Salve Regina


if our love died, would that be the worst thing?

REINA ALEXANDRA TYRELL

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she/her · fourty-five · heterosexual



Nacida Alexandra Greengard, hermana menor del actual Duque de Wellington, el difunto patriarca de la familia siempre tuvo una evidente preferencia por su hija; sobreprotegida y consentida, Alexandra creció con la ilusión de un mundo perfecto, donde todo eran hermosos vestidos de seda y hombres gentiles. 

Su presentación en sociedad fue un éxito rotundo, educada desde pequeña por sus padres para ser la representación perfecta de una noble; el estoicismo británico encarnado, pero capaz de ofrecer encantadoras sonrisas a todo aquel que valiera la pena. El ascenso de Alexandra a la corona británica, sin embargo, no estuvo exento de sombras u sacrificios.

Ahora, destaca por su presencia siempre constante, y por la dignidad que ha logrado conservar a la luz de las múltiples infidelidades de su esposo. ¿Será capaz de elegir honestamente a la mejor debutante, o su juicio se verá nublado por el odio?

La crianza de Alexandra fue un poco diferente a la de los demás Greengard, preferida siempre por su padre, la niña de sus ojos. Sin embargo, esto no implicaba que pudiese relajarse; las expectativas para ella seguían siendo altas, y su rigurosa crianza con institutrices y su madre, criaron a la dama perfecta.

Educada, estoica y solemne, nunca se quedó atrás en términos de apariencia. Su belleza y el poder que llevaba en la sangre, rápidamente la pusieron en el ojo público, y para cuando debutó ya había establecido relaciones cordiales con ambos príncipes herederos, impulsada por sus padres. Pero su preferido era muy claramente Edmund.

Aparecían juntos en todos los eventos sociales, o incluso paseando por el pueblo, siempre acompañados de una chaperona. Entre risas y charlas, pronto quedó en evidencia que el Príncipe estaba interesado en ella.

Esto fue suficiente para que Mitchum quisiera participar; ganarle la chica a su hermano mellizo era el desafío perfecto para probar su valía. De pronto, Alexandra tenía a los dos mejores pretendientes del reino compitiendo por ella, invitándola a todos los eventos, enviándole cartas. Y aunque el dueño de su cariño fuese Edmund, Mitchum era extremadamente atractivo; bueno con las palabras, sabía cómo encantar a una mujer.

El final del año se acercaba, y con él la expectativa de recibir una propuesta de matrimonio. Alexandra ya estaba decidida: de recibirla de ambos hermanos, se casaría con Edmund. Pero nunca tuvo la oportunidad.

Durante los primeros días de Diciembre, el Príncipe Edmund murió ahogado en un viaje a Escocia con el Rey. La noticia fue súbita, recibida mediante un obituario en el periódico y el anuncio de la familia Real; impersonal y frío, como si Edmund no hubiese sido nada más que una figura política para ella. Alexandra quedó devastada, pero siempre estoica, no lo demostró más que en la privacidad de su habitación.

Para el fin de mes, Mitchum le había propuesto matrimonio. Alexandra aceptó. Al año siguiente se casaron, una maravillosa boda de primavera, el gran evento social; sus padres estaban orgullosos, felices de que su hija siguiera solidificando la presencia de los Greengard junto a la corona. Lentamente, el encanto y la atención de Mitchum cerraron la herida dejada por Edmund, aunque fuese una pérdida que ambos compartieran en los momentos de silencio.

No supo cómo fue que todo se fue al carajo. Nunca lo vio venir, cosa que solo es evidencia de las brillantes habilidades de actuación y de encanto de Mitchum. De pronto, venía con la confesión de haber tenido una amante, y con un crío en los brazos de una matrona. Fingirían que el niño había sido suyo, para que pudiese estar en la línea de sucesión. 

Fue tal el shock de Alexandra, que no tuvo la oportunidad de negarse. Tuvo que forjar una historia con ayuda de su médico personal, Silas, sobre cómo había nacido el bebé; sobre cómo había estado embarazada en secreto, sin mostrarlo. Y así, Alexandra tuvo su primer hijo sin jamás haberlo portado.

