44|Orgullo

CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO.
orgullo

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—Pablo, tranquilízate —le pedí de la manera más tranquila—. Tomás me estaba ayudando a cuidar a Agos...

—¡Soltá a mi hija pedazo de atorrante! —estaba furioso.

—No, no va a hacer eso —odiaba estar entre los dos y más teniendo a Agos—. Tienes que tranquilizarte, escúchame por una vez en tu vida, Pablo.

—¡No quiero escuchar nada y menos delante de ese traidor! —Agos empezó a llorar.

—¿Ves lo que provocas? ¿Por qué no le bajas dos rayitas a tu tono? Te escuchamos perfectamente desde aquí —me giré hacia Tomás, gesticulando un “perdón” insonoro, tomando a Agos de sus brazos

Ninguno la estaba pasando bien con la reacción de Pablo.

—Y-yo los dejo, n-no quiero causar problemas entre ustedes —negué varias veces con la cabeza.

—¡Por favor! ¡Vete y déjanos solos! —los gritos de Pablo no se detuvieron hasta que Tomás salió de la habitación—. ¿Por qué mi hija estaba en brazos de otro hombre?

—¿En serio te vas a comportar así? —lo miré furiosa—. ¿En serio vas a actuar así delante de Agos?

—¿Cómo esperas que actúe cuando lo primero que veo de ti, después del fin de semana, es salir agarrada de la mano de Tomás del laboratorio? Y no contentos con eso, todavía se van juntos a no sé dónde. Y cuando vengo a mi propia habitación para intentar descansar y no sobrepensar, te veo a vos y veo a mi hija pasando un agradable momento familiar con aquel pelotudo —agradecí que hablara como una persona normal—. Me enferma que estés con él, se suponía que era mi mejor amigo y me cuerneo delante de todo el colegio —la culpa me invadió—. ¿Te imaginas que te vean aquí? ¿Qué van a pensar los demás? Van a pensar que a vos también te está tranzando.

La culpa me abandono, ahora solo sentía un fuego ardiente quemando mi pecho.

—Mira, nene. Si estoy aquí es porque vi a un amigo lastimado —no me iba a poner a pelear, esto era un tema serio—. Pablo, lo golpeaste —desvió la mirada, haciendo que lo siguiera con la mía—. ¿Ya viste como le dejaste el rostro? Tiene un moretón debajo del ojo del tamaño de mi mano.

—Nadie se burla de un Bustamante...

—¡Deja de repetir las malditas mismas palabras de tu padre! ¡Tú no eres Sergio Bustamante! — grité con desesperación, estaba negada en dejarlo ir por el mismo camino que su padre—. Lo lamento, Agos. Por favor, perdoname. No me pude controlar —me disculpé al instante con la bebé, alejándome de Pablo—. ¿Qué estás haciendo, Pablo?

—¿Cómo que qué hago? —caminé a su cama, sentándome en la orilla.

—¿Quieres lastimarlo? ¿Es eso? ¿Quieres lastimar a Tomás? ¿Quieres que sienta lo mismo que tú sentiste? ¿Quieres humillarlo delante de todo el colegio como él lo hizo contigo? —trataba de entenderlo, pero su silencio me dio la respuesta—. ¿Te hizo sentir mejor? —me miro confundido—. ¿Golpearlo te hizo sentir mejor? —no contesto nada—. ¿Disfrutaste golpear a tu mejor amigo?

—No, por supuesto que no —se llevó las manos a la cara, haciendo que recobrará la esperanza en él—. Yo no quería golpearlo...

—¿Fue tu padre, verdad? Él fue quien mando a llamar a Tomás —deje a Agos sobre el tapete del suelo, poniéndome de rodillas frente a Pablo quien se encontraba sentando en la cama de su otro amigo.

—No sé cómo se enteró —se río nerviosamente—. Me dijo que tenía que molerlo a trompadas para limpiar nuestro apellido —me levanté, rodeándolo con mis brazos—. Yo no quería, Lory. Te juro que yo no quería golpearlo.

—Yo lo sé, Pablo. Yo lo sé —repetí dejando que escondiera su cabeza en mi pecho.

Nos quedamos unos minutos en la misma posición, hasta que escuchamos a Agos balbucear, haciendo que regresáramos a la realidad.

—Perdóname, Agos —Pablo se disculpó, separándose del abrazo, arrodillándose frente a Agos—. Esto es lo primero que ves de papá, luego de no habernos visto todo el fin de semana —Agos continúo jugando con la pelusa de la alfombra—. ¿Cómo se portó?

—Muy bien, hicimos muchas actividades, nos divertimos mucho, ¿Verdad, Agos? —Pablo la tomo entre sus manos.

—¿Y en dónde estaba tu padre todo ese tiempo? Lamentándose por un pibe que no vale la pena —habló con resentimiento—, pero no te preocupes, Agos. Eso no volverá a suceder.

—No estás hablando en serio —lo miré incrédula.

