4) La última ocasión

Advertencia: Este relato contiene sexo explícito, violencia y lenguaje vulgar. No se recomienda su leída a menores de 18 años.

Incendio

En unos de los tantos días de verano donde el calor y el líbido parecen interminables, recuerdo cuando fuiste mía. No sabes cuánto imaginé ese momento antes de que sucediera. Podía pasar horas, incluso días pensando en el olor de tu cuerpo, el sabor de tu sudor, el susurro de tus gemidos, lo caliente de tu saliva y el sentir dentro de ti.

Todo fue mejor de lo que imaginé, la magia de lo espontáneo, el sabor inigualable de tu cuerpo desnudo, el misterio de la penumbra, la textura de la piel que antes no había tocado en ti y la poca luz de la luna que se colaba por la ventana.

Nunca, nadie había susurrado mi nombre en la manera que lo hiciste esa noche. Recuerdo perfectamente como tu cabello caía mojado por el sudor sobre tu espalda, mientras impaciente recorría con mi mano y mi lengua cada parte de tu cuello, tus senos, tu vientre.

Dibujé círculos con la punta de mi lengua sobre tus pezones erectos mordiéndolos suavemente, recorrí con mis manos tus hombros, bajé por la espina dorsal llegando a tu culo, la respiración se hacía cada vez más profunda, hasta llegar a los jadeos. No recuerdo ni cómo empezó todo, tal vez culpa de la droga, el alcohol o mi locura... pero sí sé como siguió:

No quería otra cosa más que poseerte: Después de recorrer con mi lengua tu piel, abrí lentamente tus piernas besando los muslos y mordiéndolos. Posé mi cara en medio de ellos, probando así el delicioso néctar de tu cuerpo. Sentí al compás de tu respiración y tus gemidos como se tensaba tu cuerpo al llegar el primer clímax.

Me levanté y quité las prendas restantes de mi cuerpo, la oscuridad no era tan densa como en principio y te noté ahí, sentada observándome, esbozando una sonrisa como la de un niño cuando hace la peor travesura, pero nunca lo descubren. Solo que tú ya no eras una niña y la peor travesura apenas comenzaba.

Por un momento los pensamientos de nuestra amistad rodearon mi cabeza, como siempre, como nunca antes.  "¡A la mierda, de eso me preocuparé después!" pensé con una sonrisa.

Me acerqué hasta tu rostro y besé tus labios ahora con menos ternura y con más interés, sintiendo así el aliento tan caliente y tu lengua bailando al compás de la mía. Apreté tu culo,  mordí tu labio inferior fuertemente al sentir tu mano acariciando mi dorso, bajando hasta mi verga, arrancando uno de mis suspiros. No fue intencional morderte con tanta fuerza, pero me tomaste por sorpresa y al parecer te gustó, pues comenzaste a recorrer mi pene sutilmente con tu mano, acariciado ciertas partes más sensibles sin dejar de besarme.

Impaciente por saber otro de tus secretos ya descubiertos, acariciando tu cabeza con ternura al mismo tiempo que me ponía de pie, guié tu boca hacía donde hace un momento estaba tu mano. Sentí tu aliento sobre mí, tensando más el momento, mientras recorrías mi falo, haciendo figuras con tu lengua sobre el frenillo, subiendo lentamente, haciendo énfasis en el glande y bajando hasta la base, con leves succiones. Me aferré a tu cabeza moviéndola simultáneamente, el calor era sofocante, el sudor hacía que nuestros cuerpos se sintieran pegajosos, sin embargo la noche estaba por convertirse en la mejor de mi vida.

Te separé de mi un momento, te pusiste de pie para besarme ahora con mas sensualidad, tomándome de la cabeza y yo de tus caderas, pegándote aún más a mi cuerpo sintiendo el inquietante calor, te acosté sobre la cama y me coloqué en medio de tus piernas, besé tus pechos moviendo mi lengua de arriba hacia abajo y mordí uno de tus pezones, gemiste para después sonreír y volver a besarme, mientras yo comenzaba ya a moverme dentro de ti, sintiendo avanzar el placer.

