César
Los hombres decidieron soportar sus sufrimientos con estoicismo, ya que estaba claro que no podían esperar que nadie moviera un dedo por ellos. Desde aquel momento, no se volvió a oír ni un comentario ni una queja.
El motín de la Bounty, de Charles Nordhoff y James Norman Hall.
En uno de aquellos diálogos con César en el área de descanso del Anillo Centrífugo para tomarnos unos neurocafés calientes, aproveché para hablar con él sobre mi pequeña disputa con el maldito capitán Bligh:
—Entonces, en nuestro viaje cruzaremos el cinturón de Kuiper, ¿no? —me dijo mientras sostenía una taza de neurocafé—. Ese cinturón es más o menos igual que nuestro querido cinturón de asteroides, ¿verdad?
—Es parecido, pero no igual. El cinturón de Kuiper se encuentra más allá de la órbita de Neptuno. Es mucho más extenso y contiene muchos más cuerpos que nuestro querido cinturón de asteroides. Pero sus asteroides no tienen una superficie de silicatos, metal o carbono; por el contrario, contienen hielos de nitrógeno, metano, amoniaco y agua.
—Quieres decir que un minero espacial en el cinturón de Kuiper solo encontraría hielos en su superficie. Allí no se puede hacer buena minería de hierro.
—No encontrarías piedra en la superficie, ni metal. Las montañas suelen ser de hielo de agua.
—Qué desperdicio de cinturón, oye, dicho sea sin ánimo de fastidiar.
—En un lejano pasado, cuando el sistema solar se estaba formando y era un sitio salvaje y violento, Neptuno se adentró en el cinturón de Kuiper, dispersando muchos de sus asteroides. Muchos fueron expulsados fuera del sistema, hacia el espacio interestelar; otros asteroides consiguieron aguantar, pero quedaron en órbitas excéntricas y con grandes inclinaciones, creando una zona del cinturón de Kuiper llamada el Disco Disperso. Eris fue uno de ellos, un planeta enano con una órbita inclinada y muy excéntrica.
—Vaya con Neptuno.
—Luego están los asteroides que, al no quedar demasiado cerca, no quedaron muy afectados por las travesuras de Neptuno. Esa parte del cinturón de Kuiper es lo que se denomina Cinturón Clásico.
—Estos tuvieron una vida más tranquila.
—Eso es. Si el cinturón de asteroides debe su estructura a la influencia gravitatoria de Júpiter, el de Kuiper se la debe a Neptuno. Algunos asteroides estaban lo suficientemente lejos para no verse muy alterados (Cinturón Clásico), otros en cambio fueron dispersados (Disco Disperso). Y hubo otros que sobrevivieron en órbitas resonantes.
—Reso...¿qué?
—Resonantes. Un ejemplo son la familia de los Plutinos, cuyo representante principal es el planeta enano Plutón. Están en resonancia 2:3. Quiere esto decir que por cada tres órbitas que hace Neptuno, ellos hacen dos. Así, aunque estén cerca de Neptuno, trazan trayectorias de alguna manera sincronizadas con él y, por tanto, son órbitas estables y no se dispersan.
—Es más grande que nuestro cinturón de asteroides.
—Sí, mucho más, abarca desde los Plutinos a unas 40 UA (resonancia 2:3) hasta los Twotinos, a casi 50 UA (resonancia 1:2), incluyendo los Cubewanos, que están entre medias. Más allá de estas 50 UA apenas hay cuerpos, y el cinturón termina de manera abrupta. Te lo recuerdo, una UA es la distancia entre la Tierra y el Sol.
César empezaba a perderse.
—¡Qué lío! Entonces, ¿en qué parte del cinturón de Kuiper está el planeta nueve?
—No, no. ¡Qué va! Está aún más lejos. Mucho más lejos. A 600 UA.
—¿Cuánto?
César dejó caer su taza sobre la mesa en torno a la que estábamos sentados, derramando un poco de su neurocafé caliente.
—Más allá, mucho más allá del cinturón de Kuiper, se han descubierto algunos cuerpos celestes. Son raros de encontrar, no abundan, pero todos tienen propiedades curiosas. Antes de conocer el planeta nueve, el más importante era el planeta enano Sedna.
—¿Y qué le pasa a Sedna?
—Estos asteroides tan alejados del cinturón de Kuiper suelen tener órbitas excéntricas y de gran inclinación que solo pueden explicarse de una manera...
César comenzó a rascarse la cabeza. Rebeca le contaba cosas muy sorprendentes.
—¿Cómo?
—Por la presencia de otro gran planeta más lejano que Neptuno que los está perturbando gravitatoriamente. Fue así como, hace muchos años, en el Periodo Arcaico del siglo XXI, se comenzó a sospechar que había un gran planeta mucho más allá del cinturón de Kuiper.
—¿Y está a 600 UA?
—Su órbita es excéntrica y varía entre 600 y 800 UA. Tenemos suerte de que ahora esté en su perihelio, en el momento de la órbita en el que más se acerca a nosotros, a «solo» 600 UA.
—¡Centellas! Pero eso es quince veces más lejos que Plutón. ¡Quince veces!
—Este planeta nueve define la frontera de la parte más interna de la Nube de Oort.
—¿Está en el maldito Infierno de Oort? ¡Vamos a tardar mucho en llegar!
—Ciento treinta y cinco años. No llegaremos vivos. Antes moriremos de viejos.
César acercaba su taza de neurocafé a su boca, pero no llegó a tomárselo y se quedó como petrificado con la taza en el aire, escandalizado por lo que Rebeca le revelaba.
—¡Me niego a realizar ese viaje! —gruñó—. ¡Me niego a viajar al Infierno de Oort!
—Yo pienso igual. No merecen la pena estas penalidades para llegar los primeros al planeta nueve. Es absurdo.
—¿No lo entiendes? Nunca llegaríamos los primeros a ese planeta nueve. En más de cien años es seguro que partirán otras naves mejor preparadas y más veloces, que nos adelantarán en el camino. Todo esto es tan ridículo... ¡Ya sabía yo que ese capitán Bligh no era un tipo decente!
Me incliné sobre la mesa para hacer la pregunta.
—Entonces, César, cuando me plante frente al maldito capitán Bligh para decirle que me niego a ir, ¿me apoyarás?
César se sintió ofendido por dudar de él. Me miró fijamente a los ojos:
—¿Lo olvidaste ya, Rebeca? ¿Acaso no recuerdas nuestra última noche en Nueva Colombia, cuando juntamos nuestras manos y juramos permanecer siempre juntos? Yo no lo olvido. Un nauta no jura en vano. Ten por supuesto que, cuando empiece el follón, me encontrarás a tu lado. ¡No lo dudes!
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