Nueve

Era casi medianoche cuando Dolores llegó a su departamento, con una pizza en sus manos y un cansancio mental que hacía mucho no sentía.

Se devoraba las porciones de pizza en completo silencio, sentada en el balcón de su departamento, con la vista clavada en parque Rivadavia, mientras trataba de entender qué era lo que había pasado en su vida sin que ella se diera cuenta.

Una semana atrás estaba ilusionada con su boda, ultimando los preparativos, y de un momento a otro ya no tenía nada. No sabía cómo sería su futuro, cómo y por dónde volver a empezar...

Y Emiliano.

Había aparecido de la nada en su vida, cuando menos lo esperaba, cuando todavía estaba tratando de entender que Mauro ya era oficialmente su ex prometido. Emiliano irrumpió en su vida sin pedir permiso, pero avanzando al ritmo que ella le marcaba. Era un hombre la dejaba al desnudo con solo una mirada, tenía una facilidad increíble de conocerla y comprenderla sin que ella dijera una sola palabra. Había aceptado la situación de ambos con una madurez que no esperaba.

Y en parte, eso la decepcionaba un poco.

Se hundió en sus recuerdos junto a Mauro, tratando de identificar el momento preciso en el que falló al punto de provocar que él tuviera que verse en la obligación de salir a buscar a la calle lo que le faltaba en su relación. Pero no encontró fallas, su relación era normal, promedio. Tenían sus espacios, sus carreras profesionales, un proyecto de vida, el sexo era el normal... En lo único en lo que pudieron haber fallado es en los tiempos.

Dolores conoció a Mauro en una materia compartida del CBC, y si bien ambos sabían que iban a estudiar en facultades distintas, ella en la de Filosofía y Letras y él en la de Farmacia y Bioquímica, supieron mantener el contacto cuando sus carreras los distanciaron. Un compañerismo que evolucionó a amistad, y finalmente en una relación sentimental. De todos modos, Mauro tuvo algunos romances efímeros mientras ellos eran amigos, no así Dolores.

Mauro fue su primer novio, y su primera vez.

No fue el primero que la besó, tampoco el primer muchacho con el que salió, pero sí fue su primera pareja seria. La experiencia que había adquirido Mauro antes de formalizar con Dolores, ella no la tenía, tampoco se había atrevido a posar sus ojos en otro hombre... Hasta el viernes en que conoció a Emiliano.

Sonrió al recordarlo en el aula, siempre atento a todos sus movimientos. Soltó una risa amarga mientras miraba una pareja paseando a su perro en el parque de enfrente, estaba descubriendo que recordar los momentos con Mauro ya no le causaba sensaciones, mientras que al recordar lo poco que vivió con Emiliano le cosquilleaba todo el cuerpo.

Juntó las sobras de la cena, y al guardar en la heladera la pizza sobrante, vio la botella de champagne y el chocolate patagónico que había comprado para hacer una pequeña despedida de solteros con Mauro.

Porque el día en que rompieron estaba a solo una semana de que unieran sus vidas en matrimonio.

Tomó la botella, los chocolates, y volvió al balcón. Descorchó el champagne y le dio un sorbo del pico mientras elegía un bombón de la caja y se lo llevaba a la boca. Se volvió a perder en el parque, en la poca gente que caminaba por las calles internas a esa hora. Tenía un dolor en el alma, y no era por el engaño de Mauro, sino por el sentimiento de impotencia que le causaba Emiliano. Estaba dispuesta a dejarse llevar, hasta que de un momento a otro pasó de ser una nueva oportunidad a un prohibido.

Un amor prohibido.

A cada chocolate que deglutía, estaba más segura de que nunca estuvo realmente enamorada de Mauro. Era otro caso de confusión entre el cariño y la costumbre, y el amor verdadero. No fue difícil llegar a esa conclusión, esos ojos ámbar se habían tatuado en su mente, el recuerdo de su perfume se acomodó indefinidamente en sus fosas nasales, y el sonido de su voz retumbando en su cabeza la estremecía.

No era amor, porque Emiliano para Dolores era un desconocido. Un desconocido del cual quería saber más. Quería saber todo.

Se levantó de un pique y fue por su teléfono. Con su nombre y apellido no era difícil dar con sus redes sociales, y las encontró.

Su Facebook estaba bajo llave, no veía más que una foto de perfil abstracta y la información básica, y tampoco tenía la seguridad de que fuera él. Pero al entrar en Instagram, se perdió en las fotos.

Fotos con su madre, una señora de ojos casi ámbar, muchas fotos con el adolescente que salió a recibirlo en la casa, algunas selfies con sus compañeros de trabajo en la tienda de deportes, algo de paisaje urbano... También descubrió que era hincha de San Lorenzo de Almagro, algo lógico por el barrio en el que vivía. Había muchas fotos en el Nuevo Gasómetro junto a su hermano, y se le hizo extremadamente sexi verlo posar en muchas selfies con la camiseta azulgrana a punto de explotar por lo apretada que la vestía. Había de todo, pero lo que ella buscaba jamás lo encontró.

Emiliano no tenía compromisos sentimentales, y por más que buceó hasta el primer posteo, no encontró ninguna foto en plan romántico.

Se detuvo a mirar su foto de perfil, era un primer plano de su rostro, su mano posaba sobre su frente, y se leía perfectamente el tatuaje perpendicular a su muñeca. «Resiliencia». Y es que nunca lo había visto porque recordó que las veces que se cruzaron vestía un grueso brazalete de cuero, seguramente tapando el tatuaje por motivos laborales. Si tenía tatuada esa palabra en un lugar visible para él, probablemente no tuvo una vida color de rosa.

Sin quererlo, presionó sobre la foto, olvidando que en Instagram no se puede ampliar las fotos de perfil, y en la pantalla de su móvil se mostró la historia que había subido. Asustada, cerró la aplicación sin siquiera detenerse a mirar. Emiliano iba a saber que ella había visto su perfil. ¿Qué iba a decirle ahora?

Pensó mil maneras inútiles de deshacer la acción. Evaluó cambiar su nombre en la red social, borrar todas fotos, o incluso el perfil completo. Pero luego recordó que su perfil era privado, y respiró aliviada. Se resigno a aceptar el error, y juró nunca más volver a esculcar sus redes sociales.

Volvió a tomar el teléfono, entró al mercado de aplicaciones y bajó una de citas. Completó su perfil, improvisó una foto en el balcón, y comenzó a buscar algún buen candidato. Seleccionó algunos al azar, levantó los restos de chocolate, y se fue a su habitación con la botella de champagne. Se tiró en la cama y la bebió hasta que vio el fondo de la botella. Cuando se acostó a dormir, el alcohol hizo efecto en su sistema al instante.

No vio el mensaje de Emiliano en Instagram hasta el otro día.

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