49|Vulnerabilidad
CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE.
﹙vulnerabilidad﹚
°
•
—Estuvo bueno el ejercicio —llamé la atención del profesor Mancilla.
—¿En serio? —asentí entregándole mi venda—. Me alegra que te gustará. Dime, ¿descubriste algo de tu compañero?
—No sé si descubrí algo, pero creo que pude reconocerlo —hablé con miedo—. Tenía razón cuando dijo que daba vergüenza reconocer al otro —me envolví en mis propios brazos—. Nunca antes había visto a alguien de esa manera, me sentí...
—¿Expuesta? —robo las palabras de mi garganta—. Eso pasa cuando hablamos sin verdaderamente reconocernos. Cuando nos damos cuenta de que la persona parada frente a nosotros no es solo un nombre o un apellido, sino un ser humano —escucharlo había sonado a una revelación divina—. Veo que todavía no ha podido solucionar sus diferencias con el señor Bustamante.
—¿De qué habla? —pregunté confundida.
—Bueno, me tome el atrevimiento de leer algunas de las ediciones anteriores de esa basura del diario y he escuchado lo que dicen los chicos en los pasillos, ahora creo que puedo entender algunas cosas sobre usted —eso me puso los nervios de punta—. ¿Cómo va con el tema de la liberación de la culpa?
—Es gracioso, porque he estado adjudicando más peso sobre mis hombros —no pude evitar reírme—. Estoy tratando de arreglar las cosas que rompí y cuidar mejor a las personas de lo que siento —me miro confundido.
—Qué curioso, no sabía que se podía proteger a las personas de los sentimientos —se cruzó de brazos, pensativo.
—Cuando sabes que puedes dañar a una persona por la que tienes sentimientos, lo mejor que puedes hacer es mantener la distancia —jugué con mis manos—. Así no arruinas nada.
El profesor Mancilla me observó en silencio por un momento, como si estuviera desarmando mis palabras una por una.
—¿Y qué te hace pensar que alejarte es la mejor forma de protegerlos? —preguntó finalmente.
—Porque cuando me acerco, las cosas se complican... o yo las complico. Digo cosas que no debo, hago cosas sin pensar... y termino lastimando a quienes me importan.
—¿No crees que te alejas porque te da miedo enfrentarte a tus propios sentimientos? —sentí cómo sus palabras se clavaban en mí—. Es más fácil culparse y escapar que aceptar que te importa alguien, ¿no?
—Creo que es más difícil aceptar que no eres bueno para una persona y dejar el camino libre para alguien que sí tenga el valor de enfrentar lo que siente —me miró con sorpresa, como si no pudiera creer que a mí corta edad pudiera razonar de esa manera.
El profesor Mancilla entrecerró los ojos, observándome con una mezcla de sorpresa y preocupación.
—Eso suena más a un castigo que a una solución —dijo con suavidad—. ¿Por qué crees que no eres "buena" para esa persona?
—Porque... —tragué saliva, sintiendo el nudo en mi garganta—. Porque ninguno sabe cómo dejar de lastimar al otro, uno empieza y el otro arremete en su contra, cuando intentamos ser honestos, a uno le gana el ego y al otro la inseguridad —no había una tregua entre los dos—. Si uno de los dos se aparta, estoy segura que al otro no le tomara tanto tiempo encontrar a alguien que sí tenga el valor de dejar de lado sus diferencias y estar juntos.
Pablo necesitaba a alguien que pudiera hacerlo reír, que lo ayudará a ser el mismo, que lo convenciera de seguir sus sueños, una persona que lo hiciera entender que no era solo una cara bonita y un apellido.
Ese alguien era Marizza.
—Entonces no lo estás protegiendo a él, te estás protegiendo vos misma.
—No me estoy protegiendo a mí misma —protesté débilmente—. Estoy... tomando la decisión correcta.
—¿La decisión correcta para quién? —su voz era suave, pero firme—. Porque parece que estás sacrificando mucho de ti en el proceso.
Levanté la mirada, sorprendida por sus palabras. No pude evitar recordar mi conservación con Luna, ella también me había dicho que me estaba sacrificando, pero pareció tener más peso emocional al venir de un adulto ajeno a la situación.
—A veces, hacer lo correcto duele... Pero es lo que hay que hacer.
El profesor asintió lentamente.
—A veces... Pero me pregunto si realmente estás haciendo esto por él o porque crees que no mereces estar cerca.
Sus palabras perforaron una barrera que había construido en mi mente. Me quedé en silencio, sintiendo cómo mi pecho se apretaba.
—No voy a alejarme, solo tomaré mi distancia... No puedo alejarme... —el profesor Mancilla me miró con esperanza, como si me hubiera hecho entrar en razón—. Hay muchos factores que nos unen, además todavía tengo que intentar arreglar algunos asuntos...
—¿Habla de la amistad entre los alumnos Ezcurra y Bustamante? —lo mire atónita—. No era necesario sumar uno más uno para saber que entre esos dos hay problemas —eso era verdad—. Verla sentada junto al alumno Ezcurra en la anterior clase y haber leído el diario de los Cuernos más grandes del Elite Way School, fue lo que termino de confirmar mis sospechas.
No me sorprendió su nivel de deducción, creo que había sido lo suficientemente descuidada como para haber tenido una conversación profunda con él, desde que piso este colegio.
—No puedo ser yo la razón por la que se distancien —el profesor me miró con una comprensión profunda—. Pablo puede ser el peor ser humano que he conocido en mi vida, pero sí lo pierde a él... —la imagen de su padre se me vino a la mente—. Si pierde a su mejor amigo, lo perderé para siempre.
—Entonces, vos crees que, distanciándote, todo volverá a ser como antes... ¿Pero a qué costo, Loreto? ¿Al costo de tus propios sentimientos?
—¿A quién le importa lo que yo siento? —repliqué con la voz quebrada—. Lo que importa es que él esté bien... y necesita a su amigo más de lo que me necesita a mí.
El profesor Mancilla me observó con una mezcla de tristeza y comprensión. Se tomó un momento antes de hablar, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.
—¿Y qué hay de vos, Loreto? ¿Quién te cuida a vos?
Sus palabras hicieron que mi corazón latiera con fuerza. No esperaba esa pregunta.