—Sí, estoy hablando muy en serio —un sentimiento de miedo recorrió mi cuerpo —. Tomás no existe más para mí —esto tenía que ser una broma—. Tampoco para vos, ni para tu mamá —se escuchaba como un auténtico desquiciado—. No se volverá a acercar a ninguno de nosotros.

—Estás bromeando, ¿Verdad? —no me entraba a la cabeza que estuviera hablando seriamente.

—No, no estoy bromeando —se acercó peligrosamente a mí—. No quiero que ni vos, ni Agos, se vuelvan a acercar a Tomás, ¿Me entendiste? —quise discrepar, no iba a permitir que me hablara de esa manera.

La puerta de la habitación se abrió, extendiéndose el sonido de una vos masculina por todo el lugar.

—Pablo, te traje algo para que comas...

El amigo de Pablo entro al cuarto, quedándose parado en el marco de la puerta, observando la escena que se desarrollaba entre Pablo y yo, deslizando su mirada entre los brazos de Pablo, convirtiéndose en un manojo de nervios.

—¿U-un…? ¿U-un...? ¿U-un...?

Me adelanté a meterlo a la habitación, cerrando la puerta, a punto de entrar en una crisis. Trate de dirigirme a Pablo, pero las palabras no salieron de mi boca.

—Es verdad, vos no conocés a mi hija —Pablo acomodó a la bebé en su regazo y se acercó a su amigo para presentarlos—. Café, te presento a Agos, mi hija. Agos, te presento a tu tío Café.

—¿Por qué hay una bebé en nuestra habitación? —el amigo de Pablo intento guardar la compostura—. ¿A qué te referís con que es tu hija, loco?

—Así como lo escuchaste —habló orgulloso—. Yo soy el padre y Lory es la madre.

—No estoy entendiendo nada —puso la bandeja de comida sobre el escritorio de Pablo—. ¿Me están diciendo que ustedes dos...? ¿Ustedes dos...? —hizo la misma seña que Tomás con las manos.

—Por supuesto, ¿De dónde más crees que salió esta preciosidad? —Pablo tomo a su amigo del hombro, mostrándole a nuestra bebé—. Mírala, ¿No tiene mis ojos?

—Como cualquier Argentino promedio —respondí a la defensiva—. Y por supuesto que no hubo nada de lo que estás pensando —aclaré molesta con Pablo—. Se quedará con nosotros de manera temporal, tenemos que buscar a sus verdaderos padres.

—¿Cómo? ¿Se la encontraron tirada por ahí? —asentí—. ¿Es posta lo que me estás diciendo? ¿No me están cargando?

—No te avergüences, Lory —dijo en un tono más divertido Pablo—. Sabíamos que esto iba a suceder tarde o temprano. Vos siendo mi futura esposa y futura madre de mis hijos —sentí la sangre subiendo por mis mejillas, aborreciendo al instante aquella sensación.

—Basta, Pablo —estaba incómoda, odiaba está versión de Pablo. No podía ni mirarlo a los ojos—. No es cierto, encontré a la bebé en una canasta de frutas, afuera de una farmacia y la traje al Colegio...

—¿No dijiste que la encontraste en una tienda de conveniencia? —preguntó Pablo, haciéndome temblar de los nervios.

—Farmacia, tienda de conveniencia, es lo mismo —me golpeé internamente.

—Bueno, no importa. Creo que no los presente cuando hice la reunión en mi casa. Loreto, él es Guido. Guido, ella es Loreto, mi futura esposa —nos presentó.

—¿Ella es tu novia? —preguntó nervioso.

—Si / ¡No! —alcé la voz, silenciando la de Pablo.

—Nuestros padres nos comprometieron —aclaré llevándome una mirada efusiva por parte de Pablo—, pero entre nosotros no a pasa nada —dije mirándolo a los ojos.

Me importaba una mierda si se enojaba, solamente estaba diciendo la verdad. Un silencio incómodo inundó la habitación, haciendo que esté tal Guido hablara para alivianar la tensión.

—Bueno, Loreto y yo ya nos conocíamos, che —lo miré con cara de pocos amigos—. De hecho, fue Manuel el que nos presentó el primer día de clases, antes de subirnos al colectivo e irnos al Vacance Club —no lo recordaba en esa escena—. Nos volvimos a presentar el día que atacaron a Pablo los matones de la villa —me mantuve callada, porque tampoco recordaba eso—. ¿No...? ¿No te acordás...? Bueno, no importa. Es un placer, soy Guido Lassen para servirte —extendió la mano.

—Loreto D'Amico —lo deje con la mano extendida.

—Me han hablado maravillas de vos, aquí mi buen amigo Pablo Bustamante.

—Lo dudo bastante —se notaba a kilómetros que Pablo no hablaba de nada con él.

—Quiero aprovechar este momento y disculparme por lo del tema con Tomás. Vos trataste de avisarme y yo no te hice caso —entonces a este tipo se refería Pablo, cuando me contó que uno de sus amigos intento advertirle sobre Tomás.

—Está bien, vos hiciste lo que tenías que hacer, defendiste a un amigo —no confiaba en él, pero lo que dijo se me hizo un lindo gesto.

