Capítulo 1


"...Jehová me llamó desde el vientre, desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria"

(Isaías 49:1)

Corría la tarde del 16 de Septiembre de 1970. La ciudad estaba tranquila y serena. Australia acariciaba sin cesar a su bebé, un niño robusto, sano, sin la más mínima perturbación física; el embarazo había sido un poco traumático con la sombra tenebrosa de la amenaza de aborto.

—Luis será el nombre de ese niño —dijo Australia, en admiración.

—¡Hay muchos Luises! —exclamaban sus familiares.

—¡Su padre se llama Luis, pero él quiere que el segundo nombre de su hijo sea especial, diferente —respondió Australia.

—Será especial, no muy común —manifestó el padre. Él en ese momento, había recordado la noticia de la muerte del presidente egipcio, Gamal Abdel Nasser—. Gamal... Ese será su segundo nombre.

Gamal Abdel Nasser, en árabe: Yamal Abd Al-Nasir; fue un político egipcio, nacido en Beni Mor 1918.

Organizó a partir de 1943 el movimiento de los oficiales libres que llevó a cabo el golpe de Estado contra el rey Faruk en 1952 y proclamó la república en 1953. Tras eliminar al presidente Naguib en 1954, asumió todos los poderes.

Nacionalizó el canal de Suez en el año 1956, lo que provocó la intervención israelí y francobritánica. Aceleró el proceso de estabilización de la economía y comenzó la presa de Asuán con la ayuda soviética 1957; al mismo tiempo se constituyó en el Adalid de la unidad árabe. Tras su muerte, en 1970, deja un legado de lucha social e igualdad para todas las naciones de origen árabe.

Las noticias de última hora, daban la información sobre el asesinato de este líder político. En ese momento, la televisión en casa de Luis y Australia, se transmitía este acontecimiento de tan notable personaje. Al punto, de que impactó al país, no solo por el hecho del atentado explosivo, sino por la herencia que este había dejado. Una inspiración para Luis Rojas, el padre.

Fue entonces, el 16 de Septiembre de 1970, en horas de la tarde, cuando Luis y Australia contemplaban a su pequeño hijo: LUIS GAMAL.

Las circunstancias que rodearon el embarazo de Australia y decidir el futuro nacimiento de su hijo, no eran favorables; Luis era un hombre agraciado, alto, pero mucho mayor que ella, casado y con varios hijos, por lo que Gamal no sería su primogénito, pero sí para la madre. Los familiares de la joven mujer, no veían con buenos ojos esa relación, mucho menos un embarazo de ese hombre; algunas de sus hermanas dejaron de hablarle, y la soledad, la tristeza y la presión que ejercían ellas, dieron origen a una nefasta imposición: El aborto.

Australia, una mujer que siempre había sido delgada, trigueña, de cabello negro y abundante, tan hermoso como la melena de un león, lograba contrastar aquella belleza con el trato hacia las personas. Además, durante su infancia vivió una vida cómoda y sin tropiezos económicos, la cual fue una niña mimada por su padre —un excelente profesional de la administración y la contabilidad—; creció con muchas oportunidades de labrarse una carrera universitaria y tener un futuro brillante. Pero sus ilusiones se vieron con el tiempo truncadas, cuando por una penosa enfermedad muere su padre. La Tuberculosis y posterior muerte del Sr. Álvarez, llevaron a la familia a tener serias dificultades económicas, su hermano mayor y ella, tuvieron que abandonar sus sueños y salir a trabajar, ayudar a su madre, a sus hermanos menores y al sostenimiento del hogar.

Australia ahora vive una nueva circunstancia: Su embarazo. Se había enamorado de un hombre que le doblaba la edad y que no era libre, sumado a esto, estaban las dificultades y problemas que ya traía con la pérdida de su padre; tener un hijo ahora, no representaba según sus familiares ningún beneficio, Australia entonces se debatía en una lucha interior.