—No necesito que nadie me cuide... —mi voz sonó más frágil de lo que pretendía—. Estoy bien... siempre lo he estado.
El profesor Mancilla me observó en silencio, como si estuviera viendo más allá de mis palabras. Luego, suspiró con suavidad.
—Tal vez creas que podés con todo esto sola... pero no tenés por qué hacerlo. Tenés amigos que se preocupan por vos, tenés a tus padres y a personas que quieren verte bien. A veces, permitir que te cuiden no es un signo de debilidad, sino de valentía.
—Mis padres... —me reí en voz alta—. ¿Habla del hombre que me abandono y regreso seis años después, obligándome a abandonar todo lo que conocía? ¿Del hombre que es la razón por la que mamá trabaja tanto, que no le da tiempo ni para atender el teléfono? —me abrace a mí misma—. Retiro lo dicho, Pablo no es la peor basura que he conocido. Ese título se lo lleva mi padre.
El profesor Mancilla se quedó en silencio por un momento, observándome con una expresión seria, casi dolorosa.
—Entiendo que eso te haya marcado, Loreto —dijo finalmente, suavemente—. Pero, no podemos dejar que las acciones de otras personas definan quiénes somos o cómo nos relacionamos con los demás. Si tu padre te falló, no significa que todos lo hagan.
No pude evitar reírme amargamente, secándome una lágrima que no había notado resbalar por mi mejilla.
—¿Y cómo se supone que voy a confiar en un hombre si al primero que conocí me abandono? —mi voz sonaba quebrada, casi vacía—. ¿Cómo se supone que voy a creer en los de su misma especie si ni siquiera él fue capaz de quedarse?
El profesor Mancilla me miró con una mezcla de empatía y comprensión.
—Yo no puedo decirte que todo va a ser fácil, Loreto, ni que vas a encontrar las respuestas de inmediato. Pero hay personas dispuestas a cuidarte, a escucharte, a estar ahí. No tenés que hacerlo todo sola. No quiero que te pierdas a vos misma en el proceso, como si tu dolor no importara.
Sus palabras flotaron en el aire, pesadas y sinceras... Me quedé en silencio, sintiendo cómo sus palabras calaban hondo. Parte de mí quería creerle, pero otra parte seguía aferrada al dolor, a esa coraza que había construido para protegerme.
—Haré lo que crea correcto. Si tengo algo que aprender de todo esto, estoy lista para afrontar las consecuencias —dije con firmeza, alzando la mirada para encontrarme con sus ojos.
Él asintió lentamente, como si comprendiera el peso de mis palabras.
—Entonces, lo único que puedo ofrecerte es mi apoyo. No voy a obligarte a cambiar de opinión, Loreto, pero quiero que sepas que, si alguna vez necesitas hablar, si alguna vez sentís que el peso es demasiado... estoy acá. —su voz era suave, llena de paciencia—. No importa si es sobre Pablo, tu padre o lo que llevas cargando en silencio. No tenés que hacerlo sola.
Abrí la boca para responder, pero las palabras se me quedaron atoradas en la garganta. Solo pude asentir, incapaz de agradecerle en ese momento, pero sintiendo un leve alivio al saber que no me presionaría. Me estaba dando el espacio que necesitaba, incluso si eso significaba seguir aferrada a mi dolor.
—Lo que estás buscando, lo encontrás en las personas que tenés cerca —continuó, su mirada firme, pero llena de comprensión—. A veces creemos que protegernos es alejarnos, pero tal vez el verdadero valor esté en dejar que otros nos ayuden a sanar.
Mis ojos ardieron, y sentí un nudo en la garganta que amenazaba con romperme en mil pedazos. Pero no podía permitírmelo. No frente a él. No cuando había decidido cargar con esto sola.
—Gracias, profe... —murmuré, mi voz apenas un susurro—. Gracias por escuchar.
—Siempre, Loreto. Siempre.
Me alejé sintiendo sus palabras como un eco, resonando en mi pecho. Tal vez no estaba tan sola como había creído. Tal vez, solo tal vez, podía permitirme bajar la guardia algún día. Pero hoy no. No todavía.
No cuando tenía tanto por lo que luchar.
Estaba tan confundida, cada día que pasaba se volvía más caótico que el otro, aunque para ser sincera, creo que nunca había tenido las cosas fáciles. Teniendo en cuenta que mi último día de normalidad fue cuando papá nos abandonó a mamá y a mí ese fatídico día de diciembre. Cinco días antes de navidad. Seis días antes de mi cumpleaños número seis.
Luego de eso nuestras vidas no hicieron más que irse en declive, viviendo siempre al límite, sobreviviendo día con día, hasta la llegada de nuestros ángeles guardianes quienes llegaron a cambiarnos la vida.
Conocer a todas esas mujeres y hombres quienes eran catalogados por la sociedad como depravados sexuales, llamándolos adefesios, anormales, monstruos, raritos y atrocidades biológicas, fue lo que motivo a mi madre no solo a defender sus derechos e identidades, sino también a abrir un lugar seguro para todos y todas aquellas quienes querían ganarse la vida honradamente, haciendo shows en vivo y privados.
Las Reinas de la Noche, fue como bautizamos al primer club nocturno de travestis y drag's queen's en Monterrey. Siendo ese trabajo lo que nos trajo estabilidad económica a nuestras vidas después de tres años trabajando en toda clase de trabajos, pero gracias a eso, la tranquilidad se convirtió en un lujo que nunca pudimos volver a conseguir ni con todo el dinero del mundo.
Lo gracioso fue ver a papá toparse con pared blanca cuando regreso tres años después de abrir el club nocturno y darse cuenta que estábamos bien, que teníamos una hermosa casa, mamá tenía un trabajo estable y yo asistía a una buena escuela. Y fue más gracioso verlo enojarse cuando se enteró de dónde venían nuestros ingresos. Perdió la gracia cuando me sentaron en el comedor, dándome la noticia de que no solo volvían a formalizar su relación, sino también que nos mudaríamos a Argentina, el país de origen de papá y donde se había pasado los últimos seis años, convirtiéndose en el empresario reconocido que era hoy en día.
