CAPÍTULO 1
Éste es uno de esos años en los que la fecha de mi cumpleaños coincide con el último día de clases. Ya empieza a atardecer. Las nubes se han teñido de un anaranjado que me recuerda al cabello de Mizuki. Lo ha teñido de un castaño tan claro, que parece anaranjado cuando lo ilumina la luz del sol.
Los pasillos de la preparatoria están casi vacíos. Sólo quedamos un par de rezagados que dejamos las tareas más importantes para el último momento, como hacer estúpidas declaraciones de amor. En los vestidores del gimnasio hay un par de chicos de primer año que comentan cuánto les ilusiona ser seleccionados para el equipo de soccer. Yo soy el capitán. Si quisiera, podría jugarles una broma, pero no lo haré. En este momento sólo me preocupa salir antes de que Mizuki aparezca. No la he visto desde esta mañana, cuando intentó convencerme de ir con ella a su última práctica con el equipo de gimnasia. Si existiera alguna medalla que premiara a quienes consiguen escapar de Mizuki Hajiwara sin morir en el intento, yo habría ganado al menos cien de ellas. Tan solo en este curso. Y ha dejado una nota con forma de corazón en mi casillero.
Te espero en la entrada, debajo del cerezo
¿Por qué a mí...?
Touma suele decir que soy un hijo de puta con las mujeres y que es por eso que no tengo novia. En momentos como éste, quisiera que Touma tuviera razón. Si realmente fuese un hijo de puta, me habría librado de Mizuki hace tiempo...
—¡Akira!
Mierda.
El séquito de Mizuki me ha encontrado. Son clones que me recuerdan al grupo de las chicas populares de las teleseries americanas que mi madre escucha mientras lava la ropa. Mizuki lidera a cuatro chicas. Las otras llevan el cabello oscuro y siempre avanzan en sus posiciones estratégicas. En el extremo izquierdo va Yumi Miyake, con su cabello corto que apenas le cubre el cuello. A su lado está Ayame Fujimori, la más bajita del cuarteto y tiene una manía por usar pendientes desiguales. En el extremo derecho va Shizuka Utagawa, que ha sido candidata a presidenta de la clase durante siete años consecutivos y siempre derrotada por Mizuki.
Todas llevan obsequios y las tarjetas llevan mi nombre.
—Hola, chicas...
Actúa natural. Las chicas huelen el miedo.
—Hemos estado buscándote —dice Shizuka.
—Hayashi dijo que te encontraríamos aquí —dice Yumi.
Maldito traidor.
—Tenía cosas que hacer... —Como ocultarme de ustedes—. ¿Puedo ayudarlas en algo?
—Queríamos invitarte —dice Ayame—. La próxima semana iremos a la playa de Onjyuku. Mi hermano nos llevará. Hayashi también está invitado. Irás, ¿cierto?
—Lo pensaré. —Espero que mi sonrisa sirva para ocultar que es una excusa—. Las llamaré, ¿de acuerdo?
Ellas ríen. Es la misma reacción que tienen muchas de mis compañeras cada vez que entablamos una conversación de más de dos palabras. Shizuka susurra algo al oído de Yumi. Ella pasa el mensaje al oído de Ayame y extienden sus manos para mostrarme mis obsequios. Tres cajas envueltas con papeles de distintos colores. El violeta es de Shizuka, el celeste es de Ayame y el verde es de Yumi.
—¡Feliz cumpleaños, Akira!
Por favor, no...
—Gracias, chicas. No era necesario...
—Ábrelos —dice Yumi.
Ellas no se fijan en mi suspiro, ni en lo incómodo que me hacen sentir. Sonríen de oreja a oreja cuando tomo el regalo de Shizuka. Son caramelos de limón. Y yo detesto los caramelos. En silencio, abro el regalo de Yumi. Es un colgante para el móvil con la forma de un onigiri sonriente. Es lindo.
—Supe que te gustaría en cuanto lo vi —dice Yumi.
