Catorce
XIV
Gael, Marián y Sofía voltean las miradas a las puertas que abruptamente parecen haber sido aventadas por el repentino viento, esas que yo abrí. Todos miran hacia acá y me permito imaginar que la menor se levanta por mi presencia, no me muevo de lugar sin importarme el ardor que perecerá por el roce con su cuerpo. Dejo que me atraviese la mitad del cuerpo sin notarlo, y la observo cerrar las puertas ignorando mi presencia. Mientras el dolor se esparce por el envase que se regenera, escucho su respiración profundamente, se mantiene un segundo descansando los brazos sobre el cristal. Y me es inevitable pensar en el demonio de ojos preciosos por la tristeza que evoca.
No puedo ir con Helene.
No sé cómo hacerlo.
Me quedé estático observando la fotografía que mandó la Central. Pasaron varios segundos, varios minutos sin que pudiera procesar algo. Me imaginé llegando a su edificio, me imaginé tocando el timbre y luego me la imaginé a ella llorando en rojo siniestro.
—Quita esa cara.
Sofía voltea a Gael enfadada. Él, cruzado de brazos, le hace un gesto con la cabeza. Le está pidiendo que regrese a su asiento. Se acomoda el cuello de la camisa y luego observa el reloj de oro. Quizá debí de haberme entretenido con las personas de aquí en vez de regresar a Helene.
—Estoy preocupada —susurra Sofía—. No se ve nada bien. Nada, nada bien. Te lo dije anoche.
—Poner esa cara, como si fuera el fin del mundo, tampoco va a ayudarle mucho.
Mauren no está en su asiento, por los susurros me imagino que está ahí dentro con Sabino. Aún no ha muerto. Y no hay ningún Nos aquí, así que no sé qué está pasando en la Central. Sofía se deja caer con fuerza sobre su asiento, picotea con el tenedor de plástico la fruta que tiene enfrente. Sandía y melón. Es el mismo vaso que ha ordenado Mauren hace rato en el restaurante.
En mi mente se han evaporado las imágenes de él sin respirar en el suelo. Éstas han sido reemplazadas por unas escenas más macabras: Helene envuelta en llamas con las entrañas salidas y gritando en un dolor profundo. La muerte de Mauren era más silenciosa. Punzaba, pero por momentos se calmaba y era parecida a la sensación que otorga un lago callado.
Los cuadros grotescos del fin de Helene son insoportables y no dejarán de serlo hasta que la encuentre. Pero no quiero ir a ella. Prefiero observarla en mi mente, que llegar a verla sin respirar.
Soy un cobarde.
—No hacer nada tampoco va a ayudarle. Siempre lo vemos de esta manera, Gael. Debemos de preguntar. Debemos de...
—¿Hacer exactamente qué? —interrumpe Gael—. Sofía, lo mejor que podemos hacer por él ya nos lo dijo ayer.
La chica vuelve a sus apuntes y suspira con fuerza. Echa un trozo de fruta a sus labios y silenciosamente deja salir una lágrima rabiosa. Su compañero se queda observando su espalda, por la expresión de su rostro sabe que está llorando, pero no hace nada, la deja en paz.
Marián se levanta de su asiento con un par de hojas entre sus manos, a paso fastidiado camina a la oficina de Sabino. Me acerco y entro junto a ella. El jefe está sentado sobre su escritorio, encima de folders y papeles que suponen ser importantes. Enfrente de él está Mauren recostado en una de las sillas, con las piernas totalmente estiradas y el cuerpo desfallecido. La asistente no oculta un gesto reprobatorio mientras acomoda el par de hojas en un folder.
—Gracias —habla Sabino—. Avísale a los chicos que ellos irán a la casa del Ingeniero Méndez, por favor.
Ella asiente sin dejar de observar la postura de Mauren, supongo que debe estar juzgándolo por la manera en que deja la mano en la cadera y lo repasa de arriba a abajo. Este le da un saludo con la mano, ondeando el aire de una peculiar manera y sacando su desayuno de la bolsa de plástico que se encontraba en el suelo junto a él. Poco parece importarle cómo le miren los demás en este momento.
