61. ¡Día de compras!
Canciones para este capítulo:
Where are Ü Now - Skrillex and Diplo ft. Justin Bieber
You and I - One Direction
Crazy - Shawn Mendes
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Hace dos meses que llevo escribiéndole y recibiendo alguna que otra llamada ocasional, gracias a Cabeza de Fregona.
La institución me ha diagnosticado con Desorden de Personalidad Sádica, Desorden Bipolar y Desorden Explosivo Intermitente.
Desorden Explosivo Intermitente era algo con lo que no estaba familiarizado.
Sabía que era sádico y que mis banda siempre ha mencionado algo sobre mis actos bipolares, de todos modos Desorden Explosivo Intermitente nunca ha sido algo mencionado.
Aparentemente implica episodios repetitivos de impulsos, agresividad, comportamiento violento o explosiones verbales de enfado en las que actuas de manera desproporcionada en la situación. Con lo que estoy de acuerdo. Esta enfermedad puede que te haga muy posesivo entorno a las cosas -o gente- y puede implicar muchos actos violentos para protegerlos.
Aunque odiaba este sitio, me conocían y sabían de lo que hablaban. Tomaba muchos medicamentos diferentes y fui a distintos tipos de psicoterapia para que me ayudase. Estaba muy enfadado, lo que se supone que es normal porque la medicación sacaba la enfermedad a la luz así podían corregirla en la terapia. Otras medicaciones que tomé relajaban mi cerebro y me hacían sentir en paz.
Los enfermeros y los terapeutas eran... agradables, supongo. Aguantaban mis explosiones y no juzgaban mi comportamiento errático hacia ellos. Por errático me refiero a ser un gilipollas.
-Sal de aquí antes de que te raje la puta garganta con mis propias manos.-Le gruñí a Francesa, mi 'enfermera'.
Rodó sus ojos.
-¿Qué dijimos de amenazar a la gente, Leonardo?
-No me acuerdo, ¿Debo de ser un ordenador? - Solté.
-Fue hace menos de dos días.
-Sí, y me llevará menos de dos segundos tenerte en el suelo muerta sobre tu sangre. En serio, ¿quién ha diseñado este lugar? ¿Hellen Keller?- Escupí y Francesca me echó una mirada en la que me avisaba.
Gruñendo por lo bajo, me senté de nuevo en la cama.
-¿Cómo ha ido tu sesión de terapia? Preguntó, posando sus manos en la mesa.
-No te incumbe.- No me importaba Francesca, era buena y normal pero hoy estaba en un humor de mierda. El jodido Sebastian no pudo venir porque estaba de viaje en Atlanta por algo de negocios y no he podido tener mi llamada semanal o mi carta. Tenía una lista para darle pero le dijo al Doctor Piekarski que no pudo dársela.
El Doctor Piekarski normalmente nos ayudaba, pero de acuerdo a su 'heroico' acto 'ayudando' a Abby en el hospital, el Gobierno le ha dado un premio a él y su mujer con unas vacaciones en Hawaii. Se disculpó un millón de veces pero no me importaba. Nadie puede ayudarnos considerando que sus padres me quieren mantener lo más lejos posible a través de quien sea que se relaciones conmigo.
Por suerte, ella y una de sus amigas se han ido a vivir a un apartamento más cerca de la Universidad de Nueva York, dónde el decano estaba tan asustado por tenerla. ¿Quién no querría tener a Abby? Ellos solo vieron a una chica joven que fue raptada por un monstruo con una historia de éxitos.
Sus cartas a veces me hablaban de que estaba disfrutando del campus y de como estaba de camino para conocer a sus Profesores en el negocio de la educación, coincidiendo con el horario de la Universidad. Le dije que fuese algo que no requiriese tanta escolarización pero ella se negó. Todavía tenía mi banda y millones de dólares, así que no tenía por qué estar buscando dinero. Pero como siempre, me ignoró y continuó contándome las diferentes técnicas que ha aprendido.
Me decía cuanto me quería y cuanto me echaba de menos, lo que se asentaría rápido en mi. Que ella recuperase su memoria era las mejores noticias que he recibido. Echaba de menos su hermosa cara y su cuerpo pequeño presionado levemente contra el mío. Solo quería abrazarla de nuevo, mi gatita.
Rara vez duermo aquí, es muy solitario. Me he acostumbrado a tener a Abby enredada entre mis brazos y piernas pero aquí era imposible abrazar alguna de estas mierdas de almohadas.
-¿Leonardo?- Francesca me sacó de mis sueños.
-Por favor, vete.-Le dije con desgana. Francesca sabía de Abby, pero era la única. No confiaba en ella del todo, pero era muy cotilla y se las ingeniaba para meterse en mi vida privada.
