Ángel del desierto

Adul llegó tarde a la reunión, un extranjero respondía a todas las preguntas:

—Id al desierto sin miedo y Ángel os encontrará.

El extranjero esperó otra pregunta que nadie formuló y dio por concluida la reunión.

Adul quiso hablar con el extranjero para enterarse por completo, pero la muchedumbre se lo impidió.

— ¡Hola, Adul!

— ¡¿Afri?! ¿Qué haces aquí?

—Lo mismo que tú. ¿Vamos juntos?

Ella y él se conocían desde que eran niños en Monrovia. La miseria les separó cuando la atracción nacía entre ellos.

Ni Afri ni Adul tenían familia. Tomaron caminos diferentes hacia uno de los destinos en el norte de su continente: Ceuta o Melilla.

Sabían que hay traficantes que negociaban a costa de los nativos y que muchos perecían en el camino. Huían de ellos.

El desierto de Sahara apenas estaba a menos de cien kilómetros, pero es tan grande que Adul dudaba que Ángel pudiese encontrarles.

—Confía en él. Nadie ha muerto en el desierto desde que Ángel vive allí.

— ¿Cómo lo sabes?

—Es cuestión de fe. Creo en Dios y creo que le envió.

—Yo no sé qué creer. Lo he pasado tan mal.

—Yo también. La fe me ha dado fuerzas.

Viajaban de noche y dormían de día en sitios cubiertos y apartados de la civilización. Llegaron al desierto tres días después de reencontrarse.

Lo afrontaron con esperanza. Adul ya se había contagiado de la confianza de Afri. Tenían comida y agua para tres días.

El primer día en el desierto se hizo largo, el calor era insoportable. Solo veían animales a lo lejos sobre la arena y en el aire.

Llegó la noche y la temperatura descendió bruscamente. Afri tuvo la precaución de cargar con una manta y la compartió con Adul. Se durmieron y no advirtieron que alguien les sedó.

El dormitorio tenía una entrada sin puerta, diez camas y diez armarios a cada lado. Adul nunca antes vio un sitio similar y creyó que seguía soñando. Parpadeó varias veces y comprobó que estaba despierto. Estaba en la segunda cama a la derecha. Todas las camas estaban ocupadas por hombres. Adul siguió a varios que salían. Recorrieron un pasillo que más bien parecía el pasadizo de una cueva. Entraron en una sala tan grande como el dormitorio, con varias mesas. Adul reconoció a Afri y a un señor sentado al lado de ella. Estaban desayunando.

—Buenos días, Adul.

—Buenos días, usted es el extranjero que nos reunió.

—El mismo. Entonces no me presenté, mi nombre es Ángel.

Adul recibió el desayuno, Afri también saludó y preguntó: — ¿Dónde estamos?

—Bajo el desierto. Estas cuevas fueron construidas hace siglos.

— ¿Quién lo sabe? —Ella prosigue.

—Solamente quienes vivimos aquí.

— ¿Significa que nadie puede salir de aquí?

—Adul, dicen que el hambre agudiza la inteligencia, acabas de demostrarlo. Han pasado millones de personas por estas cuevas. Quienes han salido creen que todos los recuerdos de este sitio fue un sueño.

—Entonces estamos de paso.

—Depende. Estoy en contacto con empresarios europeos. Haréis unas pruebas de aptitud que decidirán vuestro porvenir aquí o en Europa. Si no pasáis ninguna de esas pruebas, haréis un curso de formación hasta que logréis pasarla.

—Ángel, ¿hay alguna posibilidad de que Adul y yo sigamos juntos?

—Solo garantizo una posibilidad: que elijáis las pruebas para permanecer aquí.

Menos mal que Adul tenía la piel oscura, que disimulaba mejor el rubor. Tenía más dudas, pero no fue capaz de hablar.

— ¿Haremos hoy las pruebas?

—En efecto. Si queréis, podemos ir ahora.

La cocina era el sitio para hacer la primera prueba, no anduvieron mucho porque estaba junto al comedor. Se necesitaban dos personas que supieran cocinar. La prueba era sencilla, freír un par de huevos. Afri y Adul aprendieron a cocinar hace mucho tiempo, cuando perdieron a su familia. Ambos demostraron su aptitud y fueron admitidos.