La puerta se cierra detrás de nosotros y Sabino se inclina hacia Mauren.
—¿Entonces? ¿Por qué no le has contestado a tu madre?
—Nada en especial. No tengo ganas de ir.
—Bueno, yo tampoco tengo muchas ganas de verte la cara todos los días y aquí estoy. —Mauren esboza una pequeña sonrisa—. He tenido que inventar un relato entero de por qué no has contestado sus correos, pero se ha alegrado de oír de ti y de que estás bien. Aunque, bueno, tenemos un problema.
—¿Qué cosa?
—Le he dicho que irías hoy. Precisamente en un rato.
La cabeza del joven moribundo se esconde entre sus manos mientras Sabino voltea al reloj de la oficina. Mauren deja salir un gruñido en forma de queja y luego voltea a su jefe, quien está ahogando las carcajadas. Tomo asiento al lado de ellos. Mauren sigue sin verse bien, pero no parece estar muriendo, no como hace un par de horas, no como Sofía predecía con sus palabras.
—Mala noche, ¿no? —pregunta Sabino—. Tienes a Sofía bastante preocupada. Me mandó un mensaje por la noche. Decía que te sentía extraño y otras cosas. ¿Podrías al menos calmarla y no dejarla con el santo en la boca?
Mauren se alza de hombros, luego mira sus uñas desinteresado.
—Le dije que no se preocupara —contesta Mauren—. ¿Por qué le has dicho a mamá que iría? No tengo ganas de ir. Iré la próxima semana. Hoy no. Simplemente no puedo, tengo trabajo y papeleo. Márcale y dile que ha llegado una urgencia o algo así. Mándame a esa casa del Ingeniero también.
—No puedo mandarte a trabajar así y no puedo mentirle a tu madre. Bueno, no puedo mentirle más. Si tan solo supiera la actitud que te has cargado últimamente... Además, vas a tener compañía no te quejes.
Mauren se desespera. Sus piernas comienzan a hacer un ritmo caótico. Abre el contenedor de su desayuno expulsando un aroma dulce por las paredes del lugar. Sin premura agarra un gran trozo de panqueque y lo mastica ruidosamente.
—¿Y si llega una urgencia? —Habla Mauren mientras mastica—. Debes de tener a tres personas aquí. No puedes descuidar tu negocio.
—¿Mi negocio... —Sabino suspira y mira el techo cansado—. No te preocupes. Lucas va a venir.
—¿Lucas? —pregunta Mauren carcajeando.
La risa que sale de sus labios es seca, sin gracia alguna, pero esperanzadora. Desconozco el rostro de Lucas, pero le ha animado un poco más a Mauren escuchar el nombre. Observa sus cubiertos como si recordara algo agraciado y mantiene la mirada ahí.
—Sofía no va a estar muy contenta con eso. ¿Él no estaba dando clases en la universidad o algo así?
Sabino asiente, estira su mano para tomar un panqueque entero, inconscientemente se queda concentrado en el movimiento de las piernas de su amigo.
—Hace una semana le he ofrecido que trabajara de nuevo con nosotros y aceptó quejándose de su trabajo. Hace rato le pedí que se viniera hoy para ayudar de una vez. Además, ya hacía falta otro miembro en el equipo, a veces creo que los tengo muy atareados a ustedes.
Mauren frunce el ceño, cierra con fuerza el plástico y no permite que otro trozo de comida sea tomado de su envase.
—Espera —interrumpe Mauren—, dijiste que tendría compañía... ¿Quién más va a la casa de mi mamá?
Sabino se levanta de la mesa y niega con la cabeza restándole importancia. Se esconde detrás de la mesa buscando algo entre los cajones, luego pasa al librero sin decir palabra alguna. Mauren, a la espera de su respuesta, tamborilea la caja de papel de su desayuno.
—¿Y bien?
—Ah.