Podía escuchar tu respiración alterarse con cada segundo que pasaba, tomé tus caderas esperando recibir un mejor placer giré quedando ahora yo debajo de ti. Entre la brecha de luz de luna que se colaba por la ventaba podía distinguir la figura de tu cuerpo. El vaivén de tus caderas, mis manos aferradas a ti haciendo la penetración más profunda y el movimiento de tus pechos.

Conforme tus gemidos se intensificaban, apretaba más tus caderas y con gruñido de placer comencé a sentir ese calor abrazador que recorría mi columna y lentamente el placer se apoderaba de mí. Yo quería que ambos disfrutáramos la explosión.

Tú seguías sobre mí, mientras deslicé una de mis manos hasta llegar a tu clítoris, aferraste tus uñas en mi pecho, unimos nuestros labios con desespero sin dejar de movernos frenéticamente. Una ola de placer inundó mi vientre, llegando hasta mi palpitante sexo que se intensificaba conforme tu interior se iba estrechando. Fue una pequeña muerte recibida por un delicioso orgasmo.

Observé tu sonrisa, apenas logré distinguirla, pero sabía que era única, especial y sobre todo que me pertenecía. Acaricié tu rostro, te aparté un momento de mí para poder controlar mi corazón.

Acto seguido: tomé con delicadeza tu mano poniéndote de pie para seguir este frenesí, colocándote de espalda y besando tus hombros, lo entendiste tan rápido, pues tu misma te pusiste de rodillas sobre la orilla de la cama, apoyándote sobre tus manos, quedando perfectamente a mi disposición en cuatro patas.

Comencé a lamer la parte trasera de tu cuerpo que quedaba a mi merced, tensando nuevamente mi virilidad.

Lentamente introduje mi pene dentro de tu vagina, disfrutando cada centímetro de tu cuerpo de la manera más lenta posible, haciendo el método perfecto de placer-tortura jamás inventado. Si hace unos momentos mi respiración se había regularizado, otra vez estaba olvidando como era esa sensación.

Fui acelerando los movimientos de mi cuerpo, sintiendo como tus paredes me atrapaban intensificando las sensaciones de calor. Recorrí con mis manos tu espalda sintiendo lo cálido y húmedo de tu cuerpo haciendo salir mis suspiros.

Acaricié tus pechos, pellizcando tus pezones con firmeza escuchando tus jadeos roncos. Sentía que se aproximaba una descarga carnal, una ola de calor recorrió mi cuerpo, era más fuerte que la anterior. Sacudí mi cabeza levemente, me aferré a tus caderas para obtener una mejor sensación de penetración. En nuestro baile de lujuria pedías más ¿y quién era yo para negarme? Un profundo placer se apoderó de mi cuerpo, mis músculos se tensaron poco a poco, una extrema excitación y un exquisito cosquilleo recorrió mi cuerpo concentrándose con más fuerza en mi entrepierna. Tras un berrido concluyó ese momento de desenfreno y gozo con un placentero cosquilleo en mi glande. Nos tumbamos en la cama cansados, pegajosos por el sudor, pero completamente satisfechos, acaricié tu cabello y te susurré al oído 

—Quiero que tu corazón sea solo mío.  —Me besaste por última vez y me quedé dormido.

"Una tormenta nos arrastró a las puerta del infierno, yo me dormí en tus brazos y al despertar el mundo nos hizo pedazos" 

Penitencia:

"Respiré profundo. Me pusé de pie, te observé... Tan inerte, tan silenciosa, tan llena de sangre, tan muerta...Tan bella"

"A comparación de ti, a mí nadie me detuvo"

Al abrir los ojos el cielo brilla más y tanta luz lastima, te ciega. A pesar del calor sentía... Siento frío, el frío de tu ausencia. Después de gritarle al destino y rogarte a ti que no me dejaras, porque yo te amaba sin importar nada, que haría todo lo que estuviese en mis manos para que jamás te arrepintieras de estar a mi lado, dijiste:

