Ben Conrad y las perversiones del terrible capitán Bligh

Sería ocioso que narrara mis esfuerzos por devolver a los delincuentes al sentido de su deber.

Narrativa del motín de la Bounty. William Bligh.

—Ben, necesito que ajustes ese fardo que se ha separado del mamparo. No sé qué le pasa, pero se desprende continuamente, se queda flotando ingrávido en el puente y es un incordio. Me molesta mucho.

—Easy! Yo arreglar ese velcro.

Ben sacó cinta adhesiva de uno de sus bolsillos y se dispuso a realizar la tarea de asegurar una de las cargas en el puente cuando, de pronto, un tac tac tac amenazante estalló en la sala:

¡Eh, tú!

Era Bligh. Ben se quedó parado, sin saber qué hacer, y dirigió su mirada al santuario. A través de su escotilla, Bligh le observaba atentamente.

¡Sí, tú! Tú eres el minero Conrad, ¿verdad?

Ben se quedó atónito, mirando. No respondió. Sabía que no iba a ocurrir nada bueno.

Tú piensas que soy idiota y te quieres reir de mí.

—No, señor capitán Bligh.

Esos pies tuyos son una ofensa continua, un insulto a tu capitán. ¿Por qué vas descalzo? ¿Por qué no llevas los calcetines espaciales reglamentarios?

—Yo buen minero, señor capitán Bligh. Yo poner calcetines, señor capitán Bligh.

Ya es tarde para obedecer. El mal ya está hecho. Has incumplido las ordenanzas del espacio... y has ofendido a tu capitán. ¿Tú me desprecias, humano? ¿Desprecias a tu capitán?

—Yo obedecer, señor capitán Bligh. Yo respetar mucho.

Sin disciplina, las tripulaciones de humanos embrutecen rápidamente. Es necesario estar muy atento a cualquier comportamiento, por insignificante que en principio parezca; pues la insubordinación es un fenómeno que comienza lentamente, de forma imperceptible, con las cosas más nimias, para luego ir creciendo...

—Yo obedecer, señor capitán Bligh. Yo obedecer.

Lo sé. No me engañas. Sé que eres parte del complot. Sí, sí, estás con los otros murmurando contra mí.

—Yo no murmurar, señor capitán Bligh.

Necesito un castigo ejemplar para tí, minero Conrad. Convertiré este viaje en una auténtica pesadilla para ti si continúas insultándome. Soy el capitán y tengo un gran poder sobre la nave. Te lo aseguro. Te arrepentirás de lo que has hecho. Ya lo creo, minero. ¡Ah!, ya lo creo.

Daré instrucciones para que se limite la provisión de comida en los expendedores para el minero Conrad. Te voy a poner a dieta. Será una dieta muy estricta. Ja, ja. A ti te gusta comer, ¿sí?, ¿verdad?

—No, por favor. Eso no, por favor.

El rostro de mi pobre amigo Ben estaba desencajado. El desconcierto se había apoderado de él. Mi infeliz compañero estaba aterrorizado. No pude soportarlo por más tiempo y salí en su defensa.

—Señor capitán Bligh, con el debido respeto, en este momento el minero Conrad estaba trabajando para cumplir una orden mía y, por tanto, bajo mi supervisión. Soy, por consiguiente, la responsable de sus acciones y, aunque es verdad que iba descalzo, le recomiendo apercibirlo y dejarlo pasar por alto esta vez.

El tac tac tac de su respuesta sonó todo lo burlesco que puede llegar a ser un cefalópodo:

¡Uy, uy! ¡La señorita oficial navegante me dice cómo debo mandar mi nave!
Es una pena que sea usted tan joven y a la vez tan estúpida...

—Señor capitán Bligh, el minero Conrad no merece ningún castigo. Era yo su supervisora en este momento y, siguiendo la normativa del Espacio, soy yo quien debo ser amonestada.

No lo entiende, navegante Vargas. En esta nave la normativa soy yo.

Lo veo. Veo perfectamente su juego. Es muy obvio. Primero intenta retrasar la partida de la nave en todo lo posible con la excusa de la definición de la ruta y ahora se conchaba con su amigo para cometer este acto deliberado de insubordinación...

No conseguirá ponerme en ridículo. Créame, sé perfectamente cómo atajar este complot orientado a minar mi autoridad. Lo sé de sobra. Sé que ustedes murmuran contra mí; pero no podrán con el temible Bligh. Ignorantes. No saben a quién se enfrentan.

Pero, claro, me está dando usted ideas...

¡Ja, ja! No solo no levanto el castigo al minero Ben y lo mantengo. Además, le pienso amonestar también. Usted es una oficial, así que su castigo será distinto, más refinado...

Hum, veamos qué se me ocurre... ¡Ah, sí, ya! ¡Ya lo tengo!

Acaba usted de iniciar su turno de doce horas en el puente. Pues bien, su turno pasa a ser de... digamos 96 horas. Cuatro días durante los que usted permanecerá aquí en el puente al gobierno de la nave. Por cierto, ni se le ocurra quedarse dormida estando de servicio... Ya sabe cuál es el castigo por eso.

—Prisión.

En algunos casos, en circunstancias especiales, y esta situación de intento de insubordinación previa a un motín es sin duda especial, es la pena de muerte.

Me tragué el orgullo. No era el momento de enfrentarse a él, demasiado pronto todavía.

—A sus órdenes, mi señor capitán —dije.

La disciplina es importante. Ja, ja. Es muy importante.

