CAPÍTULO 4

La lluvia arreció. Las pocas personas que aún recorren las calles tienen que apretar el paso para evitar quedar empapados. Yo voy en el asiento trasero de un taxi. Yobanashi va sentada al otro extremo. No puede abrazarse a sí misma, pues su mano buena aferra con fuerza su mano herida. Sólo estoy seguro de que no quiere mantenerme cerca.

¿Qué diablos sucede con ella? ¡Ya me he disculpado!

Sea como sea, terminamos empapados. Mi bicicleta, que va en el portaequipaje del taxi, no está en mejores condiciones. Al menos, es un objeto inanimado que no tiene tanto frío como el que tengo yo. Sé que pescaré un resfriado...

El silencio es incómodo. Creo que tendré que recurrir a la ayuda de mi mejor amigo. Bendita tecnología que nos permite tener móviles a prueba de agua...

Pretendo escribirle un mensaje, pero él parece haberme leído el pensamiento. Ni bien he comenzado a escribir, su mensaje aparece en la pantalla.

La lluvia arruinó nuestros planes

Y a mí, la maldita lluvia me tiene en el asiento trasero de un taxi con una chica a la que le desagrada mi presencia...

Escribo mi respuesta, a sabiendas de que esto me condenará a un terrible interrogatorio.

Voy a casa con una chica

Una sonrisa se dibuja en mi rostro. Sé bien que Makoto siente celos de mí habilidad natural para atraer a las chicas... Y, mientras tanto, yo detesto esa habilidad pues siempre decide abandonarme en los momentos menos indicados. Tal y como justo ahora. ¿En verdad esa chica no pretende siquiera dirigirme la mirada? Sé que no debí lastimarla, pero estoy seguro de que una muñeca torcida no es una razón lo suficientemente buena como para detestar a una persona durante el resto de tu vida.

Makoto ha respondido.

¿¡Qué!? ¿¡Una chica!?

Yobanashi me dirige una mirada furiosa en cuanto me escucha reír. Necesita sonreír más...

El taxi finalmente se detiene frente a mi casa. Soy yo quien debe pagar, al parecer, pues Yobanashi no hace ningún esfuerzo por compartir conmigo la deuda. Bajamos del auto y junto con el conductor sacamos mi bicicleta del portaequipaje tan rápido como podemos.

Yobanashi se aparta y espera en silencio. La lluvia nos da un pequeño respiro para que podamos acercarnos a la verja de la entrada. Sólo ahora puedo darme cuenta de que el auto de mis padres no está a la vista. La bicicleta de mi hermano no ha vuelto. Y el hecho de que la verja esté cerrada con llave es lo que termina de confirmarlo. Mis padres se han ido, mi hermano también y yo he olvidado mis llaves.

—¿Vives aquí? —urge Yobanashi.

Mi madre siempre deja las llaves de emergencia debajo de las rocas cerca de nuestras bicicletas.

—Espera —le digo y salto la verja.

En menos de un minuto, mi bicicleta ya está resguardada de la lluvia, y Yobanashi y yo ya estamos frente a la puerta principal. Finalmente entramos al recibidor. Ella tirita, pero se mantiene en silencio. Las luces apagadas y el silencio sepulcral se deben a que, efectivamente, me han abandonado a mi suerte.

Me quito los zapatos y ella hace lo mismo.

—Puedes quedarte aquí. Traeré toallas y el botiquín.

Su respiración se agita en cuanto estoy a menos de medio metro de distancia. Agacha la mirada, como si en realidad no quisiera estar aquí. ¿Qué diablos te he hecho yo para que actúes de esta manera, Yobanashi?

Tengo que subir a mi habitación para ponerme ropa seca. Voy al baño y tomo un par de toallas para ella, pero al instante siento como si algo estuviera deteniéndome. La imagino de pie en la entrada del salón, justo frente a la mesa de centro, intentando mantener el calor de su cuerpo entre toda esa ropa mojada. Con esa expresión de desasosiego reflejada en su rostro y su muñeca herida...

¿Es así como debe sentirse la compasión?

No... No es compasión...

Oh, ¿qué más da?

Supongo que ningún daño hará si le permito usar una muda de ropa mientras la suya está en la secadora...