El último regalo es de Ayame. Un tomo del manga de Soul Eater. Sería el regalo perfecto, si no tuviese todos.
—Se los agradezco mucho —les digo con una sonrisa y una inclinación de la cabeza.
Eso parece dejarlas satisfechas. Me piden una foto grupal y se retiran la mar de contentas. Ahora entiendo porqué han sido mejores amigas con Mizuki por tantos años...
Será mejor darme prisa.
Necesito vaciar mi casillero. Los mangas que Makoto me prestó desde noviembre del año pasado, a casa. La ropa sucia, a casa. Los envoltorios de los almuerzos, a la basura. Los obsequios, a casa.
¡Ah! ¡Aquí está!
El libro de álgebra. Debo devolverlo a la biblioteca.
Makoto me ha enviado un mensaje.
ALERTA
Hajiwara está en la puerta principal
No quiero pasar por otra de sus declaraciones... Aunque debo admitir que los dulces que me obsequió el año pasado fueron un lindo detalle.
Es fácil caminar por los pasillos vacíos. Usualmente, el de la biblioteca está demasiado concurrido, ya que conecta con cuatro bloques de escaleras. A veces creo que el arquitecto no tomó en cuenta las dificultades que chicos acosados por sus enamoradas, como yo, podemos sufrir en días como estos...
Todo sería más fácil si Mizuki no fuera tan atrevida.
La biblioteca también está vacía, a excepción del voluntario. Es un chico de la clase número uno de tercero, que debe estar cumpliendo una detención. La bibliotecaria sale de su oficina para indicarle que ya puede irse. Devolver un libro a la profesora Nagano es casi una misión imposible. Ella cree que los estudiantes somos bestias insaciables que sólo pensamos en destruir. Ofende un poco que ella verifique que no exista el más mínimo daño en la cubierta o en las páginas. Y cuando obtengo su aprobación, introduce los datos del libro en el ordenador.
—Tres semanas de retraso... La puntualidad no es tu fuerte, Matsuda.
No vale la pena discutir. La última vez que me atreví, terminé con un castigo de cinco semanas. Lección aprendida.
Es hora de emprender el escape, pero alguien me detiene tocando mi hombro con la punta del dedo.
¡Es Mizuki! ¡¿Cómo diablos llegó aquí?!
—Hola, Akira.
¡Es imposible ignorar esa sonrisa!
Mizuki tiene ambas manos tras la espalda.
Alerta. Declaración en camino.
—Hola, Mizuki.
Sí, le he sonreído.
No puedo negar que Mizuki me agrada. Nos conocemos desde que éramos niños, después de todo. ¿Es tan difícil para ella dejar las cosas como están?
—Te esperaba debajo del cerezo —dice ella—. Te he dejado una nota. Hayashi dijo que ya te habías ido, pero...
¡Gracias, Makoto!
—Tenía que devolver un libro. ¿Por qué no estás con tus amigas? Ellas fueron a buscarme al gimnasio.
—Akira, yo...
¡No! ¡Detente! ¡No digas más!
¿Por qué las chicas tienen que ser tan complicadas?
Mizuki al fin me muestra lo que lleva en las manos y me desea un feliz cumpleaños. Es una caja pequeña, envuelta en papel y un pequeño lazo rojo. Y ella está tan sonrojada y tan nerviosa que creo que podría desmayarse.
¿Por qué me haces esto, Mizuki?
Tomo el regalo y le dedico otra sonrisa que ella devuelve.
Me atrevo a decir que es hermosa. Su sonrisa es lo que más me gusta. Es cálida y sincera.
—Espero que te guste —dice ella.
—¿Qué es?
—Una tarta. La hice yo misma. Sé que te gustan las fresas, así que tiene triple ración.
—Apuesto a que es deliciosa.
—¿No vas a comerla ahora?
—No. La comeré más tarde y así tendré una excusa. ¿Está bien si te llamo por la noche?
¿Qué diablos estás haciendo, Akira?
