CAPÍTULO 6

Escucho a lo lejos el sonido de un nuevo mensaje de texto, que se repite constantemente. Me detengo en seco antes de seguir avanzando a través del pasillo que me conduce al aula de música. Saco el móvil de mi bolsillo. Son correos electrónicos que provienen de un contacto que no recuerdo.

Iko.

Y todos sus correos dicen una única palabra.

Ven.

Sigo mi camino, dejando de lado esos mensajes que intentan parecer crípticos. Abro la puerta del aula de música, descubriendo que el piano ha sido destruido. ¿Por qué? ¿Quién ha hecho esto? Un nuevo correo electrónico comienza a llegar masivamente. Es de ese mismo contacto. Iko.

Más cerca.

Mis pasos me conducen al piano destruido, al mismo tiempo que el miedo comienza a aflorar desde mi corazón.

Se esparce a través de mis venas, como un veneno corrosivo que me obliga a dar pasos cada vez más lentos, hasta que finalmente me detengo. El piano está a casi un metro de distancia. No quiero tocarlo. Quiero salir de aquí, pero mis piernas han dejado de responder.

«Akira...»

La voz de Kara me ayuda para saber que esto se trata de una pesadilla. Pero eso no es en absoluto reconfortante. Quiero despertar. ¡Quiero salir de aquí! El sólo hecho de pensar en ese deseo hace que mis piernas respondan nuevamente. Caigo de espaldas y consigo arrastrarme para escapar del piano destruido. Una siniestra risa masculina se escucha a mí alrededor, casi como si en realidad estuviese sonando únicamente en mi cabeza. Dos serpientes brotan de los restos del piano. Ríen y sisean, ambas cosas al mismo tiempo. Quiero gritar, pero no puedo hacerlo. Tengo miedo.

No quiero morir...

¡No quiero!

Intento encontrar la fuerza para levantarme. Las serpientes intentan morderme, aunque también están acechando. Doy un par de pasos hacia atrás, causando que las serpientes se alteren y se lancen hacia mí con las fauces abiertas. Yo sólo puedo cubrir mi rostro con ambos brazos, intentando crear un escudo a pesar de que sé que no servirá de nada. Me preparo mentalmente para sentir los afilados colmillos entrando en mi piel... Pero lo único que siento es una cálida brisa que me golpea y me obliga a retroceder un poco más. Descubro mi rostro para mirar lo que está sucediendo, y la impresión es tan grande que siento que me desmayaré.

Aunque está de espaldas, podría reconocer su silueta en cualquier circunstancia. Kara ha recibido el golpe de las serpientes. Los colmillos han conseguido atraparla a ella. La sangre corre por sus brazos, dejando caer algunas gotas sobre sus pies descalzos. Apenas se gira para mirarme, dejándome ver ese collar que lleva al cuello. El collar brilla, como si fuese una estrella lo que va colgando de la delgada cadena dorada. Y los ojos oscuros de Kara han desaparecido, pues el iris se ha tornado del color rojo de la sangre. No parece sentir dolor, aún a pesar de que las serpientes aplican cada vez más fuerza en sus mordidas y se sacuden con violencia hasta que logran liberarse. Kara hace todo lo posible para dominar a las bestias sin importarle que sus brazos sigan recibiendo las mordidas de los sanguinarios reptiles.

—¡Akira, despierta! —exclama ella—. ¡Despierta!

«¡Despierta, Akira...! ¡Despierta!»

~ ∞ ~

«¡Despierta...!»

Escucho la alerta del despertador, que me obliga a apagarlo de un manotazo.

«¡Akira, despierta!»

Hace frío, tal y como durante los últimos días. Así que no quiero levantarme, aunque sé que no queda otra opción. La emoción que siento por ser el día choca en mi interior con el deseo que tengo de permanecer en la cama el día entero.

«¡Akira!»