-Si no hubieses sido tan maleducado hoy, te podría haber conseguido una llamada.-Se encogió de hombros e inmediatamente salté de la cama corriendo hacia ella.
Me pose de rodillas, agarrándome de las manos.
-Por favor, por favor, por favor, por favor, lo siento, no seré nunca más un gilipollas.- Era mentira, se lo he dicho tantas veces.
Me hizo un gesto para que le siguiese fuera de la habitación e hice un gesto en victoria. Era inocente y nunca rechazó una de mis desesperadas peticiones. Estaba en la sala de espera y el chico que me esperaba me pilló por sopresa de inmediato.
-¡Chico del bar!-Sonreí, dándole un abrazo rápido. -¡Han pasado años!
Nadie disfrutaba visitándome aquí y no les culpaba. Daba miedo e incluso si Abby me visitase no estaría seguro de dejarle que se acercase aquí. La gente aquí es horripilante, los pacientes esquizofrénicos murmuran para ellos mismos y tratan de suicidarse cada día. La mitad de los pacientes tiene Anosognosia, lo que significa que no creen que están locos.
Me han atacado dos veces, una por un chico de treinta años que pensaba que era su hermano o algo. Le mandé al suelo antes de que me pudiese apuñalar con uno de los tenedores que nos dan en la cena. El otro incidente fue una chica que intentó violarme, la puta loca echó la puerta de mi ducha abajo. Ni siquiera sé que enfermedad tiene, pero estoy seguro de que es insana.
Crees que estoy loco, pero dejarías de pensarlo al entrar en este lugar.
-¡Volveré en nada!- Agarré del brazo a Francesca y comencé a correr por el pasillo, haciendo que me gritase y me dijese que parase.
Finalmente llegué a mi puerta y esperé pacientemente a que ella llegase y sacase la llave, pero solo me miró.
-Bueno, ¡Abre!- Dije urgiéndole. Necesitaba coger la carta que le escribí a Brooke.
-No puedes coger así a la gente y correr por el pasillo de esa forma, Leo
-Sí, sí, vale, lo siento, no volverá a pasar de nuevo.- Dije. -Por favor, abre la puerta.
Me regañó bajo su aliento varias veces antes de abrir la puerta. Corrí a mi cama y saqué la carta de su lugar, donde estaba a salvo, bajo la almohada.
-Gracias, Frankie.- Bromeé con el mote que a ella le molesta.
-En serio, cállate. De todos los pacientes traspuestos con los que trato, eres el peor.- Rodó sus ojos.
-Por favor, sabes que soy el único normal aquí.- Francesca siempre dice cuánto le gusta tenerme de paciente. Era un idiota, pero al menos no trataba de matarla o siemplemente sentarme ahí contemplando mi suicidio. Tampoco gritaba, por lo que estaba agradecida.
Volvimos a la sala de espera y le di a Conrad la carta antes de abrir la de Abby.
- Hola Leo:
Es una mierda que Sebastian se vaya por un tiempo, parece que tendré que prestarle más atención a Conrad.
Asi que, me han puesto un compañero de laboratorio, ¡y es el PEOR! No trabaja casi nada y me veo obligada a arreglar este hueso roto yo sola.
Me reí ante su escándalo.
Christine y yo hemos comprado un sofá nuevo para nuestro salón, es de cuero y he tenido una gran discusión con ella porque se que te gustan los sofás de cuero y cuando veas nuestro apartamento quiero que te encante. La TV no se acerca para nada a como de grande es la tuya pero se que te gustará.
Fruncí las cejas ante esto, nada más que saliese de aquí, no vamos de nuevo a mi casa. Nada de estas mierdas de apartamento, debería de ser temporal.
Te echo mucho de menos. Mi cama siempre está fría y odio meterme entre las almohadas, siempre se caen de la cama y no me llevan contra su pecho. Hablando del pecho, espero que estés haciendo deporte ahí dentro, no quiero un novio flácido de vuelta.
No tiene ni idea, estaba más musculado que nunca. Tenía mucho tiempo, la mayoría de los pacientes se pasaban el tiempo en su habitación o en el ring de boxeo. Por mucho que yo disfrutaba del boxeo, no quería luchar contra alguno de estos locos, así que me gustaba entrenar en el gimnasio. Tienen cada máquina que puedas imaginar y me he vuelto adicto. Me llevó al límite sin parar y juro que me han crecido los brazos dos tallas. Por no mencionar que mis abdominales están más duros que una puta roca.
Echo de menos tu cara, echo de menos tu voz, echos de menos tu pelo, echos de menos todo sobre ti. Han sido solo dos meses y te juro que parece un año. Por favor, no hagas nada estúpido y no hagas que te alarguen la sentencia. Haz algunas cosas buenas, recoge basura o algo y hazles que te dejen salir antes, porque sabes que siempre estaré esperando por ti, Leo.