—Lo bueno que no es más mi amigo —le metí un codazo en las costillas, pensando hasta donde llegaría todo este odio—. ¿Qué te pasa, nena? Es la verdad.

—No quiero discutir contigo —evité la confrontación.

—Ahora, desde mi punto de vista de la imagen, me parece que estuviste bien en pegarle a Tomás —la conversación decente que se estaba desenvolviendo entre los tres, desapareció en un instante con ese comentario.

—¿Estás diciendo que te parece bien que Pablo fuera y le pegará a su mejor amigo? —me negué a quedarme callada—. ¿Estás enfermo? ¿Te falla algo acá arriba?

—Yo lo veo de esa manera, nena —dijo Guido con una sonrisa socarrona—. Tomás no es ningún santo, traicionó la confianza de Pablo y todo el colegio se enteró. Pegarle fue un mensaje claro. Si alguien se atreve a meterse con Pablo Bustamante, el hijo del intendente, habrá consecuencias.

No estaba segura qué me sorprendía más, escuchar a ese troglodita decir todas esas estupideces o ver qué Pablo no hacía nada y hasta asentía lentamente con la cabeza.

—¿Quién te crees para hablar del Intendente de la Ciudad? No conoces un carajo sobre él —dije furiosa—. ¿En serio crees que usando la violencia va a limpiar su imagen? —fruncí el ceño—. Eso solo lo va a hundir, nene.

—Es cuestión de respeto —Guido se cruzó de brazos, como si estuviera desafiándome—. Vos porque lo ves desde el otro lado, las minas siempre quieren hablar, arreglar las cosas con palabras —soltó Guido, con una sonrisa arrogante—. Pero para nosotros no es igual, los hombres, no nos andamos con rodeos. Si un pibe viene y te apuñala por la espalda, vas y lo reventás a trompadas. La gente respeta a los que saben defenderse. Así es como funciona el respeto en nuestro mundo.

—¿En qué siglo estamos? ¿Dónde dejaron su garrote de cavernícola? —di un paso al frente, dándome cuenta de lo alto que era este tipo—. Qué mentalidad tan primitiva, ¿Te crees más hombrecito por resolver todo a los trancazos? —todos los hombres eran iguales—. De nada te sirven los músculos si no tienes nada aquí arriba.

—No es cuestión de músculos, nena —Guido se encogió de hombros, como si lo que acababa de decir no le importara en lo más mínimo—. Es cuestión de orgullo. Si te pisan, te levantás y devolvés el golpe. Eso es lo que te gana el respeto de los demás, no andar hablando como si estuvieras en una terapia de grupo.

—¿Respeto? No sabía que ahora le decían así al miedo —era un cínico—. La gente no te respeta, te teme —le respondí con calma. No dejaría que este tipo influyera en lo que Pablo pensaba hacer.

—No lo estás entendiendo, Loreto —intervino Pablo, con un tono más firme del que había usado hasta ahora—. Guido tiene razón. No se trata solo de mí, se trata de defender el apellido Bustamante. No puedo quedarme de brazos cruzados y no hacer nada. No puedo quedar como un tipo débil enfrente de todos.

—Pablo… —murmuré, decepcionada—. Este no eres tú. No lo escuches a él, ni a tu papá. Eres mucho mejor que esto...

—Tal vez —replicó Pablo, con un tono más frío—. Pero ahora no puedo ser el Pablo que vos querés que sea. No en este lugar. Si no defendés tu apellido, nadie más lo va a hacer por vos.

—¿Otra vez con el apellido? —solté, frustrada—. No te defines por tu apellido, Pablo, te defines por lo que haces. Y lo que estás haciendo ahora es comportarte como un nene de cinco años.

Guido soltó una carcajada burlona.

—¿Lo ves? Eso es lo que pasa cuando te rodeás de gente que no entiende cómo funciona la vida real —lo fulmine con la mirada—. Dejá de pensar que sos el centro de atención, Loreto, y acepta de una vez la burbuja de privilegios en la que vivís.

No estaba de acuerdo con nada de lo que había salido de la boca de aquel tipo, hasta que menciono lo del privilegio, sintiendo como si me hubiera dado una bofetada con guante blanco.

Miré a Pablo, esperando una reacción. Quería que me demostrara que todavía quedaba algo del chico del que estaba enamorada. Pero en lugar de eso, solo se limitó a encogerse de hombros.

—¿Quieres saber lo único que le estás provocando a Pablo con todo esto? —Guido continúo hablando, haciendo que rodeará los ojos—. Estás provocando que todo el mundo siga hablando mal de él a sus espaldas, diciendo cosas como: “Ese pibe es una porquería. Tiene problemas y no lo afronta. Lo bien que le hizo Vico en meterle los cuernos...”

—Por favor, no me digas que vas a escuchar las palabras de este desubicado, Pablo —era increíble la diarrea verbal que manejaba aquel tipo.

—No, no soy ningún desubicado. Si le estoy diciendo todas estas cosas es porque soy su amigo —odie con toda mi alma esa palabra—. Estoy cuidado su imagen, para que no se le olvide que es Pablo Bustamante, el hijo del Intendente...

