La flor del caos

Han transcurrido veintinueve años desde que todas las plantas y árboles del mundo comenzaron a marchitarse repentinamente. Nadie sabe hasta el día de hoy qué ocasionó tal fenómeno. Los gobiernos intentaron mantener la calma y ocultar los hechos. Sin embargo, pronto fue imposible esconder la verdad a la gente. Sin entender por qué las plantas morían y sin ser capaces de revertir la situación, ocurrió lo inevitable: el mundo se sumió en el caos.

Todos pensaron que sería el fin de la humanidad. Cuando los científicos se dieron cuenta de que los lirios rojos eran la única planta que no se veía afectada por este extraño fenómeno, todos creyeron que había una última esperanza para salvar nuestra civilización. No obstante, este hecho no hizo más que empeorar las cosas. Las naciones y, posteriormente, lo que quedó de ellas, pese a un intento inicial de racionar los suministros de oxígeno mediante una responsabilidad compartida sobre las flores, empezaron una guerra por el control de las reservas de lirios rojos que quedaban para abastecerse de oxígeno. Luego de varios años, se agotó el oxígeno restante en la atmósfera y el aire se volvió irrespirable. Sin los nutrientes necesarios para el suelo, el planeta Tierra se convirtió progresivamente en un gran desierto.



"Estamos listos", aclaró Clover.

"Muy bien, no tendremos mucho tiempo para tomar las flores. Enfóquense en cubrirnos. Hana, Daisy, Rose... Cuento con ustedes."

Todas asintieron. Su nerviosismo era muy evidente, pero también su determinación. Probablemente, esta sería la última oportunidad de salvar a los nuestros. Y todos eran conscientes de aquel hecho.


Un mes atrás, soldados extranjeros asaltaron nuestro hogar, el Fuerte Blossom, un pequeño oasis no gubernamental donde la gente podía vivir sus vidas de forma pacífica, aprovechando el oxígeno que recolectábamos de nuestro propio campo de lirios rojos. Así fue durante mucho tiempo, pero ellos se llevaron la mayor cantidad de lirios rojos que pudieron. El resto de los cultivos quedaron completamente destruidos. Sin lirios rojos que produjeran más oxígeno, nuestras reservas se agotaban lentamente. Muchos de nuestros soldados perdieron la vida en la batalla. Y si no hacíamos algo pronto, todos nos asfixiaríamos eventualmente.


Ivy procedió a detonar la bomba. La gruesa capa de vidrio que cubría aquel hermoso campo de lirios rojos se hizo pedazos. Como esperábamos, una ensordecedora alarma empezó a sonar de inmediato. Clover y yo nos acercamos a los lirios con rapidez y tomamos varias plantas, arrancándolas de raíz con nuestras propias manos, pero procurando no dañarlas demasiado. Ivy y mi esposa, Violet, hacían lo mismo en otra zona del jardín. Éramos cuatro grupos de recolectores en total. Tras muchos segundos de tensión y con varias cajas llenas de flores, estábamos listos para irnos. Fue entonces cuando empezó el tiroteo.

Los soldados de Bloom Corporation habían llegado y se encontraban librando una batalla con nuestras mujeres. Hana nos dio la señal de agacharnos y procedió a lanzar varias bombas de humo para que lográsemos escapar a salvo. Los disparos no se detenían, pero estaban claramente desorientados. Clover y yo nos arrastrábamos por el jardín en dirección al vehículo que utilizaríamos para huir del lugar. Mientras estábamos en el suelo, alcancé a divisar la caída de un objeto cerca de nosotros. Rodé lo más rápido que pude por el suelo cuando escuché la explosión. Intenté buscar a Clover, pero entre el humo y la oscuridad no era capaz de divisar nada. Estando cerca de donde se encontraba el resto del equipo y en medio del caos, me enfoqué en llegar al vehículo evitando los ángulos desde donde provenían los disparos. Luego de varios movimientos cautelosos, alcancé el punto de encuentro y procedí a entregarle mi caja a Hana y Rose.

No pude sentir ningún alivio en ese momento, ya que me percaté de que solo teníamos dos cajas. Es decir, dos grupos aún no habían regresado.

"¿Dónde están Violet y el resto?", pregunté desesperado.

"Aún no han vuelto, pero no hay tiempo, Aster. Tenemos las flores. Necesitamos irnos... Lo siento mucho por tu esposa", mencionó Rose, intentando hacerme entrar en razón.

"Váyanse, yo iré por Violet", hice una mueca de angustia y me alejé de ellas en dirección al jardín.