Me dolía el corazón y noté como las lágrimas comenzaban a picarme en los ojos. Yo también te echo de menos, gatita.
Me obligaré a parar de llorar y acabar esta carta. Es una mierda que no pueda hablarle a la gente de ti. Se que una vez que salgas de la Institución Mental no tendrás más problemas con la ley pero la gente pensaría que estoy loca si les hablase de ti. Christine me apoya pero se que es escéptica. Deseo que todo el mundo vea como has cambiado y qué bueno eres. Te quiero mucho, Leo, por favor, nunca olvides eso.
Aunque tu solo puedas hacerlo, espero que la institución te esté ayudando un poco. Mejórate y escríbeme cuando puedas. Llámame nada más que puedas, mejor.
Te quiero.
-Abby
Me sorbí un poco los mocos y me metí la nota en el bolsillo del mono. Recuperé mi carta de la mano de Conrad y cogí un bolígrafo de la recepción. Escribí un poco más para responder a su carta antes de devolvérsela.
Conrad me dio en el hombro de nuevo.
-No te preocupes, ¡el tiempo pasará volando!
Me limpié debajo de la nariz.
-Sí, seguro.
Hablamos durante un rato sobre cosas normales de chicos y Conrad me enseñó unas fotos de su Ferrari que le regalé antes. Sonreí.
Francesca habló.
-Leonardo si quieres llamar, tiene que ser ahora.
Asentí antes de abrazar a Conrad de nuevo y asegurándome de que mi carta estaba segura en el bolsillo de su pantalón.
-Por favor, no seas un desconocido.- Le susurré y Conrad estuvo de acuerdo en visitarme cuanto pudiese.
Tyler todavía no había venido a verme, y me está enfadando un poco. Ví esa sonrisa ridícula en su cara cuando me sentenciaron aquí y todavía no sé por qué sonreía. Le podría llamar, pero eso sería malgastar una llamada en él y no en Abby.
Ví a Conrad irse antes de ir yo ansiosamente a la línea de teléfono que Francesca me estaba dando acceso. Marqué el número que había memorizado y esperé a su preciosa voz.
-¡Leo! - Gritó en completa felicidad y me hizo cerrar los ojos y sonreir.
-Hola, gatita. ¿Cómo estás en esta maravillosa tarde?- bromeé y oí su risa, haciendo que tuviese mariposas.
-Muy bien, realmente. Christina y yo estabamos a punto de ver una película.
Una película, llevo sin ver la TV años.
-Eso es genial, cielo. ¿Cómo te encuentras?
Le oí suspirar tranquila.
-Cansada, sola.
-Lo sé princesa, pero estás manteniéndote fuerte todavía por mi, ¿no?- Le encorajé.
Se quedó en silencio.
-Vamos...Gatita, sé que esto es una mierda, es una puta mierda, pero si uno de nosotros se derrumba. Y no voy a dejar que seas tu de ningún modo.- Tenía que ser el fuerte, aunque me moría por dentro. Nunca le mostré a Abby lo triste que estaba, le rompería en dos.
-Lo sé, Leo. Solo es que es duro.
-Claro que es duro.- Estaba de acuerdo. -Te diré algo, tienes la llave de mi casa todavía, ¿sí?
-Sí.
-Pasa una noche allí, cielo. Métete en nuestra cama con Delgato, Tank, Killer y Chain. Te deben de echar de menos.- Algunos miembros de mi banda se turnan para darles de comer y cuidarlos, pero se que nos echan de menos a nosotros.
-No lo sé, lo pensaré.- ella suspiró.
-Las sábanas puede que aún huelan a mi-i-i-i.- Canté con una sonrisa en la cara.
Le oí suspirar.
-Quizás.
-Vamos, necesito una respuesta, así sabré dónde estás.-Solo porque estaba lejos no significa que no me importase una mierda.
-No lo sé todavía.
-Decide ahora.- Le urgí. No iba a acabar esta llamada sin saber donde estaría mi bebé.
-Vale.- Cedió. -Estaré en tu casa esta noche.
Sonreí.
-Esa es mi chica.
Habló durante Dios sabe cuanto, mi sonrisa nunca decaía. Abby se rió sobre las historias de mi institución y me enorgullecí a sus historias sobre la universidad. Realmente no escucho sus historias, solo la melodía de su suave y relajante voz.
-Christine me está gritando, creo que tengo que irme.- suspiró y yo fruncí el ceño.
-Vamos, solo ha sido como una hora...
-Leo, llevamos por lo menos tres horas al teléfono.- Ella se rió.
Gruñí.
-Solo unos pocos minutos más, por favor.