Sabino rasca fervientemente su nuca. Acomoda el suéter y lo sacude como si tuviera pelusas. Le dedica una pequeña sonrisa a Mauren y luego vuelve a sacudir el suéter.
—¿Ah? —pregunta Mauren.
—Alguien te vino a buscar muy temprano antes de que llegaran todos. Era una joven. —Sabino truena los dedos varias veces—. Dios, he olvidado su nombre. Es medio alta, muy delgada con ojos de canica marrón. Una voz tremendamente inolvidable. Castaña. Venía despeinada y con apuro. Casi casi cargaba esa misma mirada que la tuya de ahora, una como medio melancólica. Traía una bolsa de regalo.
—¿Me buscaba a mí? ¿Te dijo su nombre?
—¡Que se me olvidó!
Mauren se levanta a encararlo, camina hasta ponerse frente a él y se sienta en la orilla del escritorio.
—¿Y qué tiene que ver con la supuesta compañía, Sabino?
Sabino respira despacio, evita la mirada de Mauren, pero no puede dejar de sonreír.
—¿Amanda? ¿Erica? ¿Helena?
—¿Helene?
La pregunta sale al mismo tiempo de mis labios y de los de Mauren. ¿Qué asuntos tiene Helene con Mauren?
—Se veía como una buena persona y te traía un bonito presente. Y quizá, solo quizá, pensé que se llevaban bien porque, bueno, normalmente a ninguna de las chicas con las que sales les dejas que vengan al trabajo. Pero se me hizo raro, porque acaba de llegar Reni y yo pensaba que ustedes...
—¡Sabino!
—La cosa es que tal vez le hablé del compromiso que tienes con tu madre hoy y tal vez le dije que podría encontrarte allá.
—¿Hiciste qué?
Ahora que vuelvo a la fotografía que está colocada en el escritorio, me da la impresión de que cada que estos dos están a solas, el tiempo jamás les alcanza. Vuelven a ser niños, justo como aquellos dentro del marco.
—¿Le diste a una extraña la dirección de mi casa?
—No, le di la de tus padres. Y no era una extraña. Bien daba la impresión de que se conocían los dos. Sabía tu nombre y ahora confirmaste el suyo, así que, extraña, extraña, no lo es.
Mauren, con cierto enfado, cierra la caja de papel de su comida y la deja arrumbada en el asiento. Se levanta y camina hacia la salida de la oficina. Con la mano en la perilla y el cuerpo listo para salir, Mauren voltea a su amigo una vez más.
—Eres hombre muerto.
—¿Mauren? Estamos cerca de esa fecha, ¿no es así?
La mano de Mauren se mantiene en el metal de la perilla. Titubea. Sus labios tiemblan un segundo y luego respira profundamente. El silencio se alarga otro par de segundos hasta que Sabino carraspea.
—Sé que es imprudente decirlo, pero le he llevado mis respetos a Tomás. Ayer fui a visitarlo a su tumba. Siempre tiene flores ahí, igual le he dejado algunas más. Nunca sé cuáles dejarle.
¿Tumba?
—Odiaba las flores —responde Mauren.
—Lo sé. Perdón, me duele mucho recordarlo... Y no tengo idea de lo tanto que debe dolerte a ti —habla Sabino—. No necesitas hablar de ello, pero aquí estoy. Lo sabes, ¿verdad?
Las manos del ser insensible se esconden en sus bolsillos. Alza los hombros dos veces, como si se confirmara a sí mismo que no es de tanta importancia el asunto. Sacude la cabeza, quizá quiere remover el recuerdo. Me gustaría preguntarle, si todo lo que le hizo llorar de esa manera anoche, forma parte de la tierra ahora.
—A veces lo extraño —continúa Sabino.
Mauren abre abruptamente la puerta. Con los ojos enrojecidos, y a punto de llorar, le dedica una sonrisa quebrada a Sabino.
—Ya te lo he dicho, esto no se queda así. Eres hombre muerto.
No sé cómo lo logró, pero Mauren parece haber recobrado un poco de vida.
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