No tardo más de cinco minutos más en bajar nuevamente. Es extraño darme cuenta de que mis imaginaciones eran ciertas. Yobanashi no ha querido moverse. Su respiración sigue siendo ligeramente agitada. Mira en todas direcciones, como si se sintiera insegura. Como si estuviera buscando algo. Como si, de alguna manera, supiera que no estamos solos aquí... Pero, ¿qué tonterías estoy pensando?

Por supuesto que estamos solos.

—Aquí hay ropa para ti.

Ella me mira con intensidad durante un par de minutos. Siento como si sus ojos ocultaran en sí mismos uno de los mayores secretos de la humanidad. Y eso es... abrumador. Termina por desviar la mirada y toma la muda de ropa seca con su mano buena. Esboza una mueca de dolor al dejar de aplicar presión sobre su mano herida.

—¿Dónde puedo...?

—Sigue por el pasillo. La primera puerta a la derecha. Yo... Prepararé té. —Es así como deben tratarse a las invitadas cuando tus padres no están, ¿no es así? — ¿Te gusta el té?

Qué pregunta tan estúpida.

Ella asiente con timidez.

Eso es timidez, ¿cierto?

—Sí...

—De acuerdo. Toma el tiempo que necesites.

La veo alejándose por el pasillo, hasta encontrar la puerta que le he indicado. Ella me hace sentir como si... como si corriera peligro estando a su lado. Las chicas huelen el miedo, y pueden provocarlo también.

No me queda más que preparar el té. Y en un día tan lluvioso, un poco de ramen sería lo más indicado. Makoto me lo ha dicho en, al menos, cien ocasiones. Y hoy puedo comprobarlo. Soy el peor anfitrión del mundo...

He encontrado ramen instantáneo en los gabinetes. El té ya está calentándose y yo estoy buscando algo con lo que podamos acompañarlo... Extiendo una mano hacia la nevera para sacar al fin la tarta que hasta hace unos segundos estuvo resguardada en ese pequeño y adorable envoltorio.

Mizuki sí que se esmeró... Las fresas sobre la tarta dibujan un pequeño corazón. Y con chocolate derretido ha escrito las palabras: Feliz cumpleaños, Akira. Su caligrafía siempre ha reflejado que ella es una chica adorable. Una chica que pasa toda una tarde horneando una tarta para una persona y que espera impacientemente a saber qué opina esa persona del postre que ella hizo con sus propias manos...

Perdóname, Mizuki.

Vuelvo a la sala llevando en una bandeja las dos tazas de té, la tetera humeante, la tarta y las dos rebanadas que ya he cortado. Esa chica no ha vuelto. ¿Cuánto tiempo puede tardar en cambiar sus ropas? ¿Debería ir a averiguar si necesita algo? ¿Por qué diablos estoy caminando hacia el cuarto de baño? ¿Por qué demonios le pedí que viniera? ¿Por qué no pude quedarme en casa, jugando desde mi ordenador en la calidez y seguridad de mi habitación?

—Oye... ¡Yobanashi! ¿Está todo bien?

Silencio.

No... No del todo. Puedo escuchar un murmullo. Sólo puedo descifrarlo si me coloco cerca de la puerta. Yobanashi está hablando... ¿consigo misma?

—Cierra la boca... Por supuesto que no, no voy a... ¿Qué se suponía que hiciera? No voy a quedarme aquí más tiempo... ¿Es que tú no pudiste sentirlo? Estar junto a él... Me aterra...

¿Qué...? ¿Está hablando de mí?

Debe estar atendiendo una llamada... Aunque la manera en la que ha pronunciado esas palabras no es en nada similar a estar hablando por teléfono con otra persona. No hace pausas. ¿En realidad la hago sentir tan incómoda?

En realidad, no es que me importe lo que Yobanashi pueda pensar de mí. Sólo creo que al menos debería mostrar un poco de gratitud. Fue un accidente. Si yo estuviera en su lugar, no me sentiría aterrado. Enfadado, tal vez...

Yobanashi llega al cabo de un par de minutos. Mis ropas le sientan un poco holgadas. Ella evita mi mirada. Sin mediar palabra alguna, llevo sus ropas anteriores al cuarto de lavandería. Cuando vuelvo al salón luego de encender la secadora, descubro que ella ya ha tomado asiento ante el kotatsu. Sigue evitando mi mirada. Esto podría ser más fácil si ella no se comportara de esta manera. Supongo que sólo puedo abrir el botiquín en silencio, esperando que ella no se sobresalte al pensar que quiero drogarla con ibuprofeno.