—No lo escuches, Pablo —lo estaba perdiendo, Guido le había lavado el cerebro—. Él no sabe una mierda de quién es tu padre...

—Es verdad, no conozco nada de tu padre, además de ser una figura pública respetada —me interrumpió—. Pero por lo mismo yo jamás escuché que dijeran de tu viejo: “Imbécil. Tarado. Porquería...”.

—Cuidado con lo que decís —Pablo se acercó a Guido violentamente, asustando a Agos quién aún descansaba en sus brazos.

—No, yo no lo estoy diciendo, no te confundas. Lo dice todo el colegio —una parte dentro de mí quería tomarlo de los hombros y aferrarme a su cuerpo para que no cediera ante las provocaciones de su amigo, pero ni siquiera podía mirarlo sin sentir asco—. Así que, hermano, salí, da la cara y demostrá que seguís siendo el mismo de siempre —me sentía una pésima mamá, dejando que Agos llorara en brazos de Pablo, pero tenía la esperanza de que ella pudiera hacer que recapacitara—. ¿Por qué no salís con Loreto delante de todo el colegio?

—Antes prefiero tirarme un frasco de miel encima y dejar que las hormigas me coman viva —hablé con rechazo, si antes llegué a cuestionarme sobre tener una relación con Pablo, ahora más que nunca me negaba a tenerla.

—Ignórala —Guido tomo a Pablo de los brazos, dándome la espalda—. Déjate de joder, Pablo. Da la cara, conseguí una minita, mirá bien a todos esos giles que hablan mal de vos y demostrá de verdad quien carajos es Pablo Bustamante.

Este momento me lo había buscado yo misma con todas las fuerzas. Nunca debí haber entrado a la habitación de los chicos. El olor a testosterona comenzaba a hacer efecto en mí.

Pablo miró a su amigo con una determinación renovada, como si todo lo que había sucedido hasta ese momento fuera solo un paso necesario hacia lo que sentía que debía de hacer. Sin decir una palabra más, con la mirada fija, se acercó a mí, para entregarme a Agos en mis manos.

—Cuida a Agos, Lory —dijo en voz baja, pero clara. Nuestros ojos se encontraron y, aunque la tristeza nublaba los míos, en los suyos no había rastro de desprecio, solo una profunda confusión. Como si estuviera luchando con algo mucho más grande que él mismo.

—Pablo, por favor —mi voz tembló, y mi corazón se detuvo en un suspiro. Agos en mis brazos parecía entender la angustia, sus ojos se cerraron en un pequeño sollozo—. No hagas esto. No te vayas. Este no eres tú. Tú eres mucho mejor que esto...

Pablo levantó la mirada, y por un segundo, creí que todo estaría bien. Que él regresaría y me diría que todo esto era un error. Pero no lo hizo.

—N-no tienes que demostrarle nada a nadie —mi voz tembló, me negaba a ceder que Pablo se convirtiera en otra versión de su padre—. Puedes ser tu mismo con Agos y todos los que te queremos. Por favor, no te hagas esto a ti mismo...

Pero en sus ojos vi una firmeza que no podía frenar, una ambición que lo había corrompido. Y antes de que pudiera decir algo más, se giró, y Guido, con su arrogante sonrisa, ya estaba esperándolo en la puerta.

—Vamos, Pablo —dijo Guido con tono burlón, como si nada más importara—. Deja de escucharla. Basta de pensar que el mundo se resuelve con buenas intenciones. Es hora de que seas lo que te corresponde ser.

Mi alma se rompió al ver como Pablo le daba la razón a Guido, no podía creer que realmente pensara de esa manera, que lo hubieran convencido de lo que tenía que ser y no quién quería ser. Intenté dar un paso hacia él, pero Guido, con su actitud de perro guardián, se interpuso.

—No te vayas, Pablo. Quédate aquí con nosotras —tenía miedo de lo que pudiera llegar a hacer si lo dejaba salir de aquí—. No lo hagas, por favor...

Pablo, decidido, dio un paso hacia la puerta, saliendo de la habitación. Ya no quedaba rastro de la confusión que había mostrado antes, solo la fría determinación que Guido había sembrado en él. Un nudo se formó en mi garganta, y sentí cómo se apoderaba de mí la impotencia.

Guido, como si todo esto fuera solo un juego, me miró por encima del hombro antes de girarse para seguir a Pablo.

—Dejá de hacerte la mustia, nena —dijo, riendo con arrogancia—. Y mejor hacé lo que mejor saben hacer las mujeres como vos, cuidar a los hijos y cerrar la boca.

Sus palabras me terminaron de matar, sentía tanta impotencia, tan humillada, muy poca cosa y desvalorizada. Quería culpar de todo a Guido, pero al final Pablo era quien tomaba las decisiones. Se dejó llevar por las razones equivocadas y ahora las enfrentaría de la manera que su padre esperaba.

—¿Qué hago? Dios, por favor ayudame —tenía cargada a Agos, me movía de un lado a otro pensando en qué debía hacer—. Me quiero matar, ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué hago? —no encontraba la respuesta.