-Vale, pero puedes hablar, te juro que mis cuerdas vocales se van a desgarrar.- Abby se rió y me reí con ella.
-De acuerdo, gatita. Cuando salga de aquí, lo primero que haremos será ir a McDonald's. La comida de aquí es una mierda. Sé que me quejo todo el tiempo pero estoy en serio. Es como comer suciedad.
-No puede ser tan mala.- Se rió.
-Confía en mí, lo es.- Gruñí. -Preferiría estar probándote a ti...-Solté mordiéndome el labio.
-¡Leonardo! - chillo y rompí a reír. -Vale, ahora me tengo que ir de verdad.
Suspiré.
-Vale, cielo, te quiero y te echo mucho de menos.
-Yo también te quie...- Antes de que pudiese acabar la línea se cortó e inmediatamente miré a dónde se colgaba el teléfono. El jefe Donald estaba presionando el botón con enfado en la cara.
-No es tu hora de llamadas. ¿Quién demonios te dejó salir de tu celda? - Gruñó. Busqué a Francesca con la mirada.
El jefe Donald y yo teníamos una relación común, no me odiaba y yo le toleraba.
Era maleducado con él pero él siempre bromeaba conmigo. Nunca le he visto tan enfadado desde que amenacé a un paciente que no quería darme su bote extra de champú.
-Yo eh, vine por mi tiempo libre.- Mentí pero el jefe no me iba a creer.
-Tu próxima llamada no es hasta el viernes, McCann. ¿Dónde está Doña Hurley?- Hurley era el apellido de Francesca.
-No lo sé, me dejó el teléfono.- Lo admití, me sentía mal por traiccionarla pero oye, cada uno mira por si mismo.
-Sabes que no tienes permitido estar en el teléfono cuando no es tu turno, Leonardo. Te quito el privilegio del teléfono durante un mes.- Sacudió su cabeza, escribiendo en su libreta.
-¡¿Qué?!- Grité. -¡Señor, no puede hacer eso!
-Oh, sí que puedo. Esto es serio, McCann. Por lo que sé, podrías estar llamando para planear tu escapada. - Dijo.
-Estoy llamando a mi puta novia, pronto mi mujer.- Gruñí, aprentando el teléfono con mi puño.
-Leo - Suspiró. -La vida será diferente cuando salgas de aquí.
Junté mis cejas.
-¿Qué coño se supone que es eso?
El jefe Donald tomó una profunda respiración.
-Solo lo digo, no sabes que te depara el futuro. Quizás no esté... esperando.
-No nos conoces.
El jefe se rió.
-Sé que no lo sé, solo estoy intentado darte un pequeño consejo sobre
-No necesito tu puto consejo.- Le corté, dejando el teléfono de un golpe y saliendo como el rayo para mi habitación. ¿Cómo se atrevía a cortarme el uso del teléfono? Esto es todo una mierda y no lo voy a aguantar.
Mi habitación estaba cerrada pero no me encontraba para estar esperando en el pasillo como un puto estúpido, así que le dí una patada al manillar de mi puerta, ganándome un montón de miradas de los pacientes.
-¡Eh, McCann!- mi'vecino' me llamó. Levanté una ceja para hacerle saber que le oía.
-¿Te importa enseñarme como se hace eso?- Sonrió y entrecerré mis ojos al delgado chico.
-Necesitarás algo de músculo primero.- Rodé mis ojos. Odiaba a todos aquí, no he hecho amigos en dos meses y hoy no iba a ser el día en el que empezaría.
Entré en mi habitación y para mi desgracia el chico delgado me siguió.
-¿Cómo te has puesto tan fuerte?
-Da un paso más y no volverás a andar.- Le avisé y se rió. ¿Por qué coño se estaba riendo?
Miró sin más por toda mi habitación, aunque no había mucho que mirar. Dejé que mis paredes fuesen blancas, sin un poster, foto o pegatina adornando la pared. Tenía un simple escritorio de madera que estaba en cada habitación de los pacientes. Podía preguntar por colores para las mantas pero me conformé con las blancas.
-¿Sin decoración?- Bromeó, pasando su mano por mi escritorio.
-Solo voy a estar un año aquí, sería una perdida de tiempo.
Se rió.
-Nadie sabe cuánto estará aquí.
-Bueno, yo sí. Ya estoy mejor y no voy a pasar ni un día más de los 365.-Solo quería que este chico se fuese, ¿Era mucho pedir?
-Nunca dejan que se vayan los pacientes cuando dicen que se van a ir.
-Eres jodidamente pesado.- Rodé mis ojos. Se rió, todavía nada era gracioso.
-Eres bastante maleducado.
-Llevo aquí ya dos meses, ¿te acabas de dar cuenta ahora?- Dije.
