66- Fuera bandas.
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Canciones para este capítulo:
I'll Show You - Justin
Long Live A$AP - A$AP Rocky
Sweet Creature - Harry Styles
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Parecía que las paredes se desmoronaban sobre mí, como si se estuvieran acercando, intentando moler cada hueso de mi cuerpo. El cemento emitía una corriente fría, pero todos mis sentidos se encontraban entumecidos.
Los únicos dos colores a mi alrededor eran el gris y el blanco, el pequeño baño en la esquina de la habitación se veía más y más asqueroso día tras día.
Me gustaba considerarme una persona creativa -siempre estuve interesado en las Artes-, pero estar sentado en esa sala me hacía sentir más apagado que un hombre que ha estado tomando adderall por cincuenta años.
-Los chicos como tú no terminan con una chica como esa.
-¿De verdad pensabas que tendrías un final feliz?
-Tenemos un montón de trabajo por delante, claramente.
Las palabras del doctor McNeil rodaban por mi cabeza, cada una de ellas con una oleada de ira.
Los chicos como yo también merecen un final de cuento de hadas, ¿no es cierto?
No podría seguir la pista de cuánto tiempo he estado en soledad. Bueno, técnicamente no ha sido encierro solitario ya que Francesca y palo, digo Brad, intentaban colarse en todas las ocasiones que se les presentaban. Honestamente no ha sido la peor cosa que podría suceder, mi sentencia no ha sido ampliada.
El doctor McNeil ha sido un viejo bastardo que odiaba a todos en esta puta institución. Pensaba que éramos monstruos que debían ir a la cárcel. Puede que esté en lo cierto, puede que lo hagamos, pero este lugar no le pertenece como para decidirlo. Después de instigar el hecho de haber visto a Abby hace una semana ,o cuanto tiempo haya pasado,me ha desgarrado completamente.
-No sé de qué hablas.- Posicioné mis manos ásperas en las barras de metal para después maravillar mis bíceps y elevarme. Mis músculos se relajaron lentamente mientras bajaba antes de elevar mi mentón otra vez. Me estaba poniendo nervioso, pero no podía dejar que el doctor McNeil lo notase.
-Claro que lo sabes.-Sonrió.-Cuando fuiste al centro comercial, tomaste el coche de los dueños de la tienda...- se desvió, como si quisiese que yo terminara el puzzle.
-Escucha.- Liberé repugnantemente un fuerte agarre en la barra, volviéndome de forma lenta para encararlo. Mis ojos dieron con los suyos, sin estar dispuestos a flaquear de ninguna manera.-No sé qué que es lo quieres, o qué crees que sabes, pero no me rindo con facilidad. Evidentemente con lo de no ver a mi novia.- Bufé, como si fuese completamente irreal. Mentir no era necesario en un trato honrado, pero era jodidamente bueno en ello.
Sus pies se arrastraron por el felpudo y tras aquello su cara vieja se encuentra frente a la mía.
-Por suerte para mí, el coche del hombre que tomaste prestado, ya sabes, el chico de la tienda de joyería, es un buen amigo mío-Rió y sentí mis labios entumecerse. - Por alguna razón de veras le agradaste, y pensó que a mi también. Para tu mala suerte, a mí no.
-Bonita historia, ojalá fuera cierta.- Bufé, pero el doctor McNeil se negó a dejarlo ahí.
-¿Sabes cuál es mi lugar favorito aquí?- Iba a darle una respuesta sarcástica pero empezó a hablar de nuevo. -El encierro solitario. Allí nadie habla, encerrados en esos pequeños y fríos cubículos. Ahí es donde los criminales deben estar. Tenemos mucho trabajo por delante, claramente.
-No tienes pruebas.- Discutí.
Liberó un carcajada malvada.
-¿De verdad pensabas que tendrías un final feliz?
-No me conoces, y no sabes lo que merezco.-Puede que no me merezca a Abby,joder, sabía que no lo hacía, pero era mía, y lo último que haría era dejar que se me escape de las manos.
