Capítulo 6

"Voy a torturarte"

Debí creer en sus palabras.

Inhalé profundo y cerré los ojos al sentir la vibración reverberando en mi interior y elevando mi excitación. Se sentía realmente placentero, aunque sabía que lo que me provocaba tanto placer, era saber que él estaba ahí, viéndome disfrutar, desesperado por tomarme en aquel momento, hundiéndose profundo en mi interior y, joder, realmente quería que lo hiciera, pero debía mantenerme firme en la decisión de castigarlo un poco por incumplir el acuerdo de abstinencia; tuve que verlo masturbarse, eso me calentó como el infierno y él no estaba para pagar aquel incendio.

Elías decidió acelerar el ritmo y gemí, dándome un par de bofetadas mentales al darme cuenta de que no se me había ocurrido leer las instrucciones y conocer los alcances de aquel objeto. Joder, eran unas delicias las sensaciones que provocaba. Eché la cabeza hacia atrás, percibiendo mi respiración agitada, mientras una tormenta de placer me envolvía por completo, acumulándose en mi vientre bajo y extendiéndose hacia mis extremidades.

No me sorprendió el saber que estaba por acabar pronto, llevaba un buen rato con aquel objeto en mi interior, más sus besos y caricias, sí, ya podía sentir mi orgasmo formándose en la base de mi columna. Mis piernas se estiraron, hasta que quedé de puntas sobre mis pies tensos. Estaba a punto de llegar, faltaba poco y entonces... lo detuvo.

—¡Agh, Elías! ­ —me quejé, tan frustrada que mis ojos lagrimeaban. —. Por favor, no lo detengas —supliqué, casi fulminándolo con la mirada al verlo bajar del auto, azotando la puerta, antes de avanzar en mi dirección. —. Elías Odell, ¡vuelve a encenderlo!

Él ignoró mis quejas por completo. Se detuvo frente a mí y me tomó de la cintura para luego acortar el espacio entre ambos, dejándome aprisionada entre su exuberante cuerpo y el auto, colando una de sus piernas entre las mías, de manera que esta rozaba con mi feminidad, lo que me permitió sentir también su imponente erección rozando mi muslo a través de la tela... estaba realmente duro.

—T-Te dije que no salieras...

Me calló con un beso feroz y exigente, que me hizo gemir contra sus labios. Una de sus manos se deslizó desde mi cintura, pasando por mi torso, estrujando uno de mis senos, antes de sujetarme del mentón con firmeza, y algo de rudeza, presionando mis mejillas con sus dedos índice y pulgar e introduciendo su lengua de manera posesiva en mi boca, mientras su otra mano se deslizaba por mi espalda, hasta llegar a mi trasero para acariciarlo antes de comenzar a guiarme en un movimiento lento, frotándome contra su pierna.

—Ah, Elías —gemí, comenzando a moverme por cuenta propia, sintiendo mi cuerpo arder. —. Necesito acabar, por favor... por favor.

«El estafador salió estafado»

No fue ello lo que me imaginé que pasaría al planear su castigo... ¡carajo!

—No me pidas solo verte, Chére. ­ —murmuró contra mis labios, antes de comenzar a bajar sus besos por mi mejilla y mandíbula, hasta llegar a mi cuello, atrapando la piel de esa zona entre sus labios.

La mano que anteriormente me sujetaba el rostro se deslizó por mi pecho y su cálida palma acunó mi seno. Sus dedos pulgar e índice estrujaron mi pezón y no pude evitar gemir alto, casi gritando, ya que mi cuerpo ardía de deseo.

—No podía quedarme ahí sentado, viendo esas expresiones de placer a través de un parabrisas, si no era yo quien las provocaba. —gruñó, sujetándome con firmeza de la cintura para alzarme del suelo, hasta dejarme sentada sobre el capó del auto.

Mi cuerpo se estremeció al entrar de nuevo en contacto con aquella superficie fría, pero ni siquiera pude emitir quejido alguno ya que perdí el aliento en el momento en que Elías me quitó las finas bragas y sacó el vibrador de mi interior para luego colar su cabeza entre mis piernas.

Las sensaciones que recorrían mi cuerpo en aquel momento eran tan intensas que lágrimas traicioneras rodaban por mis mejillas, y una fina capa de sudor comenzaba a cubrirme a pesar del frío, mientras sentía su lengua caliente recorrer mis pliegues. Gemí alto y eché la cabeza atrás, alzando la mirada hacia el cielo teñido por el anochecer.

Bajé la mirada y, vaya, la vista a la ciudad desde aquel punto era realmente hermosa, mágica... entendí porqué le gustaba tanto. Aunque, para mí, en aquel instante nada podía superar el primer plano, el cual era la imagen de su exuberante cuerpo inclinado, con el rostro entre mis piernas; eso era una verdadera obra de arte, aunque aún llevaba puesta su ropa, con los botones de su camisa abiertos.

