Cuatro
Dolores ingresó a la escuela justo cuando se oficiaba el acto de inicio de clases. Al tratarse de una escuela nocturna, la ceremonia solo eran algunas palabras de su tío, el rector de la institución. Sin detenerse a escuchar, siguió hasta el segundo piso del edificio, en donde se encontraba la sala de profesores. Debía dejar de pensar en que se volvió a tropezar con ese enigmático joven, y focalizarse en los cursos que le tocaban ese primer día.
Pero no podía borrar ese angelado rostro de su mente.
Si se había sentido atraída por el muchacho, vistiendo el horrible uniforme rojo y gris de la casa de deportes, verlo enfundado en ropa civil la enloqueció. Ese jean tatuado a sus piernas era la antítesis de los pantalones cargo grises que vestía aquel viernes. La chomba roja tampoco le había mostrado esas marcadas curvas en su espalda, los músculos levemente prominentes de sus brazos, y ese tatuaje que claramente ocultaba con una remera blanca de media manga debajo de la reglamentaria, de seguro por políticas de la empresa.
Siendo sensata, a golpe de vista, Emiliano era mucho más atractivo que Mauro.
Y claramente, más joven que ella.
Sacudió la cabeza intentando despejar sus pensamientos lujuriosos, ya había olvidado lo que era fantasear con una figura masculina. Consultó el horario de clases para ver con qué curso empezaba la tarde noche, tercero «A» era el elegido, el aula frente a la sala de profesores. Eso le dio tiempo de servirse un café y serenarse antes de comenzar a trabajar.
Cuando sintió el murmullo incesante de los alumnos, alistó sus papeles y su libro. Sus colegas comenzaron a llegar a la sala de profesores, y es que la única que no se había quedado a la ceremonia de inicio de clases había sido ella.
—Lolita linda... Que gusto verte, nena.
—Aurora... ¿Cómo estás? —Dolores se abrazó a su colega de matemáticas, una mujer que adoraba como si fuese su abuela—. ¿Qué tal tu verano en la costa? Sé que volviste el fin de semana, y perdón que no te llamé, es que...
Aurora se desprendió del abrazo, y la observó con detenimiento mientras se acomodaba los lentes. Frunció el cejo y borró su sonrisa.
—¿Qué te pasa, nena? No tenés buen semblante.
Dolores suspiro. —La pregunta correcta sería «¿qué no me pasó?».
Bufó mientras volvía a sentarse en su lugar, seguida de Aurora. Le resumió todo lo sucedido con Mauro, y finalmente terminó hablándole de Emiliano. De cómo se conocieron en el local de deportes, de cuando fue a buscarlo fallidamente el sábado siguiente, y el más reciente episodio de la rueda pinchada.
—Ese hombre es tu destino, sino... ¿Por qué lo volviste a encontrar hoy? —reflexionó con tono paciente.
—No lo creo —desestimó con un gesto de su mano derecha—. Fue casualidad, nada más.
—De todos modos, no tendrías que haberlo espantado así. —Dolores rio por las ocurrencias de su sabia amiga y confidente—. ¿Qué tiene de malo que empieces a rehacer tu vida? Sos joven, preciosa, tenés un buen trabajo... Si ese desgraciado ya se armó una nueva vida, ¿qué esperás para hacer lo mismo, Lolita? Ya sos una mujer libre.
—No es eso es que... No sé si estoy preparada para empezar de nuevo, justamente, yo no tengo la sangre tan fría como Mauro. Además, parece mucho más joven que yo.
—¿Y si no lo es? —retrucó, tomando su mano sobre la mesa—. Quiero que me prometas que, si se vuelven a ver, le vas a dar una oportunidad. Después, si no funciona, al menos lo intentaste.
—Está bien —aceptó rendida, mientras contenía una sonrisa de ternura—. Pero dudo que vuelva a verlo. Entiendo que lo de recién fue una casualidad. Casualidades de esas que se dan una sola vez. Y lo dejé ir de nuevo, por cobarde.
—Cobarde no, hija. Prudente. Fuiste prudente con tu actitud, pero porque pensás en ese muchacho como una nueva pareja, mejor... Tomalo como el primer amigo en tu nueva vida, ya, si luego desarrollan sentimientos por el otro, ahí te tocará evaluar si es lo que querés. Ya no te tortures más; hoy me voy en el primer recreo porque tengo un solo curso, pero si me necesitás, sabés como encontrarme.
—Gracias, Aurora.
Dolores volvió a abrazar a la ancianita profesora, y la observó marcharse de la sala a pasos lentos, abrazada a su grueso manual de la asignatura. Sonrió mientras saludaba aleatoriamente al resto de los profesores que pasaban a su lado, si bien tenía buena relación con todos, con Aurora había desarrollado un vínculo más profundo, muy personal. Sabía que no le quedaba mucho tiempo antes de que se jubilara, y eso le oprimía el pecho. La mujer era la única que no la miraba con reticencia por ser la sobrina del rector y la profesora más joven en un ambiente en donde, a veces, tenía alumnos que le duplicaban la edad.
Esperó a quedarse sola para retocarse un poco el maquillaje, estaba segura que durante su charla con Aurora, alguna pequeña lagrimilla rebelde se había escurrido de sus ojos. Cuando estuvo lista, buscó la lista de alumnos de su primer curso, tomó sus cosas y cruzó hasta el aula frente a la sala de profesores.
—Buenas noches.
—Buenas noches —respondieron sus alumnos al unísono.
Se acomodó con calma en su escritorio, preparó su sonrisa mentalmente, y una vez que le echó un vistazo a su lista, para hacer una cuenta visual de la asistencia, al levantar la cabeza el corazón se le cayó al estómago.
Emiliano la observaba con una sonrisa ladeada, recostado en su silla en la primera fila.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top