Imposible
No hay duda: el viejo está acabado. ¿Cómo si no podría habérsele escapado algo así de los labios?
Das Boot, de Lothar-Günther Buchheim.
En el Módulo de Recicladores, César no sabía qué decir.
—¿Que soy qué?
—Pasas a ser el responsable del hábitat de la Stella Maris —le dije.
—Pero si no tengo ni idea de cómo van esos cacharros extraños...
—¿Y qué? Yo soy la nueva jefa de máquinas de la nave y tampoco entiendo cómo funciona el motor. Montero se queda al gobierno de la nave. Después de todo, ya vive en el puente.
—¡Esto es de locos!
—Pues ya estás empezando a averiguar cómo funcionan los dispositivos.
—¿Y si rompo algo?
—Actúa con prudencia, fíjate bien en las cosas.
—¿Y qué hago?
—Mira, la máquina del reciclador de aire tiene tres pilotos encendidos en rojo. Son indicadores de que algo va mal. Pregúntale a Gerardo.
Buenas tardes, navegante Vargas, siempre es un placer procesarla. Buenas tardes, minero Mas, esteee, no puedo decir lo mismo. ¿En qué puedo ayudarles?
—Gerardo, ejecuta diagnósticos —dije—. Informe de daños de la Stella Maris.
Ahorita mismo. Hum, no es fácil.
El reciclador de aire no funciona bien. Está dañado. Como consecuencia, el nivel de dióxido de carbono es superior al 0,8% y va aumentando. Hay algún fallo de presurización y el aire escapa en algún sitio de la nave. La fuga es pequeña: aun así, si no la reparamos a tiempo, nos quedaremos sin aire en tres semanas.
Los cultivos hidropónicos están perdidos, habría que volver a sembrar las semillas, sin embargo, aún quedan víveres de la última cosecha y durarán casi un mes.
El aparato motor está parcialmente dañado y no parece posible repararlo con los medios disponibles. Funciona a medias, pero no sabemos cuánto aguantará. Puede fallar en cualquier momento.
En general, lo que más me preocupa de la situación de la nave es lo que desconozco. En el exterior puede haber serios fallos estructurales a consecuencia del impacto de la carronada, pero con los drones inhabilitados no puedo realizar una evaluación más precisa.
—Pues nada, César, ya tienes trabajo por hacer.
Luego me dirigí al puente para ver cómo estaba el pobre José Montero. Me preocupaba. Dormía poco y dormía mal, solo un par de horas al día; él también parecía desbordado por la situación. Yo había perdido la cuenta de los días que el hombre llevaba sin visitar su cabina, siempre estaba al gobierno de la nave intentando hacer razonar al infame capitán Bligh.
—Buenas tardes, contramaestre Montero —dije al llegar—. César ya está con los recicladores, tal como ordenó. Yo me pondré con los motores. No tenemos ni idea, pero si Gerardo nos ayuda, algo se podrá hacer.
No me respondió. Me quedé muy sorprendida al verle. Estaba demacrado. Su rostro parecía desencajado, con los ojos enrojecidos, con la vista perdida en ninguna parte; no dejaba de derramar lágrimas. Montero lloraba como un niño desconsolado.
—¿Está usted bien, contramaestre?
—Acabo de hablar con él —decía con desesperación, mientras miraba de reojo con desdén en dirección a proa, al santuario.
—Me habla usted de Bligh.
—Lo he intentado, Rebeca. El Espacio sabe que lo he intentado. He razonado con él. Le he explicado que esto es una locura, pero insiste vehementemente en marchar hacia el planeta nueve. Su tozudez nos matará a todos.
—Quizá sea cuestión de conmoverle. Si no atiende a razones, quizá atienda a emociones.
—Le he suplicado llorando. Le he implorado por mis hijos que abandone esta expedición absurda, pero no me hace caso. La nave no aguantará mucho más.
—Ha hecho usted todo lo posible, contramaestre.
Montero no podía más. Necesitaba un descanso, lo necesitaba de veras:
—Me maldigo por no tener un carácter más fuerte, por no imponerme sobre esa bestia europana. Me maldigo por ser dócil y flexible, por respetar la cadena de mando, por ser obediente y respetuoso con las leyes, por acatar la normativa del Espacio...
—No puede usted maldecirse por no amotinarse, Montero. El motín es un grave delito. Usted ya me lo recordó. Usted está haciendo lo correcto, contramaestre.
—A veces, el motín es un mal necesario, Rebeca.
—¿Es tan grave la situación?
—Te juro por mi familia que no podría sentir más tristeza. Lo único que me impide suicidarme ahora mismo es que sería como abandonar la Stella Maris, mi nave, y dejarles a ustedes solos. Yo no les abandonaré nunca, camaradas.
—¿Entonces aún tenemos esperanza?
Montero entrecerró los ojos. Lo tenía todo calculado.
—Si cambiamos el rumbo ahora, el reactor puede dar la mitad de su potencia nominal, quiero decir, si no estalla definitivamente. Así, aunque sea de forma parcial, hay posibilidades. Frenaríamos, para luego tomar un rumbo prudente a Nuevo Brasil. Puedo hacer algunos arreglos... Economizando propelente, racionando la energía, si no la derrochamos en temas superfluos, quizás, podríamos conseguirlo. Si hay buena suerte, tenemos esperanza. Hay poco propelente, pero es suficiente. La verdad es que tardaríamos tiempo en alcanzar un puerto seguro, pero hay víveres y oxígeno, al menos por ahora...
No pude sentir más gratitud por ese veterano nauta. Me acerqué a él y puse mi mano encima de su hombro:
—Gracias, contramaestre, gracias de verdad.
Pero Montero desvió la mirada y se quedó mirando el suelo.
—Y, para ello, solo necesito que él me dé la orden de poner rumbo a Nuevo Brasil, pero no quiere, el muy testarudo. Bligh no quiere.
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