🕰 IX ◦ Retorno
—Nada, nada, nada. Nada de lo que intento hacer funciona. ¡Maldita sea!
Era la octava vez que Eric intentaba hackear el sistema de su teléfono, pero nada le daba resultado. Agotado, y dejando el móvil en su escritorio, se recostó una vez más en su cama.
Sábado, a dos días de marcharse y con escasas horas de sueño, aquel nuevo día en el pasado no inició de la mejor manera.
Había estado utilizando aquel dispositivo electrónico desde que llegó a casa, sin embargo, este no estaba funcionando como él deseaba. Las notas que intencionalmente escribió con el propósito de organizar sus memorias no estaban completas —muchas de las frases eran ilegibles y muchas otras se encontraban barradas—. Reconto, aquella inusual app, seguía sin obedecer sus peticiones; a su vez, el reloj había desaparecido, y el número que antes le antecedía a duras penas se entendía bien.
Y qué decir de lo sucedido con Melissa, no podía sacar de su mente las múltiples sensaciones que solo pensar en ella causaban, de lo cerca que estuvo de besarla, de dejarse llevar; reavivando el oculto sentir que tuvo reprimido por años.
Se estaba desesperando. Ni Aroa se encontraba cerca para reconfortar parte de su tiempo. Mas, en ese instante, escuchó pasos dirigirse a su dormitorio, junto a un resoplido que distinguió bien.
—Y yo que me esmeré en organizar todo y ¿qué sucedió? Que el festejado se fuera antes.
—Ajá.
Alan había entrado ubicándose en el marco de la puerta. Ante su queja, no esperó esa respuesta tan poco entusiasta de parte de Eric. Resoplando una vez más, se sentó en la silla del escritorio observando al castaño que continuaba tumbado en la cama con los brazos cubriendo el rostro.
—Es Melissa, ¿verdad? —Terminó por concluir, inclinando su cabeza y apoyando su rostro con una mano sobre el escritorio.
Aquella pregunta tensó la piel de Eric. Alan era uno de sus mejores amigos, sabía que le conocía muy bien, sobre todo lo que más trataba de ocultar.
—¿Sabes cuántas oportunidades he tenido?, ¿cuánto tiempo me he resistido a besarla?
Alan quedó inmóvil, jamás había escuchado algo así de él. Sabía que ambos estaban completamente locos el uno por el otro, y que ninguno se atrevió a dar un paso. Sin embargo, también estaba al tanto del porqué: no solo era el saber qué sucedería con ambos —si funcionaría o no una relación—, sino, más bien, por arruinar el tan respetado concepto: amistad.
—Es mi amiga, ¡mi mejor amiga! Pero, mis ojos siempre la han perseguido. Cuando la veo, todo se ilumina a su alrededor. Se me dibuja una sonrisa involuntaria. Pero..., es mi amiga.
—Viejo...
—Anoche... Anoche hice una estupidez. Por eso debo volver y reiniciar todo... —se reincorporó y se acercó determinado cerca del escritorio, lugar donde estaba situado su teléfono.
—¿De qué estás hablando? Lo que debes hacer es hablar con ella. Debes decirle lo que sientes.
—No es tan simple —recriminó, dándose media vuelta de su destino. Volvió a su cama.
—¿Por qué no? Ambos se...
—Para qué. ¡Me voy en dos días!, de qué sirve —se justificó, aunque no era la verdadera razón.
—Justo por lo mismo. Porque te vas. Si no lo dices en este momento, nunca lo harás. Y te aseguro que te arrepentirás toda tu vida si no le dices lo que sientes.
Esas palabras causaron un terremoto en los sentimientos de Eric.
Sabía que Alan tenía razón, Melissa siempre había sido importante para él, y era consciente de cuán arrepentido se encontraba al nunca haberle dicho lo que sentía —años de remordimiento—. No obstante, también tenía claro que no permitiría que ella dejara de existir, y esa resolución era mucho más fuerte que el hecho de transmitirle sus sentimientos.
No volvería a permitir que, ese ansiado momento que lo llenó de felicidad, la dicha de saber que a pesar de la distancia tendía la oportunidad de volver a encontrarse con ella, le sea arrebatada por ese trágico suceso.
—No funcionaría.
—¿Cómo lo sabes?