La ciudad subterránea estaba bien organizada por Ángel. Solo él y alguien que sabe conducir eran los únicos enlaces con la superficie. Guardaba una avioneta, un camión y una moto. Utilizaba el avión para llevar gente a Europa, donde los empresarios les hacían contrato de trabajo. El camión lo usaba para traer alimentos y otros artículos de primera necesidad. Iba en moto para informar que un tal Ángel reunía personas en el desierto para ayudarles a sobrevivir.

Nunca había llevado personas despiertas a la ciudad subterránea para preservar su secreto. Siempre viajaba en avión de noche. Los pasajeros tomaban un somnífero cuando montaban. Era una especie de droga que seleccionaba recuerdos y los convertía en sueños. Cuando despertaban creían que la ciudad subterránea fue un sueño.

Adul y Afri triunfaban en la cocina, ambos tenían una imaginación desbordante que les inspiraban nuevos platos. Todos comentaban que la comida nunca tuvo mejor presentación, olor o sabor que ahora con los dos nuevos cocineros. Tan grande fue su éxito que Ángel decidió algo que nunca antes hizo. Afri y Adul se ilusionaron con el nuevo proyecto y aceptaron.

La joven pareja contrajo matrimonio en la capilla. Elaboraron un menú especial y celebraron un banquete de boda y despedida en el comedor con todos los habitantes. La celebración duró hasta la noche. Afri y Adul fueron a sus dormitorios para recoger sus cosas. .

Ángel les esperaba. Salieron al desierto y caminaron durante casi una hora. Vieron una especie de cabaña de piedra con un cartel luminoso apagado: Restaurante África. Entraron por la única puerta. Descendieron por una escalera hasta el comedor, tan grande como el de la ciudad subterránea. La cocina es idéntica a la que ellos conocían. La cocina tiene otra salida a un pasillo que guía a su cueva dormitorio. Ángel se despide y la pareja disfruta su noche de bodas.

Despiertan a su hora habitual. El conductor llega solo tras el desayuno. Los tres viajan en el camión para comprar alimentos en una ciudad cercana al desierto. Vuelven, descargan antes en el restaurante y el conductor va a la ciudad subterránea.

El restaurante fue nombrado África porque todo su personal nació en ese continente. Ángel era el cerebro de ese negocio. Previamente había contactado con críticos de cocina. Hoy es el día de inauguración del nuevo restaurante con ellos como primeros clientes. Hoy Ángel ha madrugado más que nadie y sale solo en su avión. Se dirige a la isla de Lanzarote para reunirse con los críticos

Pero se decepcionan viendo el entorno y padeciendo el calor. Opinan que este empresario se ha vuelto loco. ¿Quién puede ser capaz de venir al desierto para degustar una comida?

Pero mientras bajan, sienten el frescor subterráneo y ven la atractiva decoración del comedor, su opinión va cambiando. El sitio es agradable y un delicioso aroma escapa de la cocina. Adul aparece:

—Buenos días, señores. ¿les apetece un aperitivo?

El mayor consulta: —¿Qué nos recomienda?

—Un vino hecho en Marruecos y unos dátiles de la zona.

Los críticos ya han olvidado el calor de fuera y disfrutan de la original comida. Saborean una sopa fría de verduras en juliana y un filete de antílope a la plancha. Se entusiasman y creen firmemente que el viaje ha merecido la pena.

Cuando alguien es bueno haciendo algo su fama crece y no importa su ubicación para que la gente acuda. Ángel contactó con un empresario turístico, quien organizó una ruta en exclusiva. La lista de espera ya pasa de los seis meses.

Ángel es consciente de que el restaurante está modificando su vida y no se siente satisfecho. Explica a sus amigos como continuar con el negocio y les dona la propiedad. Así él puede volver a ejecutar en exclusiva su labor humanitaria.

A pesar de la avalancha turística tan cercana, la ciudad subterránea sigue conservando su secreto.




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