—Siempre has sido mi pañuelo de lágrimas y de las pocas personas que me han acompañado en mis momentos de soledad. No me arrepiento de todo lo que pasó anoche, sé que no fue culpa de nadie, sino del destino, pero sabes todos mis secretos y eso no es bueno, tarde o temprano tendremos problemas por ello. Eres una gran persona, debes encontrar alguien tan perfecto como tú, que te ame y te valore como yo no puedo hacerlo, no puedo decirte "mi amor" cuando hace unos días te dije "Siempre seremos amigos".

Te pusiste tu vestido y diste media vuelta hacía a la puerta, mientras yo me ponía los pantalones lo más rápido posible para ir detrás de ti, porque yo siempre te di mi corazón sin preguntarte nada, sin cuestionarme si estaba bien o mal.

El placer y felicidad que había sentido la noche anterior se fusionarón en desesperación e ira, las lágrimas comenzaban a brotar y correr por mis mejillas. Me abandonaste. Después de jurarme que siempre estarías a mi lado, inlcluso a pesar de mi enfermedad, el rechazo de mi familia y la sociedad. Prometiste ayudarme en todo, nunca dejarme solo... Y me diste la espalda, te pusiste tus sandalias y dijiste.

—No puedo seguir con nuestra relación de amistad, te he dañado demasiado y ya no quiero hacerlo más. No puedo darte mi corazón, no puedo ofrecerte nada. Cuidate, quizá nos veamos en otra vida.

Y ahora estoy aquí, una habitación blanca, preso de mi enfermedad, de mi soledad, de mi coraje, de mi locura... de ti más que nada. Pude entregarte todo, nadie puede bajar la luna, pero podía crear algo tan hermoso como ella, para ti... para nosotros.

¿Por qué tenía que pasar esto? ¿Por qué decidiste que es lo mejor para mí, cuando nunca supiste ni hacer lo mejor para ti? Un profundo sentimiento de coraje se apodera de mi ser, muerdo mi lengua para no gritar... El sabor a hierro comienza a inudar mi boca, cierro los puños con ira, ya no puedo contenerme más... Quiero verte nuevamente. Me pongo de pie, corro hacía el olvido, hacía el vacío de la añoranza, hacia mi locura y tu desenfreno.

Tengo tantas preguntas para ti, sin desearlo tu nombre se me escapa de la garganta en un grito de anhelo, nuevamente repito la acción pero ahora casí con coraje, después con ira y maldiciones de lo que de verdad pienso de ti, pero tu recuerdo trata de detenerme, me safo de el y llegan más, siento como una aguja traspasa mi carne y como el frío líquido recorre mis venas. Una sensación de espasmo atraviesa mi cuerpo entero, siento zumbidos en mi cabeza; mis manos, labios y piernas tiemblan, me doy cuenta que lo que me detiene no son tus recuerdos sino los brazos de varios sujetos a los cuales no reconozco. Mis pasos se vuelven torpes, mi cuerpo más pesado, la cortina de humo mental se va desvaneciendo, los recuerdos vagos de aquella noche de agosto, en aquel viejo hotel se van aclarando, ahora recuerdo todo justo después de aquella caótica despedida:

Diste unos pasos fuera de la habitación, te tomé de las muñeca e hice que regresaras, comenzamos a discutir nuevamente, te grité todo el odio que sentía, todo aquel vómito mental, golpeaste mi cara para callarme.

—¡Eres una persona horrible, ahora me doy cuenta que no eras lo que pensaba, estás mal! —concluiste mirándome a los ojos, nuevamente intentaste irte, pero no te lo permitiría.