El túnel de la confusión no le presentaba a Australia la mejor salida, pero como se lee en Las Sagradas Escrituras: "Los hijos son bendiciones de Dios..." Así decía el salmista. Y Fue en ese momento, cuando llegó la luz al túnel.

—Tendré a mi hijo. Él es inocente de mis acciones —dijo Australia, en la meditación, a solas, de todas las insinuaciones de sus hermanas. Aquello no era un juego.

La tiniebla de la duda y de no saber qué hacer, fue disipada por la misericordiosa luz divina que iluminó la mente y el corazón de aquella primeriza. Su niño crecía en su vientre, sano y seguro, la amenaza del "no a la vida" había terminado. ¿Qué futuro depararía Dios para ese niño?, su primera dificultad en tan corta existencia la había ya superado con éxito. Dos, fueron las claves que lo ayudaron: Dios y su inocencia. "De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza", relata el autor del salmo.

Gamal mordía los pechos y hacía feliz a su mamá. Su llegada, su llanto, su vigor y la magia que encierra todo lo que es la niñez, derribaron los muros del rechazo y malestar familiar que había en sus tías. El tiempo es un misterio que llega sin hacer el menor ruido, sorpresivo es el tiempo, llega a la vida y te envuelve para sí. Luis Gamal había crecido, sus grandes ojos de color miel, brillaban durante la magia que encierra la infancia; tenía ya 11 años —etapa intranquila y curiosa, enérgica y sin titubeos—, practicaba un deporte muy completo, la natación.

—¡Piiirrriiii!... —sonó el silbato—. ¡Vengan niños, acérquense, hagan una fila que vamos a empezar el entrenamiento! —dijo entusiasmado el entrenador.

Los niños y niñas corrían animados hacia la piscina, entusiasmados, en poder aprender a nadar. Por lo que la expresión de sus rostros, denotaba una amplia sonrisa. El agua lucía espectacular, un verde turquesa con destellos de colores, originados por los rayos del sol, parecían pequeños mosaicos, perfectas figuritas artísticas, y a los alrededores de las piscinas se levantaban grandes palmeras que representaban el típico paisaje de la América tropical, todo ello adornaban el complejo deportivo, era una tarde hermosa, de eterna primavera.

—¡Qué rica se ve el agua, azulita y clarita!, ¿la viste Gamal? —exclamó y preguntó un compañerito que estaba con él.

Gamal no pronunció palabra, pero sí respondió con los gestos de su cara: sus ojos estaban iluminados, su boca sonriente que abultaba sus mejillas; no podía esconder la alegría que sentía por comenzar a nadar.

Todos los niños se metieron en la piscina, realizando el ejercicio que el entrenador les indicaba:

—¡Chapoteen, colóquense boca abajo y chapoteen!

La luz del sol iluminando el firmamento bañaba la tarde en perfecta armonía. Gamal disfrutaba de aquel ejercicio, para él, eso no era una clase, era una gran diversión, su amplia sonrisa expresaba la felicidad y el placer que sentía dentro del agua, mientras chapoteaba con sus pies, veía a su alrededor a los demás niños como diciendo que él también estaba feliz de estar allí con ellos.

Terminada la primera ronda de ejercicios, el entrenador le pidió que descansaran. Gamal junto con los demás niños, comenzaron a salir del agua; pero al instante, tan pronto salió de la piscina, empezó a sentir que parte de su cuerpo comenzó a dormírsele, notó que no tenía fuerza en sus extremidades de todo el lado derecho, cuando de pronto —¡plasf!— se desplomó y cayó desmayado sin explicación alguna.

—¡Entrenador!, ¡Entrenador!, ¡Gamal se desmayó!, ¡Gamal se desmayó! — gritaban los niños muy asustados—. ¡Corra entrenador, Gamal no reacciona, está como muerto!