Siento un sobresalto que me obliga a levantarme de la cama. En mi mente aún escucho el eco de la voz de Kara. No puedo evitar quedarme sentado a orillas de la cama, mirando hacia el vacío hasta que la voz de Kara se apaga. Ya comienzo a acostumbrarme a estas pesadillas, aunque quisiera no tener que hacerlo. Y también quisiera tener el valor, y alguna manera, de averiguar la razón por la que ella sigue apareciendo constantemente en esas ilusiones. Aunque tal vez deba aceptar la idea de que no son más que coincidencias. Y quizá mi escepticismo es lo que me está obligando a buscar maneras de contradecirlo. No lo sé... Es demasiado temprano para pensar en cosas tan profundas.

El reloj marca la hora que me hace querer dormir cinco minutos más, aunque sé que no debo hacerlo si no quiero perder el tren. Seis menos veinte... de la mañana. Llevamos tanto tiempo planeando este viaje a Tokio, que tuve que prometerle a Makoto que haría todo lo posible para llegar veinte minutos antes a la estación del Shinkansen. Tomaremos el Nozomi que parte a las siete en punto. Así que tengo que correr... aunque quisiera quedarme en la cama un rato más.

Alguien llama a la puerta.

—Akira, ya es hora.

Es la voz de mi madre. Sabía que era buena idea pedirle que viniera a despertarme si yo no daba señales de vida.

—¡Ya estoy despierto!

Me levanto de la cama a regañadientes. El equipaje también está preparado. Llevaré sólo una maleta con ropa suficiente para una semana, con dos días extra para ir a Tokio y volver a Nagoya.

¡Serán las mejores vacaciones de la vida!

Antes de salir de mi habitación, y teniendo mi equipaje a cuestas, tomo mi teléfono y reviso los nuevos mensajes. Hay dos de ellos. Ninguno es el que yo esperaba ver. Tengo que admitirlo, en realidad creí que habría un mensaje de Makoto diciéndome que debía levantarme ya. Supongo que él aún no está listo. ¡Esa es una victoria para mí!

El primer mensaje es de parte de Mizuki. Recibido hace cinco minutos. Ni siquiera recuerdo haber escuchado la alerta.

No he podido dormir, ¡estoy ansiosa! Ya quiero que sea la hora. ¡Nos vemos en la estación!

Adjunta un corazón.

¡Maldita sea, Mizuki! ¡Makoto ni siquiera lo sabe! Me asesinará en cuanto te vea llegar... ¡Y tú me asesinarás en cuanto veas llegar a Kara, si es que ella decide ir también con nosotros! ¿Cuándo aprenderé a cerrar la maldita boca?

El segundo mensaje viene de Kara. Ese mismo número que, como el cobarde que soy, no me he atrevido a usar para tratar de contactar con ella. ¿Puedo cruzar los dedos, esperando que ella cancele para no tener que decirle a Makoto que invité a dos chicas a ir con nosotros, a sabiendas de que eso podría poner en riesgo nuestros planes?

En la estación de trenes, ¿cierto?

Mierda. Mizuki va a matarme. ¡Makoto va a matarme! Supongo que no queda nada más que hacer, a excepción de pensar en una excusa convincente que pueda salvar mi trasero.

Soy el peor mejor amigo del mundo.

Si estás despierta y lista, ¿qué te parece si vamos juntos a la estación?

Su respuesta es inmediata.

¡Me encantaría!

Mizuki, vas a matarme. Créeme...

Pasaré a recogerte en unos minutos.

De nuevo, responde inmediatamente.

Te espero

Tres corazones. ¿Por qué diablos tienes que complicar tanto las cosas, Mizuki?

Salgo de mi habitación intentando hacer el menor ruido posible. En realidad, no tengo idea de si debería responder el mensaje de Kara. Pero no puedo hacerlo. Algo me lo impide. Quizá soy yo mismo, no lo sé. Ella me hace sentir... extraño.