-Los chicos como tú no terminan con una chica como esa.
-¡Maldito puto,no hables de ella!-Golpeé la pared con el puño, aunque deseaba con vehemencia que hubiera sido el rostro presumido del doctor McNeil. Ni siquiera se veía asustado, puede que porque sabía que nunca le tocaría. Nunca haría nada que ampliase mi sentencia. No podría con ello, o quizás porque sabía que no podría hacerle eso a Abby.
-Se merece algo mucho mejor.
Le odiaba, le odiaba muchísimo, pero todo el mundo sabía que se merecía algo mucho mejor. Ella era un ángel, yo un demonio. Incluso probablemente Abby sabía que lo hacía, pero para mi suerte, tampoco le importaba, o era tonta. Y para suerte suya, yo era egoísta, un trozo de mierda manipulador que quería todo de lo que no era digno.
-Ya sé que se merece algo puto mejor.- Escupí. No iba a permitir que pensase que tenía algún poder sobre mí. -Pero me ama y le amo, y cuando amas a alguien no le abandonas.- Caminé por encima de él, manteniéndome alto en frente suya. -Nadie sabe por qué, joder, no sé por qué, pero me necesita. Así que me endemoniaré si dejo que un tío como tú me diga con quién o no termino.
Con eso, el doctor McNeil se puso de pie y abandonó el gimnasio sin decir ni una palabra. Lo siguiente que recuerdo es a dos de seguridad agarrándome por los brazos y llevándome a la base en donde estaba situada esta maldita celda.
Mis recuerdos y compasión hacia mí son interrumpidos cuando la pequeña mirilla corrediza se abre. Aparecen dos ojos marrones, ofreciéndome una cálida sonrisa.
-No deberías estar aquí.-Ahora ni siquiera me interesaba la compañía. He estado solo desde que vi a Abby, podría estarlo otra vez.
-Tú eres el que no debería estar aquí.- Contraataca Francesca, alzando una ceja.
-¿Cuánto tiempo ha pasado?- Francesca solo ha venido a visitarme dos veces anteriormente y se sentía como hace un tiempo malditamente largo.
Francesca mira a la nada, como si no quisiera decírmelo.
-¿No has llevado la cuenta?
-La perdí tras una semana.
-Han pasado dos meses,Leo- Para, observando cómo mis ojos se abren cuando me entero. -Casi tres.
Me levanto inmediatamente, deslizándome hacia la puerta roja.
-No, no puede haber pasado tanto tiempo.- El pánico se empieza a apoderar de mí. ¿Tres meses?
¿No he mandado ninguna carta en tres meses? ¿Está bien? ¿Alguien le habrá contado que estoy aquí encerrado? Mi corazón se acelera mientras pienso en lo peor que puede haber pasado.
-Leonardo, cálmate antes de que sufras un ataque de pánico.- Francesca mete una mano en la celda y la tomo. El sentimiento de contacto humano me relaja un poco, pero no puedo dejar de pensar en lo peor. ¿Mi madre se habrá enterado de esto? ¿Creen que hice algo terrible como para acabar aquí?
Apretó la mano de Francesca.
-Francesca, necesitas sacarme de aquí.
Me mira triste.
-No se qué hacer. Cada vez que se lo pido a McNeil me amenaza con contar que te escapaste. Te meterán a la cárcel de verdad, peor que esta mierda.
-Tienes que hacer algo.- Siento un nudo en la garganta pero me deshago de él. No es momento de llorar, es momento de pensar en cómo coño saldré de aquí.
Francesca asiente.
-Lo intento, Leo. Esto es inhumano.
Dejo su mano, pasando los dedos por mi pelo y cayendo al suelo.
-¿Qué pasaría si mi cabeza empezara a sangrar? Debería salir, ¿no?
-Leo...
Sin pensar en nada más, estampé la cabeza contra el suelo de concreto con todas mis fuerzas, provocando que inmediatamente perdiera la conciencia.
