🕰 VI ◦ Amigos

     Treinta y tres grados Celsius marcaba la temperatura en el ambiente, y Eric maniobraba de formas diferentes el ingreso de un escurridizo azabache a su bolso transportador.

     Después de aquel inesperado reencuentro, la pareja de amigos solo se contactó por mensajería de texto, o más bien ella lo contactó a él, indicándole de que el primero que encontrara a Aroa lo llevase al veterinario. Y sí, quien lo halló antes fue Eric, cuando recorría cerca de la casa del árbol en busca de sus memorias perdidas, como a su vez, en despejar la mente a causa de lo sucedido horas antes.

     —Bien, con eso estamos. Buen chico —mencionó Alan, el veterinario cabecera de Aroa.

     Alan era un joven seis años mayor que Eric. Ambos se conocieron en la primera visita de Aroa a una clínica veterinaria. Juan, el padre de Alan, era el veterinario encargado del recinto, así que desde muy joven Alan pasaba la mayor parte del tiempo allí ayudando por falta de personal. Su meta también era ser veterinario, consiguiéndolo el último año que Eric se estuvo en el pueblo. Con el tiempo, y por amistades en común, ellos también llegaron a ser muy buenos amigos.

     —Por cierto, pensé que vendría Melissa hoy.

     —Bueno sí —respondió, intentando ser casual. No debía descubrirlo—. Pero, pasaron co-sas...

     —Uhm, con que "co-sas" —repitió en imitación—. ¿Al fin hiciste un movimiento?

     —¿Cómo que un mov...? —Se retrajo de indagar, recordando su accidental contacto físico con Melissa—. «¡Malditas hormonas adolescentes!». Solo lo encontré antes, nada más. ¿Qué insinúas?

     —Nada, nada —respondió jocoso, después de todo, conocía a su amigo y sabía que se le haría difícil acortar la inexistente distancia que existía en dicha pareja, sobre todo, al escudarse siempre con la palabra "amigo"—. En fin. Aquí está su carnet de control. ¡Ah! Antes de que se me olvide, supongo que para mañana viernes todo ok ¿verdad?

     —¿Mañana?

     —¡Tu fiesta de despedida! No todos los días se nos va un amigo al extranjero. Recuerda siete en punto en mi casa —puntualizó, acariciando una última vez su peludo paciente.

     Aliviado en imitar a su yo adolescente, Eric se despidió de Alan y guardó en su mochila el carnet del felino; agarró el transportador de gato con Aroa dentro y se fue rumbo al terreno comunal, retornando a la casa del árbol. En dicha construcción, Eric y Melissa tenían todo lo necesario para el escurridizo azabache; desde gotas antipulgas, juguetes, un rascador, hierba de gato como sus antiparasitarios. Rumbo a ese lugar, Eric siguió pensando en muchas cosas a la vez, sobre todo, en por qué volvió el día 25. Según recordaba, con Melissa prometerían reencontrarse en el futuro el último día de su estancia en el pueblo —al despedirse mutuamente—, y eso ocurriría cuatro días más tarde, entonces, «¿por qué no llegar el mismo día 29? ¿Por qué días antes? ¿Qué caso tenía?»

     Algo que también comenzó a rondar en su mente fue la fiesta que se haría al día siguiente en casa de Alan. En su caótica memoria no había espacio para pensar en distracciones como esa, de hecho, ni siquiera recordaba tal sucedo ¿realmente fue a una fiesta antes de irse? O, acaso, ¿no lo disfrutó y por eso su memoria lo desechó como recuerdo, como si fuera algo sin importancia?, lo cierto era que en ese presente a Eric solo le interesaba salvar a Melissa, y para ello, debía hacer todo lo que fuera necesario; aunque eso significara cortar los lazos con ella.

     —Libre.

     Aroa salió frenéticamente del trasportador, para, en un rápido movimiento, trepar por el árbol. Mientras se alejaba, Eric lo miraba sonriente. Algo que Eric sí recordaba muy bien era que a Aroa nunca le gustó ir al veterinario, y como si acaso él supiera, cada vez que le correspondía su control, era muy difícil encontrarlo. Ese día, Eric pudo localizarlo solo porque había decidido ir a ver esa vieja construcción, hallando a la bola de pelos durmiendo entre unos cobertores. Atrapado.

     —«Ahora, avisarle a...» —pensó, mientras buscaba entre sus contactos el de Melissa—. "Todo bien con Aroa en el veterinario". Escribió, para luego pulsar enviar. Una vez remitido el mensaje, Eric volvió la vista a sus aplicaciones, deteniéndose y pulsando Reconto.

     —Esto, sigue igual —murmuró, observando como el reloj seguía retrocediendo.