No creo que sea necesario explicar los últimos casi tres años de mi vida hasta ahora en la actualidad. Mi padre obligó a mi madre a vender el trabajo de nuestras vidas, obligándonos a despedirnos de todo y todos los que conocíamos, me saco de la escuela, nos mudamos a un país desconocido, obligándome no solo a utilizar su apellido, sino también a rodearme de un montón de personas y colocarme en el ojo público de gente que no sabía una mierda de mi vida y todavía tenían el atrevimiento de pensar que venía de una cuna de oro, que todo para mí había sido fácil y nunca tuve que mendigar por unos cuantos pesos.
Tuve que ocultar mi vida, fingir ser una persona que no era y encajar en un estatus social al que no pertenecía. El primer chico que conocí fue un completo imbécil que resultó ser mi prometido. Mi madre nunca estaba, me la pasaba encerrada en casa de unos completos desconocidos, jugando con su estúpido hijo.
Hasta la llegada de Amanda.
Aparentemente mamá se enteró que Amanda residía en Buenos Aires y había abierto su propio club nocturno pocos meses atrás, luego de haber huido del país por meterse con gente pesada que estaba involucrada con la política. Esos dos meses estuvieron llenos de días malos con todo lo que conllevaba que Amanda huyera del país, pero nada que no se solucionará con el nivel de persuasión que mamá siempre había manejado con sus clientes.
Todo se lo debía a Amanda, de no ser por ella no hubiera aguantado un solo segundo en este lugar, le debía mi vida a esa mujer, nunca me cansaría de repetirlo. Fue gracias a ella que conocí a más personas que me hacían la vida más amena y soportable de lo que todo él colegio se había encargado de privarme al enterarse de mi compromiso con el mismísimo Pablo Bustamante, el hijo del intendente de la ciudad y el chico más guapo de todo el Elite Way School y ser una de las transformaciones de la mismísima Mía Colucci, la chica más guapa de todo el Elite Way School.
—¿Estás ocupada, Chula? —llamé la atención de la mujer sentada en la sala de profesores que revisaba detenidamente unas pruebas psicométricas.
Le pregunté a Gloria sobre el paradero de la psicóloga, dándome la indicación de que estaba en la sala de maestros.
—Tengo algunos minutos —se levantó, guardando sus hojas en una carpeta.
—No me siento bien —tomé asiento en frente de ella.
Hablamos alrededor de cuarenta y cinco minutos, derramando palabras que había guardado durante años, confesiones que había guardado bajo llave. Y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que finalmente podía respirar, aunque fuera solo un poco.
Conocí a Chula días después de llegar a Argentina, al principio puse todo tipo de resistencias a la terapia, desde el silencio, hasta escapar del consultorio, pero luego de unas cuantas sesiones hablando de temas triviales, llego a ganarse mi simpatía. Era una lástima que tuviera que disfrazar todos mis problemas, para no hablar con la verdad. Trabajando desde una realidad distorsionada que había inventado para que no supiera la realidad de las cosas y no pudiera contarle nada a mi padre.
—Es como si estuviera atrapada, ¿Lo entiendes? —mi voz se quebró un poco—. No pertenezco aquí... No pertenezco a ningún lado.
Ella asintió despacio, dándome el espacio para continuar.
—Tuve que dejarlo todo... Mis amigos, mi escuela, mi vida. Y todo por alguien que decidió que, de repente, quería ser parte de mi vida, como si sus decisiones no hubieran arruinado todo antes —me temblaban las manos, así que las apreté con fuerza, tratando de recuperar el control—. No entiendo por qué él tiene ese derecho... a decidir sobre mi vida cuando no estuvo allí cuando realmente lo necesitaba.
Mi garganta ardía y sentía un nudo que se negaba a desaparecer. Chula me ofreció un vaso de agua. Lo tomé más por costumbre que por necesidad, intentando calmar el temblor en mis manos.
—Siento como si tuviera que fingir todo el tiempo —mi voz sonaba casi susurrante—. Fingir que estoy bien, fingir que soy como ellos, fingir que no me importa... pero me importa. Me importa demasiado.
Un silencio envolvió la sala, pesado, denso. Ella dejó el vaso vacío a un lado y me miró, sus ojos aún más gentiles.
—¿Y si te permitieras sentir, Loreto? ¿Si te dieras permiso de estar enojada, de estar triste? —su tono era suave, sin juicio alguno—. No tenés que ser fuerte todo el tiempo.
—No sé cómo hacerlo —admití, sintiendo un vacío en el estómago—. Si dejo de ser fuerte... ¿qué queda de mí?
Ella me observó con una tristeza que me hizo desviar la mirada. Me sentí expuesta, vulnerable, como si pudiera ver a través de todas mis capas.
—Queda Loreto. Solo Loreto. Sin máscaras, sin exigencias. Y eso es suficiente.
Me crucé de brazos, sintiendo una necesidad urgente de protegerme, de construir muros aún más altos.
—No sé cómo ser solo yo —me dolía admitirlo. Me dolía más de lo que había esperado.
—Entonces empecemos por ahí. Sin prisa, sin presión. Solo a tu ritmo. —Su voz era un ancla en medio de mi caos—. Nadie te está apurando, Loreto. Nadie te está pidiendo que tengas todas las respuestas ahora.
Una lágrima solitaria cayó por mi mejilla antes de que pudiera detenerla. La limpié rápidamente, como si admitir mi dolor fuera un delito imperdonable. Pero ella no dijo nada. No hizo ningún comentario sobre mi fragilidad. Simplemente se quedó ahí, conmigo, en ese silencio que decía más que cualquier palabra.
Respiré hondo, tratando de reunir el valor que sentía desvanecerse. Parte de mí quería salir corriendo, esconderse y seguir fingiendo que todo estaba bien. Pero otra parte, pequeña y frágil, quería quedarse. Quería averiguar cómo era eso de ser solo Loreto, sin máscaras, sin pesos innecesarios.
—¿Cómo está tu madre? —preguntó con suavidad, rompiendo el silencio con una precisión que me dejó sin aire.
Desvié la mirada hacia el suelo, apretando las manos sobre mis rodillas. Sentí un nudo en mi garganta, esa sensación conocida que siempre aparecía cuando pensaba en ella.
—Ella está bien, ya sabe, trabajando... —intenté sonreír, pero una mueca se formó en mis labios, traicionando mis emociones—. La extraño mucho.
Chula me observó en silencio, dándome el espacio para continuar. No dijo nada, ni me presionó. Solo se dedicó a observarme con esa comprensión que hacía que todo doliera un poco menos.