-Han pasado tres meses, no hay manera de que haya hecho algo tan malo como para pasar tres meses en soledad.- Estampé el puño contra el escritorio de la recepcionista. Leo era maleducado y arrogante, pero nada puede ser así de malo.
Había venido a las instalaciones mentales cada semana desde que recibí aquella llamada diciendo que El fue trasladado al encierro en solitario situado en la planta más baja del hospital. Se negaron a contarme qué había hecho. La recepcionista empezaba a cansarse de mis quejas, así habló por el intercomunicador de su hombro para llamar al jefe.
Cuando el hombre entró a la pequeña sala de espera, de inmediato me levanté en frente suyo con una expresión seria.
-¿Acaso tienen alguna razón para tenerle allí, o es una broma de mal gusto?- Discutí, asegurándome de hacerle saber lo enfadada que estaba.
-Abigail, ¿verdad?- Me miró en total calma haciéndome rodar los ojos y asentir.- Leonardo incomodaba a un miembro del equipo plantándole cara y soltando comentarios duros. Se sentía intimidado, así que lo trasladamos a abajo.
-¿Por tres meses?- Contraataqué.-Eso no es sano para ningún ser humano.
El jefe sacudió la cabeza.
-El doctor McNeil es el que toma cartas en el asunto de las sentencias, yo soy solo un supervisor.
-Bueno, entonces déjeme hablar con el doctor McNeil.-Respondí confiada, cruzando los brazos por debajo de mi pecho. Prácticamente era la familia de Leo, tenía derecho a enterarme de lo que pasaba en su vida.
-Abigail, usted ni siquiera deberías estar en esta instalación.-El jefe suspiró. -Si los medios de comunicación lo descubrieran sería todo un fiasco.
-La orden de alejamiento manifiesta claramente que es levantada si le busco. Así que aquí estoy, buscándole. Ahora déjeme hablar con el doctor McNeil.- No iba a aceptar esa basura de 'ni siquiera deberías estar aquí'.
Necesitaba saber si estaba bien estando solo, en una sucia celda no es fácil para ninguna persona. Incluso una tan fuerte como Leo.
El jefe empezó a discutir hasta que el intercomunicador empezó a emitir un sonido chirriante, seguido de un montón de voces repitiendo las mismas palabras palabras: 'código rojo, código rojo.' el jefe se precipitó a salir de la habitación sin decir ni una sola palabra, dejándome confundida y aún levemente enfadada.
-¿Qué significa código?- pregunté a la secretaria.
-Un paciente está herido. Tienen que llevarlo al hospital.
Aunque había muchos pacientes en el hospital y muchos de ellos eran de sexo masculino, no pude controlar mi sistema nervioso y empezó a bombear sangre por todo mi cuerpo a un ritmo más acelerado. La secretaria comenzó a clickear el ratón varias veces y espere en el mostrador qué se veía en su pantalla.
-¡Hey, no puedes volver aquí!
Mis ojos escanearon la pantalla y casi grito cuando vi el nombre 'Leonardo McCann' aparecer. Código rojo, Leonardo McCann, traumatismo craneal, enviándolo al Hospital Central Metropolitano.
Luchando por alejarme del mostrador con las piernas temblando, salí de la instalación hacia el coche de Leonardo para dirigirme al hospital. Mis manos se agitaron sobre el volante negra, apenas siendo capaz de envolver los dedos. ¿Qué haría sin Leonardo?
Me maldije ante mi horrible pensamiento, pero no pude evitarlo. ¿Qué demonios había pasado? ¿Traumatismo craneal?
Realizando el giro más brusco de mi vida entré al parking del hospital, dejando el coche en el primer espacio libre que encontré. Mis pies caminaban solos mientras buscaba el camino hacia la estación de ambulancias, buscando desesperadamente a Leo en el mar de gente. +
Enmarañado, un pelo marrón sangriento fue lo primero que mis ojos captaron, seguido de una mayormente rota y también ensangrentada nariz. Sentí mi pecho a punto de colapsar mientras corría hacia la camilla, tomando la mano de Leo, como si fuera la última cosa que fuese a tocar.