Cegado por la ira, te tumbé sobre la cama bruscamente, al caer mordiste tu lengua, la sangre comenzaba a brotar por tu boca, al ver eso quise ayudarte, quise decirte que no era mi intención, pensaba dejar las cosas así y marcharme. Si tan tan solo te hubieras quedado callada, todo sería distinto, mucho... Pobre bonita, sin embargo sellaste el trato con el diablo al gritarme:

—¡Estás loco, eres un enfermo, me das miedo maldito psicopata! ¡Déjame ir, ya, alejate!  —soltaste mientras te ponías de pie.

¿Loco? ¿Miedo? ¿Enfermo?, ¿Alejarme?... Esas palabras las escuché de mis padres, las escuché de aquella niña que se veía inocente, las escuché de aquellas voces que llamaba conciencia y luego... de ti, pero que lástima que todas las anteriores estaban lejos, calladas, donde nadie las escuchó, donde no podían advertirte que la muerte está donde menos esperas y de quien menos la esperas.

Golpeé tu cara fuertemente haciendote caer de nuevo en la cama, con la mano tiraste la lámpara antigüa que estaba sobre el buro. La junté de suelo, obsvervé tu rostro lleno de sangre y miedo:

—Pronto toda será calma, corazón... 

Susurré despacio y sonriendo mientras me acercaba a ti con el aquel trozo métalico inservible en mi mano.  Gritaste algo casi inentendible cuando sentiste el frío atravesando tu pecho.  La sangre de tu cuerpo salpicaba bastante, tus gestos se transforaban en dolor, temor y pánico, según cada vez que tu tórax era desgarrado por aquel objeto afilado. Pedazos de carne se quedaban incrustados en el arma improvisada.

Tus lagrímas brotaban y resbalan por la cara del mismo modo que tus gritos por mis oidos. El hecho de apuñarle era tan excitante, no recordaba esa sensación, tenías razón: No me conocías en verdad... poco a poco tus manos dejaron de forcejear y arañar mis antebrazos, tus gritos se fueron convirtiendo en susurros, tu respiración más lenta. Respiré profundo. Me pusé de pie, te observé... Tan inerte, tan silenciosa, tan llena de sangre, tan muerta...Tan bella.

El hueco que quedo en tu pecho era más profundo de lo que pensaba, lo observé con curiosidad, inlcuso creo haber visto tu corazón, no sé... Los últimos detalles son confusos, mis manos estaban cubiertas de tu sangre y mi cuerpo lleno de salpicaduras, recuerdo que metí mis dedos dentro de aquel sangriento hueco,  se sentía tan extraño, entre agradable y casi asqueroso, viscoso, me pareció casi blando.

Me entretuve un momento más observándote, en fin, no teníamos prisa de regresar. Ahora fui yo quien salió de la habitación, pero al contrario de ti, a mí no me lo impidieron. Estabamos en el último piso, me sentía con energía así que bajé las escaleras, me encontré con algunas personas que me miraban horrorizadas, incluso una señora gritó como loca y huyo rápidamente, imbécil. Parecía una estúpida.

Mis recuerdos se van haciendo cada vez más borrosos... Creo que aquella inyección ya está haciendo efecto. Ya no puedo recordar más, lo único que sé es que a los días me acusaban de haberte matado, lo negaba porque lo olvidaba, lo recordaba y me enfurecía... Ahora estoy aquí encerrado en este manicomio morbido, lleno de gente enferma, lleno de locos, lleno de vácios, lleno de gente como yo... Lleno de nada.

Dijeron que estabas muerta, pero ellos no saben que todas las noches llegas hasta aquí y me acompañas en mis sueños, como habías dicho: No te dejaré solo.

Pobre de ti, al final no mentías, pero al final de todo estamos juntos, solo tu y yo. Aunque a veces me dices que me llevarás contigo al infierno, y ahora luces diferente: tus ojos están en blanco, tu cuerpo frío, tu cara carcomida por los gusanos, tu cabello enredado, aquel hueco en tu pecho cada vez luce peor... Pero ahora, puedo ver tu corazón latir a través de el, puedo saber que ahora eres solo mía y será así por la eternidad. Juntos por siempre, como lo prometiste. Incluso ni la muerte puede separarnos.

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