—¡Sí! ¿Sabes, Akira? Hace tiempo que no hablamos. ¿Recuerdas cuando estuvimos al teléfono hasta las tres de la mañana, cuando me fracturé la muñeca?
—¿Cómo olvidarlo? Siempre me hacías reír.
—Extraño esos tiempos, ¿sabes?
—También yo. Es increíble... Ahora estamos casi a punto de graduarnos y entrar a la universidad.
—Me gustaría que volviéramos a ser tan unidos como lo éramos hace unos años. Quisiera... pasar lo que nos queda de la preparatoria como si nada hubiera cambiado.
—Nada ha cambiado, Mizuki. —Ella se sonroja cuando me ve sonreír—. Sigues siendo mi mejor amiga.
Ella deja salir una risita nerviosa.
—Tengo que irme ya, Mizuki.
—Sí... Tu madre debe estar esperándote... Siguen tomando la cena a la misma hora, ¿cierto?
—Sí. Todo es igual a la última vez que nos visitaste.
—En ese caso, deberías irte. No querrás que tu madre vuelva a castigarte, como cuando estábamos en cuarto año.
Esta vez soy yo quien ríe.
—Por supuesto que no. Eso sería horrible.
Y nos sumergimos en un incómodo silencio.
—Mizuki... En una semana habrá una convención en el Tokyo Big Sight. ¿Te gustaría ir conmigo? —Makoto me matará—. Me... refiero a ir conmigo y... con... Makoto...
—Me encantaría.
Eso fue sencillo.
—De acuerdo. Y te llamaré esta noche. ¿Trato hecho?
—Bien, pero promete que no me dejarás sola.
La profesora Nagano me fulmina con la mirada cuando me escucha reír a carcajadas.
—Lo prometo. Nos vemos, Mizuki.
Me despido con una sonrisa para echar a caminar de vuelta hacia el pasillo. ¿Qué diablos acabo de hacer? ¿En verdad invité a salir a Mizuki Hajiwara? Esta decisión me perseguirá por el resto del verano... Sí, es cierto que le tengo mucho cariño, pero ha pasado el tiempo y la distancia entre nosotros, junto con su insistencia, complica las cosas. Aun así, sé que siempre puedo contar con ella. Y ella sabe que siempre puede contar conmigo... ¿Por qué insiste tanto?
Sólo sigue caminando y no mires atrás. Salir con Mizuki, no puede ser tan malo... ¿O sí?
—¡Akira!
Makoto corre hacia mí cuando me ve salir. Yo no puedo hacer más que fulminarlo con la mirada, para luego echar la cabeza hacia atrás.
—Te dije que debías distraerla. ¡Me ha encontrado!
—Lo intenté.
—Será mejor que nos vayamos ya, antes de que nos encuentre y quiera que la invite a cenar.
—Si tanto la detestas, ¿por qué no se lo dices?
—No la detesto.
Admito que me ofende la manera en la que Makoto interpreta todo esto. Y también sé que tengo la culpa, pero... ¿Qué puedo hacer? Sólo sé que quiero a Mizuki... lejos de mí.
—Te invito a cenar —le digo—. Vamos a mi casa.
—¿No es lo mismo que hacemos todos los días?
Yo sonrío y ambos echamos a caminar hacia la calle. Hemos repetido esta rutina desde que decidimos que éramos demasiado mayores como para que la madre de Makoto enviara un taxi para nosotros todas las tardes al terminar la escuela. Vivimos en Nagoya. Makoto vive con su madre en un apartamento de Shirakane y yo vivo con mi familia en Fukiage, más cerca del instituto. Pasamos la tarde en mi casa y Makoto va a la suya cuando anochece. Sólo cuando tenemos algún deber importante, especialmente durante las vacaciones, es cuando pasamos los días en Shirakane. Algo tiene ese lugar que nos obliga a concentrarnos al máximo.