—¿Por qué no la llamás? —sugirió Chula con suavidad. Sus palabras flotando en el aire como una posibilidad que nunca me había permitido considerar—. No tenés que decir la gran cosa, solo escuchar su voz, recordarle que estás ahí.
Parpadeé, sorprendida. La idea me pareció tan simple y, al mismo tiempo, aterradora.
—No sé si quiera hablar conmigo... —mi voz sonó más débil de lo que esperaba—. Siempre está ocupada... y yo no quiero molestarla.
Chula me observó en silencio, su mirada cálida y paciente.
—Quizás esté ocupada, o quizás también te extrañe... y no sabe cómo acercarse.
Me acomode en la silla de manera entusiasta, con un brillo de esperanza iluminando mi rostro. No pude evitar pensar que todo lo que estaba sucediendo en mi vida había servido como un efecto placebo para no pensar en el tema de mi mamá. La extrañaba y la necesitaba más que a nadie en el mundo.
—¿Y si no me contesta? —pregunté nerviosa—. ¿Y si no tiene tiempo para mí?
—Solo hay una forma de saberlo. —Su tono era firme, pero lleno de calidez—. Quizás te sorprenda.
Quise discutir, poner excusas, decirle que era inútil, que no resistiría otro rechazo de su parte. Pero la verdad era que quería llamarla. La extrañaba más de lo que podía soportar que rechazara todas y cada una de mis llamadas.
—No perdés nada con intentarlo. —Chula sonrió suavemente—. Y, no sé, quizás encuentres más de lo que esperás.
Sentí mis labios temblar, esta vez en un amago de sonrisa.
—Voy a intentarlo...
Chula sonrió, dando por terminada la sesión.
—Eso es todo lo que podés hacer por ahora. Dar el primer paso.
Me levanté lentamente, con el peso de la conversación sobre mis hombros, al igual que un pequeño alivio emocional de haber hablado sobre las cosas que no dejaban que conciliará el sueño por las noches.
—Gracias, Chula.
—Cuando necesites hablar, aquí voy a estar, Loreto.
Me levanté, sintiendo las piernas un poco temblorosas. Salí de la sala de maestros, el eco de sus palabras acompañándome mientras caminaba por el pasillo vacío.
Extrañaba a mi mamá.
Extrañaba sus abrazos que hacían que el mundo se sintiera menos pesado, sus palabras que siempre parecían tener una respuesta para todo. Extrañaba verla en la cocina, preparando el desayuno mientras canturreaba sus canciones favoritas. Extrañaba su risa, su olor, su presencia.
Desde que habíamos llegado a este lugar, ella se había vuelto un fantasma, siempre ocupada, siempre trabajando, siempre lejos. Sabía que lo hacía por mí, para mantener esta maldita imagen perfecta que mi padre exigía. Pero eso no hacía que doliera menos.
Había sido mi mamá y yo contra el mundo durante tantos años, y ahora me sentía como si estuviera luchando sola. Todo el tiempo aparentando ser fuerte, como si no me afectara estar en un lugar al que no pertenecía, rodeada de personas que nunca entenderían mi historia.
Antes de darme cuenta, ya estaba frente al teléfono de la escuela. Lo miré por unos segundos, mi corazón latiendo con fuerza.
Mis dedos se movieron por cuenta propia, marcando el número que conocía de memoria. Cada tono de llamada resonaba en mi pecho, haciéndome dudar, queriendo colgar antes de que fuera demasiado tarde.
Un tono. Dos. Tres. Estaba a punto de rendirme cuando escuché un clic al otro lado de la línea.
—¿Loreto? —su tono estaba teñido de sorpresa y preocupación.
Tragué saliva, tratando de controlar la emoción que amenazaba con quebrarme la voz.
—Mamá... —susurré, sintiendo cómo mi corazón se encogía—. Te extraño.
Hubo un silencio, uno que me dolió hasta el fondo de mi corazón. Luego, escuché cómo su voz temblaba, reflejo de mis propios sentimientos.
—Yo también te extraño, mi amor. Todos los días.
Cerré los ojos, esbozando una sonrisa, apoyando mi frente contra el vitral de la ventana. Durante un momento, no importó nada más. Ni este lugar, ni las personas, ni los problemas, ni las mentiras que había tenido que construir. Solo me importaba su voz, su presencia a través del teléfono, que me recordaba que, a pesar de todo, todavía tenía un hogar al cual aferrarme.
La llamada lamentablemente duro solamente cinco minutos, quizá menos. Fueron más silencios que palabras, un momento de intimidad donde ninguna de las dos aguantó las lágrimas, dándome cuenta que no era la única cargando con cosas.
Mamá se escuchaba cansada, como si no hubiera dormido en días, nos preguntamos sobre nuestras semanas y nuestras nuevas novedades. Me hubiera encantado contarle sobre Agos, pero eso solo significaría darle seriedad a un tema que ya estaba hablado desde el inicio.
—¿Cómo están las cosas con tu papá? Me enteré que pasaron el fin de semana pasado juntos.
—Estuvo bien, estamos bien —me limpie las lágrimas de mis mejillas—. ¿Tú cómo estás con él?
—La próxima vez que vuelva a ponerte una mano encima, le cortó la mano —no pude evitar reírme—. Estamos bien, trabajando en la nueva colección de verano.
—¿Sabes quién se vería bien en esa colección de ropa? —cerré los ojos, imaginando los diseños de ropa en el cuerpo de Amanda.
—Amanda —ambas estallamos en risas.
—Sí, Amanda, a esa mujer le queda todo bien —hablé animadamente.
—Amandita, ¿La has visto? ¿Cómo está? ¿Qué tal va el club? —preguntó curiosa.
—La acabo de ver el viernes pasado, fui a uno de sus shows, está nadando en dinero esa mujer de la vida galante —era gracioso recordar cuando las tres vivíamos juntas y apenas nos alcanzaba para comer tortillas de sal con limón—. El club va de maravilla, aunque no creas que todo es gracias a ella, Mariel mantiene a flote todas las finanzas de ese lugar.
—Pensé que no te agradaba Mariel, ¿Por qué la estás defendiendo?
—Porque es increíble, es algo estirada y correcta, pero tiene sus momentos donde no se comporta como un robot que solo sirve para mantener ocupada a Amanda.