Percibía la preocupación de Alan. Considerando la diferencia de edad, él por mucho había sido un hermano mayor; aconsejándolo y ayudándolo en cosas tan mínimas como los quehaceres del hogar, o en lo relacionado con su escolaridad. Siempre estuvo para Eric, ya sea para superar un obstáculo de algún juego, o en las veces que se peleaba con Melissa por cosas sin sentido. Sin embargo, Alan jamás deseó intervenir en la relación de la pareja de amigos. Estaba en sus posibilidades darles ese empujoncito que ambos necesitaban, mas nunca se atrevió, o más bien, no lo hizo, razonando que con el suficiente tiempo alguno de ellos intentaría dar ese paso, no obstante, ninguno lo hizo.
—Simplemente, lo sé —concluyó tajante—. Ahora yo soy el mayor en esto —murmuró para sí mismo, considerando su experiencia y su verdadera edad mental.
En ese instante unos verdes irisados se asomaron por la ventana y calló vigorosamente sobre el abdomen de Eric, acción que hizo que el castaño se incorporara de la cama.
—¡Auch! —expresó Eric—. ¡Aroa! ¡Por qué apareces siempre así!
—¡Ja, ja, ja! Así se hace Aroa, golpea a este tonto para que reaccione.
Tras esas sonoras palabras, Aroa se percató del otro humano que se encontraba en la habitación, haciendo que se escabullera bajo la cama.
—Y tú, vete. O Aroa no saldrá de allí.
—Sí, sí. Me voy. Pero Eric, ten en cuenta lo que te he dicho. Adiós revoltoso.
Aroa se limitó a emitir un bufido. Ya más tranquilo, el peludo azabache salió de su escondite y se acercó a olfatear el rastro que dejó Alan.
Recostándose una vez más, Eric fijó la vista en su ventana, perdiéndose la el movimiento de los árboles que se mecían al compás de la brisa. Aquella posición no le fue indiferente al felino, que se acercó a la cama, subió al pecho de Eric e inició un ronroneo sutil. Eric comenzó a acariciarlo.
—Lo sé, Alan tiene razón, pero yo... debo volver.
Y tras revelar sus pensamientos en voz alta, su teléfono comenzó a vibrar de manera irregular, haciendo que Eric se incorporara de su cama con Aroa en brazos.
Al acercarse, notó que el reloj había vuelto a la pantalla de su teléfono, descontrolado y una vez más girando en sentido contrario. Lo tomó enseguida.
—¿Tienes algún arrepentimiento?
Y ahí estaba, la tan ansiada oportunidad de volver una vez más y corregir, a su parecer, el error cometido con Melissa. Decidido, Eric mencionó en voz alta: lo sucedido...
En ese instante, Eric no deseó pronunciar lo que se había resuelto a hacer. Estaba dudando, mas no porque en realidad no deseara volver, sino porque si volvía, todo lo sucedido con Melissa, su acercamiento, su calor, su tacto, todo aquello que por un instante salió a la luz se esfumaría; Melissa nunca recordaría el tan maravillo momento que ambos vivieron. Sin embargo, sus recuerdos futuros aparecieron robándole su dudoso momento, haciéndolo nuevamente recapacitar en su determinación, retomando de esa manera su decisión:
—Todo lo ocurrido con Melissa en la fiesta —pronunció seguro.
—¿Te gustaría solucionarlo?
—Sí.
—Para continuar, marque ACEPTO.
Eric volvió a marcar 'acepto'.
—Bienvenido a Reconto. Nueva fecha de configuración aceptada: 26 de febrero de 2016.
Enseguida, Eric se sintió apesadumbrado. Un agotamiento y mareo le sucedieron a la vez en que se debilitó físicamente, cayendo sin control hacia su cama. Intentó levantarse, mas no lo consiguió, todo lo que veía comenzó a presentarse de forma borrosa. Lo último que distinguió fue a su azabache compañero, que se encontraba observándolo a su lado junto al teléfono que había soltado.
La sensación angustiosa de no saber qué le estaba sucediendo y que no supo cómo descifrar, en fracción de segundos comenzó a cambiar, aclarándose su visión y escuchando un ruido estridente, que se esclareció a muchas personas conversando y a una baja música de fondo. Momento en que también percibió a alguien a su lado. Estaba hablando.
—Peeero, basta de hablar yo. Ahora, ¡unas palabras del festejado!
—¿Ah?
Eric quedó pasmado, confundido con lo que estaba sucediendo.
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