ARENA DEL VALHALLA...
Anubis había logrado ponerse de pie habiéndose alejado lo suficiente de su enemigo. Los dioses egipcios se alegraron de ver al guia de los muertos ponerse de pie, incluso su esposa Anput le suplicó que no pierda ese combate, que no podía hacerlo. Se tambaleó un poco, todavía sus piernas temblaban, como sucedió con la hija de Hades en la tercera ronda, Anubis desde su masacre divina no había sido herido más nunca.
Volvió a caer de rodillas al suelo, realmente le costaba mucho estar de pie, pero el grito de los dioses egipcios le alentaban a ponerse de pie nuevamente y no rendirse, lo tenía todo para ganar.
—¡Señor Anubis no hay nadie más increíble que usted!
—¡Ya lo tiene, señor Anubis, dele el golpe de gracia a esa basura humana!
Eran los gritos de los dioses egipcios, y también de unos cuantos dioses más que no formaban parte de ese panteón. Su esposa Anput se preocupó por el guía de los muertos, no quería verlo morir, no quería volver a pasar por ese sufrimiento de nuevo, por lo tanto, miró a la zona VIP, todos los dioses que se encontraban en ese lugar miraban atentamente el combate...
—Al parecer Anubis será el ganador, hermano, ese pirata está completamente atrapado en la ilusión de él —comentó Hermes.
—¡Ja! Caer en las ilusiones del enemigo es una muerte segura sin duda alguna. Pero me preocupa Anubis, ese idiota se confío y resultó gravemente herido por ese pirata —dijo Ares, viendo sin apartar la mirada el combate.
—Es una pena que ese hombre vaya a morir y jamás volverá a la vida, me hubiera gustado tenerlo también como mi sirviente, es muy lindo —comentó una ruborizada Afrodita,
—Todo hombre que te llama la atención quieres tenerlo de sirviente, no has cambiado nada, hermana —dijo Artemisa, sintiéndose... molesta, puesto que su hermana se había llevado gran parte de la genética y bendición divina a comparación de ella, si saben a lo que me refiero ¿Verdad?
—Es que los humanos son muy divertidos, Artemisa, no es culpa mía que ninguno quiera ser tú sirviente —respondió Afrodita, ladeando su cabeza hacia la izquierda mientras la miraba con una sonrisa burlona.
No hace falta decir que eso último le hizo hervir la sangre a su hermana.
Regresando con Anput, ella bajó su mano izquierda a dónde nadie podía observar lo que estaba haciendo. Una luz violácea apareció repentinamente y de forma efímera, desapareció luego de eso y en su mano apareció un anillo bastante singular. Levantó su mirada y observó a su esposo de nuevo...
—¡Anubis! —gritó ella el nombre de su esposo. El guía de los muertos se volteó a verla y le sonrió, pero ella no hizo lo mismo, lo miró bastante seria.
Señaló con su mirada la mano del guía de los muertos, a lo que Anubis miró su mano y de un momento a otro, aquel anillo que su esposa había invocado ahora se encontraba en la mano del dios egipcio.
—¿Esto es..? —se preguntó a sí mismo el dios egipcio.
Anubis volvió a ver a su esposa, ella seguía mirándole serio dándole a entender que debía usarlo a como dé lugar. El único que logró darse cuenta de lo que había ocurrido fué Apollo, observó que algo le había dado aquella mujer, pero poco o nada le importó.
Anubis se colocó ese anillo y cuando lo hizo, la gema de color azul que tenía dió un sutil brillo.
—Es verdad, no puedo romper mi promesa. No voy a perder, no voy a volver a... perder —pensó para sí mismo el dios egipcio.
Regresando a la ilusión de Zoro, el espadachín continuaba con su dura misión de salir de aquella ilusión tan nefasta creada por el guía de los muertos.
Solo se encontraba él, esa pequeña niña, y su Valkiria. Kuina se encontraba sentada en el suelo, alejándose como mejor podía del espadachín peliverde, mientras le gritaba a gran voz que no la asesine, que ella era su amiga, que si se había olvidado de ella, y que si había olvidado de los buenos tiempos que pasaron juntos.
—¡Zoro por favor no me hagas daño! ¡Soy yo! ¡Tú mejor amiga! ¡Soy Kuina! —gritaba una falsa Kuina muy aterrada, diablos enserio verla en ese estado daba pavor.
Zoro de nuevo volvió a bajar su espada, enserio no podía hacerlo...
—¡Ah maldita sea! ¡No puedo hacerlo! ¡No puedo, no puedo, no puedo! ¡NO PUEDO! —bajó su rostro, sin saberlo estaba haciendo justo lo que Anubis quería, el cual era mantenerlo en aquella ilusión, el tiempo suficiente para asesinarlo fuera de esta.
