Capítulo 15

Elías Odell... ¿Qué podía decir de su persona?

Para ser sincera, me parecía un hombre singular, por no decir extraño, y un tanto aburrido, cuando de temas de conversación triviales se trataba casi no enfatizaba nada, y eso sin mencionar su peculiar manera de vestir, siempre elegante y formal sin importar la ocasión o el lugar.

Sentía que no congeniábamos en nada, aunque debía admitir que en ocasiones me resultaba un encanto; era cálido, amable y siempre llevaba consigo una sonrisa. Tenía una mirada arrebatadora, y su manera de hablar junto al acento francés que de vez en cuando ocultaba hacían mi imaginación volar, pero eso era todo, no había nada que me resultara especial, ni extraordinario... solo era un hombre común y un tanto soso.

Quizás demasiado soso.

Pero había algo en él que me resultaba curioso y un tanto tedioso; daba la impresión de ser un hombre anticuado y conservador, pero a su vez, no parecía molestarle, o si quiera incomodarle, en absoluto mis actitudes rebeldes o mi falta de clase, y eso volvía realmente difícil la misión de hacerle desistir de nuestro compromiso.

Con el pasar de los días sentía que aquel hombre se convertía en un enigma muy difícil de resolver, en especial cuando notaba que prácticamente apoyaba y alababa cualquiera de mis locuras.

Quería hacerle ver que no todo lo que brillaba era oro, y en mi intento aproveché una invitación suya a almorzar para ejecutar mi plan. Lo primero, fue elegir el atuendo más revelador que tuviese en mi armario. Como era de esperarse, me llevó a un fino restaurante donde un plato de comida costaba más que una entrada y cinco bebidas a un club de los que solía frecuentar en los barrios bajos, y aunque todos ahí vestían de manera formal, no titubeó al momento de ofrecerme su brazo para ingresar en el lugar, ni al comentarme una y otra vez lo hermosa que lucía.

Aquello me hizo sentir realmente tonta, ya que la persona a quien pretendía incomodar se sentía a gusto junto a mí, mientras el resto me observaba de manera despectiva.

Carajo.

—¿Sabe algo, Elías? —le hablé, pasando el dedo por el borde de la copa de vino que nos habían servido. —. No quiero nada de lo que veo en el menú, solo hay ensaladas realmente costosas y todas las entregan en diminutas porciones que no satisfacen a nadie.

Joder, de haber hecho aquel comentario frente a mi padre seguramente me habría dado la peor de las reprimendas. Alcé la mirada y observé a Elías a través de mis pestañas, esperando encontrar alguna expresión de desencanto en su rostro debido a mis palabras, pero fue todo lo contrario.

—Cuánta razón, ma chère —esa fue su respuesta, antes de llamar al mesero y pedirle la cuenta. —. ¿Desea ir a otro lugar?

No podía ser verdad.

—P-Pues... un restaurante de comida rápida —me alcé de hombros. —. Quiero hamburguesa y papás fritas.

Comida chatarra, a ningún caballero refinado le agradaría la idea.

—¡Eso suena perfecto!

«Ca-ra-jo»

—Le avisaré a los chicos que vamos de salida. —me informó.

Y sí, claro, olvidaba mencionar aquel pequeño detalle; no había un Elías Odell sin guardaespaldas.

Al final, la tarde me habría resultado en un frustrante fracaso, de no ser porque tuve la oportunidad de degustar una deliciosa Hamburguesa sin temor a alguna represalia. Cielos, una vez que probé aquella deliciosa combinación de sabores se me fue imposible no cerrar los ojos y gemir gustosa al sentirlo invadir mi paladar, y, cuando abrí lo ojos, ahí se encontraba aquel hombre viéndome con una sonrisa ladina cargada en encanto.

Segundo intento de alejarlo: Fallido. Pero eso no significaba que estaba dispuesta a darme por vencida.

Otra oportunidad se dio cuando me invitó a cenar, era la primera vez que salíamos de noche sin la presencia de mi padre; me preguntó si deseaba volver a asistir a un lugar de comida rápida, lo cual me pareció un lindo gesto de su parte, pero como la misión no era sentirme cómoda con él, lo cual pasaría en un lugar así, lo rechacé y terminamos asistiendo a un lujoso restaurante donde bebí una botella completa de champán, buscando hacerlo sentir incómodo.

