🕰 V ◦ Reencuentro
Jueves, y gotitas de sudor bajaban sigilosamente por el rostro de una joven que desde muy temprano se había estado moviendo. Se entendía que durante el periodo escolar no podía ayudar tanto como deseaba en casa; no obstante, al finalizar su escolaridad obligatoria, ya nada le impedía dar de todo su tiempo y energía en ayudar a su madre en lo que tanto le apasionaba, la floricultura.
Desde muy pequeña estuvo inmersa en la producción de flores, absorbiendo —entre amplios predios y cálidos invernaderos— todo lo que podía de aquel apasionante y, por qué no decirlo, cansador trabajo. Crisantemos, girasoles, liliums y alstroemerias, por mencionar algunas, fueron sus "acompañantes" durante muchos años; fueron pues, nunca creyó que sería feliz en compañía de otro ser vivo que no fuera las flores o su propia madre.
Fue un 29 de febrero de 2012 donde su "círculo" de amistad se vio interrumpida por dos pares de ojos. Por un lado, unos pequeños y mezquinos verdes irisados y por otro, quien despertó su mayor curiosidad: unos tímidos ojos ambarinos.
La última semana de febrero de ese año se presentó mucho movimiento en las cercanías del hogar de Melissa. Camiones comenzaron a llegar para descargar cajas, muebles y electrodomésticos a la casa que se encontraba desocupada desde hace algunos años, misma de la cual, por su no uso, se inventaban incontables historias.
Curiosa por lo que estaba aconteciendo, Melissa transitaba cerca de aquella casa cada vez que se dirigía a hacer algunos encargos. Todo se aclaró cuando ese día miércoles, muy de mañana, llegaron al pueblo unos nuevos rostros.
—Un pacer, somos Lis y Diego. Este es muestro hijo Eric.
—Mucho gusto. Soy Verónica y ella es mi hija Melissa.
Una cordial y precisa presentación.
Los pequeños ojos ambarinos la habían mirado por unos segundos, pero, ante la incomodidad, los retiró cambiándola en otra dirección. Melissa, percatándose de tal sentir, le pidió que le acompañara para mostrarle lo que hace un par de horas había hallado oculto tras unos arbustos. El joven inmediatamente dudó en acompañarla, mas sus padres le insistieron que fuera con ella, «que hiciera nuevos amigos».
Dirigirlo a conocer al pequeño gato fue solo un acto de cortesía, de que saliera de su incomodidad; imaginaba lo que se sentía ser el "nuevo" en un lugar. Nunca sospechó que desde entonces conocería el verdadero y más entrañable concepto: amistad.
—Melissa, luego de ir a dejar las semillas a la bodega, ¿puedes llevar estas flores donde Lis?
—Claro.
Enero y febrero se caracterizaba por la baja la producción de flores a nivel nacional. Entre los muchos motivos se encontraban la variedad de flor que se cultivaba —no todas se producían en la misma época—, el calor del propio verano, a su vez, al escaso consumo de las mismas. Las bajas ventas debido a la poca demanda hacían que en esos meses se trabajara menos, aunque eso no significaba que dejaran de hacerlo, y esa mañana de jueves no fue diferente a los demás días.
Luego de dejar las semillas que próximamente serían plantadas, Melissa se dirigió al invernadero y se acercó a las flores que su madre le había mencionado. Un bello ramo de dalias, las últimas que habían iniciado su floración en la temporada.
Dejando sus herramientas y guantes de protección, recogió las flores y se dispuso a ir a la casa de Eric. En su andar, mientras le daba señales a su madre que haría su encargo, observó su reflejo en uno de los vidrios de la ventana de su casa. Vestía un overol beige y botas de goma verdes, además de un jockey que la tenía un tanto despeinada. Se miró unos segundos y aunque dudó, decidió cambiarse.
Desde que salió de clases había vestido prácticamente todos los días lo mismo, no obstante, no quería parecer una chica desarreglada solo por estar trabajando, no cuando iría a ver a su amigo.
—¿Eh? ¡No! No es ver a Eric, solo es un encargo. Son flores para Lis, son flores para Lis —se repetía al mismo tiempo que sentía una extraña sensación—. Aun así, ah~... ¡Solo me cambio y ya!
Dejando solo el overol y removiendo parte de su cabello, Melissa retomó su camino.