Los niños estaban todos asustados, el personal del polideportivo al ver lo ocurrido llamaron inmediatamente a la ambulancia. El entrenador por su parte, salió corriendo al escuchar los gritos de los chicos y de los padres allí presentes. Australia en ese momento se encontraba acompañando a una de las madres a comprar algunas galletas en la luncheria del polideportivo, cuando de pronto escuchó el alboroto y los gritos de las personas. "¡parece que uno de los niños se estaba ahogando!" comentaban algunos de los padres que allí se encontraban; Australia y la otra señora, se apresuraron para ver lo que pasaba, a medida que preguntaban y observaban el sitio donde había ocurrido el incidente, Australia comenzó a preocuparse al irse acercando al lugar, era la dirección de la piscina donde se encontraba Gamal.

—¿¡Hijo qué pasa!?... ¡Gamal hijo responde! —gritó Australia, entre llanto y angustia.

El niño yacía todavía en el suelo cuando el entrenador fue a verle, pero también estaba su madre al lado. Otros entrenadores del polideportivo llamaron a la ambulancia, y lo llevaron de inmediato al hospital más cercano. Aquél niño de ojos color miel presentaría así su segunda gran dificultad.

Al llegar al hospital, Australia en medio de la situación apremiante, tomó el teléfono y llamó a Luis para avisarle de lo sucedido con Gamal. Él, rápidamente, tomó su camioneta para dirigirse al centro médico. Al llegar y luego enterarse de los detalles, expresó.

—¡La mitad de su cuerpo paralizado! —Colocó sus manos sobre su cabeza—. ¡11 años es apenas su edad, es tan solo un niño! —Manifestó con tan amarga angustia.

Australia, llorando y abrazada a Luis, dijo.

—¿Por qué, Dios, permites estas cosas? —El corazón lo tenía chiquitico—. ¡No es justo! ¿Por qué, Señor, con mi niño? —Era su lamento.

Las interrogantes, las quejas y el dolor, son también parte de la vida misma; imposible es que no vengan los tropiezos, pero no se ve ni se comprende de esa manera, se busca evitarlos, en vez de aprender a enfrentarlos.

—Familiares de Luis Gamal Rojas —llamó una enfermera en la sala de admisión.

—¡Sí, somos sus padres! —respondió Luis.

—Por favor, pasen al consultorio, el doctor quiere hablarles.

Australia se veía callada, ella había visto a su hijo sin reaccionar; en su mente aturdida por la preocupación, solo albergaba una plegaria: "Señor, que mi niño no tenga nada malo", era su clamor como madre.

Ya en el consultorio, el doctor extiende su mano en señal de saludo, y les pregunta:

—¿Son ustedes los padres de Luis Gamal?

—¡Sí! —respondieron ambos—, ¿cómo se encuentra nuestro hijo?, ¿va a estar bien verdad? —continuó Australia.

—De él quiero hablarles, necesitamos hacerle varios análisis, ya que los síntomas que presenta apuntan a que probablemente sea una aneurisma, y eso es delicado —dijo el doctor con mucha preocupación.

—¿Es muy grave doctor? —preguntó Australia, llena de miedo.

—Todo lo que se refiere al cerebro, es serio y delicado, implica muchísimos riesgos, haremos todo lo que esté a nuestro alcance —respondió el doctor, un poco más sereno.

—¿Qué más sigue doctor?, ¿hay que operar? —preguntó Australia nuevamente.

—Sí, hay que intervenirlo. La operación es larga y de grandes riesgos, esperemos que todo salga bien —acotó el médico.

Australia guardó silencio por un breve instante, se veía pensativa, caminó hacia la ventana del consultorio, mientras Luis seguía hablando con el doctor. En ese momento, mientras observaba hacia el jardín del hospital, vuelan hacia el protector de la ventana, dos lindos pajaritos; eran un par de "canarios tejeros" que posaron sobre las reja, y en su alegre revoloteo, ambos comenzaron su hermoso trinar. Australia escuchando el canto de las aves quedó absorta, en silencio, sus lágrimas comenzaron a correr sobre sus mejillas, y de momento cerró sus ojos, y al abrirlos nuevamente, una sonrisa se dibujó en sus labios. Por lo que, al mirar el cielo, expresó: —Mi niño saldrá bien, estoy segura, con el favor de Dios.

