Capítulo 7

Incesantes jadeos, gruñidos, gemidos y el excitante sonido de su pelvis chocando duro contra mi trasero resonaban en aquel espacio. Afuera; una tormentosa lluvia de fuertes vientos que nos sorprendió mientras aún seguíamos a mitad del bosque. Adentro; la temperatura se había disparado. Los vidrios del auto se encontraban empañados debido a nuestros alientos, mientras las gotas de sudor se escurrían por nuestros cuerpos.

Podía sentir mi corazón desbordado y la garganta seca mientras jadeaba tomando fuertes bocanadas de aire en un intento por lograr que el oxígeno llegase a mis pulmones. Las rodillas me temblaban sobre el cuero de aquel asiento trasero, mis manos sobre el cristal ayudaban a sostenerme cuando sus fuertes embestidas me hacían perder el equilibrio.

Perdí la cuenta de cuántas veces lo hicimos aquella noche, no sabía la hora, había perdido la noción del tiempo por completo. En aquel momento mi mundo entero se había reducido a la parte trasera de aquel auto; a las sensaciones que me provocaba el sentir su miembro enhiesto entrando y saliendo de mí con precisión métrica, llenándome. Sus manos me sostenían con firmeza de la cintura, sus piernas aprisionaban las mías, mientras su boca ardiente repartía arrebatadores besos en la piel de mis hombros y espalda.

—¡Ah, joder! —gemí, cuando me hizo cambiar de posición, quedando recostada boca arriba.

Carajo, era una suerte que su auto fuese espacioso.

—¿Estás bien, Ma Femme? —preguntó risueño, inclinándose sobre mi cuerpo. Sus codos sostenían su peso, apoyados a los costados de mi cabeza mientras se acomodaba entre mis piernas y se enterraba en mí sin contemplaciones.

¡Cielos! Ese hombre tenía aguante, y en aquel momento seguramente alardeaba de no haber necesitado cumplir el acuerdo de abstinencia para que su tensión sexual me hiciera ver estrellas explotando tras mis párpados.

—S-Sí —respondí sin aliento una vez que comenzó un vaivén lento, que luego tomó un ritmo intenso que empujaba mi cuerpo al compás de sus embestidas. —. ¡Oh, sí! —me incliné para besar su hombro antes de encajar mis dientes en él, al tiempo en que aspiraba su aroma varonil. Joder, era tan adictivo. —. E-Elías... —gemí, moviendo las caderas para ir al encuentro de las suyas. —. Dime cosas sucias.

No supe qué me empujó a pedir aquello, estaba exaltada y estimulada más allá del sentido común. Era un coctel de hormonas, estaba entregada por completo, pero no importaba cuánto tomaba de él, no me era suficiente, era como si mi cuerpo ardía, y nada era capaz de apagar las llamas del deseo. Quería ser dominada por él, quería oír sus palabras sucias y que me sometiera... joder, estaba perdida.

—¿Q-Qué has dicho? —preguntó, desconcertado, deteniéndose.

Jadeé, desesperada, mientras deslizaba las manos por su espalda, pasando por su cicatriz, hasta llegar a su trasero, donde hundí mis uñas en su piel y lo empujé hacia mí para incitarlo a seguir.

—Sí, dime cosas sucias. —gemí, mordiendo mi labio inferior.

—Oh, ma Chére —me habló risueño, posando sus manos en mis mejillas luego de apartar algunos mechones rebeldes de mi frente, humedecida por el sudor. —. J'aime être en toi, tu es si humide et chaud.

—Dímelo en español, con ese sensual acento... vamos, dime cosas sucias. —lo animé, pasando la lengua por su labio inferior.

—¿Cosas sucias? —lució confundido y pareció meditarlo, antes de empujar las caderas para darme una embestida. —. Las calles en el centro de la ciudad, un parque o un inodoro público...

—¡Elías! —le dije con reproche, pero a su vez, una suave carcajada brotó de mis labios ante tremenda ocurrencia. ­ —. Hablo en serio, dime cosas sucias —envolví los brazos alrededor de su cuello y lo atraje hacia mí, desesperada por sentirlo más cerca. —. Ahórcame, di que soy tu perra, llámame zorra.

—¿Qué? —lo sentí tensarse mientras se incorporaba hasta quedar de rodillas entre mis piernas, sin deshacer nuestra unión. —. No puedo hacer eso, Chére.

­ —Tienes mi consentimiento —tomé su mano, y la guie hacia mi cuello. —. Hazlo, cógeme duro y háblame sucio.