Sonrió y salió por la puerta. Sí, vete.
-Te veo mañana, Leonardo- Entrecerré mis ojos, todo el mundo me llamaba McCann-
Finalmente, el chico delgado dejó mi habitación y dejé escapar un suspiro de alivio. Me tumbé en la cama y esperé para mi próxima terapia.
(...)
La línea se cortó y fruncí las cejas, guardándome el teléfono de nuevo en el bolsillo. Quizás se quedó sin tiempo.
Salté al sofá al lado de Christine y su novio. Ya habían empezado la película sin mi, pero no me importaba en realidad. El novio de Christine era bueno, pero estaba siempre en nuestro apartamento. Juraría que no tiene otro lugar al que ir.
Rodé los ojos cansada cuando Christine se pasó al regazo de Jon, los dos empezaron a besarse. No me molestaba que mostrasen su afecto, pero me hacía sentir sola.
Christine ha intentado juntarme muchísimas veces con alguien, pero lo he rechazado. Nunca podría hacerle eso a Leonardo, por muy guapo que fuese el hermano de Christine...
Podía ponerme en contacto con Kiera, que estaba a salvo bajo el cuidado de Shaun. Mis padres han estado haciendo todo lo posible para encontrarla, pero Shaun se ha asegurado de que nadie supiese dónde estaban, incluyendo yo. No tenía ni idea de dónde estaban, pero sabía que estaban juntos.
Mis padres me vigilaban a menudo, quizás demasiado a menudo. Christine los odiaba, lo que era entendible. Eran ruidosos y muy molestos cuando nos visitaban. Siempre preguntan sobre la escuela, chicos, y cualquier cosa que se les ocurriese.
Aunque la escuela me tenía muy ocupada, siempre encontraba tiempo para escribirle una carta a Leo. Normalmente le mandaba una por semana y yo conseguía dos en respuesta. Siempre me hacían sonreir y me hacían que le echase de menos un millón de veces más de lo que ya lo hacía.
El pobre estaba demasiado aburrido, pero sabía que estaba disfrutando de la terapia. Las cartas de cada semana contenían menos quejas y menos pensamientos malos. La mala actitud de Leo era frustrante, no cabía duda, pero podría decir que estaba más feliz. O al menos cuando me escribía él era feliz.
La policía está también en la lista para matar de Christine. Son igual de malos que mis padres, siempre buscando en mi apartamento algo sobre Leo. Siempre me preguntaban si me sentía desprotegida o si pensaba que podría venir a por mi. Esquivaba sus preguntas siempre, diciéndoles cómo de cómoda estaba en el apartamento.
-Flashbakck-
-En el momento en el que Leonardo McCann salga de esa Institución quiero una orden de alejamiento.- Dijo mi madre, presionando su perfecta uña roja sobre el escritorio del policía.
-Mamá, eso no es necesario.-Rodé mis ojos.
-¿Y por qué no lo es? ¡Podría venir a por ti!
-Estoy segura de que ha aprendido la lección.
El policía intervino.
-Sra. Santilli, ya hay una orden de alejamiento en contra del Sr. McCann. No se le está permitido acercarse a un radio de una milla de su hija.
-¿Una milla?- Dijo sarcástica. - ¿Eso es todo?
-Pero, si la señorita Santilli le persigue, la orden desaparecerá. Abigail debe de ser la que se acerque a él para que la oden se rompa - Continuó el oficial mientras mi madre no decía ni una sola palabra.
Mi madre soltó un bufido.
-Vale, de acuerdo. Cómo si Abby fuese a acercarse a quién le arruinó la vida.
Mis labios se torcieron hacia un lado mientras veía como Jon cogía a Christine y los dos entraban en una pequeña habitación. La puerta se cerró de un golpe y me estiré por todo el sofá ya que ambos se fueron. Jugué con las puntas de mi pelo rubio, pero deseé que fuese Leo el que jugase con ellas.
Visitaba a Pattie y Kat de vez en cuando, y me informaban de cómo iba el tratamiento . Mis padres no saben de ellas, porque ningún padre ha firmado en la seguridad social de Leo. Aparentemente en ese momento Pattie tenía depresión y rara vez cuidaba de la seguridad social de Leo. James ,bueno, él era James.
Sebastian ha sido nuestro mensajero estos dos últimos meses, pero se acaba de ir un tema de negocios. Ha trabajado muy duro para que le promocionen, así que no le culpo. Conrad estaba agradecido de ocupar el lugar de Sebastian. Conrad era el manager de su propio bar y estaba haciendo mucho dinero para mantenerse. Por el hecho que también Leo pagó su coche al completo, le ayudó mucho.