Mi preocupación solamente alteró a Agos, quién al igual que yo, estaba intranquila. La arrullé en mis brazos, esperando que se durmiera, para saber qué hacer. Entonces un enojo me invadió. No podía ser que por la culpa de Pablo y el imbécil de su amigo estuviera alterando la paz de la bebé, tratando de pensar en una solución para su conflicto.

—¿Por qué estoy dejando que la reacción de un hombre me afecte de esta manera? ¿Cómo por qué debería importarme el bienestar de un hombre? —era increíble, me estaba ahogando en un vaso de agua, pensando en el bienestar de un hombre—. ¿Qué me importa qué le pasé? Qué se mate si eso es lo que él quiere —tenía el corazón latiendo a mil por segundo—. Qué se agarre a golpes a cuántas personas quiere, ¿Por qué tendría que importarme? —sentí mis ojos aguadarse—. ¿Quién es ese tal Pablo Bustamante para mí?

Las palabras del profesor Mancilla se adueñaron de mi mente. Me metí en todo este asunto porque me importaba. Ayude a Vico a vengarse de Pablo porque quería que viera la realidad. Después me di cuenta de que esa no era la manera e intenté detener a Tomás para que no cometiera la estupidez más grande de su vida. Y ahora estaba tratando de hacer que volvieran a ser los mejores amigos que siempre fueron, simple y sencillamente porque me importaba.

Me importaba tanto Pablo, que todas sus amenazas, sus chantajes, su insensibilidad, sus faltas de respeto, sus problemas de ira, su temperamento explosivo, sus malos tratos, sus celos enfermizos y su constante manipulación me daban igual, porque yo lo amaba.

Lo amaba como una imbécil, una que en este momento se podría sacar el corazón y dárselo en bandeja de plata para hacer lo que quisiera con él. Podía dejarme con todo el amor en las manos y guardaría todo ese amor hasta que decidiera volver, porque lo amaba. Y aunque deseaba ya no hacerlo, no sabía cómo dejar de amarlo.

—Pablo Bustamante es el hombre que yo amo —Agos dio pequeños brincos en mi regazo sonriendo—. No puedo dejar que su padre lo corrompa —prefería perder mi dignidad, que perderlo para siempre—. No dejaré que se convierta en lo que su padre quiere. Te lo juro por lo más sagrado que es mi madre, Agos.

Tenía que actuar rápido, encontrarlo y hablar con él. Tomé la mochila con la que transporte a Agos, metiéndola adentro con cuidado. Abrí la puerta, asegurándome de que no hubiera ningún varón en el pasillo, visualizando la habitación de Manuel a un lado de la de Pablo.

Corrí girando la perilla y entrenado al cuarto en tiempo récord. Encontrando a Marcos sentado solo sobre su cama.

—Marcos, ¿En dónde está Manuel? —pregunté rápidamente.

—N-no sé, y-yo acabo de llegar —cerré los ojos con desesperación.

—Dios. ¿En dónde está? Lo necesito ahora —tenía muchas ganas de llorar, hasta que abrieron la puerta.

—¿Qué haces aquí, Loreto? —una sonrisa se dibujó en mi rostro al ver a Manuel—. ¿Está todo bien? ¿Qué pasó?

—No puedo explicarte ahora —me acerqué a su cuerpo, depositando la mochila con la bebé en sus brazos—. Necesito que cuides a Agos.

—¿Qué estás diciendo? Pero aquí está Marcos...

—Confío en Marcos —lo volteé a ver, corriendo a su lado—. Somos amigos, ¿Verdad, Marcos?

—P-por s-supuesto que sí, Loreto.

—Entonces tienes que ayudarme, si somos amigos —asintió frenéticamente con la cabeza, acomodándose los lentes—. Manuel te va a presentar a una personita que es muy importante para mí, pero antes tienes que prometerme que no le vas a decir a nadie, ¿Me escuchaste, Marcos?

—S-si. T-te lo p-prometo, Loreto.

—Gracias, Marcos —regresé con Manuel—. Tienes que cuidarla, tengo algo importante que hacer.

—¿Se trata de Pablo? —le había permitido conocerme tan bien.

—Te cuento después, tengo que irme. Por favor, cuida de Agos con tu vida. No dejes que por nada del mundo el colegio se entere de su existencia.

Manuel entendió esa parte, pero siguió preguntando qué había sucedido, haciendo que terminara ignorándolo y corriendo fuera de la habitación. Ni siquiera alcance a despedirme. Cuando salí choque con el cuerpo de Nicolás.

—¡Nicolás! —grité sin poder modular el sonido de mi voz—. ¡Estás bien! ¡Me alegra mucho! —no pensaba con claridad en ese momento, haciéndoseme fácil rodearlo con mis brazos, en un corto abrazo—. Ahora no puedo hablar, pero cuando vuelva tienes que contarme todo —no lo deje reaccionar, separándome de golpe de su cuerpo—. Nos vemos, que estés muy bien.