Me desvanecí entre el humo y el caos mientras observaba la mirada perpleja de Rose. Sabía que estaba actuando irracionalmente, pero en ese momento no podía hacer nada más que pensar en ella, aferrándome a la posibilidad de que aún estuviera con vida. No había transcurrido demasiado tiempo cuando escuché una nueva explosión. Un horrible escalofrío recorrió mi espalda hasta llegar a mi nuca. Me di la vuelta para comprobarlo y mi mayor miedo se hizo realidad. El coche estaba hecho pedazos. Me llené de una profunda frustración; ni siquiera tenía tiempo para llorar a mis compañeras. Y mi última conversación con ellas había sido un acto de completa negligencia. Pero ya no había vuelta atrás. Necesitaba encontrar a Violet. No obstante, quizás toda la esperanza de llevar un par de lirios rojos a casa recaía en mí. No sabía qué pensar. Dios, ¿por qué tenemos que pasar por esto? Si tan solo los seres humanos no fueran tan egoístas. Bloom Corporation podría darnos algunas flores, pero su miedo irracional a perder el monopolio del oxígeno ciega sus mentes. Somos solo un grupo de personas que luchan por sobrevivir, como todos los demás supervivientes en la Tierra, los cuales son cada vez menos.

Los disparos se reanudaron y tuve que ocultarme rápidamente. Observé a mi alrededor, intentando ubicar a Violet, pero era imposible. En su lugar, vi a Ivy arrastrándose por el suelo; al parecer, tenía una herida en la pierna. Ella me vio y le hice una señal indicándole que yo la cubriría. Intercambié varias ráfagas de disparos con los soldados. Traté de concentrarme al máximo para proteger a Ivy, pero pronto fui testigo de cómo una bala impactaba en su cabeza, matándola al instante.

Era imposible; ya no podía acercarme a las plantas. Había demasiados soldados. Mis esperanzas de encontrar a Violet o alguna de mis compañeras con vida se desvanecieron y tuve que tomar la decisión de huir. Era consciente de que probablemente era el único superviviente. En lugar de alegrarme por estar con vida, me carcomía por dentro el dolor de saber que tal vez era el único que aún respiraba.

Fuimos un fracaso. No podía quitarme aquella idea de la cabeza. En numerosas ocasiones, muchos de los nuestros intentaron asaltar núcleos de población vecinos para hacerse con algunos lirios rojos. Todos fallaron. Desde la tragedia, las micronaciones que se habían formado se tenían una profunda desconfianza unas con otras. La diplomacia no era una opción, por tanto luchar era el único camino viable. Al final, la mayoría de nuestros hombres murieron, y los pocos que sobrevivieron quedaron seriamente heridos, dejando solo a las mujeres y los niños, quienes esperaban nuestro regreso. Debido a ser el más veterano del grupo y el único hombre aún capaz de luchar, tuve que asumir el liderazgo. Algunas de nuestras mujeres se animaron y decidieron enlistarse para la que tal vez sería nuestra última misión si no lográramos regresar a casa con al menos un lirio en mano.

Caminando por el terreno desierto en medio de la noche, maldije la situación. Habíamos sido completamente derrotados. Caí de rodillas y empecé a sollozar en silencio.

Empecé a tener pensamientos intrusivos. Memorias iban y venían, una tras otra. Recordé cuando todo comenzó: veintinueve años atrás. Las primeras organizaciones naturalistas en darse cuenta de la lenta pero continua disminución del oxígeno en la atmósfera a causa de la muerte de las plantas fueron fuertemente censuradas por los gobiernos de todo el mundo. La comunidad había recomendado actuar con cautela ante un posible e inminente caos entre la población civil. Durante el primer año, los habitantes de la Tierra empezaron a dividirse entre aquellos que creían en la "teoría conspirativa" de que las plantas estaban muriendo lentamente y quienes consideraban aquellas afirmaciones como simples rumores. Para inicios del segundo año, este último grupo aún representaba la mayoría. Sin embargo, ya habían comenzado los primeros disturbios localizados por parte de grupos emergentes que ya se habían dado cuenta de la verdad. Para entonces, yo aún tenía once años de edad.