Fue como si los paramédicos hubiesen entendido mi absoluta locura porque no me dijeron que me alejaste o que no le tocase. Mis piernas caminaron tan rápido como las ruedas de la camilla mientras ellos conducían a Leo hacia la sala de traumatismos. Dos doctores se apresuraron a examinarle.
El doctor de piel marrón oscuro se giró hacia mí con una sonrisa amable, aún frenético.
-Hola, soy el doctor Carters, tendré que pedirte que salgas.
-¿Va a estar bien?- Presioné, mirando sus ojos chocolate para después fijarlos en un Leo jadeante.
-Por nuestra primera examinación se ve como una conmoción mala. ¿Sabes cuántas ha sufrido previamente?
Medité por un momento, sabía que había sufrido conmociones anteriormente, pero no podía recordar el número exacto.
-¿Puede que seis?
-Muy bien, con las conmociones cuántas más sufras mayor será el riesgo de daño cerebral permanente. Realizaremos una tomología computarizada rápida y te haremos saber cómo van las cosas.- me mostró sus dientes blancos antes de abrir la cortina de nuevo y entrar al pequeño espacio.
Me llevaron a la sala de espera, a dónde llegaron Pattie y Kat. Ambas me envolvieron en un fuerte abrazo, las lágrimas de Pattie caía por mi cuello.
-¿Te han dicho algo los doctores?- Preguntó preocupada.
-Creen que es una conmoción- Contesté pensando que la calmaría pero sus ojos se ampliaron.
-¿Una conmoción? Sufrió un montón de esas cuando era más pequeño...- Arrastró, sus ojos se encontraban llenos de lágrimas. -¿Pudiste hablar con él?
Le dije que estaba inconsciente cuando le vi, ocasionando que sollozara aún más fuerte. Kat tenía lágrimas en sus ojos también, sin embargo consolaba a su madre. Me senté al lado de Pattie, sosteniendo su mano en la mía.
Habían pasado unas cuantas horas, muchos de los amigos de Leonardo habían llegaron en ese tiempo. Dave, Conrad, Brandon, Shaun y Felix habían encontrado sillas vacías en la sala de espera. Hablé con Shaun brevemente, preguntándole qué tal estaba Kiera, quién alegremente me respondió contándome cómo le iba. Seguían viviendo bastante lejos, tomando en cuenta que mis padres seguían buscándola, y todo era mucho peor sin Leo ahí protegiendo su identidad y la de Shaun.
Mi estómago se encogió viendo al doctor Carters entrar a la sala, paseándose lentamente hacia mí y Pattie. Nos regaló una sonrisa, haciendo que me preguntara inquietamente si era una sonrisa de lástima o una amable.
-Los resultados de la tomología computarizada nos mostraron que este es su decimosegunda conmoción, el cual obviamente es un número muy alto.- Mis manos empezaron a temblar. ¿Doce? Era el doble de lo que había asumido. -Sigue inconsciente, pero la tomología no mostró ningún daño notable. Pueden ir cuando se sientan preparados.-Con eso, abandonó la sala.
Dejé que Pattie fuese primero, dándole a ella y a Kate tiempo a solas con él. Conrad las reemplazó sentándose a mi lado, sobando su mano por mi brazo.
-Estoy seguro de que está bien, Leo no se dejaría a sí mismo morir tan joven, sigue teniendo mucho odio en su maldito cuerpo.- Intente reír por su muy cierta declaración.
Una vez que vi el cuerpo de Kate salir, corrí rápidamente a la habitación . Habían retirado la sangre de su cara pero su pelo seguía de un rojo oscuro y desarreglado. Se me rompió el corazón ante la imagen, logrando que fuera corriendo a peinar algo del duro pelo.
-No me dejes.-Lloré, mi labio inferior temblaba. -No tenías que dejarme. No tenías que arruinarme la vida. No me tenías que hacer odiarte. No tenías que permitirme cuestionar cada pensamiento sano que tuve.- Paré, mirando al techo mientras que las lágrimas tibias caían por mis mejillas. -No tenías que hacer que me enamorara de ti.