Luis continuaba hablando con el médico, cuando Australia se acercó a la conversación, justo cuando iba a dar los pormenores de la intervención.

—La operación durará varias horas y es de alto riesgo —dijo el médico, preocupado—. No le garantizamos si posterior a ella, el niño quede bien. Me refiero a que podría verse afectada su motricidad, es decir, no sabemos si podrá volver a caminar... Lo siento, es una operación muy delicada.

Luis bajó la cabeza, y Australia se mantuvo callada. Ambos salieron del consultorio en un rotundo silencio. Él, salió un rato fuera del hospital para despejar un poco sus pensamientos, ante la notica que había recibido. Pero ella, recostada en la puerta de la habitación, permaneció pendiente de su hijo; ya que no se le permitía ver a Gamal momentáneamente. Dos de sus hermanas, con algunos sobrinos, llegaron al centro médico y preguntaron qué era lo que le había pasado al niño y qué le habían dicho los médicos, por lo que, Australia les manifestó los detalles de la situación de salud y de su operación.

—Verás que todo saldrá bien, Australia, con la ayuda de Dios. Gamal es un niño fuerte —dijo Libia, una de sus hermanas. Una mujer pequeña, de tez morena, ojos pequeños, cabello negro y ondulado; con una voz serena y calmada. Siempre había sido, entre las hermanas, la más enfermiza, pero también la más solidaria y colaboradora. La única que no promovió el aborto del niño en su momento.

—Sé que será así... Dios no nos va abandonar —respondió Australia, con voz firme.

Su otra hermana, Nancy, estaba un poco callada. Tenía lágrimas en sus ojos, y en su interior se libraba una batalla dura, con sentimientos encontrados, una mezcla de culpabilidad, rabia y arrepentimiento acongojaban su alma; ella había sido una de las que, en tiempo pasado, presionó para que Australia abortara; ahora lloraba por Gamal. El niño con su nobleza se había ganado el corazón de su tía, demostrando su humildad y sencillez.

—Sí, Australia, Libia tiene razón, Gamal saldrá bien en la operación y lo tendremos pronto de vuelta a casa, ya verás —dijo Nancy, con voz quebrantada.

Las tres hermanas llorando, se abrazaron; unas a otras se secaban las lágrimas. Australia se llenó de una paz indescriptible, y a diferencia de otras veces, sintió el apoyo de sus dos hermanas, en especial el de Nancy; Gamal con su conducta y su situación, había logrado reconciliar y fortalecer los lazos familiares entre sus tías y su mamá.

Llegaron los resultados de los exámenes, efectivamente Gamal tenía un aneurisma y había que proceder a operar, pero, surgió un problema, el cirujano encargado de la operación tuvo que salir de emergencia fuera del país por la muerte de un familiar; inmediatamente, uno de los médicos del equipo de neurocirugía, le recomendó a Australia que en la ciudad capital, en el hospital Pérez Carreño de la ciudad de Caracas, se encontraba el mejor neurocirujano del país.

—Sra. Australia, hemos contactado al doctor Lara García, él está al tanto del diagnóstico del niño. Por vía fax, le enviamos el informe médico y está dispuesto a tomar el caso de su hijo —manifestó el doctor—. Si usted está de acuerdo, en una de nuestras unidades de ambulancia prepararemos todo para el traslado del niño a Caracas, al hospital, solo necesitamos de su autorización.

—Claro que sí estoy de acuerdo, Doctor —respondió Australia—. ¿Cuándo será el traslado? —preguntó curiosa.

—Mañana mismo, a primera hora, después de llenar los protocolos del traslado y el informe de la intervención —respondió el Doctor.