—Déjame ver tu mano.

Ella duda, pero finalmente accede. Extiende su mano herida hacia mí y evita nuevamente mi mirada. Apenas puedo acercarme a ella, pues de inmediato retrocede con torpeza. Actúa como si realmente me creyera capaz de hacerle daño.

—No te lastimaré. Confía en mí.

Duda de nuevo, pero esta vez no hace ningún esfuerzo para retirar su mano. Esboza una mueca de dolor y su cuerpo entero se tensa en cuanto mi piel entra en contacto con la suya. Sus manos son frías, y eso es algo que nada tiene que ver con el clima o con el hecho de haber estado cubierta de agua hasta hace unos minutos. No me di cuenta de esto cuando caí sobre ella, pero ahora sí que puedo notarlo.

Tocar su mano es... extraño.

No puedo explicarlo con palabras. Sólo siento como si estuviera haciendo algo indebido. Como si algo oscuro se posara justo detrás de mí, observándome con auténtico odio y estando totalmente dispuesto a atacarme... ¡Qué tontería! Sólo estoy sobreactuando. No pensaría estas cosas si invitara a más chicas a pasar el rato en mi casa.

No sé cómo, pero lo he conseguido. La mano herida de Yobanashi ha quedado vendada, aunque sigue sintiendo dolor.

—Aplica calor para que el dolor se vaya —sugiero. Ella niega con la cabeza—. ¿Quieres que sirva el té?

Asiente en silencio, evitando mi mirada como si en ello se le fuera la vida. ¿Cuál es su problema?

Le entrego su taza de té y una rebanada de tarta.

—Gracias por la comida —musita ella.

—Gracias por la comida —respondo yo.

El primer bocado de la tarta me ayuda a dejar de lado todo lo que me inquieta con respecto a Yobanashi. La tarta es dulce, suave y deliciosa. Y es cierto que Mizuki usó triple ración de fresas. Mizuki sabe complacerme... Ojalá yo pudiera devolverle el favor. Soy el peor mejor amigo en todo el planeta.

¿Y qué pasa con Yobanashi?

Mira el trozo de tarta como si creyera que el postre es lo que va a comerla a ella...

—¿Qué es esto...?

No puedo creerlo. Me mira por primera vez, sólo para demostrarme que realmente no entiende que frente a ella hay un trozo de tarta.

¿Intenta tomarme el pelo?

—Es una tarta de fresas.

—¿Fresas...?

Su curiosidad logra vencer a su personalidad retraída y desagradable. Vuelve a mirarme y parpadea un par de veces, mostrándome lo confundida que está.

Tiene que ser una broma...

—Tú... Tú no eres japonesa, ¿o sí?

Y, de cualquier manera, ¿existe alguien que no conozca las fresas?

—No. —Ella toma un sorbo de té para escudarse y, quizá, para infundirse valor—. Es decir... Mi familia es japonesa. Mis padres nacieron en Hokkaido.

—Ya veo. Entonces te criaste en el extranjero.

—¿Cómo lo sabes?

—Tu acento. Te cuesta hablar en japonés.

Bien. Hemos hecho un avance. Ella no sonríe, pero al menos parece que ya no cree que yo sea un peligro potencial para su vida. Toma otro largo sorbo de té antes de responder, casi como si hubiese algo que quiere impedirlo a toda costa.

—Yo recién he llegado a la ciudad. Vengo de Guangdong, China.

—Eso explica algunas cosas...

—¿Esto se come...?

De acuerdo. No está bromeando.

—Te gustará, créeme. Abre la boca.

Ella me mira como si no pudiera dar crédito a mis palabras, pero igualmente hace lo que le digo para que yo pueda darle un trozo de tarta. Es como estar alimentando a un bebé. Pero... me agrada. Sus ojos brillan en cuanto las fresas hacen contacto con su paladar. Estoy seguro de que sus labios luchan para dibujar una sonrisa, pero ella cubre su boca con una mano y sólo hace un par de sonidos ocasionales.

—Es deliciosa... —me dice y toma por sí misma el segundo bocado—. ¿La has hecho tú?

—No, en realidad. Soy un desastre en la repostería... ¡Pero sé cocinar! Puedo hacer ramen.

—¿Ramen?

—Sí. Ya verás, sé que te gustará.

Me pongo de pie y termino mi taza de té tan pronto como puedo. Ella me mira como si no lo comprendiera.