Cuando sueñas con una chica, ¿se supone que aparece ella para llamar tu nombre sobrenaturalmente y hacerte atravesar pesadillas que parecen reales? Admito que no sé mucho acerca de las chicas, excepto que suelen usar señales confusas. Sólo sé que es más común tener otro tipo de sueños con ellas. Al menos yo los he tenido. Durante el verano pasado, cuando fuimos a la piscina techada, tuve sueños... placenteros con Shizuka durante tres meses. Quizá cuatro. Ella no debió usar ese bañador que resaltaba tan bien sus...

—Akira.

Mi padre me llama desde la puerta de su estudio, atrapándome justo a tiempo antes de que yo baje la escalera para partir. Parece que ha pasado la noche en vela. Si miro por el rabillo del ojo hacia el dormitorio de mis padres puedo ver que mamá ya ha vuelto a la cama y duerme plácidamente.

—¿Has pasado la noche en vela, papá?

—Tengo trabajo. ¿Te has despedido ya tu hermano?

—Lo hice anoche.

—¿Y llevas todo lo que necesitas?

—El equipaje está completo.

—Bien. Sólo... Espera aquí.

Vuelve a su estudio para buscar algo frenéticamente. Sale de nuevo al cabo de un par de segundos para dejar en mis manos un pequeño fajo de billetes. Mi primera reacción es balbucear. Sólo niego con la cabeza, a lo que mi padre responde tajante y alegremente:

—Úsalo. En Tokio te hará falta.

—Llevo dinero suficiente, papá.

—Un poco más siempre viene bien.

—Pero, papá...

—Insisto. —Sonríe y me da una palmada en el hombro, quizá divirtiéndose con el hecho de que yo no sepa si debo aceptar su obsequio o no—. Diviértete en Tokio, hijo.

—Lo haré, papá. Y tú ve a descansar. No es bueno para tu salud que sigas trasnochando.

Él ríe y me acompaña hasta la puerta principal, para cerrar detrás de mí y darme la última despedida antes de volver a su trabajo. En ocasiones como esta quisiera pasar más tiempo con él, aunque sé que es imposible. Tal vez... Cuando vayamos a Osaka, lo retaré a jugar soccer con Touma y conmigo. Será divertido. Para todos. Pero, por ahora, sólo una cosa debe importarme... Que debo ir a buscar a Mizuki para intentar decirle que no será la única chica que hará este viaje con nosotros. Moriré. No llegaré a cumplir dieciocho años, porque Mizuki y Makoto me asesinarán.

La calle está solitaria a esta hora. La casa de Mizuki está en completa oscuridad. Y aunque sé que Mizuki está despierta y que podría llamar a la puerta para anunciar que he llegado, prefiero no molestar a sus padres. Tan sólo espero a un lado de la verja de la entrada y envío un mensaje.

Estoy afuera

La respuesta es inmediata. La puerta principal se abre y finalmente puedo ver esa maraña de cabello que en la oscuridad luce de un tono castaño. Mizuki avanza hacia mí, saludándome con una sacudida de la mano.

Una vez que estamos juntos, ella retrocede y agacha un poco la mirada. Deja salir una risita nerviosa y finalmente me mira con esos ojos brillantes y llenos de ilusión.

No me hagas esto, Mizuki.

—Hola —dice, y comenzamos a caminar para alejarnos de Fukiage—. Creí que estarías dormido.

—¿Bromeas? He estado esperando este viaje desde que volví de la convención del año pasado.

—Pues mi madre se ha vuelto loca cuando supo la hora en la que nos iríamos. ¿No crees que es un poco exagerado? Después de todo, el primer día de la convención es mañana.

—¡Quiero llegar con las energías renovadas! Si llegamos hoy a Tokio, tendremos todo el día para pasarlo en Akihabara.

—Eso... La última vez que tú y yo fuimos a Akihabara fue hace cinco años. ¿Lo recuerdas?

