Dura condena

La chusma clamaba por el derramamiento de sangre. Nos insultaba y volví a sentirme indefensa tras vivir dos décadas de lujo y bienestar.

El carro paró frente al cadalso. Dos guardias me sacaron la primera casi a empujones.

-Puedo yo sola, no hace falta que me arrastren.

Respondí con la tranquilidad que brindaba saber mi realidad y deseando que todo acabase cuanto antes. Subí la escalera, el verdugo y el cura me esperaban. Hacía mucho que renegué de Dios y lo dije al cura. Intentó desempeñar su papel pero le contesté que me dejara por imposible.

El verdugo ató mis manos a la espalda, el muy sinvergüenza aprovechó para tocarme el culo. Me agaché y posé la cabeza. Él aprisionó mi cuello bajando la tabla superior. Oí el descenso de la cuchilla y el ruido del golpe final.

Así perdí mi cuerpo número noventa.

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Cuatro soldados me desnudaron y ataron con grilletes mis muñecas y tobillos, separando mis piernas. Sufrí sus malos tratos y violaciones.

Perdí la cuenta de los días que pasé sufriendo esta tortura y sin salir de la celda. Deseé que todo acabase de una maldita vez.

Por fin. Abrieron la puerta, me acompañaron por pasillos escasamente iluminados, nuevos prisioneros me siguieron.

Nos pararon a unos cinco metros de una puerta. El griterío es impresionante, como si una muchedumbre asistiera a un espectáculo.

La puerta se abrió, los soldados nos obligaron a salir solos, sin su compañía. Estábamos en la arena del circo. El público intensificó su clamor. Miré al emperador, hizo una señal y se abrió otra puerta. Leones, tigres y panteras salieron.

Perdí mi primer cuerpo devorado por las fieras.

-Querías la eternidad, no la tendrás. Pero sí una vida muy larga y dolorosa. Hasta que te maten cien veces.

Fue la sentencia que Júpiter decretó unos meses antes por serle infiel.

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La mejor manera de conseguir que me maten es vivir en un país con pena de muerte. Durante veinte siglos fue fácil encontrarlo. Fui bruja durante el Medievo y el Renacimiento; asesina en los siglos posteriores; blasfemé en público varias veces. Me han quemado, crucificado, colgado, electrocutado o lapidado.

Año 2018. Durante este siglo he sido infiel en un país árabe. Me han ajusticiado la vez número noventa y nueve. Pero los pacifistas han conseguido que la pena de muerte sea abolida en todo el mundo, justo cuando solo me falta una ejecución.

Menos mal que hay muchas maneras de ser asesinada si se tiene imaginación, algo que me sobra.

Veo a una joven atacada por dos chicos. Entro en su mente, convierto su vacilación en rebeldía, me golpean y me defiendo. Disfruto con la violencia mutua y porque veo mi final muy cerca. Consuman el acto y me clavan varias puñaladas.

Júpiter es clemente y me da tiempo para escribir con mi sangre estos dos últimos párrafos.


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