
Pero al llegar al aula, grande fue su sorpresa al entrar y ver a Emiliano sentado con Aurora, en su escritorio. La mujer le explicaba una ecuación con paciencia y dulzura, él solo asentía con la cabeza, atento a lo que su profesora escribía en la hoja.
—Acá te lo devuelvo, Aurorita —expresó intentando modular la voz—. Gracias.
Ambos levantaron la cabeza, pero solo Aurora sonrío. Emiliano le regaló una mirada neutral, y aunque ella sabía que eso era una fachada, porque había algunos estudiantes en sus pupitres, el corazón se le estrujó.
—De nada, hijita. Esperame que termino con el alumno Herrera y nos vamos, necesito ver algo con vos, sino después no te encuentro por ningún lado.
Dolores afirmó con la cabeza y se quedó estática junto al escritorio, realmente estaban haciendo una ecuación matemática.
—Te voy a anotar una página de internet en donde vas a encontrar un montón de ejercicios de este tipo.
Aurora arranco una hoja de su libreta, y su respiración se apagó cuando leyó lo que estaba escribiendo.
No renuncies a ella. Cuentan con todo mi apoyo.
La cara de Emiliano era una roca, no mostraba ninguna expresión, mientras que a Dolores le temblaba todo el cuerpo. Temía que la actitud de Aurora haya enfurecido a Emiliano. Ella siempre le rogó ocultar que se conocían fuera de la escuela, y que la profesora de matemáticas lo supiera era faltar a su pacto.
—Gracias, profesora. Quédese tranquila que voy a seguir su indicación —sentenció finalmente, regalándole una fugaz mirada a Dolores.
—Me alegro. Se ven lindos —susurró cerca de él—. Ya, andá a tu recreo, hijo. Yo me llevo conmigo a esta bella señorita.
Emiliano se levantó, guardó el papel en el bolsillo de su pantalón, y salió del aula con una reverencia de cabeza hacia sus dos profesoras. Dolores espero a que Aurora guardara sus cosas, y juntas abandonaron el aula.
—Aurorita... ¿Me podés explicar que fue todo eso? —le recriminó cuando estuvieron en la calle, esperando a que el marido de Aurora viniera por ella como cada noche—. ¡Cómo le vas a escribir eso en la hoja!
—Ese chico no es tonto, es muy inteligente. Esas ecuaciones las hizo mal a propósito porque escuchó que ibas a volver a traerme el marcador, y yo seré vieja, pero no idiota.
—¿Cómo sabes que las hizo mal a propósito?
—Simple —sentenció con seguridad mientras se quitaba los lentes—. Le pedí que me justifique la respuesta, que me explique paso a paso cómo despejó, y no sabía ni siquiera como había llegado a ese resultado. Él solito se corregía, porque se le zafaba la respuesta correcta mientras intentaba explicar. Me sorprende todo lo que sabe para haber abandonado los estudios hace diez años.
—A mí no, tiene un hermano de quince, un padre ausente, y una madre que trabaja todo el día. Es lógico que ayude a Javier en sus tareas. Que por cierto, también es mi alumno, en la matutina. ¿Te das cuenta? —protesto como una niña, sacudiendo los brazos a los costados—. Esto es lo siguiente a imposible, no puedo tener nada con un alumno, o con el hermano de un alumno. Los tengo a los dos, por donde lo mires no es ético.
—Que sea el hermano del chiquito de la matutina no tiene nada de malo —sopesó una mano en la barbilla—. Puede verse raro... Sí. Y que tu pretendiente sea tu alumno... Creo que es más peligroso que se sepa en la matutina que acá. Ya ves, disimula muy bien que se derrite cada vez que te ve. ¿Te doy un consejo? No esperen, actúen. Hay un grupito de chicas ahí en el «A» que le coquetean con descaro, yo vi cuando le pasaron un papel con los números de teléfono.
La charla fue interrumpida por un mensaje entrante en el celular de Dolores. No podía ser otro que Emiliano.
—Tenés que leer esto. No sé si matarte o agradecerte.
Dolores le extendió el teléfono a Aurora, se volvió a colocar los anteojos que colgaban de su cuello, y leyó el mensaje mientras sonreía. Le devolvió el aparato cuando vinieron por ella.
—Vos deberías hacer lo mismo. Después de todo, fuera de este establecimiento, es tu vida. Y nadie puede mandar en ella.
Se saludaron como cada noche, y cuando su amiga finalmente se fue, respondió el mensaje.
Emiliano se desconectó, y Dolores solo suspiró antes de entrar para terminar rápido la noche y volver a su departamento.
Iba a seguir el consejo de Aurora, comenzar a bajar la guardia y dejarse llevar por lo que comenzaba a sentir.
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