Mierda. Mizuki, ¿cómo te explico, sin herir tus sentimientos, que el plan de ir a Akihabara no fue pensado para pasar tiempo contigo, como en los viejos tiempos?

—Lo recuerdo. Fue durante el viaje escolar de invierno, ¿no es cierto?

—Sí. Escapamos juntos del museo de caligrafía.

Ella sonríe, y me encanta cuando lo hace.

—El castigo valió la pena —le digo.

—Hacer la jardinería durante cuatro meses. Fue cuando descubriste que tienes una buena mano con las plantas.

—Y también fue cuando tú pescaste esa alergia, luego de hacer las tareas sin guantes. Pasaste una semana en cama, ¿recuerdas? Con las manos rojas e hinchadas. Parecían pequeños jamones.

—Ni lo menciones...

Ambos reímos.

Es increíble la cantidad de recuerdos que Mizuki y yo compartimos, y que quedaron en el olvido desde que ambos crecimos y nuestras vidas tomaron su propio rumbo. Creo que Mizuki es esa clase de persona con la que puedes imponer una distancia absurdamente grande y sin ningún tipo de fundamento, pero a la que siempre puedes recurrir cuando tienes algún conflicto o cuando simplemente quieras estar con ella a sabiendas de que no te rechazará. A sabiendas de que, aunque pase el tiempo, el vínculo que te une con esa persona sólo se fortalece.

Tomamos un taxi que nos lleva hasta la estación del Shinkansen. Pagamos y bajamos para entrar a la estación, sin separarnos en ningún momento. De alguna manera, ella consigue que yo le ayude a llevar su equipaje mientras buscamos un sitio para esperar a Makoto. La estación no está muy concurrida. En realidad, lo que más resalta en este momento es ese denso banco de niebla que está cayendo sobre la ciudad.

El frío arrecia. Dentro de la estación, afortunadamente, encontramos un poco de calidez.

—El clima es de locos —dice Mizuki—. Pareciera que estamos lejos del verano.

—Lo sé.

—Pero es agradable a la vez, ¿no te parece?

—¿Agradable? Oh... Es cierto. Por un momento lo olvidé. Te gustan los días fríos.

Ella sonríe y asiente.

Bien. Creo que ya es el momento de que Mizuki lo sepa, antes de que cualquier otra cosa pueda suceder y esa sonrisa se transforme en una mueca asesina.

—Oye, Mizuki...

—¿Qué ocurre?

—Hay algo que no te he dicho.

Estoy muerto. Ya debería comenzar a cavar mi tumba. Aunque, pensándolo bien, ¿por qué me importa tanto lo que Mizuki pueda pensar? No es como si el viaje hubiese sido planeado únicamente para nosotros dos. Ella no estaría aquí si yo supiera mantener la maldita boca cerrada.

—¿Qué es?

—Otra chica viene con nosotros. Es una... amiga mía...

Una amiga con la que tengo pesadillas recurrentes y cuya voz espectral me persigue incluso cuando estoy despierto.

—¿Otra chica? —Ella lo considera por un instante. Parece dar con un punto importante y frunce ligeramente el entrecejo, de la misma manera que hace alguien que comprende las cosas de repente. Al menos sé que mi vida no corre peligro. Me mira de nuevo y pregunta—: ¿Te refieres a esa chica de la que me habló Shizuka?

Maldita seas, Shizuka.

—¿Shizuka te habló de ella?

—Dijo algo acerca de una amiga tuya que apareció en el arcade y que enfermó, pero escapó antes de que pudieran llevarla a casa.,

—Sí, bueno... Han pasado muchas cosas y...

—Vaya, vaya... —Se está burlando de mí—. Te has sonrojado.

—Por supuesto que no me he sonrojado. —Puedo notar que mis mejillas están ardiendo—. ¿De qué diablos hablas?

