Catorce

El resto de la tarde, Dolores lo ocupó revisando todo lo que Mauro había empacado. Nada importante; discos, libros, ropa, elementos de aseo personal. Pero lo que más le extrañó fue la nota que encontró al fondo de una de las cajas.

A pesar de todo el daño que te hice, siempre vas a ser mi hormiguita. Quiero que cuentes conmigo siempre, Loly. Todavía te amo, y voy a estar esperando a que me perdones y me des una nueva oportunidad. No la merezco, lo sé. Pero podemos superarlo.

Permaneció con la nota entre sus dedos, apática. Sus palabras no coincidían con el escenario que había encontrado esa tarde. No estaba dispuesta a perdonar una infidelidad, y menos a una semana del matrimonio.

La confianza se había roto para siempre, no había manera de que ella olvidara el engaño, y no estaba dispuesta a vivir esperando el momento en que vuelva a hacerlo. No tiró la nota, pero la dejó sobre la biblioteca para recordarse no ser tan estúpida en la próxima relación.

Se duchó y se alistó para las clases vespertinas, era el segundo día de clases con Emiliano dentro del colegio. Y como esa noche no tenía clases con su curso, estaba ansiosa por ver cómo sería estar los dos dentro del mismo edificio teniendo una relación estrictamente académica.

Eligió la misma falda tubo negra que utilizó en el turno mañana, pero con una remera blanca estampada para cortar un poco la formalidad. También, cambió los stilettos por una botinetas negras al tobillo, y se abrigó del fresco de las noches de marzo con una campera de jean. Decidió volver a usar el auto, todavía estaba en la etapa del chiche nuevo.

Llegó a la sala de profesores con tiempo de sobra para hacerse un café y seguir con su investigación sobre el origen de las palabras y dichos populares más usados. Tenía planeado lanzar su primer libro de semántica del lenguaje coloquial, orientado desde un público curioso hasta profesionales de letras. Y mientras esperaba que el archivo del manuscrito se cargara en su portátil, vio a Emiliano pasar por la sala de profesores sin siquiera voltear su cabeza. Sintió una presión en el pecho, y por un momento pensó la posibilidad de que quizás esté jugando con ella.

Se levantó y observó el aula desde la ventana de la puerta, pasaron algunos segundos hasta que sus miradas se cruzaron. Emiliano sonrío y le guiño un ojo, acto seguido, tomó el teléfono y comenzó a teclear, cuando lo dejó sobre su pupitre, el de Dolores vibró en el escritorio.

Dolores abrió la puerta de la sala de profesores, y se apoyó en una pared visible desde la posición de Emiliano. Sin levantar la vista, actuando natural, respondió el mensaje.

Emiliano se animó a mirarla, y la encontró sonriéndole al aparato. Luego, su semblante cambió, tecleaba con frenesí. Dolores necesitaba sacarse del pecho esa duda que la asaltó momentos antes, decidió que lo mejor era hacerlo por esa vía.

Dolores levantó sutilmente la vista luego de enviar el mensaje, Emiliano negaba con la cabeza mientras leía. Respondió de inmediato.

De a poco, las aulas se iban llenando y ya no era seguro para ella estar en el pasillo mensajeando, cuando como profesora tenía el privilegio de la privacidad de la sala de profesores. Volvió hasta su computadora, y allí mandó el último mensaje de la noche.

Bloqueó el teléfono y siguió trabajando en su computadora. Los profesores fueron llegando mientras su taza de café se vaciaba, y ella tipeaba en su computadora el capítulo de la semántica del lunfardo, necesitaba mantener la cabeza ocupada para que los nervios no la traicionaran después de haber avanzado tantos casilleros en el terreno personal de Emiliano.

Primero su celular, luego el bar, y para coronar, su difícil historia de vida.

—Esa cabecita va a sacar humo de tanto pensar.

—Aurora. —Dolores se levantó para abrazar a su mejor amiga.

—Seguime, vamos a tu escondite —susurró en su oído mientras se abrazaban—. Quiero que me cuentes que pasó con... Eso.

Dolores no entendía a qué se refería, hasta que Aurora señaló sutilmente con sus ojos el aula de enfrente. Sonrío, y salió de la sala de profesores seguida por Aurora, sintiendo la potente mirada de Emiliano en sus espaldas.

Apenas llegaron al sector de juegos infantiles, Dolores corrió hacia una de las aulas por una silla para Aurora, y ella tomó asiento sobre el tobogán, para quedar a la altura de su amiga. Le contó todo lo que habían hablado allí mismo en las hamacas, cómo se regaló en Instagram al abrir la historia, relatando esa parte de una manera entendible para una mujer que no sabía qué eran las redes sociales. Le contó rápidamente lo sucedido con Mauro y su ex amante, devenida en novia oficial, y cómo había involucrado a Emiliano para no perder la poca dignidad que le quedaba.

Y la parte más importante, el bar oculto de Almagro, la charla sobre su pasado, y ese pacto implícito de esperarse hasta que Emiliano finalice sus estudios.

—Ay, hijita... En lugar de escribir ese libro de semántica de lo coloquial, deberías escribir una autobiografía. Yo te dije, ese muchachito está enamorado de vos.

—No, Aurorita... Imposible, está deslumbrado nada más.

—Yo te digo que no —insistió con tono maternal—. Se le nota que está haciendo las cosas bien para no espantarte, y te lo voy a demostrar. —Aurora revolvió en su cartera, hasta sacar un marcador de pizarra—. ¿Qué curso te toca ahora?

—Segundo «A», ¿por qué?

—Bueno... Estás un poquito lejos, pero al menos es el mismo piso. Vas a escribir con este marcador.

Dolores lo tomó mientras lo observaba como si se tratara de un objeto mágico, paseaba la mirada entre el objeto y Aurora, que la miraba con picardía.

—¿Qué tiene de especial?

—Que se acabó. Y vas a tener que venir a pedirme uno al tercero «A». —Dolores abrió los ojos, sorprendida—. Sí, hoy tengo clases con él. Y quiero demostrarte cuan enamorado está ese muchachito de vos. No debería fomentarte esta locura, pero es que me los imagino juntos y en mi mente se ven muy lindos.

—No deberías arriesgarte así. —Dolores tomó su mano entre las suyas—. Mucho menos tan cerca de la jubilación.

—No pasa nada, ya te dije que si tengo que cubrirlos lo voy a hacer con mucho gusto. Ya no tengo nada que perder, ¿quién le va a abrir un sumario a esta pobre vieja?

—Nadie, porque yo no lo voy a permitir.

—Bueno, basta de cháchara. Cada una a su aula, y te espero cuando ese marcador no te funcione.

Aurora se levantó y dejó a Dolores en el tobogán, paseando el marcador entre sus dedos. Lo abrió, y sobre su palma extendida hizo un rayón que le provocó cosquillas. Seco.

Sonrío, y subió por sus cosas para ir a su primer curso. Iba a modificar el plan de su clase para hacer el acting del marcador lo antes posible.

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