Ante la constante presión de la población, los gobiernos del mundo acordaron contarle la verdad a la gente. Intentaron calmar a todos mencionando que había esfuerzos conjuntos por parte de una comisión mundial para encontrar una forma de contrarrestar el suceso. Entre las posibles soluciones se barajaba sintetizar nuestro propio oxígeno gaseoso y posteriormente liberarlo a la atmósfera. No obstante, la población enloqueció. Los más ricos empezaron a comprar cantidades abismales de tanques de oxígeno para tenerlos como reserva. Era de conocimiento general, aunque no se admitiera públicamente, que los diferentes estados estaban haciendo lo mismo. Los precios del oxígeno se inflaron rápidamente, llegando a sumas ridículamente absurdas. Una de las primeras medidas tomadas por los gobernantes fue establecer la política de "oxígeno prioritario", por la cual se establecía que ya no sería posible suministrar oxígeno medicinalmente a pacientes que lo necesitasen. Cada metro cúbico del gas era importante y eso supuso una sentencia para quienes padecían problemas respiratorios.

Transcurría mayo del segundo año cuando empezaron a salir al aire las primeras notas sobre personas desmayándose por la falta de oxígeno en las localidades ubicadas a gran altitud. Esto provocó un éxodo masivo de las poblaciones a gran altitud hacia las localidades lo más cercano posible al nivel del mar. Las montañas se fueron vaciando a gran velocidad. Quienes decidieron quedarse, terminaron asfixiándose. La sobrepoblación en las ciudades costeras provocó un estado de anarquía total en muchos lugares del mundo. La situación era cada vez más difícil de controlar.

A finales del segundo año, grandes porciones de la selva amazónica y muchos bosques del hemisferio norte, así como otras zonas frondosas, habían desaparecido. Aunque aún era posible respirar estando cerca de las costas, algunos países ubicados a gran altitud ya veían a su población extinguirse lentamente.

Todos eran conscientes de que en algún momento el aire ya no sería respirable y, por tanto, era necesario acaparar todas las reservas de oxígeno posibles para asegurar la supervivencia. Muchas organizaciones sectarias empezaron a emerger y a disputarse las reservas restantes. La ola de violencia mermó a una parte de la población antes de que se hiciera público el descubrimiento de que tan solo una planta en todo el planeta era inmune al fenómeno. Llenos de optimismo, los gobiernos trataron de unirse y promover la compartición de los campos de lirios rojos presentes en el mundo por medio de una organización internacional conocida como Bloom Corporation. Pese a una colaboración inicial, las tensiones entre los países eran demasiado grandes y, por tanto, ocurrió lo inevitable al llegar al cuarto año: el mundo se sumió en una nueva guerra mundial.

A este evento se le conoció posteriormente como la Guerra del Oxígeno, también apodada por otros como La Última Guerra. Al inicio del conflicto, alrededor de un quinto de la población mundial ya había fallecido. Los estados se aniquilaron entre sí en su intento por mantener las reservas de lirios rojos para sí mismos. El enfrentamiento fue corto pero extremadamente mortífero. Para la mitad del quinto año, la población mundial se había reducido a menos del uno por ciento. La muerte de las plantas se aceleró durante el conflicto y, para su finalización, la selva amazónica ya no existía. Grandes desiertos habían emergido en distintas ubicaciones a lo largo del globo.

Mi familia fue capaz de sobrevivir al desastre gracias a que mi padre era militar y, al principio, se priorizó a la gente relacionada con el gobierno para beneficiarse del oxígeno producido por las reservas de lirios rojos. Sin embargo, mi padre murió en la guerra y mi madre contrajo una enfermedad que terminó acabando con su vida cuando yo tenía diecisiete años. Eventualmente, perdí los privilegios del oxígeno que me habían concedido por compartir parte de mis reservas con otras personas que lo necesitaban. Otras cuatro personas y yo fuimos echados a nuestra suerte en el desierto con un último par de tanques de oxígeno como muestra de misericordia.

Caminando extensos kilómetros sin rumbo específico, uno de los nuestros terminó falleciendo a causa del agotamiento. Cuando ya faltaban pocas horas para que nos quedáramos sin gas en los tanques, fuimos rescatados por una organización civil superviviente conocida como Blossom, que tenía su propia base. Fue allí donde conocí a mi futura esposa, Violet. No sé si fue amor a primera vista, pero todo sucedió de manera tan natural y rápida que muy pronto ya no podía imaginarme una vida sin ella. Pese a vivir en un mundo en ruinas y al borde de la extinción, ella le daba un sentido a mi existencia y hacía que el hecho de vivir encerrado en un fuerte, llevando una vida relativamente rudimentaria y monótona, fuera mucho más agradable.