Quise guiar mi mano hacia su cabeza para acariciarlo, pero entonces agregó a la placentera ecuación dos de sus dedos y mi cuerpo se sacudió, arqueándose por inercia, pareciendo florecer ante él. Podía sentir la sangre agolparse en mis venas, mientras cada uno de mis músculos se tensaban. Instintivamente me cubrí la boca con ambas manos para intentar acallar los intensos e incesantes gemidos que brotaban de mis labios. La tensión que me envolvía era tanta, que no sabía qué hacer... ¿quería que parase o que siguiese? Mi mente se sentía frustrada e intentó hacerme retroceder hacia el parabrisas, sin embargo, mi cuerpo decidió lo contrario y se empujó más hacia él, alzando las caderas para recibir las embestidas de su ágil lengua junto a sus dedos.

«Joder... ¡Carajo!»

Aquel hombre iba a acabar conmigo.

—E-Elías ­ —comencé a gemir su nombre, ahogada. —. Más, por favor, no te detengas.­ —supliqué, al sentirlo empujándome hacia el abismo.

Mi cuerpo no podía resistir más, y si se detenía nuevamente, seguramente sufriría un jodido infarto.

—No pares, sigue. —gemía, perdida en una nube de placer y lujuria.

Sus dedos encontraron el punto perfecto que me hizo volar al compás de los embistes de su boca. Él lamía y succionaba mi clítoris mientras su mano libre me sujetaba con firmeza del muslo para evitar que cerrara las piernas cuándo los fuertes espasmos me hacían temblar sin control.

Bajé la mirada brumosa y lo escruté, justo en el momento en que sus intensos ojos, oscurecidos por el deseo, me observaban a través de sus pestañas, antes de apartar su mano de mi pierna para deslizarla por mi costado, hasta tomar mi mano. No dudé en aferrarme de él, entrelazando nuestros dedos mientras sentía como mi cuerpo se descargaba por completo, siendo envuelta por un placentero alivio.

Permanecí recostada sobre aquel capó con mi cuerpo sacudiéndose en suaves espasmos, perdida en mi propia mente, y veía el anochecer a través de mi vista pañosa, intentando regular mi respiración entrecortada, mientras lo sentía acariciar mi torso con ternura, y dejar suaves besos en mi abdomen y vientre.

—Tu me rends fou, Chére. —gruñó de pronto, guiando la otra mano hacia su pantalón para desabrocharlo, bajar la cremallera y liberar así su imponente erección.

Mi cuerpo tembló.

—Je suis accro à toi —jadeó, sujetándome de los pies para tirar de mí hacia la orilla, hasta alcanzar mi cintura y ayudarme a ponerme de pie.

Todo pasó tan de prisa, que para cuando me di cuenta me encontraba de espaldas a él, con el torso apoyado sobre el capó del auto, mientras sentía su miembro rozando mi feminidad.

«Oh, joder»
—No —tragué saliva, mientras me giraba para verlo de frente, posando una mano en su pecho desnudo.

—J'ai besoin d'être en toi —murmuró, intentando sujetarme de la cintura. —. Necesito sentirte ahora.

Estaba desesperado, podía notarlo en su respiración agitada y la forma en que gruñía como un animal salvaje. Era realmente excitante verlo en aquel estado.

—No, Elías, espera... —hablé con firmeza y él se detuvo.

«¿Qué haces, Rebeca? ¡Si te mueres por tenerlo dentro!»

Quizás, pero mi deseo de tomar el control de la situación era más fuerte en aquel momento.

—Chére... —me habló con suplica, y su cuerpo se tensó cuando deslicé mi mano por su abdomen manchado de tinta. —. S'il vous plait.

«Apiádate de él»

Aún no estaba dispuesta a ceder, a pesar de que con cada ardiente palabra que pronunciaba en francés me tenía a sus jodidos pies. Joder, lo había echado de menos durante tres tortuosos días, o tres putos días, como diría Maura. Necesitaba que aquel momento fuese eterno.

—Tócate.

Abrió los ojos ampliamente, viéndome estupefacto.

—Quiero que te toques, como lo hiciste ese día. —sonreí con picardía, mientras posaba las manos sobre el capó para tomar impulso y saltar sobre él. Al notar mi acción, no dudó en sujetarme de la cintura para ayudarme a subir, a pesar de que seguramente cada fibra de su cuerpo lo incitaba a colarse entre mis piernas y tomarme en aquel preciso instante.

Él no lo haría, no era capaz de forzarme por más caliente que estuviese. O, aunque ambos lo estuviéramos, siempre respetaba mi "No" y esperaba mi entero consentimiento.

—Esto es una tortura. —jadeó, su acento se remarcaba cada vez más.

Retrocedió un par de pasos para alejarse de mí, una vez que estuve sentada y tomó su erección en su mano, estremeciéndose al comenzar con el suave masaje que luego tomó un ritmo más consistente. Las facciones de su rostro estaban endurecidas, tenía la mandíbula prensada, y seguramente sus dientes le dolían. Dio un par de tirones y un jadeo ahogado brotó de sus labios mientras posaba sus ojos en mí, estaban oscurecidos reflejando su lujuria, los músculos de su cuerpo se marcaban y algunas venas resaltaban.