Ella ríe. Esa risa es similar a la sonrisa que mi madre esboza cada vez que hablo de Mizuki en su presencia. Hay ocasiones en las que simplemente no puedo entender a las chicas... Si Mizuki claramente está interesada en mí, ¿por qué toma tan a la ligera esta situación? ¿En realidad siente que tiene oportunidades de estar conmigo? ¿O es que acaso no ha entendido lo que quiero decirle?

Quizá sólo estaba subestimándola y ella en realidad estuvo plenamente consciente desde un inicio de que todo este viaje a Tokio no es más que algo para compartir entre amigos.

Sólo amigos.

—¿Tu amiga ya se ha mejorado?

¿Y por qué le interesa tanto el bienestar de Kara, si no la ha conocido y si la he invitado sin antes consultarlo con Mizuki en primer lugar? Y con Makoto. Tengo que aprender a no invitar a las personas a diestra y siniestra.

—No lo sé. No he sabido nada de ella desde ese día.

—Idiota. No has cambiado en nada.

Por alguna razón, ambos reímos. Al menos sé que mi vida no corre el peligro de terminar a manos de Mizuki. Sólo queda pensar en cómo se lo explicaré a Makoto.

¿Dónde estará Kara?

—Akira...

Sé que Mizuki está lidiando consigo misma por alguna razón que sólo podría saber si tuviera la habilidad de adentrarme en sus pensamientos.

—¿Qué pasa?

—Escucha... —Hace una pausa para armarse de valor. No hagas esto justo ahora, Mizuki. Te lo suplico—. Iba a pedírtelo cuando estuviésemos en Tokio, pero... Yo... quisiera saber si te gustaría pasar al menos un día conmigo. Sólo tú y yo.

Se sonroja e intenta evadir mi mirada. Cuando Mizuki hace eso, cuando se avergüenza por este tipo de cosas, se ve tan... linda. Me es imposible negarme.

—Sí. Me encantaría.

Algo en sus ojos se ilumina en cuanto escucha mi respuesta. Sonríe de oreja a oreja. Mi respuesta la ha hecho feliz al parecer... Y creo que sé cómo hacer que su sonrisa no se borre de su rostro, al menos por un par de días.

—Ya que hoy tendremos todo el día libre, ¿qué te parece si escapamos y vamos juntos a Akihabara?

Emocionada, Mizuki pretende responderme. Sin embargo, se detiene. Mira hacia algún punto detrás de mí y muerde un poco su labio inferior, sintiéndose inconforme. Corrige su comportamiento al instante y levanta una mano para saludar al aire.

—¡Estamos aquí!

Mierda. No quiero mirar. No quiero girarme. Ya puedo sentir la creciente molestia de Makoto que me causa escalofríos. No quiero... ¿Por qué diablos lo estoy haciendo?

Makoto se ha detenido en seco a un par de metros de distancia. Me dirige una fugaz mirada de desprecio, para luego esbozar una sonrisa forzada y acercarse a nosotros. Me saluda con el látigo de su indiferencia. Finge que yo no estuviera aquí y centra toda su atención en Mizuki.

—Buenos días, Hajiwara. No esperaba verte aquí.

Esas palabras duelen en lo más profundo de mi orgullo.

—Buenos días, Hayashi.

Mizuki sigue sonriendo. Si Makoto reaccionó de esta manera al descubrir esta sorpresa, no quiero pensar en cómo se comportará cuando Kara aparezca. Si es que aparece.

—Bueno, creo que ya podríamos ir a comprar los boletos—propone Makoto, y de nuevo me golpea con su indiferencia—. Aún estamos a tiempo.

—Pero no ha llegado la amiga de Akira.

Makoto me dirige una mirada furiosa, oculta detrás de su sonrisa forzada. Estoy muerto.

—Quería decírtelo —le digo encogiéndome de hombros—. Kara también viene con nosotros.

—¿Kara?

Ahora recuerdo que ella no me dio la oportunidad de presentarlos ese día en Mozo.

—Así que ese es su nombre —sonríe Mizuki—. Me gusta. Es lindo.