Lo único que realmente detesto a veces es que la familia Hajiwara también vive en Fukiage. Me es imposible creer que nos hayamos separado tanto, aun cuando podría decirse que somos vecinos... Y me es más imposible creer que ella valora cada segundo que pasamos juntos, aun cuando nos vemos todas las mañanas al tomar la misma ruta.
—¿Está todo bien, Akira?
Detesto que Mizuki me haga pensar tanto. ¡Deja esto atrás, Akira! Mi intención era evitar que Mizuki se deprimiera, pero parece que el deprimido ahora soy yo.
—Sólo estoy hambriento. —Y quisiera no haberle dado ilusiones a Mizuki—. Oh, casi lo olvido.
Los ojos de Makoto brillan cuando le muestro el obsequio de Shizuka. Se lo ofrezco, pero él niega con la cabeza y sigue caminando.
—No puedo aceptarlo, Akira.
—Por supuesto que puedes.
Y dejo el obsequio en sus manos, sin que él pueda decir nada al respecto. Makoto balbucea y da rienda suelta a los placeres de comer caramelos de limón. Deshacerme del obsequio de Shizuka fue sencillo. El colgante para el móvil y el manga, bueno... Makoto no los necesitará.
~ ∞ ~
Mi casa siempre se ha distinguido por el jardín que mi madre se esfuerza en cuidar día con día. No hay rastro del auto de mi padre. Sólo está la bicicleta roja de mi hermano. La azul es mía y sigue en el mismo lugar donde la dejé ayer por la tarde.
Entramos y dejamos nuestras cosas en el perchero.
—¡Ya llegué!
Nos quitamos los zapatos y yo hago una pausa para soltar el nudo de la corbata. Makoto sólo se quita el saco del uniforme. El aroma de la cena llega desde la cocina.
—¡Mamá!
Ella sale a través de la puerta que conduce a la cocina, secando sus manos con un paño. Sonríe radiante cuando nos ve. El aroma de la cena ya empieza a volverme loco.
—Bienvenidos —dice, y aprovecha para atar de nuevo el nudo de mi corbata, así como se toma su tiempo para peinar un poco el cabello de Makoto.
—Algo huele delicioso —dice Makoto.
Maldito adulador.
—Ayúdenme a poner la mesa —dice mamá, antes de volver a la cocina—. La cena está casi lista.
—¿Papá viene a cenar? —le digo mientras dejo la tarta en la nevera.
—Debe quedarse en la oficina —responde ella tras revisar las cacerolas—. Llegará tarde.
Eso no es nuevo. Hace más de un año que mi padre pasa gran parte del día en su trabajo. Es supervisor de ventas de todas las tiendas de Nagoya en una empresa que se especializa en la producción y venta de gadgets tecnológicos: Tokyo Enterprises. Su jefe es uno de los hombres más ricos de Japón. Kazuto Tokyo. Tiene bajo su cargo a poco más de dos mil tiendas... y eso lo mantiene lejos de nosotros.
No todo es tan malo. Gracias a su puesto, mi hermano y yo podemos disponer de los regalos que Kazuto Tokyo le hace a mi padre cada mes. El ordenador de última generación que tengo en mi habitación es la prueba de ello. Además, Kazuto Tokyo recompensa a mi padre con dos meses de vacaciones cada año. Pero mi padre está tan comprometido con su trabajo, que rara vez toma tres días consecutivos.
—Akira, llama a tu hermano —dice mi madre.
—¡Touma! ¡La cena está lista!
Mi hermano no tarda en llegar. Baja las escaleras como si se le fuera la vida en ello. Touma recién ha cumplido catorce años. Todos suelen decir que es la viva imagen de mi padre, mientras que yo soy la viva imagen de mi madre. Mi hermano tiene los ojos de un color marrón oscuro y el cabello ondulado. Yo heredé los ojos un poco más claros de mi madre y mi cabello lacio está teñido para que las puntas de color rojo contrasten con el negro. Por lo demás, Touma y yo somos idénticos.
—¿Papá no viene? —dice Touma antes de ocupar su lugar en la mesa.