Los rayos de sol no solo iluminaron completamente la habitación de Eric, sino también elevó a varios grados la temperatura del lugar. La ventana de su habitación se hallaba abierta desde muy temprano, por lo que gracias a los árboles que se encontraban a los costados, cada cierto tiempo ingresaba una mini ráfaga de viento que mantenía un fresco ambiente.
Aroa se mantenía en la cama, mas en aquella ocasión no durmiendo, sino que estaba atento, sin perder de vista los movimientos impulsivos del humano que se paseaba de extremo a extremo en la habitación. Eric caminaba errático y se sentaba cada cierto tiempo en la silla de su escritorio para pulsar y escribir en el aparato electrónico que tomaba y dejaba en el mismo sitio.
—¿Qué era lo que estaba haciendo? ¿A qué hora fue? ¿Dónde? Estaba en el departamento y luego... en el viaje a casa me extravié, ¿por qué? Luego Reconto y...
Era parte de las preguntas e inquietudes que balbuceaba Eric en susurros. Y cada vez que llegaba a una respuesta o a recuerdos importantes, inmediatamente lo escribía en su teléfono para no olvidar ningún detalle, datos cruciales que le permitirían realizar su meta.
De pronto, Aroa levantó sus orejas, movió su nariz y bigotes alerta, se alzó de su cómoda posición y de un brinco llegó al borde de la ventana para, sin que el humano se diera cuenta, salir de la habitación. Eric seguía ensimismado, lo cual causó que no prestara atención a la puerta de su dormitorio que, tras un par de golpes, dejó de estar cerrada.
—¿Qué tanto murmuras?
Una voz reconocible llegó a sus oídos, una que de inmediato hizo que dejara de susurrar y escribir. Aquella voz, no solo causó que detuviera todo lo que estaba habiendo, sino también provocó uno que otro estrago dentro de sí, como a su vez, que se le erizara la piel. Se giró lentamente.
—Por cierto, estoy buscando a Aroa, ¿lo has visto? Hoy le toca ir al veterinario.
Sin ser una realidad para Eric, Melissa estaba de pie en su habitación. Sabía que la oportunidad de verla era algo normal en ese año, pero, «¿ya ese día? ¿Tan pronto? ¿Siempre fue así?» Nuevas preguntas se formularon en la mente de Eric, no obstante, en esa ocasión, en vez de buscar una respuesta o anotarlas en su teléfono, solo le invadió una gran emoción y una cantidad de sentimientos que no pudo descifrar.
Melissa se paseó por la habitación, dejando una estela en su andar; era un aroma a flores entremezclado a un leve sudor y dulzor. Se posicionó en cuclillas y buscó bajo la cama al felino, mas no lo encontró. Al nuevamente quedar en pie, resopló resignada porque, por lo que apreciaba, el azabache no se encontraba en el lugar.
—Eric, no ha ven... —No continuó con su consulta, puesto que, se enmudeció al ser sorprendida con un insospechado acto.
Eric se había levantado de su silla y caminó rumbo a su preciada amiga. Después de ocho años la había vuelto a ver, la tenía a su alcance, y no solo eso, sino que en aquella ocasión Melissa se encontraba con vida. No pudo contener su emoción, e inconscientemente la abrazó con delicadeza.
Ante tal acción, el respirar de Eric se colmó de esa mezcla de flores que provenía de la cabellera larga y ondulada de Melissa. Su mano derecha acunó con ternura la cabeza de su amiga, mientras que su izquierda tenía fuertemente asida su espalda. Toda aquella ansiedad que estaba sintiendo desapareció en el instante que la tuvo entre sus brazos. Sin embargo, aunque la mente de Eric era la de un adulto, su cuerpo no lo era y reaccionó de manera diferente, y es que ante tal acto de afecto, debió separarse rápidamente, pues las hormonas de su ser adolescente le estaban por pasar una mala jugada.
Se separó y se controló lo que más pudo. Nunca pensó que reaccionaría de esa forma, o más bien, no recordaba una situación así con ella. Melissa, en cambio, quedó confundida ante lo sucedido, parpadeando más veces de lo normal. Una vez que por fin reaccionó, un rubor explosivo subió a sus mejillas y, entreabriendo los labios por el evidente nerviosismo, caminó en retroceso a la puerta, se giró dando la espalda a su amigo y mencionó antes de salir:
—Si encuentras a Aroa, avísame. Eso. Nos vemos —puntualizó, saliendo rápidamente de la habitación.
—¿Eh? ¿Ah?
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