—Estoy seguro de que los cuatro lo pasaremos de maravilla —digo, quizá un poco apresuradamente.

Makoto me golpea con su indiferencia y se enfrasca en una conversación con Mizuki. Al menos ese par tendrá tiempo para conocerse mejor y quizá así Makoto pueda entender que Mizuki no me desagrada. ¿Quién dice que no podemos pasarlo bien durante la convención? Al final, eso es lo único que importa. Sólo espero poder tener un par de minutos a solas con Makoto en algún momento para que podamos aclarar todos estos pequeños detalles y asegurarme así de que nada de esto influirá en nuestro desempeño durante el torneo.

Quizá si él dejara de mostrarme esa sonrisa sería un poco más fácil para mí. Lo conozco lo suficiente como para saber que con ese gesto pretende decirme que no podré escapar para siempre y que terminará por atraparme. Y cuando lo haga, me arrepentiré de por vida. Tal vez es por eso que sus ojos se han tornado de color rojo y su sonrisa adquiere un aspecto sanguinario y antinatural...

¿Qué...?

¿Qué le sucede a Makoto...?

No deja de mirarme de la misma manera que haría alguien que tiene una mente trastornada. La manera en la que inclina su cabeza es totalmente anormal. Mizuki apenas tiene tiempo de retroceder. Da un par de pasos hacia atrás, pero ya es inútil intentarlo. Makoto la toma por el cuello y la derriba con tal fuerza que el suelo se cuartea bajo su cabeza. Cuando Makoto retira su mano, el cuello de Mizuki está totalmente roto y ella ha dejado de moverse.

¿Mizuki...?

—No puedes salvar a nadie...

Makoto no mueve sus labios, ninguna palabra sale de su boca, y aun así es como si pudiese escuchar su voz en mi cabeza. Una voz que posee su tono, su cadencia, pero que no le pertenece a él. Camina lentamente hacia mí con movimientos tan erráticos que me dan la impresión de que él ha dejado de ser humano. Intento alejarme, pero mis piernas no responden y termino cayendo de espaldas en el suelo.

Escucho los cascabeles de las serpientes en mi cabeza.

Makoto ríe.

Quiero gritar, pero no puedo hacerlo.

Lo único en lo que puedo pensar es en que esos ojos rojos me hipnotizan. Me hacen entrar en una especie de trance. Todo a mí alrededor comienza a desvanecerse, al mismo tiempo que un par de manos invisibles se cierran alrededor de mi cuello.

—No puedes salvar a nadie, Matsuda...

No puedo salvar a nadie...

No puedo hacer nada...

Yo no soy nada...

Mis ojos comienzan a cerrarse. Ni siquiera resiento la repentina falta de oxígeno. Todo lo que había a mi alrededor ya no existe más. Sólo veo la nada. Y la nada es tan atrayente, tan seductora... Está llamándome. Las manos que me toman por los hombros y los brazos que me rodean sólo pueden ser maneras de apresurarme. Tengo que ir. Tengo qué...

«¡Akira, despierta! ¡Despierta!»

La voz de Kara me obliga a recuperar la consciencia, de una manera similar a salir a tomar un poco de aire luego de haberme sumergido en el agua durante mucho tiempo. Mis pulmones se llenan de oxígeno. No me queda más remedio que toser sin control. ¿Qué mierda ha sido eso? ¿Otra pesadilla...?

—¡Akira!

Es Mizuki quien me llama, aunque la voz de Kara aún puede escucharse en lo más recóndito de mi mente. Mizuki me da palmadas en las mejillas para ayudarme a recuperar la consciencia. Está aterrada. Angustiada. Makoto se encuentra en las mismas condiciones. Ambos me miran como si estuviesen frente a una persona que yace en su lecho de muerte. Seguimos en la estación de trenes, todos en el suelo pues aparentemente en realidad he caído.