—Debe quedarse en la oficina —le respondo—. Y tú estás en mi lugar.
Y lo tomo por el cuello de la camiseta para retirarlo de mi silla. Él no puede contraatacar, pues mi madre ha dejado de darnos la espalda. Así que yo sonrío con aire triunfal mientras él se contiene, dándome una patada por debajo de la mesa cuando ocupa su asiento frente a mí.
—Basta de peleas —dice mi madre con esa dulce voz que choca con su actitud severa.
Deja nuestros platos en la mesa. Okonomiyaki y té verde. Mi madre es una excelente cocinera. Ella finalmente se sienta con nosotros tras traer una tetera humeante.
—¡Gracias por la comida!
El primer bocado siempre es el mejor. He probado el okonomiyaki cientos de veces, pero ninguno se acerca al que cocina mi madre. Excepto, tal vez, el que Mizuki preparó para mí hace un año en la clase de cocina...
Mierda. ¿Por qué he pensado de nuevo en Mizuki?
Debí rechazarla cuando tuve la oportunidad...
—Aiko llamó —dice mi madre—. Le está yendo de maravilla en Osaka.
Aiko es nuestra hermana mayor. Tiene veinticinco años y está comprometida con un abogado que tiene un futuro muy prometedor. Se mudaron a Osaka hace un par de años.
—¿Sigue en el apartamento? —pregunta Makoto.
—No, han comprado una casa —dice mi madre—. Takeo aceptó una oferta de trabajo.
Takeo Harada. El prometido de Aiko. Se ha ganado el cariño de mis padres. Es un buen sujeto.
—Estaba pensando que tal vez podríamos ir unos días a Osaka —continúa mi madre—. Estoy segura de que les encantará vernos.
—Eso suena bien, mamá —sonreímos Touma y yo.
Ella nos devuelve el gesto.
—¿Qué harás en las vacaciones, Makoto? —dice ella.
Él se encoje de hombros. Makoto es un ermitaño.
—Shizuka y las chicas irán a la playa —le digo.
—¿A la playa? —dice Touma—. ¿Irás con Hajiwara?
Esa mención hace que me atragante con un bocado.
—Mizuki es encantadora —dice mi madre, como si el universo entero estuviera conspirando para hacerme sentir... de esa manera que no puedo explicar.
—Creí que hoy sería el día, pero Akira sigue rechazándola —dice mi hermano—. Es lo mismo cada año.
Maldito hablador. Makoto ahoga una risa.
—Es perseverante —digo de mala gana—. Me obsequió una tarta de fresas y yo...
Las miradas se posan sobre mí, haciéndome sentir como si estuviera encogiéndome. Es como si de repente todos quisieran que terminara de contar la historia, o como si todos estuvieran seguros de que diré lo que quieren escuchar. Pero no puedo decirlo. No de esta manera. Moriré de vergüenza si se enteran de que invité a salir a Mizuki.
Piensa en algo, Akira. ¡Rápido!
—Yo... Le prometí que la llamaría más tarde...
Y todo vuelve a tomar su curso. ¡De la que me he salvado! Ahora sólo debo escudarme detrás de mi okonomiyaki, antes de que esto se vuelva más incómodo.
~ ∞ ~
Tengo que repetir el plato antes de sentirme satisfecho. Touma me lleva la delantera. Makoto nos mira con desaprobación. Él suele comer menos que nosotros desde que, hace un par de años, se decidió a bajar de peso. Para mí, siempre será ese obeso con el que solía pasar noches enteras jugando videojuegos.
—Bueno, creo que es hora del postre —dice mi madre, y se levanta para ir a la nevera.