Curiosamente todo había sido gracias a Pablo. El día que Ciro me avisó sobre su accidente automovilístico, marque al teléfono de Amanda desconsolada, siendo atendida por Mariel, quién me brindo el consuelo que necesitaba, dándome cuenta de la maravillosa persona que era.
—Increíble, ¿eh? Déjame hacer unas llamadas para hacer que despidan a esa tal Mariel, que quiere robarme el cariño de mi bebé.
Esas palabras provocaron una sonrisa sonora en mis labios.
—¡No te atrevas! —respondí, tratando de sonar seria, aunque la risa escapaba de mis labios—. Mariel ha demostrado ser una buena amiga... además, es bastante paciente con Amanda.
—Ah, ¿sí? Bueno, entonces supongo que le permitiré quedarse un poco más de tiempo. Pero si se atreve a reemplazarme como la mujer más importante en tu vida, tendré que intervenir.
—Nadie podría reemplazarte, mamá —mi voz se suavizó, sintiendo una punzada en el pecho—. Solo... me haces falta.
Un silencio denso cruzó la línea. Podía imaginarla limpiándose una lágrima rápidamente, como solía hacerlo cuando quería mostrarse fuerte.
—A mí también me haces falta, Loreto... —su voz se quebró un poco—. Pero esto es temporal, ¿sabes? Algún día... todo esto habrá valido la pena.
—Sí... algún día —intenté sonar convencida, aunque no estaba segura de creerlo del todo.
—Hablando de cosas temporales, mi descanso también lo es... Me están llamando para una reunión.
Me aferré al teléfono con más fuerza, odiando el momento de la despedida. Quería seguir escuchando su voz, aunque solo fueran palabras triviales.
—Está bien, no quiero que llegues tarde.
—Te amo mucho, ¿Lo sabes, ¿verdad?
—Sí, yo también te amo, mamá... Mucho.
—Nos hablamos pronto, ¿sí? Prometo buscar un momento.
—Te tomo la palabra.
Una pausa, un suspiro ahogado al otro lado de la línea.
—Cuídate, Loreto... Solo resiste.
—Tú también, mamá.
El clic de la llamada al terminar dejó un eco en mi oído, un vacío que se extendía por todo mi pecho. Me quedé inmóvil por unos segundos, mirando el teléfono como si esperara que volviera a sonar. Pero sabía que no lo haría. No hoy.
Guardé el auricular con cuidado, como si al hacerlo pudiera conservar un poco de ese calor, de esa conexión.
Estaba más tranquila, mamá tenía ese efecto en mí, era lo único real en mi vida, aunque ocultara y mintiera sobre nuestro pasado. Hablar con ella le trajo bienestar a mi corazón, las heridas cicatrizaron, los pensamientos desaparecieron, me sentía más liviana y el peso que cargaba sobre mis hombros dejo de pesar tanto.
De pronto, caminando por los pasillos, pude darme cuenta de que había caído la noche, recordando que Nacho se había quedado cuidando a Agos. Salí corriendo al acoplado siendo lo bastante descuidada para no voltear a los lados asegurándome de que nadie me estuviera siguiendo.
—¿Nacho? ¿Estás dormido? —pregunté saltando dentro del contenedor.
—Loreto —corrió a abrazarme.
—Perdón, no hice más que ocuparme en todo el día, ¿Estás bien? ¿Ya comiste? —le pregunté acariciando su cabello.
—Sí, no te preocupes, Marizza me ayudó a darle de comer a la bebé, le cambiamos el pañal y de paso la ropa —apunto a la cama, encontrándome con Agos jugando con unos juguetes.
—Yo voy a solucionar esto, te lo prometo, Nacho —lo abracé con más fuerza—. Solo dame tiempo, el colegio no me ha dado tiempo de salir a buscar a los padres de la bebé.
—No los busques, podemos quedárnosla, nosotros la cuidaremos —se separó de mi abrazo, mirándome a la cara.
—No podemos hacer eso, ¿Qué tal si la están buscando? ¿Qué tal si tiene un bonito hogar al cual volver? ¿Qué tal si sus padres están muertos de la preocupación de no saber en dónde está su bebé? —Nacho bajo la cabeza—. Tenemos que hacer lo correcto, Nacho.
—Lo sé, es solo que me encariñé mucho con ella —me cubrí la boca, intentando no llorar.
—Yo también —admití, volviendo a abrazarlo.
Agos soltó una carcajada que inundó la habitación, captando nuestra atención y contagiándonos su alegría. Al observarla, me di cuenta de que, para ser mi primera experiencia cuidando y conviviendo con una bebé, lo estaba manejando sorprendentemente bien. Con Nacho sentía algo similar; él era como el hermanito que nunca tuve. Siempre había soñado con una hermana menor, alguien con quien jugar, a quien llevar al parque, ver películas de princesas y cuidar con todo mi amor.
De alguna manera, Nacho y Agos me estaban permitiendo vivir dos sueños que siempre creí inalcanzables: ser hermana mayor y, al mismo tiempo, experimentar la maternidad. Pero la realidad era que solo era una niña de catorce años, atrapada en esa etapa complicada de la adolescencia, donde mi deseo de libertar chocaba con los límites del libertinaje. A veces deseaba ser mayor de golpe, saltarme todo este caos y despertar un día siendo adulta, dejando las dudas y la rebeldía de mi edad atrás.
Si fuera mayor, no tendría que preocuparme por despedirme de ellos algún día. Podríamos quedarnos juntos para siempre. En una casa hermosa, con un jardín amplio y lleno de flores, y muchos animalitos corriendo por ahí, donde cada uno tendría una habitación propia. En ese mundo ideal, no habría adioses, solo risas y momentos felices.
En mi mente se formó una imagen de Nacho sosteniendo un balón de fútbol, mientras yo cargaba a Agos en mis brazos. Estábamos parados en la acera frente a nuestra casa, apoyados contra la cerca de madera blanca. De pronto, la silueta masculina de una cuarta persona comenzó a tomar forma, su mano descansando sobre mi hombro. Justo cuando la imagen estaba a punto de volverse nítida, un estruendo me sacó de mis pensamientos.
—Afuera, afuera, que tengo que ensayar —la voz de Pablo resonó por el contenedor, sacándome de golpe de mi ensoñación. Me levanté de la cama con Agos en brazos, y la sorpresa en su rostro fue palpable—. Lory... ¿Q-qué haces vos aquí?
