[01] Presentaciones

—Chicos, chicas, prestadme atención —ordena una mujer tan bajita como rechoncha, con su moño apretado, su traje de dos piezas perfectamente planchado y sus millones de abalorios colgando en brazos y muñecas. Sería cómica sino fuese por su decidido tono de voz y sus inquisitivos ojos, que muestran más sabiduría que bondad.

Todos los presentes guardamos silencio, respetando su orden sin rechistar, como si ya temiésemos su forma de ser pese a que es la primera vez que la vemos.

Maika, la chica con la que hablaba antes de la interrupción de la voluptuosa mujer, me da un pequeño apretón en la rodilla por debajo del gran escritorio que cubre nuestras piernas.

Aparto la vista de la que se está presentando como coordinadora de «Seré tu mitad», y la fijo en la joven de rasgos exóticos con la que he estado charlando tan solo durante media hora y que ya parezco conocer de toda la vida.

—Es una sargento —vocaliza, causando mi risa.

Los ojos de todos los presentes aterrizan en mí, me siento muy avergonzada, mi manera de reír siempre atrae el interés de los que me rodean y más si es la primera vez que me escuchan.

Deslizo la espalda por la gran butaca en la que me han pedido que me siente, e intento hacerme chiquitita dentro del gigante jersey que he optado por ponerme hoy. Desde luego, si hubiese sabido que este iba a ser el primer contacto que iba a tener con los demás concursantes, me hubiese puesto tan mona como Maika, la cual, por cierto, me está mirando con una mezcla de asombro y maravilla.

—¿Tiene algo que añadir, señorita... —La sargento mira los papeles que descansan sobre su antebrazo y clava de nuevo sus calculadores ojos en mí—, Dulce? —pronuncia mi nombre con incredulidad e incluso oigo una risita salir de su fruncida boca.

Maldigo a mis padres por dejar que los setenta mermasen su cabeza hasta el punto de exterminar hasta a las neuronas capaces de dotar a sus hijos con nombres normales.

—Oh, desde luego que se ve malditamente dulce con ese color rosado invadiendo sus mejillas —aporta con sorna uno de los chicos que se sienta frente a mí.

No quiero ni mirarle a la cara, no porque me moleste la burla en su voz, el cachondeo con el que se está tomando mi bochorno o su piropo, sino porque a su lado se encuentra mi principal apoyo, mi mano derecha, mi fiel compañero, y no me atrevo a buscar su complicidad pues temo que nos pillen a la primera de cambios.

—No, señora, lo siento —Me disculpo, como aquella niña a la que su maestra regaña, con la vista puesta en mis manos resecas, producto de los fuertes compuestos químicos que uso para la limpieza. 

—Bien. Tras este inciso —Carraspea de forma teatral—, quiero informaros de que todos los que estáis aquí sentados, como ya supondréis, sois los concursantes de la primera edición de «Seré tu mitad».

Nerviosa, miro a la cara de los que, como ya imaginaba, serán mis compañeros, repasando de nuevo el aspecto de cada uno de estos. Cuando me topo con las pupilas de Diego, todo mi ser se apacigua. Le lanzo una pequeña sonrisa, algo casi tímido, una sonrisa que le darías a un desconocido que te parece atractivo no una que le dedicarías a la persona con la que has compartido doce largos años de tu vida.

Él me guiña un ojo en respuesta, lo hace como lo haría un famoso cantante a su séquito de seguidoras. Y es que mi nene si algo tiene de peculiar es su aire de estrella del rock: con su cuerpo fino y esbelto, su pelo con un pequeño tupé, sus mil y un tatuajes y su tendencia a vestir con jeans rotos y camisetas tan ceñidas a su torso que parecen una segunda piel.

A pesar de llevar tanto tiempo juntos, mis bragas prácticamente se volatilizan ante ese gesto tan suyo. Inconscientemente atrapo mi labio inferior entre los dientes, desde luego, yo sería la fundadora de su club de fans. Es una pena que el pobre mío cante espantosamente mal y que sea yo, que tengo pinta de todo menos de celebridad, a la que las musas le hayan dotado con un melodioso y armónico tono de voz. 

Recupero la consciencia de dónde estoy cuando Maika se acerca a mi oído y cuchichea:

—El que parece el jefe de un cárter de la droga, no te quita los ojos de encima.