Seguí mi camino con un solo objetivo en mente. Encontrar a Pablo y cumplir las palabras que le había dicho en el parque, sobre aferrarme tanto a él en esta vida y nunca dejarlo solo.

Lo encontré jugando al billar con Tomás, alrededor de un montón de chicos quienes murmuraban entre ellos, dándome cuenta de que no se trataba de ningún partido de reconciliación, más bien, era un juego para demostrar quién era mejor que el otro.

No tuve que esperar a que la partida terminará, ya que a los pocos segundos, Pablo se coronó como el ganador, extendiendo la mano hacia Tomás, quien acabo sacando dinero de su bolsillo y dejándolo sobre la palma de su mano.

—Pablo, ¿Podemos hablar? —llamé su atención, como la de todos en la mesa de billar.

—Lory, ¿Qué haces aquí? —habló con emoción, dejando el palo de billar sobre la mesa y dirigiéndose a mí.

—¿Podemos hablar? —miré a nuestro entorno, viendo que teníamos todas las miradas puestas sobre los dos—. En privado —aclaré odiando ser el centro de atención de todos, pero a Pablo eso pareció engrandecerlo.

—No nos digas que ahora estas de novio con la mismísima Loreto D'Amico, Pablo —me pareció irreal escuchar mi nombre salir de los labios de aquel hombre, como si nos conociéramos desde hace tiempo, cuando está era la primera vez que lo veía.

No tenía forma de saberlo, pero lo que estaba a punto de suceder a continuación me iba a cambiar hasta mi manera de ver la vida y vivirla al mismo tiempo.

—Como debió haber sido desde el principio —contestó tomándome bruscamente de las mejillas, obligándome a mirarlo a los ojos.

—Pablo, ¿Qué estás haciendo...?

Me interrumpió.

Y no de la manera que esperaba.

Junto nuestras bocas violentamente, robándome descaradamente un beso, ya que el primero yo sé lo había aceptado. Tenía sus labios sobre los míos, devorando literalmente mi boca, moviendo sus labios con desesperación, como si estuviera más impaciente por demostrar que era suya, en vez de disfrutar que realmente lo fuera. El beso era torpe, cargado de deseo y frustración, como si temiera que en cualquier momento pudiera escapar.

Su agarre firme sobre mis mejillas me impedía apartarme, pero lo que realmente me paralizaba era la intensidad de su beso. No había dulzura ni delicadeza, solo un deseo desenfrenado por dejar claro que, en ese momento, yo era suya, aunque fuera solo en apariencia. Era un beso cargado de emociones reprimidas, pero lejos de ser romántico, era una mezcla entre el orgullo, el deseo y algo más oscuro.

Un escalofrío recorrió mi espalda, mezclando el enojo con algo más que no quería reconocer en ese momento. Me temblaban las manos, y no sabía si era de impotencia o del caos que había desatado dentro de mí. Intenté apartarlo poniendo mis manos sobre su pecho, pero mantuvo su agarre sobre mis mejillas hasta que, finalmente, decidió separarse apenas unos milímetros, lo justo para mirarme a los ojos, todavía sujetándome con firmeza.

La idea de exponerlo frente a todos, gritándole, golpeándolo y obligándolo a retractarse de sus palabras cruzó por mi cabeza. Quería que sintiera lo mismo que yo estaba sintiendo en este momento. Mi cuerpo temblaba de rabia, y el deseo de hacerle pagar por lo que acababa de hacerme era casi abrumador.

Me detuve, apenas un paso alejada de su rostro, intentando no ceder al impulso. Y mientras él me miraba, con esa arrogancia casi provocadora, una ruleta imaginaria comenzó a girar, decidiendo entre darle la satisfacción de ver cómo me rompía, o luchar exponiéndolo delante de todo el mundo.

—¿Satisfecho? —pregunté entre dientes, tratando de mantener la compostura mientras sentía todas las miradas clavadas en nosotros.

Unas enormes ganas de llorar me invadieron. Realmente me había dolido tener que llegar a este momento. Terminar eligiéndolo sobre mí sentir, porque simple y sencillamente no se encontraba bien.

—¿Puedo verte en un rato? Invite a los chicos a tomar al bar —preguntó con tanta naturalidad, como si no acabará de pasar nada hace un momento. Se me escapó una sonrisa amarga, apartando la mirada de la suya, intentando no dejar que el enojo y la tristeza se apoderaran de mí.

No podía creer hasta donde era capaz de llegar su egocentrismo.

—Claro, Pablo. Diviértete —hablé con frialdad, esforzándome para sonar lo bastante despreocupada, para hacerlo creer que lo que había pasado no me hubiera afectado en absoluto.

No iba a darle el placer de verme vulnerable enfrente de sus amigos, tampoco dejaría que sus palabras y su indiferencia me rompieran. Entonces, respiré hondo, obligándome a mantener la calma, aunque por dentro aquellas tres simples palabras me hubieran quemado la garganta, solamente de pronunciarlas.