—Vine por Agos —respondí con calma, intentando no darle importancia a su desconcierto—. ¿A qué te refieres cuando dices afuera?
—T-tengo que ensayar —balbuceó, mostrando la guitarra que sostenía entre las manos—. No puedo ensayar con el mocoso aquí.
Por alguna razón no estaba molesta, aunque su actitud me parecía infantil. Después de lo ocurrido esta mañana, algo había cambiado dentro de mí. La oscuridad del contenedor, apenas iluminada por la luz de la luna, hacía difícil distinguir sus facciones, pero su voz era inconfundible.
—¿Pero a dónde quieres que vaya? Hace frío —se quejó Nacho con tono lastimero.
—No vale la pena discutir, Nacho —me adelanté, colocando una mano suave sobre su cabeza—. Toma tus cosas, te vas a venir a dormir conmigo a mi dormitorio.
—¿Qué? No, no, no, los pibes están prohibidos en los dormitorios de las chicas —Pablo se movió rápidamente, bloqueando nuestro camino.
—¿No lo querías afuera para ensayar? —lo encaré, encontrando sus ojos azules en medio de la oscuridad—. Puedes ensayar tranquilo, Pablo. Yo me llevo a los niños sin problema...
—No tienen por qué irse ustedes —se adelantó a tomarnos a Agos y a mí del brazo.
—Es tarde, Pablo —puse mi mano libre sobre su brazo, brindándole un apretón amigable—. Despídete tu padre postizo, Agos —la bebé reaccionó saltando sobre mis brazos—. Dile: buenas noches, papá postizo.
—Buenas noches, Agos —Pablo se acercó a plantar un beso sobre la cabeza de Agos—. Buenas noches, Lory.
—Buenas noches, Pablo —me hice a un lado, permitiéndole espacio para que se despidiera—. Vamos, Nacho, es tarde —le indiqué suavemente, viendo cómo el niño se levantaba con pereza.
—Ya voy... —bostezó, arrastrando los pies hacia la puerta del contenedor.
Esperé a que Nacho saliera primero del contenedor, poniendo a Agos sobre sus brazos. Y antes de que pudiera seguirlos, me detuve, regresando la mirada en Pablo, quién se sentó sobre la cama, sosteniendo la guitarra.
—Me alegra saber que estás ensayando —hablé con sinceridad, aunque una parte de mi aún no sabía cómo reaccionar ante todo lo que había pasado entre nosotros.
Pablo me miró con algo de sorpresa, pero luego bajó la vista a su guitarra.
—La música es mi vida, alguien muy importante me lo recordó hace poco —respondió con una tímida sonrisa.
—Entonces si me escuchas después de todo, ¿eh? —le pregunté, sin poder evitar sonreír un poco.
Pablo me miró por un momento, como si estuviera evaluando si decir algo más. Finalmente, dejó escapar una pequeña risa y asintió con la cabeza.
—Parece que sí —respondió, con una leve sonrisa que se formó en sus labios, pero desapareció casi tan rápido como apareció.
Vi que estaba por regresar a su guitarra, y antes de que lo hiciera, me acerqué a él.
—Pablo, abrígate, hace mucho frío —dije acercándome a acomodar su bufanda y su gorro, como si fuera imposible no evitar preocuparme por él, aunque todo entre nosotros seguía siendo confuso.
Pablo se quedó inmóvil mientras yo ajustaba su bufanda, sus ojos fijos en mí, claramente sorprendido por mi gesto. Sentí su mirada sobre mí, como si no terminara de comprender lo que estaba pasando. Cuando terminé de acomodarle el gorro, él frunció ligeramente el ceño, como si quisiera preguntar algo, pero no encontrara las palabras.
—¿Y esto a qué se debe? —preguntó finalmente, su tono era suave, pero había un matiz de desconcierto en su voz.
—Hace frío, y no quiero que te enfermes —respondí rápidamente, evitando su mirada al dar un paso atrás—. Eso es todo.
Pablo me observó en silencio, como si intentara descifrar si estaba diciendo toda la verdad. Sus ojos azules parecían más serios de lo habitual, pero después de un momento asintió lentamente.
—Mirá tú, ¿No quedamos está mañana en que no te importaba? —murmuró, su tono no era burlón ni juguetón, solo honesto.
Sentí mis mejillas arder, pero intenté mantenerme indiferente.
—N-no me importas —me mordí las mejillas, maldito tartamudeo—. S-si te abrigué solo fue porque no quiero que te resfríes y conviertas a Marizza y Nacho en tus enfermeros personales —pronuncié encogiéndome de hombros.
Pablo ladeó la cabeza, observándome con una mezcla de curiosidad y algo más que no pude identificar del todo.
—Ah, claro —dijo, entrecerrando los ojos, como si analizara mis palabras—. O sea que no te importo... pero igual te tomaste la molestia de acomodarme la bufanda y el gorro. Interesante.
Me crucé de brazos, sin saber si me molestaba más su tono o el hecho de que tenía razón.
—No lo pienses demasiado —dije, desviando la mirada—. No quiero que después saques conclusiones equivocadas.
Pablo soltó una risa baja, pero no se burló como otras veces. En lugar de eso, me miró con algo parecido a la ternura, aunque no quería sobrepensar demasiado ese detalle.
—Tranquila, Lory. No voy a hacerme ilusiones —respondió con una sonrisa leve—. Pero igual... gracias.
Mi estómago dio un vuelco inesperado. No porque me diera las gracias, sino por la forma en que lo dijo, como si realmente le sorprendiera que yo me preocupara por él.
—No es nada —me apresuré a decir, quitándole importancia—. Solo... cuídate, ¿sí?
Pablo asintió lentamente, aún con esa expresión extrañamente suave en su rostro.
—Lo haré —prometió, aunque su tono tenía un matiz pensativo, como si todavía estuviera procesando lo que acababa de pasar.
Asentí, analizando la forma en que me miraba, como si estuviera viendo algo nuevo en mí, algo que ni yo misma terminaba de entender.
—Bueno... Nos vemos, Pablo —dije rápidamente, dándome la vuelta antes de que pudiera notar lo rápido que latía mi corazón.