Su mano estaba fría, junto con su cara. Me arrastré dentro de la cama hasta su lado, tomándole el brazo y envolviéndolo en mi cintura. No iba a dejarme.
Mis ojos se mantuvieron cerrados mientras sentía oleadas de conciencia por mi cuerpo. Me dolía la cabeza un huevo, pero por el olor a limpio supuse que mi plan había funcionado. Inhale una respiración profunda. frunciendo el ceño debido al olor de algodón de azúcar y rosas. Conocía ese olor, adoraba ese olor.
Mis ojos se negaron a abrirse, sin embargo sentí débilmente un cuerpo bajo mi brazo. ¿Quién era? Intenté moverme, pero solo las puntas de mis dedos tocaron un objeto desconocido.
El cuerpo ,supuse,se movió jadeando mientras yo daba un golpecito continuo con el dedo corazón. Una vez asegurado que lo vieron paré, absolutamente agotado por la energía empleada. Me sentía como que no podía pensar, era casi demasiado cansado procesar cualquier información. Lo único que podía entender eran sonidos apagados, pero sonaban preocupados. ¿Se abrirán ya mis putos ojos?
Una mano agarró bruscamente mi muñeca, y siseé silenciosamente ante el repentino y violento contacto. Quería golpear al empleado muy malamente, decirle que sea más amable, pero nada salió de mis labios. ¿Cómo es que estaba siendo un jodido imbécil? Apreté los ojos una vez antes de levantar lentamente mi párpado, el cual se sentía cómo de un millón de libras.
-...ojos... ¡Abre!- Reconocí débilmente dos palabras en tanto una figura oscura flotaba sobre mí. Trate de ponerme bizco para así ver si le conocía, pero mis ojos se mantuvieron perezosos medio abiertos medio cerrados. Su bata de laboratorio blanca hizo daño a mis ojos, pero al menos supe que era un doctor.
Entonces, a través de todo el jaleo lo escuché. Escuché su voz. Juré por Dios que sería mejor no estar alucinando. Intenté decir su nombre, pero salió como un mascullido. Sentí la humedad gotear en mi barbilla.
El calor se propagó por todo mi cuerpo entero cuando una mano se deslizó por mi barbilla, eliminando la saliva incontrolable que soltaba mi boca. Era el tacto de Abby, conocería a su tacto en cualquier sitio.
-A..ab- Sentía mi lengua limitándome el habla mientras trataba de decir su nombre. Intenté decir cualquier cosa, algo, desesperadamente, pero salieron solo como sonidos. Probablemente sonaba como un puto retrasado, avivando así mi vehemencia.
-Joder.- Por fin fui capaz de gruñir, a la vez que aclaraban mi alrededor.
Miré directamente hacia delante, el cielo y el infierno de alguna forma se las arreglaron para estar justo al lado del otro. El doctor McNeil se plantó al lado de mi Abby, juzgándonme con los ojos. Usualmente no me gustaba la compasión pero, joder, estaba tendido en una cama de hospital y seguía despreciándome.
Aparte los ojos del 'infierno en la ecuación' y dije mi mirada en el precioso ángel enviado directamente desde el cielo que se encontraba junto a mí. El doctor habló antes de que pudiera intentar moverla sobre mí.
-No estamos seguros de cómo está funcionando su cerebro en estos momentos, con lo cual trata de no ser muy abrumadora.
Los ojos de Abby se llenaron de lágrimas, probablemente pensando que yo no sabía quién era o que no la quería cerca de mí. No, gatita, ven aquí. ¿Cómo podría simplemente decir aquello?
Agradecidamente se aproximó a mí de manera lenta, su mano descansaba suavemente en mi pecho.
-¿Abby, no es así?- El doctor McNeil pronunció su nombre como si fuese digno de hacerlo. Quería desgarrar cada miembro de su cuerpo patético.
Miró por encima de su hombro.