—Espera aquí.

No puedo describir la sensación que me embarga en cuanto vuelvo a la cocina. Estar cerca de ella no es nada en comparación a estar lejos. Pareciera que su simple presencia basta para que el ambiente en general sufra un cambio drástico, aunque sigo sintiendo como si hubiese algo oscuro rodeándome. Algo que me acecha, que está dispuesto a entrar en acción si es que acaso llego a cometer algún error.

Quizá... sólo sigo sintiendo culpa. Después de todo, la perseguí a través de todo Mozo cuando no debí hacerlo. Quizá su voz no es tan parecida a la que me persigue en mis pesadillas. Incluso creo que podríamos ser amigos.

El ramen está listo, pero cuando estoy afuera del salón, puedo escuchar que ella está hablando consigo misma nuevamente, en voz baja. No quiero admitir que un escalofrío se apodera de mí.

—Sé lo que dije, pero... ¡No! ¡No puedo irme así! Él ha dicho que... Por supuesto que puedo sentirlo. No he dejado de hacerlo desde que lo vi por primera vez... Sí... Sigue aterrándome... ¿Qué otra cosa puedo hacer? Si lo abandono ahora, entonces...

—¡El ramen está listo!

Creo que cometí el peor error de la vida al haber entrado al salón de esta forma tan abrupta. Pero, ¿qué más puedo hacer, además de enterarme de que esa chica estaba hablando sola? Admito que por un instante realmente albergué la esperanza de que estuviera atendiendo llamadas. Pero no es así. En cuanto me ha visto entrar, guardó silencio y ahora permanece sobresaltada. Y sigue pensando que le haré daño.

—Eso huele delicioso —concede nerviosa.

No hace falta que te comportes así. Ya me he dado cuenta de crees que soy un psicópata.

Al menos, ha comido hasta la última migaja de tarta.

—Pareces nerviosa —le digo, aunque pareciera que quien realmente está al borde de los nervios soy yo—. No te haré daño. Lo que dijiste justo ahora era sobre mí, ¿no es cierto?

Ella evade mi mirada y acuna el plato entre sus manos.

No necesito otra respuesta.

—Escucha, Yobanashi, en realidad lamento lo que sucedió en Mozo. No era mi intención perseguirte.

—Ha sido mi culpa —responde.

—Comencemos de nuevo, ¿de acuerdo?

Ella asiente.

Agradecemos por los alimentos y ella comienza a comer en silencio. Sus ojos brillan nuevamente. El ramen le ha gustado. ¿Debería decirle algo? O tal vez sólo tenga que dejarla terminar su comida para que pueda irse y yo pueda subir a jugar un poco...

—Así que... ¿Vives aquí con tu familia?

Bien, eso ha sido inesperado. En realidad, no creí que ella fuera capaz de iniciar la conversación.

Me confundes, Yobanashi. Me da la impresión de que te detesto, de que me agradas y de que... Y de que nos hemos conocido antes.

¿Debería hablare sobre eso...? ¿Exactamente qué puedo decirle? ¿Que he escuchado su voz antes, aunque ella no estaba consciente de mi existencia hasta hoy?

—Sí —respondo al fin—. Vivo con mis padres y mi hermano menor. ¿Tú te has mudado con tu familia?

—He venido con mi abuelo.

—¿Nunca habías venido a Japón? —Ella niega con la cabeza—. Nagoya te gustará. Puedo llevarte a conocer algunos lugares. He pasado toda mi vida aquí, así que conozco la ciudad como a la palma de mi mano.

—Eso... me gustaría... —responde—. Y... Háblame de ti. De tus... intereses.

A decir verdad, a excepción de Mizuki, Yobanashi es la única chica que se ha tomado la molestia de preguntar sobre las cosas que me interesan. El resto de las chicas que he conocido se limitan a ver en mí a un prospecto de pareja. No es que esté considerando a Yobanashi como tal.

—¿Mis intereses? Realm of Mystery.

—¿Qué?

—No puede ser... ¡Me estás tomando el pelo!

Ella me mira como si yo fuese un lunático. Y eso es irónico. He conocido jugadores de todos los rincones del mundo dentro del juego. Al menos un par de quienes entrenan conmigo en el Coliseo son de China. ¡Incluso Shizuka y las chicas conocen el juego! ¡No necesitas ser un fanático para saber de lo que estoy hablando!