Por un momento me congeló pensando que se refiere a Diego, pues a lo mejor mi corazón enamorado ensalza sus atributos, pero bien podría también describírselo como:  capo de la droga. Y si Maika ha notado nuestro intercambio, cualquiera puede darse cuenta de la complicidad que tenemos, pero rápidamente fulmina mis temores al señalar descaradamente con el dedo a la esquina del escritorio en forma de «U» en el que nos han acoplado. Sigo con la vista la dirección en la que apunta y me topo con unos ojos que reflejan puro aburrimiento.

Me quedo pasmada por el brillante y casi irreal verde de sus iris. Un verde que me niego a creer que sea de verdad, claramente lleva lentillas. Centro toda mi atención en sus ojos, tratando de apreciar la circunferencia que crean las lentes de contacto alrededor del iris, aunque desde la distancia en la que me encuentro es imposible.

Tan centrada estoy en sus ojos que no me percato de su sonrisa orgullosa hasta que Maika me da un codazo en las costillas.

Rápidamente aparto la mirada y la centro de nuevo en mis manos, pero al cabo de unos segundos, mi vista se desvía otra vez en su dirección. Intento observarle de forma recatada, a hurtadillas, tras mis grandes gafas de pasta, que uso como complemento de mis atuendos más que por verdadera necesidad, aunque si que me vienen bien para leer.

No consigo mi objetivo, pues me está contemplando con diversión en su rostro, diversión que contrasta con el aburrimiento de sus ojos. Advierto como su sonrisa se ensancha antes de apartar de nuevo la mirada.

—Quiero que escuchéis bien lo que voy a decir, es de vital importancia que el martes, cuando se os presente en la gala, finjáis nunca haberos visto —Nos instruye la coordinadora, de la cual, por cierto, aún no sé el nombre.

No entiendo por qué debemos de hacer como que no nos conocemos, en realidad, hasta hace un par de horas no era capaz ni de imaginar el rostro de los demás concursantes... ¿No habría sido más fácil que hubiésemos seguido ignorando quienes serían nuestros compañeros hasta el momento en que llegásemos a nuestro destino?

Estoy por expresar mis dudas cuando la coordinadora continúa hablando:—Sé cuál será vuestra próxima pregunta, así que os la contesto antes de que gastéis saliva formulándola: viajaréis juntos en un avión privado, mañana, por lo que se os presentará en directo cuando lleguéis a Monuriki, Islas fiyi, ese será el lugar que os acogerá durante los próximos seis meses.

Los murmullos hacen eco en la sala, las chicas charlan entre ellas, alguna grita de alegría, la coordinadora charla con un tío que sigue sus pasos como un perrito fiel pese a parecer más un lobo hambriento y yo alucino.

«Las fiyi». Miro a Diego emocionada e incrédula a partes iguales. Descubro que él está más o menos como yo, una sonrisa gigante abarca toda su cara, parece un niño la mañana de navidad. Nunca hemos salido de España, los últimos años tan siquiera hemos podido salir de Madrid así que viajar a esas paradisíacas islas es para nosotros como un sueño hecho realidad.

Él, ajeno a mis pensamientos, comenta sus impresiones animadamente con el compañero que tiene a su derecha, sin percatarse en ningún momento de como le busco con la mirada.

Tengo la intención de volver a centrarme en mis manos, pero, casi sin quererlo, mis ojos se desvían un pelín hacia su izquierda y chocan de nuevo con dos praderas verdes.

«Mierda». Esta vez no aparto la vista, le mantengo el duelo de miradas para saber qué es eso que hace que me observe con una media sonrisa permanente en su rostro.

A cada segundo que pasa, su sonrisa va adquiriendo mayor magnitud, no tarda mucho en mostrar todos sus blancos y alineados dientes. 

Sintiéndome juzgada por su actitud levanto las manos al aire y grito en su dirección:

—¿Qué narices te pasa conmigo? 

Las voces alrededor nuestro cesan y se hace el silencio. Avergonzada, observo el escritorio con el mismo ahínco que lo haría si intentase deducir de que madera está hecho.

El silencio es cortado por unas varoniles carcajadas que provocan que de nuevo mire hacia él. Sus ojos ya no tan aburridos muestran un brillo jovial mientras escurren algunas lágrimas provocadas por su continua risa.

—Genial, encima te ríes de mí —replico, recolocándome las gafas que se están deslizando por mi nariz a causa del sudor acumulado en esa zona tanto por el calor humano concentrado en la pequeña sala como por la tesitura en la que me acabo de poner.

