03 | un alias

—Necesito un trago —dijo Astrid, sentándose y empujando a Peter lejos de ella—. Dijiste que esto sería fácil. ¡Eso no fue fácil!

—Tienes el Orbe, ¿no? —preguntó Peter. Astrid buscó en sus bolsillos por un momento demasiado largo, y Peter se preocupó—. Astrid...

—Cálmate, idiota espacial —dijo Astrid—. Lo tengo.

Ella sacó el Orbe y se lo arrojó a Peter, quien lo atrapó y lo colocó sobre la mesa. Astrid se dirigió a la cocina, abrió la nevera y sacó el jugo que había traído de su última parada. Regresando a la sala de estar, se sentó cuando Peter recibió una llamada.

—Yondu está llamando —dijo Astrid, respondiendo antes de que Peter pudiera decir que no.

—¿Quill? —dijo el líder de los Devastadores.

—Hola, Yondu —saludó Peter.

—Estoy en Morag —dijo Yondu—. No está el Orbe. No está la chica. No estás tú.

—Estaba en el vecindario —respondió Peter—. Quise evitarte la molestia.

—Bueno, ¿dónde estás, muchacho? —preguntó Yondu.

—Me siento muy mal por esto, pero no te lo diré —respondió Peter.

—Trabajé como un esclavo para hacer este trato —dijo Yondu enojado.

—¿Hacer unas llamadas es "trabajar como un esclavo"? —respondió Peter.

—¡Y ahora me vas a estafar! —dijo Yondu—. No debemos hacernos esto. Somos Devastadores, tenemos un código.

—Sí, y ese código dice "róbale a todo el mundo" —dijo Peter.

—Cuando te recogí en Terra, mis hombres querían comerte —le dijo Yondu a Peter—. Nunca habían probado un terrícola. Yo los detuve. ¡Estás vivo gracias a mí! Si te encuentro, voy a...

Peter colgó y se volvió hacia Astrid—. Así que, aparentemente, querer comer gente es normal.

Astrid se rió—. Aparentemente. Tenemos que ordenar el resto de la nave.

Peter miró a su alrededor—. No, déjalo así. Ya casí llegamos.

—¿A dónde? —preguntó Astrid.

—Xandar —respondió Peter—. Vamos a tratar de vender mi orbe.

—¿Tu orbe? —preguntó Astrid, levantando una ceja—. Si mal no recuerdo, hicimos un esfuerzo conjunto para conseguir esto.

Peter puso los ojos en blanco—. Bien. Nuestro Orbe. Pero, básicamente, vamos a compartir lo que ganemos por él.

—Quieres decir que me pedirás prestado porque gastas todo tu dinero demasiado rápido —lo corrigió Astrid—. Eso no es lo mismo.

—Sí, pero tú tienes mucho dinero ahorrado —dijo Peter.

—Aún así, estás demostrando mi punto —respondió Astrid, riéndose mientras bajaba las escaleras a su habitación—. Estaré en mi habitación si me necesitas.

Su habitación no era nada especial. Había una cama, un escritorio y un armario. No tenía muchas pertenencias, y las pocas posesiones que había logrado adquirir desde que conoció a Peter hace tantos años estaban escondidas de forma segura en su escritorio y su armario. Por supuesto, el medallón de su hermano estaba alrededor de su cuello, donde había estado desde que escapó de Astoria.

A pesar de decirse a sí misma que estaba mejor sola, Astrid disfrutaba de la compañía de Peter. Era divertido y la hacía sentir que la querían. No la trató de manera diferente después de que ella le dijo de dónde venía, y Peter nunca le contó a nadie su secreto.

Se quedó dormida hasta que escuchó a Peter golpeando la trampilla encima de ella, gritando que habían llegado. Una vez que se puso la chaqueta y bajó de la nave, ella y Peter se dirigieron a la tienda donde, con suerte, podrían vender el Orbe.

Cuando entraron en la tienda, un hombre los saludó—. Sr. Quill. Y has traído a tu encantadora amiga.

—Broker —saludó Peter, sacando el Orbe de su bolso—. El Orbe. Como lo pidió.

Broker parecía confundido—. ¿Dónde está Yondu?

—Quería venir, envía saludos. Y me pidió que le dijera que tiene las mejores cejas del negocio — dijo Peter, mirando las cejas de Broker.

Cuando Broker recogió el Orbe, Astrid se inclinó hacia delante—. ¿Qué es?

—Mi política es no hablar de mis clientes ni de sus necesidades —respondió Broker.

—Sí, bueno, casi morimos buscando eso para usted —dijo Peter, sonando un poco amargado.

—Seguramente sea un riesgo en un trabajo como el suyo —respondió Broker.

—Un monstruo con cabeza de metal que trabaja para un tal Ronan —explicó Peter.

Broker de repente parecía muy asustado—. ¿Ronan? Lo siento, señor Quill. En verdad. Pero no quiero participar de esta transacción si Ronan está involucrado.

Le devolvió el Orbe a Peter y comenzó a empujarlos a él y a Astrid hacia la puerta. Astrid hizo una mueca—. ¡Oye! ¿Quién es Ronan?

—¡Un Kree fanático, indignado por el tratado de paz, que no descansará hasta que la cultura xandariana, mi cultura, sea borrada de la existencia! —explicó Broker, el pánico evidente en su voz.