—¡Es un MMORPG increíble! ¿En realidad no lo conoces? —Ella niega con la cabeza—. ¡Pues estás perdiéndote de lo mejor! Podemos ir a mi habitación para crear tu avatar y...

—¿A tu habitación?

Bien, he ido demasiado lejos. Respira, Akira. No hagas que Yobanashi crea que, además de ser un psicópata acosador, eres un pervertido. ¡Estúpido!

—Lo lamento, yo... Es sólo que es mi juego favorito. Puedo mostrártelo cuando tú quieras. Sé que te gustará. Es como una droga muy poderosa. Una vez que alguien te inicia, no puedes dejarlo.

—Yo... No lo sé...

—En Mozo hay cápsulas de realidad virtual —insisto—. Puedo mostrarte el juego en el arcade, pero tienes que prometer que lo jugarás, ¿de acuerdo?

Y extiendo hacia ella el dedo meñique. Ella me mira con el entrecejo fruncido, como si no supiera lo que pretendo hacer. Pero finalmente sonríe y levanta su mano buena para entrelazar su meñique con el mío.

—Es un trato —me dice.

Podría sonreír un poco, al menos.

—Es una promesa —corrijo—. Y será mejor que cumplas con tu palabra. De lo contrario, tendrás que comer mil agujas.

—¿Qué...?

Esto comienza a ser divertido.

~ ∞ ~

Ha dejado de llover, aunque el cielo aún está oscuro y gris. Y nosotros, bueno... Aún creo que Yobanashi y yo podemos ser amigos. Si tan sólo ella pudiera sonreír... Pareciera que cada vez que quiere hacerlo, busca una manera de evitarlo. Cubre su rostro, desvía la mirada o encuentra una excusa para cambiar el tema. Supongo que el secreto para que deje atrás su coraza es darle algún postre. No quiero imaginar cómo responderá si le doy un trozo de chocolate.

Me dispongo a levantarme para preparar un poco más de té, pero ella me detiene. Y no puedo explicar cómo es que lo hace. Sólo... Sólo siento que debo detenerme y mirarla, como si ella me hubiera llamado, aunque sé que no es así. Un escalofrío recorre toda la extensión de mi espalda

—Ya tengo que irme, Matsuda.

Eso me obliga a mirar el reloj de la pared.

Son casi las siete de la tarde.

—El tiempo se ha ido volando —le respondo y dejo la tetera en su lugar—, pero ha sido divertido, ¿no crees?

Ella asiente, aunque pareciera no querer hacerlo. Me pregunto si Yobanashi es una de esas chicas complicadas que dicen exactamente lo contrario a lo que quieren.

—Tengo que devolverte tu ropa —dice ella.

¡Por poco lo olvido!

Ni siquiera recuerdo haber encendido la secadora...

Así que voy al cuarto de lavandería para confirmar que su ropa ya está seca. Tocarlas con mis manos ahora que no están empapadas, me hace darme cuenta del aura que se transmite a... través de ellas... ¿Qué es esto?

¿Será que estoy sugestionado?

Vuelvo a pasillo. Ella me espera afuera de la cocina.

—No hace falta que me devuelvas mi ropa ahora —le digo y entro a la cocina para buscar una bolsa—. Me la devolverás cuando volvamos a vernos.

—Pero... No puedo...

—Por supuesto que puedes.

Le dedico un guiño y ella acepta la bolsa.

—Gracias —musita, dedicándome una inclinación de la cabeza—. La comida ha sido deliciosa.

—Podemos repetirlo cuando quieras.

Mizuki va a matarme.

—Eso me encantaría, Matsuda.

Vamos juntos a la verja de la entrada. Algunas gotas de lluvia comienzan a caer de nuevo. Y el agua sigue encharcada en la calle. Hace frío. Yobanashi se abraza. Yo siento una oscura molestia en mi espalda, como si alguien estuviese mirándome con ira a pesar de que no hay nadie detrás.

—Puedo prestarte una chaqueta —le ofrezco.

—No hace falta —responde ella despreocupada.

—¿Irás muy lejos? Podría llamar a un taxi, o podemos esperar a que mis padres vuelvan con el auto y...

—No hace falta —insiste—. No iré demasiado lejos. Mi abuelo y yo vivimos en Aoyagicho.