—¿Zoro acaso ya me olvidaste? ¿Ya olvidaste la promesa que hiciste? —esas dos preguntas fueron suficientes para dejar casi en el colapso mental al ex cazador de piratas. Pero Mist, de nuevo empleó aquellas palabras reconfortantes y que llenarían de valor a cualquiera.
—No es real, jamás lo será, no dudes. ¿Ya lo olvidaste? Le prometiste a tú capitán que ganarías pase lo que pase ¿O no?
Zoro abrió su ojo a más no poder. Es verdad, antes de ingresar a la arena del Valhalla, en el pasillo se encontró con cierto jovencito de cabellos negros, Luffy, el hombre que fué su capitán en vida, el hombre al cual ayudó a convertiste en el nuevo rey de los piratas, en el hombre más libre del mundo, lo estaba esperando.
Antes de salir, Luffy le entregó una botella con algo de licor, del que a él le gustaba, diciéndole que después de su victoria, cuando todo eso termine, no solo ellos dos, sino que toda la tripulación volverían a cenar de nuevo y pasándola increíble antes de regresar al descanso eterno.
Zoro tomó esa botella, y con una amplia sonrisa, le prometió a su capitán que no iba a perder por nada del mundo y que volverán a comer y beber todos juntos. Una promesa que debía cumplir sí o sí. Mist se manifestó luego de que Luffy se retire y le comentó que la confianza que ese jovencito le tenía era bastante linda. Zoro solo le dijo que desde que se conocieron, surgió esa enorme confianza.
Zoro se armó de valor, era verdad, le prometió a Luffy no perder, y así sería. Empuñó con firmeza su espada ante los ojos de esa pequeña.
—¡Hazlo, Zoro! ¡No hay tiempo que perder Anubis va a atacarte en este momento! —dijo Mist.
Fuera de aquella ilusión, Anubis de nuevo invocó aquella pared con la pluma de Maat, en esta ocasión le arrancaría sí o sí el corazón. El guía de los muertos volvería a realizar su juicio para vencer a su oponente.
No perdió más el tiempo, se abalanzó contra ella levantando su espada hasta lo más alto...
—¡ZORO SOY YO, SOY KUINA!
—¡NO LA ESCUCHES, HAZLO! —dijo Mist a todo pulmón.
El peliverde se acercó con velocidad a esa pequeña niña, al estar a poco más de un metro levantó su espada, la cortadora de pesadillas ante los ojos de una aterrada Kuina. La espada brilló en ese momento con mayor intensidad despertando su poder, el cual podía acabar con cualquier ilusión o alucinación divina.
—¡PERDÓNAME, KUINA!
Ella dió el grito más horrendo de todos al ver a ese pirata atacarla de esa manera, mostró la peor expresión de terror ante un Zoro que no tuvo más remedio que hacerlo, de asesinarla si quería salir de aquella ilusión. Cerró sus ojos, sujetó con fuerza y firmeza su espada y realizó un poderoso corte en diagonal, yendo desde el hombro derecho de esa niña hasta su cadera izquierda, casi partiendola gracias a la potencia de la espada.
La sangre de esa pequeña salpicó con fuerza, manchó todo el suelo que estaba bajo sus pies, unas cuantas gotas de aquella sangre fueron a parar al rostro del peliverde, quien dicho sea de paso, no supo que más hacer luego de eso, contra todo pronóstico el espadachín acabó con esa pequeña que se veía tan real, parecía que literalmente tenía a Kuina enfrente suyo, pero ahora muerta. Ella cayó al suelo, muerta, ante los ojos de un Zoro que no tuvo más remedio que asesinarla.
Ella poco a poco comenzó a desvanecerse ante los ojos del peliverde. Se tornó de un color negro, tan negro como el vacío cósmico y posterior a eso, todo al rededor del ex cazador de piratas brilló intensamente, por fin había escapado de aquella ilusión.
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Regresó en sí mismo, justo a tiempo. Observó que Anubis otra vez había invocado esa pared y esa pluma extraña, pero antes de que Anubis lo vuelva a paralizar con su poder y arrancarle el corazón agarró sus tres espadas y contraatacó de inmediato...
—¡Santouryu: Nanahyaku Nijuu Pondo Hou! (¡Estilo de tres espadas: Cañón de 720 libras!)
Lanzó su ataque a distancia, el cual viajó tan rápido que Anubis por poco y pudo esquivarlo. Aquel ataque volvió a destruir esa pared y esa bendita pluma, la hizo pedazos ante la vista incrédula de los espectadores. Los dioses ya proclamaban a Anubis como vencedor, pero no, Zoro aún podía seguir peleando.
Desde el suelo, el guía de los muertos lo miraba con incredulidad mientras los trozos de aquella pared seguían cayendo al suelo, con una amplia sonrisa en su rostro, porque supo exactamente que si su enemigo salió de su ilusión, fué porque en verdad había asesinado aquello que era valioso para él.