La Universidad de Nueva York era una universidad fantástica. En el momento que llegué a la comisaría de policía, Walter Greenwall contactó con mis padres y les dijo cuanto lo sentían. Estoy segura de que no lo sentía mucho, solo me quería en su universidad. Era bueno para la prensa y bueno en su reputación.
No he hecho amigos ahí, más que nada porque no me importa. La gente era extramadamente buena pero nada más entré a la escuela me puse en el modo protección. Si la gente me preguntaba por Leonardo me enfadaba al instante o les callaba la boca.
Nada sería mejor que tenerlo a El, ahí callándoles la boca.
Oí gemidos viniendo de la habitación de Christine y gruñí. Su cabecero golpeaba contra la pared y subí el volumen de la televisión. Jon era muy salido y tenían como mínimo tres rondas cada vez que tenían sexo. Cuatro si contabas con el sexo mañanero.
Estaba enfada, celosa. No de Jon, pero de su relación como ya dije antes. Quería que fuésemos Leo y yo.
Me levanté del sofá, cogí las llaves del coche del cuenco. Le escribí una nota a Christine diciéndole que me iría a casa de mis padres antes de salir del apartamento.
El camino a casa de Leo era calmada y me provocaba ternura. Me quedé mirando el denso bosque y sonreí, sacudiendo mi cabeza. Joder, era estúpida.
Entré por el camino y aparqué el coche. Presioné el código en el teclado del garaje y miré dentro, asegurándome que todos los coches de Leo estaban ahí. Sonreí y cogí las llaves de su Jaguar de su lugar y me las llevé al bolsillo.
Cerré el garaje y le eché la llave antes de subir las escaleras de piedra.
La llave de oro dio vueltas en el cerrojo y se me recibió con un frío aire. La araña aún relucía y la casa estaba impecable. Creo que la mujer de la limpieza seguía viniendo una vez en semana.
Inmediatamente dejé que los perros salieran de su habitación y me puse de rodillas para saludarles. Gimieron y me lamieron la cara varias veces, moviendo sus colas rápidamente.
-Yo también os he echado de menos, chicos. - Dije, pasando mis manos por sus pieles.
Después de saludarlos se fueron a andar por la casa, oliendo todo. Tank y Chain saltaron al sofá y se tumbaron mientras dejé a Killer salir fuera. Delgato se mantuvo a mi lado, sin irse ni una sola vez.
Entré en la habitación de Leo con Delgato siguiendome. Se sentó en la puerta, esperando pacientemente. Me senté al borde de la cama, pasando mis manos por las suaves sábanas. Puse mi cabeza en el lado derecho, que era el lado de Leo.
Olí la almohada, realjandome al momento y oliendo su olor natural. Tenía un peculiar olor junto a su colonia Clive Christian ,olía como el cielo y mi Leo la llevaba con toda su confianza, lo que le hacía un millón de veces más sexy.
Tenía algunas fotos guardadas de Leo pero ninguna capturaba su belleza. Su cara era perfecta, ni una sola espinilla, punto negro o peca en su adorable cara. Su pelo era el tono perfecto de castaño claro, sus ojos color caramelo siempre aguantando una emoción. Su cuerpo, ni siquiera voy a empezar.
Me ha dicho que ha estado haciendo deporte como loco en la institución y no podía aguantar para verlo con esos músculos tonificados en persona.
Las sábanas envolvieron mi cuerpo y hundí mi cabeza en la almohada de Leo, oliendo la esencia. Delgato se dio cuenta de que estaba lista para dormir, así que se tumbó a los pies de la cama.
Fruncí el ceño.
-¡Vamos, arriba!- Di unos golpecitos en la cama para que saltase. Movió la cola y se subió a la cama, tumbándose a mi lado. Le di la espalda y me quedé dormida, pretendiendo que era Leo el que dormía a mi lado.
(...)
-¡Arriba! ¡Tenemos una sorpresa para vosotros!- El interfono sonó en mi habitación y gruñí, rodando por la cama. Me tapé la cara con las sábanas y hundí más en la mierda de almohada. Te levantaban a la puta salida del sol, cinco de la mañana, cada maldito día.
Alguien entró en mi dormitorio pero no me molesté en mirar, era posiblemente mi terapeuta o Francesca.
-Hola, Leonardo, seré tu nueva cuidadora. - La voz de una mujer dijo y fruncí las cejas dándome cuenta de que no era Francesca.
Me quité las sábanas de la cara y vi a la mujer de mediana edad. Era más vieja que Francesca pero era todavía guapa. Guapa para ser adulta, quiero decir. Tenía el pelo castañ y rizado a la perfección y pómulos marcados. No era tan guapa como Abby pero la imagináis. No me hacía daño a la vista.
-¿Qué le ha pasado a Francesca?- Pregunte, con la voz ronca.
-¿Quién?