Él solo asintió, con esa sonrisa arrogante que tanto detestaba, antes de regresar con los demás chicos, indicándoles el camino a la cafetería. Mientras yo me quedaba allí, sintiendo cómo la tensión y la frustración se acumulaban en mi pecho, luchando por no derrumbarme frente a todos.

Me quedé inmóvil al lado de la mesa de billar, con la mirada baja, esperando a que la multitud de chicos pasara por mi lado. Al cabo de unos instantes, un par de zapatos apareció en mi línea de visión.

—¿Estás bien, nena? —reconocí al instante la voz de Tomás.

—¿Por qué no lo estaría? —le pregunté tratando de sonar despreocupada.

—Bueno, me pareció que vos no querías que nada de esto sucediera —me había equivocado con Tomás todo este tiempo, resultaba que si era un ser pensante después de todo.

—No, no quería que sucediera de esa manera —dije, llevándome las manos a la boca—. ¿Por qué hizo eso? —busqué una respuesta—. Pensé que lo conocía, ¿P-por qué? ¿Por qué l-lo hizo? —balbuceé, tocándome los labios, empezando a ver todo borroso—. No lo entiendo, Tomás. ¿Por qué hizo eso Pablo?

Tomás bajó la mirada, visiblemente incómodo ante mis preguntas.

—No lo sé, Loreto —admitió en voz baja, sincero como nunca habíamos sido el uno con el otro—. No entiendo por qué lo hizo.

—Yo… yo pensé que realmente le importaba —hablé entre sollozos y risas nerviosas, sintiendo cómo la frustración y el dolor me oprimían el pecho—. ¿Por qué? ¿Por qué hizo eso? No lo entiendo, Tomás. Yo creí en él. Yo confié en él. Yo...

Mi respiración se entrecortó, y sin poder detenerlas, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Me llevé las manos a la cara, tratando de contener el llanto, pero fue inútil.

Tomás me miró, brindándome su compasión, que antes me había mostrado cuando Pablo le pedía ayuda para hacerme cosas malas, como aquella vez que primero se disculpó antes de encerrarme en mi habitación para que no fuera a la fiesta en el Vacance Club. Me tomó del brazo con suavidad, guiándome hacia un rincón más apartado, lejos de las miradas curiosas que sentía sobre mí.

—Lo siento —murmuró, con la voz baja y suave—. No sé por qué Pablo hizo eso, Loreto.

No hubo necesidad de palabras en ese momento, solo un silencio que se sentía pesado pero necesario. Tomás, el mismo que en el pasado había sido cómplice de tantos planes crueles de Pablo, ahora me estaba acompañando con una delicadeza que nunca hubiera esperado.

—¿Por qué me beso? ¿Por qué lo hizo? —simplemente no me entraba en la cabeza, que para él, este había sido nuestro primer beso, y para mí, era el de la piscina—. No lo entiendo, Tomás. Mi mente no lo procesa y mi corazón no lo termina de entender...

Mi llanto se intensificó, las emociones contenidas explotando sin control. Tomás negó con la cabeza y, sin dudar, me atrajo hacia él, envolviéndome en un abrazo cálido y protector.

—Lo siento tanto, Loreto —arrastro sus palabras suavemente, pero cargadas de sinceridad—. Escúchame. No sé por qué lo hizo, pero lo que si sé es que Pablo no es bueno manejando lo que siente. Siempre ha sido así de impulsivo y arrogante… y vos… —hizo una pausa, bajando la voz—. Vos siempre has sido lo único que lo hace sentir vulnerable, y no sabe cómo lidiar con eso.

Me aferré a su abrazo, sintiendo cómo las lágrimas continuaban cayendo sin control. Me sentía perdida, destrozada, como si todo hubiera dejado de tener sentido. Intenté calmarme, mientras él me sostenía con una fuerza y unas ganas que me ofrecía una red de seguridad en medio de todo este caos emocional.

—¿Qué quieres decir, Tomás? —pregunté confundida, mientras las lágrimas seguían acumulándose en mis ojos—. ¿Qué significa eso?

—Conozco a Pablo y sé que no es así. No sabe cómo manejar lo que es importante para él, entonces lo convierte en un juego. Pero vos no sos un juego, Loreto —dijo con más firmeza de la que imaginaba—. No lo fuiste desde que te conoció, y tampoco lo sos ahora.

Me quedé en silencio, asimilando lo que trataba de decirme. Me daba vueltas la cabeza de solo tratar de encajar las piezas de un rompecabezas que nada más no lograba armar. Las cosas que vivimos, todo lo que significábamos el uno para el otro, solo se estaba haciendo más insostenible.

—Lo odio, lo odio, lo odio —comencé a alzar la voz—. De verdad que no sabes como aborrezco todo esto, como detesto sentir todo esto, cuánto desprecio, repudio y rechazó llevo por dentro... —luchaba por encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que sentía, separándome del cuerpo de Tomás—. Me enferma no poder odiarlo...

Tenía náuseas, todo este asunto me revolvió el estómago vacío. Me sentía desorientada, sin saber cómo reaccionar. Una mezcla de emociones me consumía: ¿Debía fingir demencia, buscar venganza, romper cualquier lazo existente, exponerlo públicamente?