—Bien, no se hable más, haga lo que corresponde Doctor, nos encomendamos a Dios —dijo Australia, con una fe inquebrantable.

"Ayuda a mi hijo Señor, sé que tú proteges al inocente" fue la plegaria que elevó Australia, una vez que salió del consultorio.

La inocencia es el estado natural y característico de la niñez y fue la fortaleza que Dios le proveyó a Gamal; inocencia entendida como la ausencia de malicia, refugio, confianza, esperanza, aliento, suficientes armas para combatir la adversidad, la tragedia, el desaliento; así venció el niño su segundo obstáculo dentro de su proyecto de vida. Él lo superó.

El hospital fue un lugar en donde estuvo, treinta días, pero a pesar de su situación y lo delicado de su condición, este mismo lugar se convirtió en el escenario de grandes amistades, vivencias y misericordias. El día de la intervención quirúrgica había llegado.

—¡Buenos días Gamal! ¿Cómo te sientes campeón? —expresó y preguntó el médico—. Vamos a prepararte para curarte —continuó el doctor.

—Tengo un poquito de miedo, Doctor. Voy a estar bien ¿verdad? —preguntó Gamal.

—Claro hijo, vas a salir muy bien, no tengas miedo —acotó el médico, viendo la turbación y preocupación del niño.

—Escuché que me van a operar, ¿eso duele doctor? —preguntó Gamal, con mucha inocencia

—No campeón, vas a estar dormido por algunas horas mientras te estemos curando, y cuando te despiertes, solo sentirás un dolor de cabeza chiquitico, una pequeña molestia, ya verás —respondió el doctor, con mucha habilidad.

Australia escuchaba atentamente la conversación entre su hijo y el doctor, ella se conmovía oyendo a su niño decir que tenía miedo, al final del diálogo, se acercó a Gamal y con voz dulce le susurró al oído:

—No tengas miedo mi niño, mamá está contigo y Dios también.

Varias enfermeras entraron para alistar al niño, lo bañaron y le raparon todo el cabello; en este tipo de operaciones se le corta todo el cabello al paciente, quedando totalmente sin pelo, es el paso sanitario necesario para evitar cualquier infección peligrosa.

Mientras tanto, en los pasillos del hospital, cerca de la habitación de Gamal, Australia se encontraba nerviosa, pensativa y sola. El padre no estuvo con ella en aquel momento tan crucial y delicado.

¿Por qué?, se preguntaba ella, una y otra vez.

Luis era un hombre severo, pendiente solo de su trabajo, de disfrutar de su entretenimiento favorito: La cacería. Entendía que en la vida y en la familia, todo lo relacionado con los hijos, con los niños, en lo que concernía al cuidado de la salud y educación era únicamente trabajo de mujeres. Así, Luis se mantuvo, sin involucrarse mucho en la situación que en ese momento presentaba su hijo Gamal en el hospital.

Durante todos esos días que estuvo hospitalizado el niño, él lo fue a visitar muy pocas veces. Pero, a pesar de todos esos inconvenientes y contratiempos, Australia llena de fortaleza, supo manejar la situación que en ese momento estaba confrontando. Gamal contaba entonces con su madre, y por supuesto, con la poderosa presencia de Dios.

Sangre, sudor, tensión, silencio, concentración, el quirófano impregnado de ellos y algo más: Un corazón latiendo, una vida luchando, una vida de 11 años que busca abrirse paso, resistiendo los riesgos de una delicada cirugía, un movimiento en falso resultaría fatal: Parálisis en sus piernas, ceguera total, problemas neurolingüísticos.