—¡Vamos! —dijo Peter, mientras Broker continuaba empujándolos.

—Oye, deja de empujarnos —dijo Astrid.

—Es alguien a quien prefiero no tener en contra —les dijo Broker.

—¿Pero a mí sí? —preguntó Peter, mientras los empujaban fuera de la puerta.

—Adiós, señor Quill —respondió Broker mientras cerraba la puerta en las caras de Peter y Astrid.

—¡Teníamos un trato! —gritó Peter, golpeando la puerta con furia.

Astrid se giró para ver a una mujer mirándolos, comiendo un trozo de fruta—. ¿Qué pasó?

—Uh... este tipo acaba de romper un trato con nosotros —dijo Peter—. Si hay algo que odio es un hombre sin integridad —le tendió la mano—. Peter Quill. La gente me dice Star-Lord.

—Tienes la apariencia de un hombre de honor —dijo la mujer, y Peter comenzó a lanzar el Orbe arriba y abajo juguetonamente.

Peter sonrió—. Bueno, yo no diría eso. La gente siempre dice eso de mí, pero no es algo que yo...

La mujer agarró el Orbe y pateó a Peter en el estómago, corriendo sin pensarlo dos veces. Astrid reaccionó más rápido que Peter, que estaba doblado y gimiendo. Le lanzó una trampa a la mujer, atrapándola y enviándola al suelo. Luego, Peter salió corriendo detrás de ella mientras Astrid hacía lo mismo, y vio cómo Peter intentaba saltar sobre la mujer, pero lo pateó y lo tiró al suelo.

La mujer comenzó a golpear a Peter, y, mientras levantaba un cuchillo para tratar de apuñalarlo, Astrid se abalanzó sobre ella, apartándola de su amigo—. ¡No, no lo harás!

La mujer inmovilizó a Astrid en el suelo y volvió a levantar el cuchillo—. Este no era el plan.

Antes de que pudiera apuñalar a Astrid, una criatura peluda saltó sobre la mujer y la apartó de ella. Astrid se puso de pie, mirando a su alrededor en busca de Peter cuando sus ojos se posaron en el Orbe. Ella y Peter compartieron una mirada, antes de que Astrid agarrara el Orbe y comenzara a correr, tratando de poner la mayor distancia posible entre ella y la mujer verde.

Ella pensó que se había salido con la suya, pero luego un cuchillo cortó su mano y dejó caer el Orbe sorprendida. Observó cómo rodaba por debajo de la barandilla y caía al suelo.

Peter la alcanzó—. ¿Dónde está el Orbe?

Astrid suspiró—. Ahí abajo.

—¡Ve a buscarlo! —exclamó Peter.

—¿Por qué no lo haces tú? —replicó Astrid—. Mira, no puedo abrir un portal aquí. Hay demasiada gente alrededor.

Peter suspiró, desabrochándose el jet de su bota antes de saltar por encima de la barandilla, aterrizando sobre la mujer y sujetándola contra el suelo. Sin embargo, ella reaccionó rápidamente y puso a Peter debajo de ella con la rodilla contra su garganta. Astrid suspiró y siguió a Peter sobre la barandilla, aterrizando junto a él mientras conectaba su jet a la mujer y la arrojaba a la fuente.

Cuando Astrid tomó el Orbe y ayudó a Peter a ponerse de pie, dio un paso atrás y de repente todo se oscureció y sus pies fueron barridos debajo de ella. Dejó escapar un gritó cuando golpeó el suelo y comenzó a luchar para salir de la bolsa.

—¡Peter! —gritó Astrid—. ¡Peter!

La bolsa se soltó repentinamente y Astrid logró agarrar su pistola, esperando el momento adecuado. Cuando la mujer verde abrió la bolsa, Astrid la electrocutó rápidamente y vio a Peter corriendo hacia ella.

—¡El Orbe! —gritó Peter—. ¡Dame el Orbe!

Astrid le arrojó el Orbe a Peter, quien comenzó a correr con él. Se puso de pie y se sacudió la bolsa, viendo como un mapache levantaba un arma.

—Vivo para disfrutar de las cosas simples —dijo el mapache—. Como cuánto dolerá esto.

—¡Espera! —gritó Astrid, pero ya era demasiado tarde.

El mapache le disparó a Peter, quien cayó al suelo cuando la electricidad atravesó su cuerpo. Astrid miró al mapache, que se encogió de hombros—. ¿Qué?

—Si me disparas mientras estoy de espaldas, te arrancaré las orejas —lo amenazó Astrid, antes de girarse y correr hacia Peter. Ella se agachó a su lado—. ¿Estás bien?

—¿Estás bien? —preguntó Peter—. Espera, me acabas de preguntar eso. Sí, estoy bien. ¿Y tú?

Astrid asintió—. Estoy bien.

Cuatro guardias los rodearon, jalándolos para que se pusieran de pie. Uno de los guardias que sujetaba a Peter se rió—. ¡Mira! Es Star-Prince.

—Star Lord —suspiró Peter.

—Lo siento —dijo el hombre—. Lord. Lo arresté hace un tiempo por hurto menor. Tiene un alias.

—Vamos, amigo, es un nombre de forajido —dijo Peter.

—Relájate, hombre —respondió el hombre—. Está bien tener un alias. No es tan raro.

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