Cuando Montero fue a incorporarse a su turno, se encontró que yo aún estaba de guardia y que seguiría así hasta cumplir los cuatro días seguidos del castigo. Al principio, se mostró perplejo, pero enseguida se adaptó a la situación. A lo largo de su dilatada carrera de nauta, Montero había adquirido mucha experiencia trabajando con capitanes crueles e incompetentes, aunque podía estar seguro de que este era, sin duda, el más terrible de todos.

Así que en el puente se dedicó a intentar poner en práctica sus ardides, pensando que, quizá, con suerte, algo podía funcionar. Él ayudaba a su manera.

—Capitán Bligh, permítame expresarle mi admiración. Lleva usted la nave de forma primorosa. Es usted admirable: firme pero comprensivo, duro pero tolerante, prudente y a la vez audaz. ¡Cuánto nos queda todavía a muchos por aprender!

Me complacen sus palabras, contramaestre. Es usted muy agradable.

—Dígame, señor capitán Bligh. ¿Qué sería de una nave espacial sin disciplina? ¿Qué sería? Yo se lo diré: nada. Una nave sin disciplina no vale nada. La disciplina lo es todo.

Gran verdad. La disciplina es lo más importante.

—Y una vez que ha mostrado de forma palmaria su capacidad para el mando de la nave, su control absoluto de la situación, ¿no cree llegado el momento de ser magnánimo?

Créame que las referencias que mi padre Ahab me dio de usted, Montero, no podían ser peores. Pero ha aprendido de sus errores y yo siempre soy magnánimo con el que reconoce su culpa.

Fíjese, navegante Vargas. Fíjese. Él sí es un oficial, no usted.

Montero continuó:

—¿No cree llegado el momento de mostrarse condescendiente? Ellos ya han aprendido la lección. Han reconocido su evidente culpa. Suspenda el castigo, capitán Bligh. Muéstrese magnánimo, por favor. No creo que pueda haber mayor manifestación de poder.

¿Levantarles el castigo a estas perversas serpientes humanas? No. Ni lo sueñe.

Al bueno de Ben le gustaba lo simple; él siempre había sido un hombre feliz con las cosas sencillas: comer bien, dormir bien y poco más. El minero de primera Benjamin Conrad no necesitaba mucho para estar satisfecho.

Él me había enseñado que la felicidad reside en las pequeñas cosas. Muchas personas siempre andamos de aquí para allá, siempre inquietos, siempre preocupados, inconscientes de nuestra propia felicidad. Algunas personas están siempre tan ocupadas con tonterías que no se dan cuenta de que son felices.

Ben había nacido en el norte de la Tierra, en las partes no descontaminadas. Después de los desastres nucleares del siglo XXI, la zona donde él vivió era profundamente radiactiva y tóxica. Allí, vivir significaba sufrir.  Era un lugar donde la esperanza de vida no superaba los cincuenta años.

Por eso, tras haber abandonado ese lugar atroz, él casi siempre estaba feliz. Llegando a los treinta años, la insípida y desagradable comida de la nave era deliciosa para Ben y la claustrofóbica nave, ¡un hotel de lujo!

Fue por eso que cuando Bligh le condenó a recibir el alimento exclusivo para su subsistencia, le tocó en lo más profundo, donde realmente le hacía daño. El hambre le recordaba su tremebundo lugar de origen... y se apagaba en él su alegría natural. La alegría de Ben Conrad, tal como siempre la había conocido en el norteño pelirrojo, había desaparecido. Iba cabizbajo, con unos calcetines que César le había prestado; le venían además pequeños, pues Ben tenía unos pies bastante grandes.

Intentaba no aparecer por el puente porque Bligh la tenía tomada con él, castigándole con una crueldad inaudita por las infracciones más nimias. La última había sido que, ante una pregunta, no había completado la respuesta con la expresión reglamentaria: «señor capitán». Eso le había costado dos días sin comer.

Yo me escondía algunos alimentos bajo la ropa y, cuando estaba con él a solas y nadie nos veía, se los daba. Sus ojos saltones se agrandaban y sonreía como un niño al que le das un caramelo. Ben tomaba entonces la comida y la engullía con voracidad, casi sin masticarla.

Sé que otros tripulantes también le ayudaban. A César le vi hacerlo también. Conseguíamos así aliviar temporalmente su tristeza.

Mi castigo de pasar cuatro días seguidos de guardia lo soporté bastante bien, con abnegada estoicidad. Las pastillas de neurocafeína fueron mis grandes aliadas, gracias a ellas pude soportarlo. Y me esforcé para que Bligh no notase lo mal que lo estaba pasando. Eso era algo que a nuestro terrible capitán le irritaba mucho, pues él quería verme doblegada.

El cefalópodo me estudiaba para encontrar nuevas formas de herirme. Y tras mucho tantear, no tardó en darse cuenta de mis debilidades. Pronto comprendió que, cada vez que maltrataba al pobre Ben, yo sentía su dolor en lo más profundo. Quizá el verdadero pecado del minero Ben Conrad era ser mi amigo y esta era la forma que Bligh encontraba de castigarme, donde más me dolía.

Un dia me quedé a solas con Ben en mi camarote, y le expliqué entonces los turbios planes del capitán para ir al planeta nueve en un viaje multigeneracional de más de cien años.

—No importar. No parecer mal si comer bien —respondió con su habitual simpleza y un encogimiento de hombros—. Yo querer comer bien.

—Ben, para mí sería una pesadilla. Yo no lo soportaría.

Se quedó entonces pensando.

—Entonces, si tú sufrir, no parecer bien. Ben estar en contra.

—Ben, ¿cuando llegue el momento estarás de mi parte?

—Yo estar a tu lado, ahora y siempre.

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