Se toma su tiempo para tomar esa enorme tarta de cumpleaños, con diecisiete velas de color azul y una felicitación escrita en la cobertura. Makoto y yo le ayudamos a retirar los platos sucios. Touma trae platos para servir la tarta. Mi madre enciende las velas. Me hacen tomar asiento mientras ellos cantan la canción de Feliz cumpleaños. Al terminar, apago las velas con un soplido. Es una exquisita tarta de fresas horneada por la mejor cocinera del mundo. Mamá acaricia mi mejilla con todo el amor maternal que posee y desaparece, sólo para volver con mi obsequio de cumpleaños. Es del mismo tamaño que una pelota de futbol. Touma hace otro tanto, corriendo a su habitación para traer el segundo obsequio.
—Tu padre y yo compramos esto —dice mamá—. Feliz cumpleaños, hijo.
Recibo el obsequio y espero a que Touma haga entrega del suyo, que es una caja un tanto más pequeña. Mi hermano también me desea un feliz cumpleaños.
—¿Puedo abrirlos ahora? No puedo esperar más.
Ella asiente. El obsequio de mi hermano consiste en un segundo colgante para el móvil, con la forma de una esfera transparente con motivos de color azul. El obsequio de mis padres, por otro lado, es un móvil más actual. No puedo evitar que la emoción me llene por completo. Mi madre me dedica una caricia en la mejilla antes de que yo pueda decir cualquier otra cosa, y Touma sólo toma su pedazo de tarta para ir a su habitación.
Makoto se hace notar.
—Lamento interrumpir —dice, tras haber mirado su reloj de muñeca—, pero está empezando a anochecer y yo debo cocinar la cena hoy.
Casi lo olvido. El tiempo se ha ido volando.
—Te acompañaré a la parada del autobús —le digo.
—No has probado la tarta —dice mi madre—. Puedes llevártela. Te daré un poco más para tu madre.
—Se lo agradezco mucho —dice Makoto.
Y mi madre deja el trozo de tarta en un refractario. Él agradece de nuevo y se despide de mi madre. Ella se queda en la cocina, mientras Makoto vuelve a calzarse los zapatos y toma todas sus cosas.
—¡Enseguida regreso! —exclamo hacia el pasillo.
Cerramos la puerta y echamos a caminar, enfilándonos por la calle. Ya está comenzando a anochecer. Pasamos frente a la calle donde está la casa de los Hajiwara. Mizuki recién va llegando, en compañía de Shizuka y las chicas. Tengo que apretar el paso para evitar que ella note mi presencia. Eso sólo hace que Makoto ría a carcajadas. Lo detesto cuando se divierte con mi sufrimiento.
—Tus padres sí que se lucieron —dice Makoto—. Ese viaje a Osaka les vendrá bien.
—Mientras tanto, tú podrás entrenar todos los días. Mañana nos inscribiré en la competencia.
—Hoy empezaré. Tengo que subir un par de niveles para alcanzarte.
—Pues yo estaré en el coliseo. Anoche pateé el trasero de un chico de Rusia. Apenas lo dejé hacer un par de movimientos... Algo me dice que éste será nuestro año. Por fin quedaremos en primer lugar.
—Eso espero. Demos nuestro mejor esfuerzo.
Y hacemos nuestra señal especial, levantando nuestros brazos para chocarlos. Reímos por lo bajo y llegamos finalmente a la parada. El autobús viene en camino.
—Nos vemos mañana —dice Makoto.
Yo lo despido y lo veo recorrer el tramo que queda hasta la parada. Me doy la vuelta para tomar mi camino.
—¡Oye, Akira!
Apenas tengo tiempo de girarme, pues él me lanza un obsequio tan pequeño que apenas cabe en la palma de mi mano. Makoto sube al autobús y sonríe.
—¡Feliz cumpleaños!
Yo sólo puedo sonreír antes de que Makoto se pierda de vista. Abro el obsequio mientras echo a caminar para volver a casa. Pareciera que es el día de los colgantes para el móvil, pues el regalo de Makoto es un tercer adorno. Es sólo una cadena de color plateado que termina con una diminuta esfera de color azul. No entiendo cómo es posible, pero de alguna manera es el colgante que más me gusta. Es como si Makoto supiera exactamente lo que quiero.
Ese maldito obeso siempre acierta.
