Un día de otoño

El sol está saliendo por el horizonte, entre los árboles, dispuesto a iluminar otro hermoso y aburrido día de otoño, monótono como el anterior y largo como el que vendrá después. La hierba está mojada y las hojas se pegan a la suela de los zapatos. Hace frío, el viento mañanero golpea y balancea las ramas secas de los desnudos árboles, en las metálicas barandillas resbalan las tristes gotas de la lluvia ya muerta y pequeñas setas marrones crecen entre brizna y brizna de hierba sembrando todo el parque. Un parque realmente solitario, ni los pájaros cantan, ni los perros corren, ni sus dueños pasean; no hay niños jugando a la pelota, ni parejas abrazadas mirándose cariñosamente. Y así, abandonado, pasa las horas y los días, uno tras otro, días aburridos y monótonos como el anterior y como el que vendrá después.

Ahora se ve paseando por ahí a un anciano con una gorra ocultando su calva​ y ese abrigo marrón tan característico. Camina lentamente, apoyándose en su bastón de madera rodeado por el silencio, despacio, pausadamente, hasta que se detiene en un débil banco y se sienta. La madera está húmeda y el pobre anciano se estremece. Dirige su triste mirada entre los árboles hasta la salida del parque esperando que su vida...

*

Usted perdone, pero me encuentro demasiado melancólico y no quisiera continuar así, ¿podría usted cambiarlo un poquito para dar una sonrisa a este anciano? Y ya de paso... ¿podría omitir usted que el banco está húmedo? No es demasiado agradable... Si no es mucha molestia.

Pero... señor usted es... es un... Bueno... en verdad no es molestia, lo arreglaré, pero respete usted la historia, por favor. Dónde estaba...

*

Camina lentamente, apoyándose en su bastón de madera rodeado por el silencio, despacio, pausadamente, hasta que se detiene en un débil banco y se sienta al lado de una jovencita adorable. La pequeña sonríe y eso contagia al anciano. Ya habían coincidido más veces en el solitario banco y la muchacha comienza a hablar con él animadamente. El tiempo transcurre y sus risas viajan por todo el parque alegrando ese triste día de otoño.

El sol ha alcanzado ya su punto más alto. La niña y el anciano juegan felizmente al "veo-veo" y él se siente bien, está a gusto; pero, de repente, un leve pitido interrumpe su juego: la chiquilla debe irse a casa ya. Como otras veces se levanta del banco y abraza al anciano, "adiós" le dice y se aleja lentamente dejando de nuevo al viejecito sólo en el parque.

*

Disculpe, perdone que le interrumpa de nuevo, pero me encontraba realmente feliz con aquella pequeña mujercita, ¿no habría alguna forma de continuar con ella? Por favor, le dejaré seguir con la historia... Y ya que se pone... ¿podría echarme menos años encima? Es que eso de "anciano" lo veo grande para mí, si no es molestia.

Está bien, señor, pero recuerde que usted es... quiero decir... Bueno, no se preocupe, podrá caminar sin bastón y gozará de su compañía un tiempo más largo, pero déjeme usted continuar.

*

La chiquilla debe irse a casa. Como otras veces se levanta del banco, pero esta vez ofrece al hombre acompañarla. Él se sorprende por la novedad y es ayudado a ponerse en pie. Al fin el hombre, asombrado, acepta el ofrecimiento comenzando a caminar lentamente dejando el bastón en el banco. Poco a poco comienza a aparecer más gente según se alejan del pequeño parque y, con la compañía de la muchacha, el caballero se siente más vivo, más joven, camina con la cabeza alta, con más agilidad y más seguro de sí mismo.

Continúan la marcha pisando ya sus sombras cada vez más y más largas hasta que llegan a una pequeña y modesta casucha. La jovencita abre la puerta y deja pasar al hombre primero, luego cierra tras de sí y enciende una minúscula velita. Se encuentran en una deprimente habitación de pequeñas dimensiones, no hay luz eléctrica, ni ventanas, sólo la simple llama ilumina la estancia y únicamente se ve un colchón en el suelo y una neverita portátil. Pese a las condiciones en las que se encuentra, la niña parece ser feliz ahí, no como el hombre, el melancólico y solitario hombre, él suele vagar por los parques esperando que su vida...

*

Perdona pero yo no quiero ser un sin-techo. Bueno... quiero decir... estaría muy bien poder tener dónde vivir, y no sería ningún problema que fuese como la casa de la niña... aunque claro, si fuese mejor... podría acogerla. Y además... ¿podrías darme algún trabajito? Si no te importa...

Vamos a ver, es cierto que la niña es pobre y necesita cuidados, pero usted no puede decirme lo que... Bueno, no sé... Usted sólo quiere cuidarla al fin y al cabo, supongo... Está bien, lo haré, pero ya déjeme terminar la historia.

*

Se encuentran en una deprimente habitación de pequeñas dimensiones, no hay luz eléctrica, ni ventanas, sólo la simple llama ilumina la estancia y únicamente se ve un colchón en el suelo y una neverita portátil. Pese a las condiciones en las que se encuentra, la niña parece ser feliz ahí, pero no lo es. El hombre al ver su pobre carita decide proponerle que se mude con él, "yo te mantendré" le dice, "gano dinero suficiente para los dos". Realmente la niña no puede ser más feliz, y así, tan contenta, sale con él de la casucha agarrados de la mano dirigiéndose a la casa del caballero.

El sol ya está oculto, las farolas iluminan su camino, la pequeña jovencita camina saltando y cantando y el hombre se emociona al mirarla. No piensa en otra cosa que en tratarla como a su hija, imagina cómo será su vida junto a ella: llena de alegría y vida. Pero de repente, "¡no!" grita, "¡no!", "¡no corras tanto!" grita, un coche negro pasa a toda velocidad, "¡no!" grita, el coche va muy rápido, demasiado, "¡para!" grita, pero ya es tarde, todo el entusiasmo y la plenitud se desvanecen y el mundo vuelve a verse sombrío...

*

¡Pero un momento! ¿¡Cómo me haces eso!? Ella era feliz, ¡yo lo era! No has podido ser capaz de hacer eso... ¡devuélvemela! ¡Devuélveme mi vida!

¡Madre mía! ¿Pero tú de qué vas? ¿¡Qué te has creído!? Ésta es mi historia, deja ya de meterte.

¡Pero es mi vida y la estás haciendo horrible! ¡La estás destruyendo!

¡Eres un maldito personaje en mi historia, yo decido, y acostúmbrate a estar así porque la vida es siempre así de cruel!

Pues... pues... ¡Pues ya no quiero formar parte de tu historia!

*

Entonces el hombre, decidido, abre la puerta y se marcha dejando una simple palabra tras de sí:

FIN

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