—Nos vemos, Lory —respondió con voz calma, pero con algo en su tono que me hizo dudar si realmente me estaba dejando ir del todo.
Mientras salía del contenedor, sentí su mirada en mi espalda, y por alguna razón, ese simple detalle me hizo sentir extraña. No incómoda, no nerviosa... solo diferente. Como si, sin darnos cuenta, algo estuviera cambiado entre nosotros.
—¿Por qué tardaste tanto, Loreto? ¿Ese pibe te hizo algo? Yo lo mato... —lo tomé del cuello de su camisa antes de que regresará al contenedor.
—¿Qué te dije sobre meterte en temas de grandes? —lo apunté con un dedo—. Dame a Agos, tenemos que tener mucho cuidado para que no nos descubran.
Nos escabullimos dentro del colegio, burlando la seguridad, moviéndonos con sigilo entre los pasillos, rezando porque no nos descubrieran, hasta los dormitorios de las chicas.
—Podemos dormir los tres en la misma cama si quieres, total tenemos el cuarto solo para nosotros, Pilar nunca se queda en el colegio y Natalia...
Tenía cargada a la bebé con un brazo, mientras que con el otro sostenía la mano de Nacho, quién se adelantó a abrir la puerta, encontrándonos de espaldas con una rubia acomodando una mochila sobre la cama.
—¿N-Natalia? —me puse nerviosa—. ¿Q-qué haces tú aquí? ¿N-no se suponía q-que volverías en unos días?
—¿Lore? —Natalia giro sobre sus talones, llevándose las manos a la boca mirando a los niños a mis costados—. P-pero ¿qué es esto? —se apresuró a meternos al cuarto, cerrando la puerta con llave—. ¿Te volviste loca, nena? Gloria me acaba de dejar en la habitación, ¿Qué crees que hubiera pasado si te ven así?
—N-no esperaba verte pronto...
—¿Qué hacés cargando una bebé y sosteniendo la mano de un niño? —se llevó las manos a la cara de la desesperación.
—Es una larga historia —me acerqué corriendo a ella con la bebé—. No puedes decir nada, Natalia. Nadie puede saber que estos dos niños viven aquí en el Colegio.
—¿Cómo que viven dentro del colegio? —cerré los ojos, maldiciendo internamente.
—Te lo explico después —la interrumpí tratando de mantener la calma—. Primero tienes que prometerme que no vas a decir nada —negó con la cabeza alejándose de nosotros—. Tienes que prometerlo. Vamos, Natalia. Prometelo.
—¡De acuerdo! ¡No voy a decir nada! ¡Tranquilízate! —exclamó, abrazándose a ella misma.
—¿Ella es la hija del director? —me preguntó Nacho, temeroso por la reacción de la rubia.
—No, ella es... —me le quede viendo a Natalia tratando de decidir que adjetivos adjudicarle—, ella es... mi otra compañera de cuarto.
—¡¿La traicionera?! —exclamó Nacho, haciendo que me llevara las manos a la cara, deseando que la tierra me tragara—. La que lanza la piedra y esconde la mano...
—No, no, no, Nacho... —lo interrumpí, acorralándolo en la esquina del cuarto—. Ella es buena...
—¡Pero si Marizza dijo que era una traicionera! —le indique que guardara silencio.
—¿Confías en mí? —le pregunté mirándolo fijamente a los ojos.
—¿Qué tiene que ver eso con la traidora esa, Loreto? ¡Nos va a buchonear...!
—¿Confías en mí? —le repetí, haciendo que guardara silencio.
—¡Por supuesto! —exclamó molesto.
—Ella no dirá nada, Nacho. Te lo prometo —le aseguré, besando su frente—. Vamos a dormir, que mañana te tienes que ir muy temprano al acoplado.
Tomé a Nacho de la mano para guiarlo hasta mi cama, quitando las colchas y las sábanas para acostarlo, poniendo a Agos a su lado. Los arropé, cubriéndolos del frío.
—Nunca te había visto cuidar a nadie de esa manera —la voz de Natalia se hizo presente, una vez que los niños quedaron totalmente dormidos. Me quedé callada—. Vaya manera de recibirme —me mantuve en silencio—. ¿No me vas a hablar? —me senté sobre la cama de Pilar, desviando mi mirada de la suya—. Loreto, te prometo que no voy a decir nada...
—¿Qué haces aquí, Natalia? —la enfrente, frotando mis manos contra mis piernas—. Te desapareciste del colegio cuando te di la oportunidad de hablar —estaba dolida—. Te volviste a acobardar y te fuiste sin avisar —se quedó en silencio—. ¿Por qué volviste?
—P-porque escuché que estabas en problemas —alzó la voz con nerviosismo—. Volví por vos, Lore...
—¿Quién te dijo que estaba en problemas? —pregunté curiosa, deteniéndome a pensar quien le pudo haber llamado—. ¿Fue Mía? Con los problemas que tiene ella encima, te llama. No puede ser...
—No fue Mía —me interrumpió.
—Ah, ¿si? Mira Natalia, dudo que Luna, Marizza o Luján hayan hecho eso. Mucho menos Manuel —no me traicionaron de esa manera—. Si no fue Mía, ¿Quién lo hizo?
—Pablo —los ojos se me abrieron como platos y cuando intenté decir algo, nada salió de mi garganta—. Fue Pablo quién me lo dijo —retrocedí negando con la cabeza. Tenía que ser una equivocación.
¿Pablo Bustamante preocupándose por alguien que no fuera el mismo? Antes de que eso pasara, primero se descubría la identidad del asesino del zodiaco.
—No estoy para juegos, Natalia —no iba a creer en semejante estupidez—. Dime la verdad, si no fue Mía, entonces tuvo que ser Luna —aparte del grupo de Mía, Luna era la única que sabía lo mucho que significaba Natalia para mí—. En este mismo instante voy a ir a encararla y decirle quién se cree que es para meterse en mi vida...
—¿No me estás escuchando? —Natalia me tomo de los brazos—. Fue Pablo, Loreto —negué con la cabeza—. Él mismo me llamo y me dijo que no estabas bien, que tenías muchos problemas encima y después colgó.
—¿Pablo? ¿Pablo Bustamante? —no pude evitar reírme—. Pablo me quiere destruir, Natalia —mis palabras salieron inseguras de mi boca—. No tienes idea del infierno en qué ha convertido mi vida...