Mizuki está viva. Makoto es el mismo de siempre. Las personas alrededor de nosotros siguen con sus vidas. Mi corazón se acelera y mi respiración hace otro tanto. ¿Por qué me siento tan asustado? ¿Qué es lo que acaba de pasar? ¿Por qué aún puedo sentir esas manos sobre mi cuello?

—¡Akira, mírame!

Mizuki me llama con insistencia, colocando ambas manos sobre mis mejillas con delicadeza. Siento el tremendo impulso de abrazarla, de estar con ella, de decirle cuánto agradezco que esté con vida. Finalmente consigo pestañear un par de veces. Mi mirada se cruza con la de ella.

—Mizuki...

Ella deja salir un suspiro de liberación y me envuelve en un fuerte abrazo que yo soy incapaz de devolver. Casi puedo jurar que Mizuki está luchando contra el llanto, si es que no ha comenzado a llorar ya.

—¡Idiota! ¡Me has asustado! ¡No vuelvas a hacer eso!

Se separa de mí finalmente. Makoto se acerca lentamente y me da un par de palmadas en los hombros.

—¿Te encuentras bien, amigo?

No puedo responderle. No puedo dejar de pensar en que en cualquier momento lastimará a Mizuki, aunque sé que no ha sido más que una alucinación y que Makoto en realidad es incapaz de cometer semejante atrocidad. Siento tanta desesperación que de alguna manera sé que pronto estallaré.

—¿Qué...? ¿Qué pasó...?

Mizuki y Makoto intercambian miradas.

—¿No lo recuerdas? —pregunta Makoto.

—No... No lo sé... ¿Qué...?

—Te desmayaste.

Esa voz... Mi mirada viaja velozmente hacia el sitio de donde ha salido el sonido, ayudándome a sentir sólo un poco de paz interna. Ella está aquí. Kara ha venido. Tal vez sea por eso que pude escuchar su voz.

—¿Cómo...?

—De repente, empezaste a toser —dice Mizuki—. Caíste y cerraste los ojos.

—Creímos que era un infarto —secunda Makoto.

Tantas palabras me hacen sentir aturdido.

—No podíamos despertarte —continúa Mizuki.

—Estoy bien... Sólo...

De pronto tengo frente a mí la mano de Kara. Por primera vez, está mirándome. Por primera vez, pareciera que no tiene miedo de estar en lugares concurridos. Y por primera vez, a pesar de los escalofríos que me provoca su presencia, siento que me alegra haber escuchado la voz espectral.

—Levántate.

Tomo su mano, pero mis piernas fallan en el último instante y caigo de nuevo. No es sino hasta el segundo intento que puedo incorporarme. Kara presiona con fuerza, como si quisiera evitar a toda costa que mi mano resbale. Mizuki y Makoto me ayudan con el soporte, colocando sus manos en mi espalda para que yo pueda mantener el equilibrio. Mis piernas tiemblan. Se sienten un poco débiles. ¿Será que esto es un efecto colateral de haber despertado tan temprano?

—¿Te sientes mejor? —pregunta Kara.

Yo sólo puedo asentir, aunque la realidad es que tengo la impresión de que voy a desmayarme de nuevo.

—¿Estás enfermo, Akira? —secunda Mizuki.

—Tal vez debamos posponer el viaje —sugiere Makoto.

—Estoy bien... Kara, ¿cuándo llegaste?

—Hace casi treinta minutos —dice ella sin mudar su tono de voz.

¿Treinta minutos? ¿Entonces cuánto...?

—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

—No lo sé —dice Mizuki—. Parecía una eternidad.

—Pensábamos llamar a una ambulancia —dice Makoto—, pero tu amiga llegó entonces.

—Afortunadamente, ya has despertado —concluye Mizuki—. Creo que tendrías que ver a un médico.

Sobre mi cadáver. No voy a permitir que mis temores nocturnos me impidan continuar con mis planes.

—Ya me siento mejor, Mizuki. —Mentira—. Lamento haberlos preocupado.