Creí que se negaría, por lo que me sorprendí cuando una sonrisa maliciosa tiró de sus apetitosos labios, y su mano ejerció una deliciosa presión en mi cuello mientras, jadeando, echaba la cabeza hacia atrás sin despegar sus ojos entornados de mi rostro, antes de retirarse un poco para luego empujar sus caderas, dándome una profunda embestida que me estremeció por completo. Él gruñó, y comenzó a mover sus caderas de una manera tan sensual que me embelesó, y no me resistí a guiar las manos hacia su torso, para acariciarle los abdominales.

Yo gemía y jadeaba sin poder evitarlo, hasta que se inclinó aún con su mano presionando mi cuello, y me besó la mejilla para luego, sin dejar de penetrarme, acercar sus labios a mi oreja.

«Sí, dilo... dilo».

—Eres... —su voz salió en un gemido ronco, y pasó saliva. —. Zut, Chére —me dio una penetración profunda, rozando sus labios contra mi mejilla. —. Eres mi reina, y me tienes a tus pies.

«Ca-ra-jo»

A pesar de que no era lo previsto, caí de lleno en un orgasmo abrazador que me sacudió por completo, haciendo que mis paredes se contrajeran de manera violenta alrededor de su miembro. Y fue tan intenso, que luego de un par de embestidas más, él cerró los ojos y abrió la boca para eternizarse en un grito silencioso mientras hundía su pene tan dentro de mí que lo sentía empujando mi cérvix, hasta derramar su caliente esencia en mi interior.

«Oh, por todos los cielos. Estoy en la gloria»

—Ven aquí, Ma Femme...

Estaba tan extasiada, que apenas percibí cuando me tomó en sus brazos e intercambió las posiciones, quedando recostado a lo largo de aquel asiento, conmigo descansando sobre su cuerpo.

—Lamento no haber podido cumplir tu petición, Chére, pero jamás podría salir de mis labios un insulto para ti, por más caliente que esté. Solo pienso en que mi madre me habría abofeteado de escucharme.

Rei para mis adentros, mientras pensaba en lo inusual que podía llegar a ser aquel hombre; podía cogerme salvajemente, pero era demasiado anticuado como para decirme cosas obscenas.

Muy tierno para ser real.

—Descuida, de todas formas me hiciste venir como nunca. —me mordí el labio inferior con descaro, en tanto dejaba un tierno beso en su pecho.

Él rio, antes de tomar mi mano y guiarla hacia sus labios para besarme los nudillos.

—Estás muy apasionada, Chére, ¿será así cada vez que me vaya de viaje?

—Lo mismo digo de ti, creí que no tendría suficiente tensión sexual para rendir y, sin embargo, me has dejado más que extasiada.

Ambos reímos ante eso.

Inhalé profundo, rozando mi mejilla contra su pecho, disfrutando de encontrarme ahí, sin tiendo su mano acariciando tiernamente mi espalda. Me sentía segura... me sentía en paz. Pero solo bastó el sentir como su cálida y espesa esencia se deslizaba entre mis muslos para que toda aquella calma se transformara en preocupación, llevándome a recordar lo ocurrido aquella tarde.

El momento había llegado, debía hablar con él. Pero, no sabía ni cómo empezar.

—Elías...

—Chére...

Hablamos al mismo tiempo.

—Y-Yo, deseo comentarte algo de mi viaje... de la persona con quien me reuní.

«¿Su viaje?»

No, seguramente eso tomaría mucho tiempo y la ansiedad no me permitiría prestarle atención.

­ —Elías, primero me gustaría contarte algo.

Él asintió con la cabeza, mientras me miraba a la cara, prestándome su total atención.

—Esta tarde salí con Darcy, fuimos de compras y, pues... —mordí mi labio inferior. —. Ella se dio cuenta que la talla de mi sostén se había agrandado.

Instintivamente sus ojos bajaron hasta el punto en que mis senos chocaban en su torso. Y de no ser por lo serio de la situación, seguramente me habría reído a carcajadas al ver la malicia en su mirada.

—Elías, ella creyó que estaba embarazada y me obligó a realizarme tres pruebas...

—Chére —frunció el entrecejo, mientras se incorporaba hasta quedar sentado, obligándome a apartarme de su pecho y sentarme junto a él. —. ¿Acaso...?

—¡No! —me adelanté a responder, sintiéndome aterrada de ver como su rostro se iluminaba. —. Salieron negativas, las tres.

—Oh. —su tono se opacó.

«¿Qué? ¿Acaso él...?»

—Odell —a diferencia de su tono, el mío se torno serio. —. Yo no quiero ser madre.

Por más que lo pensara, no había manera de endulzarlo. Yo no estaba dispuesta a dejar de lado todos mis planes, ni a hacerme responsable de una mini persona que necesitaría de mí durante más de dieciocho años. No me veía como una madre, y por ello, debía ser totalmente honesta con él, aunque ello significara arriesgarme a soportar su rechazo.