"Culminó la operación" "Parece que fue un éxito", era lo que Australia escuchaba de enfermeras y camilleros. Ella nerviosa, caminaba de un lado a otro pensando y preguntándose: ¿Por qué de moran tanto? ¿Qué pasará pasando con Gamal? ¿Quedará normal?; en ese momento recordó que días antes de la operación de su hijo, una mujer de mediana edad y con un libro en su mano, le otorgó un folletico que contenía palabras de aliento, palabras de fe y esperanza. Rápidamente buscó en su bolso y halló el papelito; en el escrito se leía: "Clama a mí y yo te responderé y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces." Aquello era citado por Jeremías 33:3, según el papel. Australia se aferró a esa promesa, y las lágrimas corrían por sus mejillas desde entonces; sus ojos se iluminaron, y a su corazón llegó la paz, el sosiego, también la fe.

La operación había durado 11 horas. El niño estuvo en la Unidad de cuidados Intensivos, y al cumplirse el tiempo reglamentario, fue subido a la habitación. Su cabeza estaba envuelta en vendas, y se necesitaba examinarlo, evaluar sus reflejos, su motricidad, sus sentidos, su sistema neurolingüístico; el momento más apremiante estaba por comenzar.

Australia asustada, esperaba a los médicos en la habitación. No cesaba de ver a su hijo, tocaba sus manos, luego bajó su rostro lentamente para darle un beso en la mejilla, y Gamal todavía sintiéndose un poco adormecido, sonrió tiernamente por ese beso que le dio su mamá y luego le pidió la bendición.

Era jueves por la mañana, la brisa por los pasillos del hospital corría fresca; el día estaba soleado, varios pajaritos se posaron en la habitación del niño y su trinar parecía un coro de ángeles; en la madrugada había llovido, y al salir el sol, un arco iris se dejó ver en el horizonte de esa mañana caraqueña. Muy concurrido estaba el hospital, pero ya, el equipo médico que estuvo en la operación estaba entrando en la habitación para examinar a Gamal y evaluar sus primeras reacciones y reflejos.

—¡Buen día Sra. Australia, ¿cómo está hoy este campeón? —preguntó el doctor, Lara García.

—¡Bien Doctor, fíjese que hoy cuando despertó, le di un beso, sonrió y luego me pidió la bendición —respondió Australia conmovida.

—¡Ah, pero eso está muy bien, eso es buen síntoma! —acotó complacido el médico.

—Vamos a ver hijo, vamos a sentarte y a quitarte las vendas para examinarte la herida —dijo cariñosamente el médico.

—¿Va a dolerme doctor? —preguntó Gamal.

—No Gamal, no va a dolerte, voy hacerte varias preguntas y luego te daré con este martillito algunos toquecitos en las rodillas, ¿está bien? —señaló el doctor.

—Sí doctor, está bien —Sin titubeos el niño, respondió.

—Observa mi mano y dime ¿cuántos dedos tengo?

—Cinco Doctor —respondió rápidamente.

—Muy bien Gamal —acotó el médico.

El médico sacó del bolsillo de su camisa un lapicero plateado, y mirando al niño se lo muestra, y le pregunta:

—Gamal, ¿qué tengo en la mano?

—Un lapicero doctor

—¡Muy bien! Y ¿De qué color es?

—Plateado —respondió seguro.

—¡Excelente campeón! ¡Muy bien! —exclamó satisfecho el Doctor, por las respuestas que dio el niño.

Australia, conmovida, se secaba las lágrimas que corrían por sus mejillas, observaba detalladamente cada reacción y cada respuesta que daba su hijo al Doctor; su corazón latía muy fuerte entre una mezcla de miedo y emoción. El médico, luego de terminada la evaluación de Gamal, se acercó a Australia muy complacido por lo que había visto en el niño, y de cómo de manera satisfactoria, en esta primera revisión, las reacciones y respuestas que él dio fueron muy alentadoras.

—El niño ha respondido bien, esperemos que durante el resto de su recuperación, avance y responda como hasta ahora.

—Gracias a Dios, Doctor,gracias también a usted. Permita mi Señor, que todo siga así —respondióAustralia, con paz y seguridad.    

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