—Soy una tonta —me reí en voz alta, limpiándome las lágrimas—. Todavía me estoy conteniendo de no vengarme de la peor manera posible, solo porque sé que el niño no está bien —un dolor invadió mi estómago—. Soy una tarada.

—No lo sos —Tomás me intento tomar de los hombros, pero lo aparté bruscamente.

—Necesito pensar —hablé abrazándome a mi misma—. Muchas gracias, Tomás —no quería que nadie me tocara—. Nunca voy a olvidar lo que hiciste por mi hoy.

Me dirigí al cuarto de los chicos, encontrándome con una tierna escena entre Manuel, Nicolás y Marco jugando a las escondidas con la bebé. Escondí mi rechazó por el sexo masculino, pidiéndole ayuda a Manuel para llevar a Agos a mi habitación.

Primero me aseguré de que Pilar no estuviera en el cuarto, metiendo a Manuel con cuidado de no ser descubiertos, pasando rápidamente por las cosas de Agos al cuarto de Marizza, Luján y Luna.

—No sé, pero tengo la impresión de que te vas a escapar del colegio...

—Tengo que buscar a sus padres, casi se cumple una semana desde que está con nosotros, medio salón está al tanto de su existencia y cada vez está más cerca de ser descubierta por el Director Dunoff —dije, metiendo todo a su pañalera.

—Esto no tiene nada que ver con Pablo, ¿Verdad? —tiré uno de los biberones con fuerza al suelo.

—No vuelvas a mencionar su nombre —pedí calmando mis impulsos violentos.

—¿Por qué? ¿Te hizo algo ese cabrón? —preguntó levantándose de la cama, caminando hasta mí con la bebé—. Dímelo y en este momento voy y lo golpeó...

—Por favor no te me acerques —alcé la voz, extendiendo la mano para marcar el límite de nuestra distancia.

—¿Qué pasó, Loreto? —negué con la cabeza, intentando no llorar—. ¿Qué te hicieron?

—Nada, por favor perdóname. Hoy no es uno de esos días que pueda soportar la presencia masculina —mentí tratando de tranquilizarme—. No puedo hacer esto ahora Manuel. Tengo que irme.

—¿Quién más sabe que te vas a ir? —agradecí que Manuel entendiera y se mantuviera al margen, mientras me acomodaba la pañalera en el hombro, caminando a mi armario para sacar la mantita con la que Agos había llegado.

—Solo tú —apunté a la cama, para que dejara a Agos—. Nadie más se puede enterar.

—¿Qué dice el padre de todo esto? —rodeé los ojos, envolviendo a Agos con la mantita.

—Se puede ir a la mierda si quiere —contesté, dirigiéndome a la puerta, siendo bloqueada por Manuel—. Si eres mi amigo, vas a dejar irme.

Nos miramos, haciendo un concurso de miradas. Seguramente no me miraba bien, tenía lágrimas secas, los ojos rojos y las mejillas hinchadas, pero no podía saberlo con certeza porque mi desesperación por salir corriendo de este lugar era más grande que ponerle atención a mi apariencia.

Manuel terminó apartando la mirada, abriendo la puerta, para asegurarse ahora él de que no hubiera nadie en el pasillo. Se alejó de la puerta, dejándome salir a mi primero.

—No tienes nada de que preocuparte, Agos —hablé en voz baja—. Vamos a buscar a tus papis. No dejaré que nadie te lleve sin antes demostrarme con fotos y papeles que son tus padres —besé su cabeza—. Estoy segura de que los extrañas, ¿No es así? —Agos se encontraba seria—. Tranquila, mientras tu mami no esté, yo seré tu mami postiza. Eso nadie lo va a poder cambiar.

Camine por los pasillos sigilosamente, llegando rápidamente a las escaleras de recepción, comenzando a bajarlas hasta que vi a Marizza y Pablo discutiendo. Ni siquiera iba a meterme hasta que escuché el característico grito de Gloria.

Lo siguiente que sucedió sigue siendo confuso para mí.

Marizza tomó a Pablo de la nuca, atrayéndolo a su cuerpo, estampando sus labios con los de él. Besándose. No debieron pasar más de dos segundos antes de que se separarán a darle una explicación a Gloria, pero dentro de mi cabeza la escena no dejo de reproducirse, acabando con la poca cordura que tenía en este momento.

Nunca olvidaría sus caras en ese íntimo encuentro. Marizza ni siquiera estaba avergonzada, más bien nerviosa, como si estuviera ocultando algo, mientras que Pablo se quedó completamente paralizado, moviendo su boca tratando de pronunciar alguna palabra, pero Gloria fue más rápida, poniéndose enfrente de los dos.

Me le quedé mirando a Pablo sin ninguna expresión facial, totalmente seria y neutra con lo que acababa de ocurrir. Ambos eran un manojo de nervios y yo solamente me di la media vuelta, volviendo a mi habitación.

—Tal vez será mañana, Agos.

No pude dormir esa noche.

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