Yo estaba embelesada ante tremenda y jodidamente ardiente imagen, mis pupilas se dilataban y la adrenalina fluía a lo largo de mi cuerpo, concentrándose en aquel punto bajo mi ombligo; nunca pensé que ver a tan magnífico espécimen masturbarse frente a mí me causaría tanto placer. Dicha imagen, junto a sus sensuales gemidos masculinos me enviaban a otro jodido plano, un plano dominado por un deseo voraz y profano.

—¡Zut! —emitió un gemido lastimero, y bajo mi mirada estupefacta aquel hombre acortó el espacio entre ambos para sujetarme con firmeza de las caderas, tirando de mí, de manera que caí de espaldas sobre aquel capó. —. No puedo... je ne peux plus résister.

Sus manos me tomaron de los muslos, y sentí su imponente miembro entre ellos, antes de que me hiciera cerrar las piernas a su alrededor, flexionadas, y se abrazara de ellas con fuerza, apoyando la frente en mis rodillas mientras exhalaba entre dientes.

Joder, aquello definitivamente se había salido de control.

—Por favor. —suplicó, empujando levemente las caderas, para que su miembro se deslizara entre mis muslos.

Me estremecí.

—S'il vous plait, Chére.

—Cógeme —pedí, excitada. —. Joder, cógeme de una maldi...

Ni siquiera fui capaz de terminar aquella frase, cuando sus manos me hicieron abrir las piernas y lo sentí retroceder para tomar impulso, antes de hundirse en mi interior de una sola estocada que me hizo gritar, mientras un gemido gutural brotaba de sus labios.

—¡Zut, sí! —aquellas palabras parecieron rasgarle la garganta, mientras su cuerpo se sacudía en un fuerte espasmo.

Sus manos se aferraron con firmeza de mis caderas, los dedos se le hundían en mi piel debido a la fuerza que ejercía, y sin más contemplaciones se retiró un poco para luego darme otra fuerte embestida que me robó el aliento por completo. Cerré las manos en puños al mismo tiempo en que enroscaba las piernas alrededor de su cintura, una vez que sus caderas comenzaron a moverse con aquel vaivén constante, entrando y saliendo de mi interior palpitante, volviendo sus embestidas cada vez más intensas.

Podía sentirlo todo a flor de piel; el rocío de la noche cayendo sobre nosotros, el sudor en mi frente, el temblor de mis piernas, las uñas hundiéndose en la piel de mis palmas mientras mantenía las manos echas puños, mi respiración agitada y los gemidos que brotaban incesantes de mis labios... mi mente estaba nublada, no podía pensar en nada más que aquel ardiente momento en donde lo tenía tan adentro que parecíamos uno solo, también podía sentir su respiración pesada, el temblor en su cuerpo, y su miembro sacudiéndose de manera perceptible en mi interior, con cada acometida.

Joder, estaba en el paraíso, pese a que el metal de aquel coche estaba gélido al contacto directo con mi piel, y el ímpetu de las embestidas de Elías me obligaba a frotarme con él. Cielos, estaba siendo grotesco, primitivo y salvaje, sentía como si en cualquier momento me partiría en dos, pero en lugar de pedirle que se detuviera, lo que salió de mis labios fue un sonoro "¡No te contengas!". Era un dolor realmente placentero que me empujaba al borde del abismo del éxtasis, la locura, y todo se elevó en el instante en que se inclinó sobre mi cuerpo para dejar un arrebatador beso en mis labios, antes de cubrir uno de mis senos con su ardiente boca y estrujar el otro con la mano.

Perdí la razón.

Carajo, pese a lo promiscua que había sido a lo largo de mi juventud, nunca lo había hecho de aquella manera. No había imaginado al decidir ir a recibir a Elías en el aeropuerto que terminaríamos cogiendo a mitad del bosque, iluminados apenas por la luz de la luna y los faroles del auto en potencia tenue. Era una experiencia magistral, y no había nadie más con quien me habría gustado experimentarla.

—¡Oh, sí! —­gimió, antes de deslizar su mano por mi espalda para ayudarme a incorporar mi cuerpo hasta quedar sentada, sin romper aquella unión.

No dudé en rodear su cuello con mis brazos y aferrarme, torneando las caderas para tomar más de él dentro de mí, mientras juntaba su frente a la mía al punto en que nuestras respiraciones agitadas chocaban entre sí. Lo tenía tan adentro y tan cerca, que podía sentir incluso los latidos desbordados de su corazón al compás con los míos y, ¡demonios! Me encantaba.

Todo era pasión, frenesí y locura.

Sabía que había varios temas pendientes de tratar con él, Sloan era uno de ellos, pero en aquel preciso instante, solo quería que fuésemos nosotros dos. Nos lo merecíamos. 

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