—Decir eso es poco —se queja ella—. Idiota.

—Tal vez debamos comer algo antes de abordar el tren —sugiere Makoto, con la misma actitud de una persona que está intentando buscar una explicación lógica para una situación ilógica—. ¿Cuándo fue la última vez que comiste?

—Estoy bien —insisto.

Kara se mantiene en silencio, mirándome igualmente con angustia. Mi único problema es que su angustia es distinta a la de los demás. Pareciera incluso que con su mirada intenta comunicarme que ella sabe algo que yo ignoro. O viceversa.

—Bueno, pues yo no lo creeré —decide Mizuki y se aleja un par de pasos—. Hayashi, ¿puedes acompañarme? Iré a buscar algo de desayunar para Akira.

Makoto asiente. Intento negarme, pero no serviría. No me escucharán. Debo verme muy mal como para que ellos piensen que sólo intento parecer fuerte.

—Y tú —continúa Mizuki mirando a Kara—, ¿cuál era tu nombre?

—Yobanashi. Kara Yobanashi.

—¿Puedes cuidar a Akira mientras regresamos?

Kara asiente. Mizuki y Makoto se alejan, dejando el equipaje con nosotros. Sólo ahora puedo notar que la maleta que Kara ha traído es la más pequeña. Ella duda por un instante, pero finalmente coloca una mano sobre mi espalda y me conduce a una banca para que yo pueda sentarme. Deja el equipaje a nuestros pies y toma asiento a un lado de mí. Mis ojos viajan por sí mismos hacia el dije que lleva al cuello. Siento que he soñado tanto con él que ya podría describirlo con lujo de detalles sin tener que verlo de frente.

Kara parece darse cuenta, pues toma el dije y lo oculta debajo de su camiseta. Ese movimiento me ayuda a ver lo que se asoma por debajo de sus mangas. Son vendajes. ¿Por qué tiene ambos brazos vendados? Quiero hacerle demasiadas preguntas, pero aún estoy demasiado aterrado como para pensar con claridad.

Es ella quien decide romper el silencio.

—No lo escuches, Akira.

—¿Qué...?

—Él se alimenta de tus temores. No puedes permitir que se apodere de tu mente.

—¿De quién hablas?

—Yo no podré protegerte siempre.

De golpe, es como si apareciera alguien más en ella. La chica tímida vuelve a aparecer, pues Makoto y Mizuki han vuelto con algunas galletas. Le dan a Kara su parte y ella la acepta, sonrojada y apenada. Yo apenas puedo tomar mi ración. Como mecánicamente la primera galleta, mirando a Kara por el rabillo del ojo sin poder darle un sentido a sus palabras.

—Akira, deberíamos posponer esto —insiste Makoto.

—No. Estaré bien. Dormiré en el tren y me sentiré mucho mejor para cuando hayamos llegado a Tokio.

—Un desmayo podría ser grave —dice Mizuki.

—Estoy bien —repito, y no se habla más del tema.

Mizuki y Makoto intercambian miradas. Yo sigo comiendo mis galletas, sin dejar de mirar a Kara. Mi cabeza ya comienza a doler. En todo esto hay algo que simplemente no puedo entender. ¿Me he perdido de algo?

Una risa siniestra se escucha en mi mente y me obliga a mirar hacia un punto lejano, justo entre Mizuki y Makoto. El hombre del yukata que intentó atacarme en la calle hace unos días está aquí, en la estación. Sonríe con cinismo y desaparece. Kara también ha logrado verlo. Ella dirige una mirada de odio hacia el punto donde él estaba hasta hace unos segundos. Su mano se cierra sobre la mía para darme un apretón. Y ese gesto me hace sentir seguro. Me hace sentir que soy invencible y que nada ni nadie puede dañarme.

Pero, ¿por qué? ¿Por qué siento eso?

¿Quién quiere hacerme daño, y por qué?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top