Pero no resultó, solo preguntó si no deseaba más, antes de pedir otra.

—Me duelen mucho los pies —declaré mientras avanzábamos por los pasillos que conducían a la salida del lugar, seguidos por sus guardaespaldas. —. Lo siento, tendré que quitarme los zapatos.

Héctor Stain habría sufrido tres infartos solo de escucharme mencionarlo.

—Oh, no se angustie, permítame. —dijo, de manera cortés, antes de ponerse de rodillas frente a mí, para desabrochar mis jodidos zapatos.

¿De rodillas? ¡Por todos los cielos!

Los levantó del suelo y se los entregó a uno de sus guardaespaldas, regalándome la más amable de las sonrisas.

—¿Se siente más cómoda o desea...?

—Sí, descuide, g-gracias. —dije, anonadada, antes de darles la espalda y comenzar a andar.

Pero, quizás se debía a la champaña, o a que me sentía un tanto desencajada, luego de un par de pasos tropecé con mi propio vestido, contando con la suerte de que él se encontraba cerca para sostenerme y evitar que cayera de frente.

—Con su permiso, ma chère —se inclinó para tomarme en brazos, cargándome estilo nupcial.

Se me fue imposible no observarlo con una expresión estupefacta durante el trayecto desde la entrada del restaurante hasta el estacionamiento, y me di un par de bofetadas mentales al descubrirme sintiéndome cómoda en sus brazos, mientras inhalaba su delicioso perfume e incontables pensamientos lujuriosos se desarrollaban mi cabeza, volviendo más intensa mi curiosidad por saber cómo sería en la cama. Pero, debido a la manera tan cuidadosa y respetuosa en que me cargaba sin tocarme de más, podía suponer que no pensaba en lo mismo.

Era el hombre más extraño con el que había convivido.

—Pienso que no tiene sentido, ¿sabes? Es decir, ¿si te comprometes con alguien y esa persona resulta no ser quien creías, no la dejarías al instante?

—Cierra la boca, Stain. —demandó, Caín, algo fastidiado de que en plena acción, no parara de hablar de Elías.

Mordí mi labio inferior y recosté mi torso sobre la superficie de madera.

—E-Es que solo quiero entenderlo, nada de lo que hago para alejarlo funciona —declaré con la voz entrecortada por los incesantes jadeos. —. Él me mira como un niño fascinado con un juguete nuevo, y hago énfasis en "niño", ya que no hay ningún rastro de lujuria en su manera de tratarme. Ni siquiera me toca, apenas toma mis manos para besarme los nudillos.

—Rebeca, cierra la boca o juro que te amordazaré.

—Solo quiero que me ayudes a entenderlo, eres hombre y...

No fui capaz de terminar la oración cuando sentí una tela de seda sobre mis labios, y antes de que me diera cuenta tenía la boca chapuceramente amordazada con una corbata. Fruncí el ceño y giré la cabeza con la intención de verlo de mala manera, reflejándole reproche. Pero el placer fue tanto, que simplemente decidí ceder y disfrutar.

—Por un demonio, Stain —jadeó al terminar. —. La próxima vez que me hables de tu prometido mientras lo hacemos te azotaré. —gruñó, molesto, mientras desanudaba su corbata para liberar mi boca y se apartaba.

Una risa ligera brotó de mis labios sin que pudiera evitarlo, mientras me incorporaba, arreglándome el vestido.

—¿Eso es castigo o premio, Sloan? —le pregunté juguetona, y me giré para apoyarme contra la mesa del comedor de su casa, sobre la cual me había sometido.

El grado de la supuesta confianza entre nosotros aumentaba cada día, al punto en que frecuentábamos tanto su casa como los hoteles, incluso sus mascotas comenzaban a reconocerme. Aun así, era la primera vez que lo hacíamos fuera de la habitación, peor aún en la mesa de comedor, pero todo apuntaba a que tenía algo de prisa, ya que apenas crucé la puerta me guio hacia aquel espacio y me tomó con presura luego de colocarse un preservativo, sin siquiera desvestirse en su totalidad.