¿Acaso no era que no conocía la ciudad? ¿Cómo puede estar segura de que Aoyagicho y Fukiage son cercanos?

—Nos veremos después —dice ella—. En ese lugar... ¿Cómo se...?

—Mozo.

—Sí. Mozo.

Se despide con una inclinación de la cabeza y se aleja, enfilándose por la calle. Y yo sigo sus pasos, por alguna razón que ni siquiera yo puedo entender. Las gotas siguen cayendo. Si ella decide ir caminando, de nada habrá servido dejar sus ropas en la secadora.

—¡Yobanashi, espera!

Pero cuando llego a intersección, Yobanashi ha desaparecido. No hay rastro de ella. Sólo veo un taxi que se aleja, y siento esa diferencia en el ambiente cuando ella se aleja de mí. Puede ser que eso se deba a que lo hemos pasado de maravilla. Esas cosas suceden cuando quisieras que el día no terminara nunca. Pero, al mismo tiempo, es anormal.

Vuelvo sobre mis pasos, hasta que consigo ver a ese sujeto que me mira fijamente desde la calle contraria. Un hombre vestido con un yukata. De largo cabello negro que va atado en una coleta. Yo sostengo su mirada, pues él parece querer resolver conmigo alguna afrenta que jamás hemos tenido. Sonríe. Pareciera que se burla de mí. Y el escalofrío regresa, así como escucho la voz de Yobanashi en mi cabeza.

—¡Oye! ¡¿Qué miras?!

Él hace crecer su sonrisa. El escalofrío vuelve con el doble de potencia. Lo veo dar un paso hacia mí y yo me veo obligado a retroceder, como si alguna fuerza invisible estuviera tirando de mis hombros para llevarme hacia atrás. El sujeto sigue avanzando. Y, de repente, en un abrir y cerrar de ojos, puedo ver que de su espalda brota algo similar a un par de serpientes de color negro. Sus cascabeles me ensordecen. Mi corazón se acelera. ¿Qué diablos está sucediendo? ¿Por qué siguen acercándose? ¿Qué es lo que quieren de mí...?

«¡Akira!»

La voz de Yobanashi llega al rescate, obligándome a abrir los ojos sin que yo me hubiera dado cuenta de que los tenía cerrados. Un auto pasa justo entre el hombre y yo, haciendo que la alucinación desaparezca. He caído de espaldas. Parece que el auto ha estado a punto de arrollarme, aunque tengo la impresión de que también me ha salvado de algo mil veces peor. En mis hombros aún puedo sentir el tacto de esas manos gélidas que me obligaron a retroceder.

Ha sido ella.

Kara Yobanashi.

No puedo verla, pero... siento como si realmente estuviera aquí.

~ ∞ ~

¡Hola, mis amores divinos y preciosos!

Hace unos días vi en Twitter algo que me hizo sentir muy identificada. Ya no recuerdo al user, pero decía algo referente a no sentirse parte de Wattpad y así es justo como yo me siento. A veces creo que no debí irme, mucho menos cuando estaba en mi mejor momento, pero también sé que era necesario y que, si desparecí, fue porque mi salud mental estaba por el subsuelo. Ya les he contado que caí en la autolesión, en los pensamientos y planeación suicida, en lo más profundo de un pozo en el que nunca creí que yo podría caer. Y ahora que estoy afuera, corriendo por la pradera verde de la estabilidad mental, me pregunto si realmente vale la pena seguir intentándolo. Y eso quiero, así que aquí andamos otra vez. 

Realm of Mystery es una de mis novelas favoritas de todas las que he escrito, pero es la menos popular de todas las que he publicado. Actualmente me encuentro en una fase donde quiero crear, quiero escribir y quiero compartir esto, que es mi pasión. Por eso he tomado la decisión de traer algunas de mis novelas a Wattpad, para dejar las más fuertes en Amazon donde sé que están bien y que no necesitan mi ayuda. 

Quiero volver a enamorarme de esta plataforma, de mi comunidad y volver a sentir esa pasión por formar parte de esta web, así que aquí estamos una vez más.

Me prometí que el 2022 sería para comerme el mundo a mordidas. Y aquí estoy, para demostrar que el sacro imperio de Alisannia vive y se mantiene fuerte. Así que espero que ROM les guste tanto como a mí. Habrá nuevos capítulos cada lunes, miércoles y viernes, como ya estaba planeado.

¡Les amo con todo mi corazón!

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