-La Señorita Hurley.- Me corregí, no se supone que puedo llamarla por su nombre.
-Oh, se le ha asignado un nuevo paciente.- La mujer rodó sus ojos por el descuido de Francesca. Fruncí las cejas, Francesca era débil conmigo y rompía las reglas muchas veces, esta mujer parecía dura y no me gustaba.
-No, no quiero una nueva cuidadora.- Odiaba decir esa palabra pero era lo que realmente le llamaban aquí. Yo llamaba a Francesca una enfermera aunque se suponía que era mi cuidadora.
-No tienes opción, Leonardo- Rió y entrecerré mis ojos.
-No creo que podamos llamarnos por nuestros nombres, me puedes llamar McCann, o Sr. McCann.- Le dí una falsa sonrisa. - Lo que te sea más cómodo.
Se burló.
-Eres mi paciente, puedo llamarte Leonardo.
Me quedé en silencio, era demasiado temprano para esto. Volví a echarme la sábana por encima de la cara, solo para que me la quitase. Francesca nunca me haría eso, siempre esperaba pacientemente hasta que salía de la cama.
-Levanta, Leonardo. Y para que lo sepas, soy la Sra. Twain.- Me quitó la sábana al completo y apreté los ojos.
-No me importa.- Respondí. No me podía importar menos esta mujer, especialmente si iba a ser una zorra.
-Creo que vas a disfrutar del trato especial de hoy. - Me sonrió. Si no es Abby en mi cama, no creo que lo disfrute.
De todas formas pregunté.
-¿Qué es?
-Ya verás.- Sonreió y rodé los ojos. -Estaré en el pasillo para que te puedas cambiar.
Salió de la habitación, dejándome solo. Quería que volviese Francesca, era tan tranquila y no me molestaba para nada. Esta mujer era una zorra amargada. Y ahora el Jefe Donald me ha quitado los privilegios del teléfono, necesito alguien que me ayude a meter un teléfono o algo.
Me cambié a un limpio mono que te dejan por la mañana en un cajón, con un par de calzoncillos limpios. Me miré en el espejo y me di cuenta de como estaba mi pelo de alborotado. Cerrando la puerta, me agaché para coger un bote de gomina que Francesca me había comprado. Me lo pasé por la cabeza hasta que volviese a su forma natural antes de devolverlo a su sitio seguro.
Abriendo la puerta, la Sra. Twain inmediatamente me cogió por un lado de mi mono, llevándome por el pasillo.
-No soy un puto perro.- Me solté de su agarre.
-Este es mi trabajo, Leonardo.
-Fran - Quiero decir, la Sra. Hurley nunca me arrastró por el pasillo.- Gruñí.
-Bueno, por eso la Sra. Hurley no es tan buena en su trabajo. - La Sra. Twain me sonrió falsamente.
-Cállate la puta boca, ni siquiera la conoces.- Defendí a Francesca.
La Sra. Twain simplemente me ignoró.
-No se insulta al personal.
La maldecí para mi mismo.
Llegamos a la cafetería y me dí cuenta de que todo el mundo del Pabellón 1 estaba ya sentado. La cafetería era enorme y cada lugar estaba lleno con pacientes. El jefe Donald y otro hombre estaban de pie al principio de la sala. La Sra. Twain me arrastró a un sitio vacío, y para mi suerte, al lado del chico delgado.
-¡Eh,Leonardo ! ¿Qué piensas de esto?- Dijo intentando sacar conversación pero no respondí. Me quedé mirando la mesa. -Claro, buena idea.- Dijo y rompí a reir.
-Vete a la mierda, palo.
-¿Palo? Joder, ese es nuevo. Lo escribiré en mi diario esta noche.- Se rió y entrecerré mis ojos.
¿Cuál era el propósito de este chaval? Intentando bromear contigo y demás mierdas... ¿no quedaba claro que no quería nada con él?
-Mira, si eres gay o algo, no juego en esa liga.- Alcé mis cejas.
Palo rompió a reir.
-No soy un jodido gay, tío.
Estoy algo aliviado.
-¿Entonces por qué cojones quieres hablar conmigo?
-Por si no te has dado cuenta.- Bajó el tono. -Todo el mundo aquí está loco.
Reí.
-Obvio.
-Eres el chico más normal aquí, ¿Podemos solo hablar?
Torcí los labios a un lado, Palo me hacía sentirme bien.
-Llevo aquí dos meses, ¿Qué te ha hecho decidir eso ahora?
-Me tenía que asegurar de que no estabas loco, algunos son muy buenos escondiéndolo.- Explicó.
-¿Qué te han diagnosticado?- Pregunté.
Palo rodó sus ojos.
-Sadismo.
Sonreí.