Gracias a poseer nuestros propios campos de lirios rojos, fuimos capaces de vivir pacíficamente durante muchos años, hasta que una organización civil vecina atacó el fuerte y se llevó todas nuestras flores. Pese a nuestra resistencia, fuimos completamente derrotados ante su superioridad militar.

Hasta entonces, habíamos acumulado suficientes reservas de oxígeno como para mantener a la población viva durante al menos un mes. En una carrera contra el tiempo, varios grupos se lanzaron a distintas misiones para arrebatarle los lirios rojos a otras organizaciones y garantizar nuestra supervivencia. Sin embargo, cada uno de ellos falló. Y nosotros representábamos el último aliento, la última esperanza para Fort Blossom. En pocos días, todos comenzarían a asfixiarse.

En ese momento, los rostros de mis compañeras caídas en batalla saltaron a mi mente y empecé a enloquecer.

Luego de un periodo de delirio, me encontré tirado en la arena del desierto, en un estado de completa enajenación e incertidumbre.

Pensé que todo se había acabado, pero mis ojos se iluminaron nuevamente cuando vi a alguien acercándose en mi dirección.



Era Violet.

Corrió hacia mí y me abrazó con todas sus fuerzas. No pude contener las lágrimas al saber que aún estaba viva y frente a mí.

"Acabas de darle un poco de color a mi vida una vez más, cariño", le dije con ternura.

Ella acarició mi mejilla y sonrió. Luego me mostró una caja llena de lirios rojos.

"Lo logramos, Aster."

Quise besarla, pero nuestras máscaras nos lo impedían. En su lugar, juntamos nuestras cabezas, compartiendo un momento de cariño en silencio.

Seguimos caminando juntos por el desierto. Mientras avanzábamos, noté que Violet parecía cada vez más cansada. Al principio pensé que estaba agotada por la batalla, pero luego sus pasos se volvieron lentos y torpes hasta que colapsó.

"Amor, ¡¿qué ocurre?!", la sostuve entre mis brazos.

"Aster, yo... siento que no puedo respirar", dijo jadeando.

La miré confundido, y pronto entendí lo que estaba pasando. Revisé su tanque y vi que tenía una fisura. Se estaba quedando sin oxígeno. No podía creer que esto estuviera ocurriendo.

"Toma mi tanque, tú no tienes que morir aquí", le dije mientras sostenía su rostro, llorando desconsoladamente.

"Es muy tarde...", susurró Violet con dificultad.

A pesar de sus palabras, intenté quitarme mi tanque para dárselo, pero ella tomó suavemente mi mano con sus últimas fuerzas, haciéndome entender la cruda realidad. El aire no solo carecía de oxígeno, sino que se había vuelto tóxico para los humanos debido a la desaparición de las plantas.

"¡No estoy preparado para que me dejes!", grité entre sollozos, lleno de desesperación. La abracé con todas mis fuerzas, sosteniéndola en un último y amargo momento.

"Yo... estoy feliz de morir en tus brazos", fueron sus últimas palabras antes de sumirse en un sueño eterno.

No podía soportarlo. Quería gritar con todas mis fuerzas, pero si lo hacía, el enemigo descubriría nuestra posición. Aunque, al fin y al cabo... todos estaban muertos, y yo era el único desgraciado que aún respiraba. Sabía que debía llevar las flores a la base, pero el dolor me desgarraba y solo podía pensar en que ya no tenía razones para seguir viviendo. Caí en una especie de trance y observé mi arma, fantaseando con la idea de acabar con todo.

Después de varios minutos tirado en la arena, vi una silueta acercándose a mí. Era Clover. Aún estaba viva.

Al llegar a mi lado, me miró horrorizada al ver el cuerpo sin vida de Violet. Intentó acercarse para abrazarme, para consolarme, pero aparté sus brazos bruscamente antes de que pudiera hacerlo.

"Ten", le dije, entregándole la caja con los lirios rojos que habíamos conseguido. "Llévalos a la base, después de todo, solo se necesitan unas pocas para mantenerlos con vida."

Pero lo que me mantuvo vivo todo este tiempo no fue el oxígeno de los lirios rojos, sino ella. Ella era mi flor. Y sin mi flor, no tengo más motivos para seguir viviendo en este mundo asqueroso.

"Lo siento, Clover."

Ella me observa y se abalanza sobre mí mientras llevo la pistola a mi cabeza. Antes de que pueda hacer algo para detenerme, cierro los ojos lo más fuerte que puedo, suelto una última lágrima y aprieto el gatillo.

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