Destapar el resto de las infidelidades de Mitchum fue más fácil luego de eso, ahora que Alexandra sabía qué buscar y sospechar. Casi todas las semanas había una mujer distinta con la que intercambiaba miradas furtivas en los eventos, y todas las semanas el odio crecía en su interior. Tenían períodos de reconciliación, cuando Mitchum le prometía que sería fiel, cuando la pasión del momento surgía a partir de la ira; de esos encontrones, nacieron sus dos hijos, Caspian y Cordelia.

La preferencia de Alexandra por sus hijos biológicos no era ningún secreto dentro del palacio. Trataba a Bennett con la frialdad característica de los Greengard, pero a los dos menores los consentía y cuidaba con un afecto especial. Sobretodo a la niña. Sus hijos son su legado, su razón de seguir adelante, y de lo más importante en su vida.

Intentó criarlos con más dureza de la que su padre tuvo con ella, intentando ahorrarles el sufrimiento innecesario de crecer protegido y salir al mundo real. Le resultó bastante bien, a excepción de Cordelia, que se le escapó de entre las manos sin saberlo.

And when the time comes

Explain to the children

The pain and embarrassment

You put their mother through.

La Reina es el vivo ejemplo de la energía. Siempre está haciendo algo, o buscando algo para hacer, sea organizar eventos o bordar vestidos o compartir con sus hijos, rara vez la verás en un momento de contemplación o de relajo. Pero no por esto luce nerviosa, muy por el contrario, irradia el control digno de los calculadores Greengard.

El estoicismo británico personificado, rara vez muestra sus emociones abiertamente; ha perfeccionado las sonrisas de cortesía y los asentimientos elegantes, al igual que la contención de todo lo que siente. Sin embargo, el tragárselo todo pasa la cuenta; Alexandra tiene una tendencia a estallar a puertas cerradas, y habitualmente el objetivo de su ira termina siendo Mitchum. Sus hijos también son víctimas de sus arranques, aunque Alexandra nunca ha caído en el uso de la violencia física, ni siquiera con Bennett. Jamás le ha levantado una mano a alguien.

Es alguien sensible, que ama con intensidad, y que busca lo mismo. Leal y protectora, está dispuesta a matar por sus hijos; sin embargo, eso no significa que justifique todos sus errores. Por lo general es severa, y no tolera las equivocaciones; salvo con Cordelia.

Por lo mismo, cuando ama lo hace con celos, con devoción absoluta. Lo da todo y espera que le den todo de vuelta. Sin saberlo, quedó absolutamente condicionada por el trato excepcional de su padre hacia ella; busca un hombre así, que la ame incondicionalmente y sin fronteras. Es una lástima que haya terminado con Mitchum.

Es vengativa y rencorosa, evidenciado principalmente en la tóxica relación que mantiene con su esposo. Lo detesta, busca a diario la forma de amargarlo y hacerle la vida imposible. También en su recelo y disgusto por Bennet, cuyo título de heredero presunto le duele en el orgullo; que Mitchum escogiera a su hijo ilegítimo por sobre los que tuvo con Alexandra, es algo que jamás le ha podido perdonar, y hasta la fecha es un detalle que desea remediar.


—Sus relaciones más estrechas, además de la que tiene con Cordelia, son con Lady Windsor y su mayordomo, Sullivan. Con él se reúnen religiosamente cada vez que sale un panfleto nuevo de Lady Whistledown. Comparten los chismes, y es probablemente una de las pocas personas en quien Alexandra confía.

—Ha notado un cambio en Lady Windsor, pero nada que le haya alertado de su demencia; mucho menos de sus verdaderas intenciones. Es más, si fuese por ella, sería ideal que Cordelia se casara con alguno de los sobrinos de su amiga.

—Su relación con el Duque de Wellington y sus hijos (sobrinos) es muy estrecha. Los adora, y le encanta verlos en las reuniones sociales. Aunque también tiene una preferencia por Charlotte.

—Adora los caballos, y cabalgar es su pasatiempo preferido cuando no está organizando eventos y cuidando de su familia.

—Desde que enfermó Mitchum, se ha convertido en el principal rostro de la corona. Y con las presiones tan altas, el cansancio a comenzado a hacer mella en su cuerpo. A veces se le ve con la mirada perdida, o con profundas ojeras negras.

—No hay día que pase sin que se lamente por la muerte de Edmund. Todo habría sido tan distinto, si el príncipe no hubiese muerto.

—Hay rumores de que ella también posee un amante, pero nunca se ha podido comprobar. 

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