     En su retorno a casa, Eric guardó su teléfono en su mochila y comenzó a observar todo su entorno. De alguna manera, y pese a todo lo que estaba viviendo, Eric se sintió reconfortado. Aunque, las altas temperaturas hacían un poco difícil disfrutar del día —sobre todo sin una masa de agua cerca—, el verano siempre fue de lo más agradable en pueblo Perpetuo; cuánta alegría, júbilo y calma; cuánto relajo; tan diferente a lo que se vivió en su presente. Tras la nostalgia, Eric aumentó el paso y volvió a su hogar con tal de retomar sus memorias. Sin embargo, no pudo obtener todas ellas, acabando así su primer día en el pasado.

     Viernes 26 de febrero de 2016, y el día volvió a presentarse con un ambiente cálido.

     Esa mañana, y en vez de la jornada anterior, Eric se despertó y levantó más tarde de lo acostumbrado, y es que «¿cómo debía revivir su juventud en un nuevo día?» Sin saber qué hacer, salió de casa y se fue nuevamente rumbo a la casa del árbol. Allí estuvo repasando las memorias anotadas en su teléfono. Sin embargo, aunque repasaba y repasaba, no podía recordar dónde había fallecido Melisa, a qué hora ni cómo. Solo sabía que no debía prometer...

     —¿Qué? ¿Qué era? ¿Qué no debía prome...? 

     Y como si el sol se escondiera antes de tiempo, Eric comenzó a ver todo sombrío y borroso, perdiendo el conocimiento por un instante.

     De pronto, una sensación cálida y vibrante se posicionó en el pecho de Eric, junto a otra fría y suave que se apoderó del lado izquierdo de su rostro. Ante la extrañeza, él comenzó a abrir los ojos, encontrándose con unos verdes irisados que lo observaban detenidamente.

     —Aroa, apártate. Pesas.

     Enseguida, Eric comenzó poco a poco a reincorporarse, mientras sostenía al azabache entre sus brazos. Una vez en pie, los sonidos de su estómago le indicaron que pasó varias horas sin ingerir alimentos, por lo que, dejando a Aroa en el lugar, salió de la casa del árbol rumbo a su hogar.

     En el trayecto, una cabellera larga y ondulada apareció en su campo visual. Era Melissa, que conversaba alegremente junto a un grupo de personas; estaba reunida con unos antiguos compañeros de clases. El Eric de antaño iría sin demora a reunirse con ellos, a conversar de algo o simplemente a pasar el tiempo juntos, no obstante, él decidió no ir, retomando su camino.

     El tiempo pasó y ya era hora de arreglarse para ir a casa de Alan; aunque sinceramente no deseaba asistir. Vistió un jeans azul marino junto a una polera gris, y unas zapatillas negras. Agregó a su vez una delgada chaqueta de color negra a su mochila en caso de usarla.

     —Aprovecha de llevarle esto a Blanca —indicó Lis, entregándole una bolsa con hortalizas para la mamá de Alan—. También, recuerda avisarnos cuando estés de vuelta.

     —Ten, por si te hace falta —se limitó a decir Diego, su padre, dándole un poco de dinero. —Si necesitas que te vaya a buscar, avísame. Sobre todo —se acercó a su oído— por si se te pasan las copas —expresó en un susurro.

     Ante todo, Eric dibujó una sonrisa. Sabía que sus padres no eran sobre protectores, pero, ese diálogo, le recodó cuánto era apreciado por sus ellos.

     La casa de Alan no se encontraba muy lejos, por lo que decidió caminar despacio mientras disfrutaba de la suave brisa que a esa hora reinaba en el ambiente, menguando parte del calor. En el trayecto, divisó a una pareja de antiguos compañeros que le adelantaban en el camino. Eran Mauricio y Diana. Iban juntos de la mano mientras hablaban y se besaban fugazmente en su andar. «Verdad, ellos estaban saliendo», pensaba Eric al observarlos, «¿lo estaban?».

     Luego de unos minutos, Eric llegó a la casa de Alan. Antes de ingresar, se detuvo a contemplar la construcción. La vivienda contaba con un revestimiento de madera nativa mezclada con piedra natural color ocre, rodeada a su vez de una hilera de arbustos. Era agradable observarla.

     —Al fin hombre —expresó Alan, sacando a Eric de sus pensamientos—. No te quedes ahí y pasa.

     Haciendo caso a su anfitrión, y entregándole el regalo de su madre, Eric entró a la casa. Tras unos minutos, una cabellera ondulada recogida con un adorno desvió la visión de Eric, alegrándose al verla. No obstante, su expresión cambió al notar que no se encontraba del todo sola, sino más bien, en compañía de un joven que se ubicaba muy cerca a su parecer.

     —Has escuchado —habló Alan—: el que viajó a Sevilla, perdió su...

     —Ya te he dicho que nosotros solo somos a...

     —Amigos —completó—. Sí, lo sé. Pero déjame decirte algo —se apresuró a protestar—: tu rostro no dice lo mismo. 

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