-¿En serio? ¿tú? Pero si pareces que no puedes ni matar una mosca.
-Sexo sádico.- Confirmó.
-¿Qué significa eso? ¿No es eso algo de S&M*? Yo solía hacer eso mucho... y planeo hacerlo con Abby. ¿Cómo coño has acabado aquí?
*(S&M= sadomasoquismo)
-S&M está considerado un nivel medio de sadismo sexual, lo mío es mayor. Normalmente acabo haciendo daño mayores... o matando si las cosas llegan a ese punto.- Se rió, quizás no era tan normal.
-Eso está bien...- Dije algo alucinado.
Se rió.
-No te preocupes, estoy mejor ahora. Quiero decir, no me malinterpretes, todavía lo disfruto, pero se como hacerlo mejor ahora.
Asentí con la cabeza mientras el que jefe Donald hablaba.
-¡Hola Pabellón 1! Felicidades, Estáis todos cerca de salir de aquí.- ¿Cerca? ¿Te parecen 10 meses cerca? - Como recompensa, ¡vamos de compras!
Vi como algunas chicas chillaban de alegria y algunos chicos lo celebraban con sus amigos. Palo se quedó callado y yo también.
-Hemos alquilado un pequeño centro comercial cerca y pasaremos allí el día. Vuestras familias o vuestros tutores os han dado una cantidad de dinero, junto con unos mensajes. Hemos contactados con ellos antes. De todos modos, no les vais a ver hoy, claramente.-El jefe Donald se explicó a través del micrófono. -Por otro lado, vuestros cuidadores no estarán detrás de cada movimiento vuestro, ya que el centro comercial está alquilado. Quedarán con ustedes en cierto lugar y los veréis cada tres horas.
Me mordí el labio, estaba emocionado. Solo esperé que mi madre o alguien me hubiese puesto mucho dinero en mi cuenta.
-Las cosas que compréis podréis usarlas en vuestras habitaciones, a no ser que sean peligrosas. La ropa no la podréis llevar, pero podéis guardar algunas cosas para cuando salgáis. ¡Feliz día de compras!-Sonrió antes de quitarse el micrófono.
Sentí que mis labios formaban una sonrisa, exitado formé puños con mis manos. Sabía exactamente lo que iba a comprar. Había tantas cosas que quería.
-Mierda, mi madre posiblemente pondría como $20 en mi cuenta.- Palo rodó los ojos.
Me reí.
La Sra. Twain andó hasta mi.
-Elegiremos un lugar de encuentro cuando lleguemos al centro comercial.
La desprecié, sin hacerle caso. Todo el mundo se levantó de sus asientos y empezaron a andar hacia la salida. Yo seguí a Palo en mi fila. Debería quizás de saber su nombre. Me giré para verla la cara pero ya le estaba echando el ojo a Francesca, se lamió los labios.
Sonreí y me hice camino entre los pacientes para alcanzarla.
-Bú.- Susurré en su oreja y ella se estremeció, girando su cara para mirarme.
-Puto estúpido.- Se rió, dándome un golpe en el brazo.
-¿Con qué loco acabaste?- Estaba de broma pero ella sabía que estaba triste porque ya no era mi cuidadora.
-Dylan Gunder.- Señaló por encima de su hombro a un rubio. Sus ojos estaban prácticamente escondidos por su pelo y me recordaba a mi cuando era más joven. Pero joder, yo llevaba bien ese estilo.
Estaba jugando con sus pulgares.
-¿Cuál es su diagnóstico?
-Factitious Disorder.- Dijo y le miré como diciendo '¿y esperas que sepa que es?'. Rodó sus ojos. -Es una obsesión con estar enfermo. Hacen que están enfermos para llamar la atención, mienten y eso.
-Oh, entretenido.- Dije. -Pero lo siento por meterte en problemas.
Sonrió.
-Oh, una disculpa.
Me reí.
-Pero, tengo algunas noticias para ti, tienes un admirador.
-Leonardo, me alaga pero no eres mi tipo
-Yo no, niña- Sacudí mi cabeza. -Palo.
-¿Quién?- Preguntó.
Me mordí el interior de mi mejilla, frunciendo mis cejas. Mierda, ¿cuál era su nombre?
-No sé su nombre.- Le señalé y Francesca siguió mi dedo con sus ojos.
-¿Brad?- Preguntó.
-¡Sí! Sí, Brad.- Dejé que su nombre resbalase en mi lengua, ja, Brad.
-¿Le gusto?- Preguntó y se sonrojó.
-Sí, pero antes de que preguntes como lo sé, necesito un favor.-Sonreí, pensaba que sacaría información gratis.
Su pecho subió y bajó mientras bufaba.
-Vale, ¿qué es?
-Ayúdame a escoger un anillo hoy.
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