Cuando Josualdo golpeó la jarra con el martillo
La música a todo volumen la rodeaba, las luces estereoscópicas brillaban como linternas enfocadas en sus verdes ojos. Se preguntaba qué hacía ahí y la respuesta estaba en sus amigas. Si Laura, Marta y Carla no la hubiesen convencido no estaría ahí y ojalá nunca lo hubiesen hecho porque no lo estaba pasando bien, no encajaba y sus amigas no la hacían caso: Laura bailaba con un chaval, Alfonso, creo; Marta usaba el móvil tirada en un sofá como si fuese su cama; y Carla se liaba con un tal Jose Manuel. Ella estaba sola y sin hablar con nadie debido a su timidez. Pensaba en el momento en que los gorilas le dejaron pasar, ojala no lo hubiesen hecho, lo cual habría sido lo más normal debido a su oscura apariencia, con su gorro de orejas, sus cascos, su chaqueta de capucha y sus converse. Sabía que todo habría sido más fácil si, como siempre, sus padres le hubiesen obligado a quedarse en casa. Ojala Carla nunca le hubiese regalado esa orquídea a su madre para convencerla. ¿Por qué valorará más a Carla? Si ella incluso estudia más y saca mejores notas.
Se revolvió en el sofá esquivando una de las luces y sus pantalones cortos toparon con un obstáculo. Se levantó y apartó el cojín con cuidado. El pavor, el horror y el asco surgieron en su rostro, ¡era un vibrador! Ya era el colmo, y sin aguantar si un segundo más salió de ahí. Sus amigas quedaron atrás mientras corría sin dirección alguna lejos de ese lugar.
Pronto encontró un chino no muy grande y entró esperando poder comprar lápiz y papel para dibujar sus sentimientos, pero se desesperó al ver que solo vendían comida. Las lágrimas comenzaban a asomar cuando una señora apareció desde el almacén gritando al dependiente mientras agitaba una caja de cartón. Nada más verla soltó la caja que, al chocar con el suelo, se abrió y un suricato salió corriendo y saltó por la ventana. La señora le dijo algo como: "sé lo que necesitas", y, dirigiéndose al dependiente, ordenó: "Josualdo, ayúdala". Él encendió la lámpara china de la mesa y sacó una caja recubierta con una especie de tejido, metió la mano y cogió una jarra y un martillo. Entonces, golpeó tan fuerte como pudo el recipiente con el martillo y el tiempo se paró, todo a su al rededor estaba estático salvo el hombre y ella. Le dijo: "di un año". No pudo pensar en otro que en aquel en que murió uno de sus pintores preferidos y contestó: "1803". De la nada una luz blanca surgió envolviéndolo todo y ella cerró los ojos con miedo. La voz del hombre exclamó: "¡llévala al cinco de diciembre de 1803!". De nuevo golpeó la jarra y, sin más, el sonido cesó y el calor del sol acarició su rostro. Abrió los ojos. Un hermoso monte poblado de árboles primaverales de 1'60, algo más bajos que ella, la rodeaba bajo un cielo azul mañanero. Era extraño puesto que juraría que el dependiente dijo <diciembre> y parecía primavera.
Aunque era un lugar muy bello, decidió volver a su mundo porque todo era demasiado extraño, le invadía una sensación de bien estar y alerta al mismo tiempo y no le gustaba. Lo primero que hizo fue pensar en usar algo lógico como una lección de física, aunque se dio cuenta entonces de que, en algo como eso, usar la lógica era totalmente inútil, así que optó por gritar a pleno pulmón su deseo de regresar, vio que nadie respondía a su petición y tras intentarlo un par de veces más se dio por vencida y se acurrucó en la hierba fresca abrazando sus piernas. Sus trenzas largas y negras con mechitas rosas y azules caían sobre sus brazos suavemente y le hacían cosquillas, por ello se fue a rascar y topó con un nuevo objeto en su muñeca, algo que no era su único guante negro y blanco de la muñeca derecha puesto que se encontraba en la otra, era una muñequera rosa con un hilo suelto. Poco a poco fue tirando de él y, de nuevo, esa luz blanca se comió el entorno transformando los cantos de los pájaros en el sonido de la lluvia que golpeaba los cristales del chino de alimentación.
-¿Qué tal el viaje? -preguntó la señora.
Sin contestar y con todos los nervios en el cuerpo intentó quitarse la muñequera temblando, pero el dependiente le pidió que se la quedara. Ella alejó su mano temblorosa de la muñeca y salió de ahí guardando esa extraña sensación dentro de sí, tenía muchas preguntas y dudas pero habría sido incapaz de hablar.
Anduvo unos minutos bajo la lluvia cavilando y preguntándose si debía tirar el nuevo accesorio, pero decidió no hacerlo y quedársela como símbolo de su libertad, la que sus padres le niegan y la que la sociedad le suele restringir por su forma de ser.
No sabía qué hacer o a dónde ir, ya que, por supuesto, no iba a volver a esa horrible selva llena de tigres y facilonas, así que se cubrió en un soportal y sacó el móvil dispuesta a llamarme. Tan rápido como siempre contesté y quedamos en el Telepizza más cercano. Al llegar pedimos una pizza y comenzó a contarme toda su aventura. Era increíble. Estuve escuchándola atentamente viendo ese brillo que tiene en los ojos cuando me habla e imaginando cómo sería el sabor de sus labios junto con el frió metal de su piercing.
FIN :)
c.r. ⭐
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top