-¿Eres el doctor McNeil?- Asintió y volvió a girarse hacia mí, ofreciéndome una mirada cariñosa y consiguiendo así que mi corazón se hinchará. -¡¿Por qué cojones tuviste a Leonardo en encierro solitario por tres malditos meses!?
Su ira me sorprendió, pero mis labios se torcieron dando lugar a la mayor sonrisa que fui capaz de formar.
Sus cejas se elevaron en indicio de sorpresa.
-Estoy seguro de que lo sabes.
Le volvió a mirar tomando asiento al lado de mi cama. Reuní la fuerza suficiente como para asentar mi mano en su espalda. Se giró sorprendida, regalándome una sonrisa dulce. Intenté sonreírle de vuelta.
-No, no lo sé.- Respondió.
El resto de la gente que se hallaba en mi habitación la había abandonado, dándose cuenta de la privacidad de la conversación.
-Abigail, es un criminal. No se merece nada, especialmente una persona tan normal y tan buena como tú.-Me dolió el brazo enroscando mi puño en la camiseta de Abby. Fui capaz de mantener el agarre sólo unos segundos, antes de que mi brazo cayera en el colchón agotado.
-¡Está en una institución mental, recibiendo la ayuda que necesita!- Discutió con él.
-¡Se merece estar en la cárcel!
-¡¿Por qué te importa tanto!?
-¡Mató a mi puto hijo!
La sala se volvió completamente silenciosa. Mis ojos se abrieron, mirando directamente al doctor McNeil. Su pálida e irlandesa piel se volvió roja con completa ira. Juro por Dios que sí da un paso más cerca de Abby mi alma saltará hacia su cuerpo inútil y le sacará la mierda dentro de él.
-Lo siento.- Susurró . Yo también lo siento, supongo.
El doctor McNeil parecía estar en pausa. Abby habló otra vez.
-Leonardo ha cambiado. Me gustaría creer que es por mí.
Lo es, por supuesto que lo es. La única razón por la que mataría a alguien es si vino tras Abby, o si amenazó con separarnos. Solo me preocupo por su seguridad y felicidad. Si no quisiera que mate a gente, no tocaría una pistola de nuevo.
-Ahora está calmado ,bueno, más calmado, no hiere a personas sin ninguna razón. Siento lo de tu hijo, realmente lo siento, pero el Leo de ahora, el que estás agotando, nunca le heriría.
-Lo siento.- Pude maullar finalmente. Ambos me miraron sorprendidos. Mis cuerdas vocales empezaron a arder ante la repentina exhalación, mi pecho se levantó y bajó con toses ásperas. Al instante, Abby me envolvió con sus brazos, palmeando mi espalda y agarrando un vaso de agua. Llevo el vaso hacia mis labios, sentí el contraste frío contra mi garganta caliente. Casi sonrío ante la ironía, ella raramente ha tenido que cuidarme, es mi bebita después de todo.
-Lo siento por tu hijo. He cambiado, realmente lo he hecho- miré profundamente a los ojos del doctor McNeil, tratando de gritar 'estoy siendo sincero.
-Ni siquiera sabía que estaba metido en bandas.- Susurró- Sin hablar de meterse con Leonardo maldito McCann - Rió con tristeza.
-La dejaré.- Susurré. Abby volvió su cabeza hacia mí. - Dejaré la banda. Pero por favor, tienes que dejarme ir.- No podía volver a la puta institución, no podía estar solo.
El doctor McNeil nos miró a mi gatita y a mí. No había ninguna emoción manifestada en sus ojos.
-Nunca quise herirte, solo... no pude controlarlo.
Asentí, mi voz por fin se sentía fuerte.
-Me arrepiento de mis decisiones en el pasado. pero soy un hombre mejor ahora, he crecido. Todo gracias a ella.- Miré a Abby. No sabía cómo había acabado estando con ella. El diablo de veras conoció a su ángel.
-Tendrás que apelar al consejo, al jefe y al departamento de policía.- El doctor McNeil comenzó a hablar sobre mi alta en el hospital. Sentí una nube de felicidad por todo mi cuerpo, estaba considerándolo.
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