—¡Jajajaja no puedo creerlo! ¡Lograste escapar, humano! ¡¿Realmente asesinaste a esa niña?! Puff jajajajaja, ¡¿Qué se sintió haber asesinado a alguien valioso para tí?!
Lo miró con mucha ira, odio, desprecio, tantas emociones y sentimientos negativos, no había otra cosa en su mente que no fuera el asesinarlo.
En las gradas, nuestras queridas Valkirias se sentían bastantes aliviadas y emocionadas de que Zoro finalmente haya logrado escapar de la ilusión de Anubis.
Su enemigo era un verdadero monstruo, alguien que no tenía ni la más mínima pizca de honor en su nombre, un ser totalmente despreciable que jugaba con la mente de sus oponentes, a diferencia del espadachín, una persona llena de buenos valores, sentimientos hacia sus amigos y nakamas y también, una persona llena de honor.
—Tú... —envolvió sus espadas con Haki al igual que sus fuertes brazos—, Maldita escoria... —su ojo de nuevo se tornó de un color rojizo—. ¡¿Cómo te atreviste a hacer eso?!
Zoro lo miró tan furioso, tan colérico, jamás iba a perdonarlo por lo que hizo, por lo que le obligó a hacerlo, asesinar a esa persona que significaba mucho para él. Zoro agarró sus espadas, y una la colocó en su boca, estaba tan colérico que parecía ser un dragón en ascenso...
—¡VOY A ACABAR CON TÚ VIDA EN ESTE MOMENTO, ANUBIS! —gritó Zoro, mientras una cantidad ridícula de energía emanaba de su cuerpo al punto de que este desgarraba el suelo en múltiples direcciones.
—Vaya Jaja, ahora sí se enojó —comentó con mucha gracia el dios egipcio.
Un aura de color morado comenzó a rodear el cuerpo del peliverde mientras aquellas espadas brillaban intensamente, cada una con su respectivo color, violáceo, rojo y verde azulado. Aquella aura morada cubrió a Zoro casi por completo, haciendo que este después presente más de dos brazos y más de una sola cabeza. Todos los dioses y humanos quedaron bastante impactados ante lo que estaban observando, era algo del otro mundo por decirlo de algún modo.
—Kiki Kyuutouryuu: ¡Ashura Bakkei! —exclamó Zoro, realizando una de sus técnicas más poderosas que cargaba en su arsenal.
—Increíble, ese hombre es absolutamente increíble. No solo escapó de la ilusión de Anubis, sino que todavía cuenta con las energías suficientes para seguir atacando —comentó Ares, totalmente asombrado del poder de ese ser humano.
—¿Crees que Anubis pueda salir vivo de ese ataque? —preguntó Hermes.
—Si lo hace, tal vez comience a tratarlo con algo de respeto —mencionó de manera irónica el dios de la guerra, mismo que hace unos momentos, cuando se reunieron, le tuvo un inmenso miedo al guia de los muertos.
Con los dioses Nórdicos, Odin presentía que ese combate pronto terminaría, por lo que le dijo a Loki que ya podía ir haciendo los preparativos y que también, ya podía ir eliminando a "esos" objetivos. Loki sonrió de la manera más retorcida posible, asintió con la cabeza y pronto se retiró del lugar diciendo que se podría en marcha de inmediato.
En la arena, Zoro estuvo cerca de lanzarse y hacer ceviche de chacal, pero Anubis solo sonrió sutilmente y volvió a juntar sus manos, realizando de nuevo su técnica con la cual traía de regreso las almas de los muertos y las usaba como armas.
—¡RESUCITACIÓN: MARTIRIO ETERNO DEL DUAT! —dijo. Pero, no se materializó solo un círculo, sino que decenas y decenas enfrente de él, para sorpresa de su oponente y del público en general.
Anubis en ese momento invocó a todos sus trofeos para pelear por última vez en esta, la recta final de esta ronda. Anubis tenía demasiadas almas en su arsenal, era todo un ejército que se había manifestado enfrente del espadachín peliverde. Desde guerreros altos y fornidos, hasta espadachines de diferentes épocas, habían tantas almas que era imposible contarlas una por una.
—¡JAJAJAJAJAJAJA! ¡¿SORPRENDIDO, HUMANO?! ¡ESTAS SON TODAS LAS ALMAS QUE TENGO A MÍ DISPOSICIÓN Y QUE EN ESTE MOMENTO VAN A MASACRARTE AHORA MISMO! —exclamó el guía de los muertos, casi al borde del colapso porque haber invocado a todas esas almas para la recta final lo dejaron muy cansado—. ¡VAMOS PIRATA! ¡QUIERO VER QUÉ ES CAPAZ DE HACER "EL ESPADACHÍN MÁS FUERTE DEL MUNDO"!
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