Las calles a esta hora siempre son solitarias. Algunos de mis compañeros recién van regresando a casa, otros no volverán hasta pasada la media noche. En la casa de Mizuki están todas las luces encendidas. Deben estar celebrando a lo grande el fin del curso escolar. Siempre han sido una familia muy alegre. Yo solía jugar con ella todas las tardes, en ese jardín que su madre ha tenido que sacrificar desde que comenzó a trabajar por las tardes. A veces, cuando miro lo mucho que hemos cambiado, me doy cuenta de lo que el tiempo es capaz de hacer con las personas. Aunque han pasado muchas cosas entre nosotros, todavía puedo adivinar lo que Mizuki debe estar haciendo justo ahora. Tal vez está cenando con su familia, con Shizuka y las chicas, mientras mira disimuladamente su teléfono en espera de una llamada. O quizá ya han terminado de cenar y sólo están mirando la televisión, y ella se mantiene atada al móvil para no perder la oportunidad de conversar conmigo hasta altas horas de la madrugada... Nunca debí prometerle que la llamaría. No quiero seguir dándole falsas esperanzas, pero tampoco quiero romper su corazón de una forma tan dolorosa que la haga decidir alejarse de mí definitivamente. La necesito, pero no de la manera que ella quisiera.
«Akira...»
Esa voz femenina y espectral me saca de mis pensamientos. Sé que alguien ha dicho mi nombre, pero no hay nadie cerca de aquí. Las calles están vacías. Esa voz... ¿La conozco? Seguramente lo he imaginado.
Sigo andando hasta llegar a casa. No hay rastro del auto de mi padre. La bicicleta de mi hermano sigue en su sitio. Ni bien entro por la puerta principal, escucho que mi madre tiene el televisor encendido.
—¡Ya llegué!
Mi madre responde algo que apenas puedo entender. Lo único que se mantiene fijo en mi cabeza es esa voz que escuché hace unos momentos. No era de Mizuki. Tampoco era de Shizuka o las chicas. Sé que la he escuchado antes. Pero, ¿dónde...? Quizá... sólo estoy un poco cansado...
Mi trozo de tarta está guardado en la nevera, a un lado del obsequio de Mizuki que sigue resguardado en su envoltorio. Intento tomarlo también, pero mi mano se desvía para sujetar una bebida. Tomo los obsequios de mis padres y de mi hermano, los regalos de Yumi y Ayame, y subo las escaleras para ir a mi habitación.
El obsequio de Mizuki puede esperar.
Lo primero que me recibe cuando entro a mi habitación es esa repisa con trofeos de soccer y una que otra medalla que he ganado en las competencias de videojuegos. El ordenador está apagado. Al fondo, en el librero, se encuentra mi colección de mangas. El obsequio de Ayame debe quedarse allí. Me tumbo en la cama para sacar el nuevo teléfono de su empaque. Es increíble tener algo tan avanzado entre mis manos. El instructivo explica que no es sólo un teléfono actual, sino que es un modelo que aún no ha salido a la venta.
Tardo sólo un par de segundos en copiar toda mi información desde el viejo móvil. El aparato anterior va a uno de los cajones del escritorio. Coloco los colgantes en el nuevo teléfono y finalmente me levanto para encender el ordenador. Cierro la puerta a cal y canto, así como las ventanas. Apago las luces, dejando encendida sólo esa pequeña lámpara del escritorio. Inicio mi sesión en la web de mi juego favorito e inmediatamente me siento transportado a otro mundo, gracias a la música céltica y a los magníficos gráficos.
Al tomar el primer bocado de la tarta, siento como si estuviese terminando el mejor cumpleaños de la vida. Y aunque esa voz misteriosa sigue dando vueltas en mi cabeza, sólo quiero jugar y jugar hasta que no pueda más.
Algo me dice que será un verano muy especial.
(Les dejé la canción que suena cuando Akira se conecta al juego. Reprodúzcanla al final para que el capítulo quede todavía más precioso de lo que ya es.)
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