—No sería capaz de reírme de ti, Dulce. —reconozco su voz como la del hombre que se ha burlado hace un rato de mis mejillas coloradas. Cada vez que pronuncia mi nombre, lo hace con su tono de voz grave reducido a ronquera, evocando en mi mente el placer que se siente al mojar cualquier fruta en chocolate fundido, y llevártelo a la boca—. Simplemente, me ha sorprendido que te atravieses a increparme, pareces tan... Dulce.

Me lanza una sonrisa tan tierna que por un momento me deja descolocada. Parece un tío super arrogante, pero la forma en la que me está mirando, con el humor pero también la amabilidad reflejados en sus ojos, me desarma por completo. Me he quedado sin una réplica que darle, simplemente absorta en la expresión tan adorable que refleja su cara.

Creo que mi gesto ceñudo se empieza a suavizar, quizás simplemente es un conquistador nato y está en su naturaleza el piropear y acosar con sus luminosos ojos y su implacable sonrisa a todas las mujeres que se le pongan por delante. Quizás sea eso y no una burla directa hacia mi persona.

—Interesante —interviene la Rottenmeier con cinismo—. Bien, muchachos, os pasaremos un papel en el que dejaréis constancia de las sensaciones que habéis tenido acerca de vuestros compañeros.

Apoyo la espalda en el respaldo de mi butaca y dejo de prestarle atención al acosador, pese a que siento que sus ojos siguen puestos en mí, para así poder escuchar atentamente lo que dice la regordeta mujer.

—Recordad que una vez que empecemos a grabar en directo, deberéis de hacer como si no os conocieseis, por lo cual, cuando ante las cámaras se os pregunten las primeras impresiones, por favor, no soltéis nada muy profundo, haced memoria y recordad que fue lo que escribisteis en estos papeles —Zarandea el fajo de folios que tiene en la mano izquierda antes de pasárselo a su compañero—. No la caguéis —exige mirándonos detenidamente de uno en uno—. ¿Alguna pregunta?

—Sí, ¿por qué nos hemos reunido hoy y no habéis esperado a que nos conociésemos en la fiyi? Habría salido todo más real y espontáneo. —Su ronca voz rompe de nuevo el silencio. Me da bastante rabia que el señor «no te quito el ojo de encima» sea el que se haya cuestionado exactamente lo mismo que yo.

—Ordenes de arriba —es lo único que le responde.

Suelto una pequeña risita producto de esa contestación tan poco reveladora pero corto mi diversión en cuanto me descubro buscando la expresión del acosador para saber si a él también le ha hecho gracia.

Advierto que está mirándome fijamente por lo que para disimular intento no fijar los ojos en él en él, simulando como si simplemente estuviese haciendo un barrido visual de la habitación.

Yo no sé, pero como esté chico no deje de acecharme tan descaradamente, voy a tener que exigirle a la organización del concurso que me corrobore si los resultados de su psicoanálisis salieron correctos. Parece un auténtico perturbado.

Ya en serio, ¿qué le ha dado a este tío conmigo.

—Madre mía, nena, si las miradas diesen placer tú morirías por sucesión de orgasmos —suelta Maika en mi oído. Abro la boca descomunalmente para observarla y me echo a reír.

—Pero que dices...

—Venga ya, cari, no te quita el ojo de encima... Y tú tampoco te quedas corta... ¡la tensión aquí se puede saborear! —argumenta sacando la lengua y haciendo como si chupase supongo que el ambiente.

Menudo personajillo. Ha decir verdad, no esperaba que los demás participantes fueran tan amables, sin embargo, las chicas han intentado en todo momento paliar mi estado de nervios; Maika tiene una personalidad única, estoy segura de que es de esas personas que pueden provocarte dolor de tripa de tanto reír. Y los chicos, dejando de lado a mi Diego y al perturbado, me han lanzado sonrisas amables desde su posición.

Ahora más tranquila, sabiendo que disfrutaré de mi convivencia con ellos, cojo un bolígrafo mientras que el perrito faldero de nuestra coordinadora nos reparte un folio en el que viene el nombre de cada concursante, una foto suya y unas líneas en las que describir que opinamos de ellos.

Al lado de los rasgos cincelados del acosador aparece un nombre que me suena de algo, pero que no recuerdo exactamente de que:

«Alejo Sanvedra».

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