—¿Loreto no te cansas de no ver la realidad?
—¿Qué realidad, Natalia? —pregunté furiosa.
—Que él te quiere —dijo firmemente—. Que le importas, que no tiene ojos para nadie más...
—Por supuesto, por eso salió contigo —contesté con incredulidad—, por eso tú saliste con él —aún podía recordar verlos juntos a través del cristal, hablando tan animadamente y me hervía la sangre.
—L-Loreto, por favor, déjame explicarte...
—No es cuando tú quieras, Natalia —me cruce de brazos—. ¿Crees que te voy a esperar toda la vida para que me cuentes por qué me hiciste eso a mí? —tenía tantas ganas de llorar—. ¿Sabes qué? No te quiero escuchar. No te tengo por qué escucha. Me cansaste.
Corrí a levantar a Nacho, cargando a Agos entre mis brazos.
—Vámonos, Nacho —lo cubrí con una sábana para que no tuviera frío—. Marizza tenía razón, ella es una traicionera, avienta la piedra y esconde la mano —caminé a la puerta—. Y aún, cuando ya la descubrieron, sigue haciéndose la desentendida...
—No es así, Loreto —se apresuró a tomar mi mano—. Vos sabés que sos la persona que más me importa en este mundo.
—Si fuera tan importante para ti, me hubieras dicho la verdad y no mentirme mirándome a los ojos —era tan difícil perdonarla, la quería y la extrañaba tanto, pero simplemente no podía hacerlo—. Será mejor que te vayas olvidando que alguna vez fuimos mejores amigas.
—Lore...
Cerré la puerta de un portazo, corriendo al cuarto de las chicas.
—¿Qué hacen aquí? —Marizza se levantó de la cama—. Loreto, ¿Vos no entendés que si alguien llega a ver a Agos o a Nacho, los mandan a ambos a un orfanato?
—No te la agarrés con Loreto, Marizza —Nacho intervino, pero yo me quedé en silencio, pensando en Natalia—. Pablo fue el que nos hizo echar del acoplado...
—¿Qué ese tarado hizo que? —preguntó Marizza.
—Dijo que tenía que ensayar y cada vez que él vaya, yo me tenía que ir —contesto Nacho.
—Pero este Bustamante es una porquería, dejarlos así a la intemperie, y todo por esa música de porquería que él hace...
—Loreto... Loreto... Loreto... —me nombraron una infinidad de veces, hasta que finalmente reaccioné.
—¿Qué sucede? ¿Qué pasó? —no podía dejar de pensar en las palabras de Natalia, sobre que Pablo le había llamado.
—¿Estás bien? —Luna me acarició los hombros.
—Si, lo que pasa es que Natalia volvió y la encontramos en la habitación, cuando fui a acostar a Nacho y a Agos en la cama...
—¿Estás diciendo que la tarada esa vio a Nacho y a Agos? —Luján se metió en la conversación alterada—. ¡Pero esa mina es una turra! ¡Tenemos que hacer algo para que no hable!
—No va a decir nada, Luján —hablé de lo más tranquila.
—¿Cómo estás tan segura? —Marizza le hizo segundas a Luján.
—Porque la conozco, no le va a decir a nadie, se los digo en serio —odiaba conocer tanto a Natalia, como para saber que no haría una cosa así—. Puede ser una amiga de lo peor, pero no es una mala persona.
—Más le vale, porque suficiente tenemos con el hijo de Caretoli —Marizza estaba ansiosa—. Ese He-Man trucho nos va a pagar todas y cada una de las que nos debe —la miré asustada—. No saben lo que voy a hacer, Pablito la va a pasar muy mal...
—Marizza, ¿Qué vas a hacer? —pregunté con curiosidad, con todo lo que me sucedió, había olvidado el tema de mi investigación. Tenía que averiguar lo que sentía Marizza por Pablo.
—Déjamelo a mí, ese pibe no se va a volver a meter con ninguna de las dos —asentí, no defendería a Pablo de los mocos que se mandaba él solo por no saber cerrar esa boquita suya—. Ahora sí, nos puedes contar ¿Por qué entraste con esa cara de pocos amigos?
—¿Puedo dormir está noche con ustedes? No quiero saber nada de Natalia —me aferré a Agos, quién seguía durmiendo en mis brazos.
—¡Viste! ¡Te dije que la tipa esa no era de confiar! —Marizza alzó la voz—. ¿Te dijo que te iba a buchonear con Dunoff? Vamos, Loreto. Decímelo que voy y le bajo todos los dientes...
—No creo que Natalia sea de esas, chicas... —Luna intento defender a Natalia.
—¿Y vos qué sabes, nena? ¿Qué no te acuerdas como conocimos a Loreto? —Luján la interrumpió—. ¡Esa mina es de lo peor!
—¡Basta! —me puse en el medio de las dos—. Si se van a poner así, lo mejor será que Agos y yo busquemos otro lugar en donde dormir.
—¡De ninguna manera! ¡Vos sos nuestra amiga y te vamos a bancar en esta! No es así, ¿Luján? ¿Luna? —ambas asintieron—. Ya está. Asunto solucionado. Luna vente a dormir conmigo, que Loreto se acueste con Agos a dormir a tu cama.
—No es necesario...
—¡Si! ¡Si es necesario! —Marizza tomo a Luna del brazo, acostándola en su cama—. Las bebés tienen que dormir con sus mamás.
Marizza nos hizo la cama a Agos y a mí, mientras Luján le acomodaba sábanas y almohadas a Nacho en el suelo. Cuando todos estuvimos acostados, recostados en nuestras respectivas camas y apagamos la luz, una calidad invadió mi pecho.
—Las quiero, chicas —confesé en el aire—. Son lo mejor que pudo haberme pasado en muchísimo tiempo.
—Yo también las quiero —Luna fue la primera en responder—. Aunque seamos completamente diferentes, ustedes me hacen querer ser valiente todos los días.
—Son mis primeras amigas —Luján siguió—. Nunca tuve amigas en el orfanato.
—Nos tenemos entre nosotras chicas, siempre vamos a contar las unas con las otras —finalmente dijo Marizza.
—Dejen dormir —habló Nacho, lanzando una almohada al aire.
Todas estallamos en risa.
Esa noche pude dormir tranquila.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top