—De haberlo estado, me hubiese realizado una intervención —­confesé, mientras juntaba las piernas flexionadas contra mi pecho para abrazarme de ellas, cohibiéndome en una esquina. Por alguna razón, me sentía realmente nerviosa y eso me provocaba hablar y hablar. —. Seguramente lo habría apodado "Cielo", porque para allá lo enviaría.

Él me miró con ojos de pasmo ante aquel intento de broma, y traté de esbozar una sonrisa inocente, pero esta no pasó de ser una ligera mueca. Me di un par de bofetadas mentales, ¿en qué momento pensé que eso sería gracioso?

Tragué saliva.

Joder, todo apuntaba a que aquella conversación iba de mal en peor. Sentí como si se cerrara de pronto, su expresión quedó nula mientras me observaba, serio. Guardó silencio, y eso fue una verdadera tortura para mí, porque moría por saber qué pasaba por su mente en aquel momento... quería oír su respuesta.

—Elías...—relajé mi tono. —. Un hijo nunca estuvo en mis planes.

—Ni era parte del acuerdo. —murmuró, sin ninguna expresión en su rostro.

Abrí los ojos de par en par, cerrando la boca de golpe al sentir como si me hubiese dado una fuerte bofetada. Bajé la mirada. Era claro que aún no superábamos esa etapa.

—Chére —lo sentí acercarse, su voz se tornó suave. Seguramente se había arrepentido de lo que dijo. —. Lo siento, mírame... —me pidió, posando una mano en mi mejilla.

Me obligué a mí misma a alzar.

—Solo deseo que sepas que jamás te obligaré a hacer algo que tú no quieras, ¿está bien? —me acarició con ternura. —. Si tu deseo no es ser madre, yo lo respeto... No lo serás, te lo prometo.

Escruté su rostro, intentando encontrar algo que me reflejara lo que sentía en realidad... esperaba ver un atisbo que me advirtiera si solo estaba siendo condescendiente mientras por dentro lo consumía el enojo. Pero no era así, aparentemente estaba siendo sincero, y eso me hizo suspirar.

—Gracias. —expresé, esbozando una sonrisa aliviada.

—Pero, Chére, será con una condición.

Mi sonrisa se desvaneció.

—¿Condición?

Asintió lentamente.

—Respetaré que no desees ser madre, si tu respetas que yo sí quiero ser padre, y que en un futuro eso se volverá realidad.

Fruncí el ceño, mientras lo observaba con una expresión desconcertada.

—¿De qué?... no entiendo, ¿tú? —entorné los ojos. —. Elías...

—Vuelvo y repito, no te obligaré a hacer algo que no quieras.

—¿Entonces tendrás un hijo con otra mujer? —pregunté, luciendo más indignada de lo que pretendía.

Él presionó los labios y se alzó de hombros.

—Me habría encantado que ese hijo tuviese tus hermosos genes, Ma Femme, pero supongo que tendré que conformarme con buscar una candidata apta.

—¿Lo de fidelidad te suena, Odell?

—Chére, esto no cuenta como infidelidad. —él rio.

—Dile eso a un juez. —bufé.

—Hay muchas formas de traer un hijo al mundo hoy en día. El vientre de alquiler es una opción. —. Tomó mi mano, y la guio hacia sus labios para besarme los nudillos. —. Te prometo que esa decisión no cambiará nada en nuestra relación. Solo necesito alguien a quien heredarle todo lo que estoy construyendo, y lamentablemente Leo no es una opción.

Un hijo con otra mujer. No sabía porque el solo pensarlo me revolvía las entrañas. ¿Quién decía que un bebé no cambiaba nada dentro de una relación? Lo cambiaría todo, y la madre de ese bebé seguramente terminaría siendo parte de la vida de Elías.

¿Me incomodaba? Sí, y mucho, pero tampoco podía quejarme; ese sería el precio de mi libertad y paz mental.

—Bien —suspiré hondo, antes de guiar mis manos hacia su rostro para atraerlo al mío y juntar nuestros labios en un tierno beso. —. ¿Entonces, estamos bien? tú y yo... lo nuestro.

—Sí, Chére —dejó otro casto beso en mis labios, antes de acomodarse nuevamente en aquel asiento, dejándome sobre su cuerpo. —. Hay que dormir un poco.

Afuera diluviaba, y a pesar de la tensión recién vivida, dentro de aquel auto predominaba una cálida paz, semejante a una apacible tarde de verano.

—Chére... solo una cosa más —habló de pronto, llamando mi atención. —. Ya que estás totalmente decidida a realizarte una intervención de ser necesario, para evitar un embarazo no deseado, a partir de ahora comenzaré a utilizar preservativos.

—¡¿Qué?!

¡¡Me estaba jodiendo!!

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