La obsesión de Monsieur Lacroix (Reto#7: STEAMPUNK, PERSONAJE 3).

—¡Paulette, bonita! —gritaba James, persiguiéndolo con sus acólitos—. ¡Ven aquí, dame un besito!

  Tom, harto de las bromas con su nombre real, decidió escurrirse, una vez más, en el taller de Monsieur Lacroix. Él siempre tenía una palabra amable y un rincón para descansar cuando todos los demás le fallaban.

  Era un cliente habitual de L'Cuisine, la panadería de su madre, Vivían Claude. Al morir ella continuó encontrándoselo allí: la nueva propietaria le guardaba las sobras del día. Cuando cerraba los ojos y aspiraba el aroma del pan brioche, de la nata o del chocolate y los pasteles se le derretían en la boca, creía que maman aún vivía. No podía quejarse, se las arreglaba bastante bien en Londres, sin familia y con catorce años. Por supuesto aprovechaba las multitudes para que sus manos, veloces como rayos, apañaran cuantas billeteras y relojes pudieran coger. Era autónomo, no estaba atado a delincuentes mayores.

  Sin embargo, debía reconocer que últimamente se sentía muy unido a Monsieur Lacroix. No solo por su generosidad, sino también porque le contagió su obsesión: cambiar el pasado. Desde que el tren a vapor de la Reina Victoria voló por los aires a principios de este año mil ochocientos ochenta y cinco, su amigo se empeñaba en que la máquina que construía, impulsada a carbón, los transportaría a los instantes anteriores al suceso que todavía conmocionaba a la sociedad británica. ¿Para qué? Para evitarlo.

  Las intenciones de Tom eran diferentes pero semejantes: ir a mil ochocientos ochenta y tres y aguardar en la esquina en la que el carruaje atropelló a su madre, después de que terminó su jornada y cerraba el local. Con ello solucionaría su vida en cadena: ella seguiría respirando, su padre, Paul Everal, no lo dejaría, tendría un hogar, no sería necesario que pasara frío o robara .

—¡Ah, estás aquí, mon cher ami! —lo saludó Lacroix al entrar—. ¡Perfecto, preciso tu ayuda!

  Este tipo de recibimiento, como si lo esperara con alegría, le calentaba el alma al muchacho. Se arrodilló a su lado, pegado a la locomotora hecha a escala de la original.

—Te explico, mi querido Tom. Aquí iremos nosotros dos y, en el momento en el que el carbón haga que esto se ponga de color rojo, conseguiremos nuestro objetivo —Y señaló la pequeña pantalla.— ¡Lograremos nuestra meta, salvar a la reina y que Gran Bretaña deje de ser un caos!

  Y colocó la maquinita sobre la vía de juguete. Luego puso delante dos huevos, que se suponía que los representaban a ellos dos.

—¡Ahora, Tom, enciende este trasto!

  El chico, con reparos, le hizo caso. Un par de minutos después el tren descarriló, los huevos volaron por el aire y se estrellaron sobre el rostro de Lacroix, coloreando surcos amarillos por todos lados. Los dos empezaron a reír a carcajadas.

—Bueno, ahora nos vamos a la grande y al pasado —le anunció el francés al ponerse serio y limpiarse.

—¿Ahora? —se desconcertó Tom.

—Sí, ahora.

  Se instalaron, impacientes, en la locomotora de tamaño natural. Monsieur Lacroix movió palancas, apretó botones, encendió el carbón a distancia.

—¿Listo, Tom? —le preguntó.

—Listo.

  Comenzaron a deslizarse sobre las vías que salían del taller, pintando estelas grises y negras. Traqueteaba con más fuerza que las propulsoras normales así que el joven no se extrañó cuando todo se esfumó. Poco después vio a su madre cerrando el local, con una sonrisa.

—¿Y la Reina Victoria? —lo interrogó Tom, emocionado.

—Iremos a salvarla con tu mamá —le respondió, con los ojos llenos de lágrimas—. Vivían siempre fue lo más importante para mí... ¿Quieres ser mi hijo?



https://youtu.be/i1l2NUtqydQ

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