—Necesito que te marches, ahora. —me dijo, mientras se arreglaba.

Enarqué una ceja.

—¿No tienes una manera más gentil de echarme? No me trates como a una prostituta, Sloan, ni siquiera me pagas.

—Mi madre está en camino.

Abrí los ojos de par en par, reflejando mi sorpresa, mientras una sonrisa traviesa encendía mi rostro.

—La gran Waleska Sloan, no he tenido el honor de conocerla —comenté en un tono juguetón antes de avanzar hacia él, que yacía de espaldas a mí abrochándose el pantalón, y deslizar las manos por sus hombros de una manera seductora. —. ¿Por qué no le hablas a tu madre de mí? —le murmuré al oído, antes de inclinarme para dejar un beso en su cuello.

—Lo haré, pero al mismo tiempo le contaré a tu padre de todas las posiciones en las que te lo he hecho —respondió, tajante y la sonrisa en mis labios se desvaneció mientras retrocedía un par de pasos. Él se giró para verme, y soltó un bufido. —. No te gustaría, ¿verdad?

—Idiota —mascullé, rodando los ojos, antes de tomar mi bolso.

—Oye —me sujetó de brazo cuando tenía la intención de pasarlo de lado, y dirigirme hacia la salida. —. Lo digo en serio, no vengas a hablarme de tu prometido, debes tener alguna amiga con quien puedas comentar ese tema.

Negué con la cabeza.

—Nadie más que mi familia y tú sabe el verdadero motivo por el que me he comprometido con Odell.

—¿Y eso a mí en qué mierdas me afecta? No es mi maldito problema. No soy tu amigo, ni tu confidente; solo estás aquí para tener sexo, ¿lo entiendes?

Tiré de mi brazo, en lo que rodaba los ojos, resoplando, antes de darle la espalda y continuar con mi camino. Caín era un idiota total, tenía suerte de ser bueno en el sexo, y el amante discreto que tanto necesitaba, o de lo contrario lo habría enviado al diablo.

Volví a casa, y luego de saludar a mi abuela me encerré en mi habitación para tomar un baño y recostarme un momento. Sentí un ligero roce en mi brazo y sonreí al saber que se trataba del pequeño minino acurrucándose en mí.

—Hola, Leo —agudicé mi voz, mientras lo tomaba para alzarlo frente a mi rostro. —. ¿Me extrañaste? Yo a ti sí.

Aquel minino se había convertido en el motivo de mis alegrías, me hacía sumamente feliz. Era muy travieso, se colgaba de las sábanas y cortinas, pero nada de lo que hacía era capaz de hacerme enojar.

Lo nombré Leopoldo, pero lo llamaba Leo. Mi padre detestaba su sola presencia en casa, pero sabía que no había nada que pudiera hacer, fue un obsequio del hombre que quería como socio y nuero, por lo que debía soportarlo.

—Ay, Leo, no sé qué hacer. —suspiré, dejándolo sobre mi pecho.

Comencé a analizar la situación una y otra vez, pensando en cómo podría salir del aquel embrollo, si Elías Odell prácticamente aplaudía todo lo que hacía y además cumplía mis caprichos.

Mi hijo gatuno era una prueba de ello.

«Mierda»

Abrí los ojos, sorprendida una vez que mi teléfono celular sonó en mensaje entrante y no dudé en tomarlo para ver de quién se trataba.

Elías odell: ¿Qué tal si me muestras lo que te gusta?

Decide el lugar para nuestra próxima cita, ma chère.

Mordí mi labio inferior imaginando esa última palabra salir de los suyos con aquel sensual acento, y luego me reprendí por ello. Joder, la misión era ahuyentarlo, no sucumbir ante sus encantos.

Por otro lado, aquel mensaje era la solución a mis problemas e inquietudes; ¿Qué mejor manera de hacer desistir a aquel hombre de sus intenciones de casarse conmigo, que mostrándole el tipo de lugar que se había convertido en mi zona de confort?

—Creo que alguien está por conocer a Tiffany. —le comenté a Leo, antes de besar su cabecita. —. Deséame suerte, peque.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top