La bienvenida.
«Si estamos solos en el Universo, seguro que sería una terrible pérdida de espacio».
Carl Sagan
(1934-1996).
«Parece mentira que el momento del encuentro con civilizaciones del espacio exterior haya llegado. Esto corona el esfuerzo de toda mi vida», piensa Jérôme, conmovido. Pese a que solo tiene treinta y siete, es uno de los genios artífices de este paso de gigantes para la humanidad.
Se siente afortunado porque colabora con el equipo de avanzada, pues es uno de los cerebros más brillantes del planeta. Inició a los doce años los estudios universitarios como astrónomo, astrofísico, cosmólogo y astrobiólogo. Ahora —situado sobre el parisino Pont Neuf, en un lugar privilegiado junto a los más destacados investigadores—, observa con lágrimas en los ojos cómo la enorme nave extraterrestre crece en el cielo del atardecer, rodeada de diminutos platillos que se asemejan a mosquitos. Avanza igual que un astro azulado, entre medio de nubes de vapor que despiden aroma a campo mojado.
El inicio del contacto empezó un año antes, cuando detectaron hasta seis señales de radio de ASKAP J173608.2-321635. Provenían del centro de la Vía Láctea, la galaxia en espiral donde se sitúa el sistema solar del que forma parte la Tierra. Las captó el radiotelescopio ASKAP, localizado en Australia Occidental, cuyas treinta y seis antenas se comportan como una sola para incrementar la capacidad.
Debido a las particularidades de las ondas, tanto a Jérôme como a sus colaboradores los inundó la curiosidad y establecieron como una posible causa la existencia de inteligencia alienígena, aunque ninguno se atrevió a manifestarlo en voz alta. ¿Por qué motivo? Porque tenían una polarización altísima, es decir, oscilaban en una sola dirección, pero esta cambiaba con el transcurso del tiempo. Además, el brillo se encendía y se apagaba, desconcertando a los científicos, ya que daban la impresión de que gozaban de voluntad. El objeto emitió frecuencias de radio a lo largo de varias semanas y después se extinguió, igual que los dinosaurios cuando se estrelló el enorme asteroide sobre Chicxulub.
Los expertos, entre ellos Jérôme, montaron guardias de veinticuatro horas para captarla y bebieron litros de café, hasta casi provocarse úlceras gástricas, con la finalidad de mantenerse alertas, pero no obtuvieron ningún resultado. Frenéticos, se coordinaron con los investigadores del MeerKAT de Sudáfrica, que detentaba el honor de ser el radiotelescopio más sensible del mundo. Este sí percibió la señal a lo largo de un único día... Y luego esta volvió a esfumarse como si los retase a encontrarla y jugara con ellos a las escondidas.
Se hallaban anonadados y aún seguían sin atreverse a categorizar lo que descubrieron como inteligencia alienígena. Sin embargo, no existían objetos conocidos cuyas propiedades fuesen comparables, salvo la innombrable hipótesis de vida extraterrestre que podría convertirlos en el hazmerreír del público y reducirlos a millones de memes surcando internet, igual que los bólidos la bóveda celeste. La circunstancia de que ningún otro instrumento detectara la señal al analizar esta zona del firmamento descartaba la posibilidad de que fuese una estrella binaria, visibles con los telescopios de rayos x y con los infrarrojos. Eliminaba, asimismo, que fuera un púlsar, porque esta categoría de estrellas de neutrones de rápida rotación, si bien emitían ondas de radio de gran potencia como esta, contaban con una periodicidad regular durante extensos lapsos de tiempo y no se comportaban tan caprichosas como la que los desvelaba. Y, menos todavía, consideraban que pudieran deberse a supernovas o a estallidos de rayos gamma. No obstante, pronto recibieron el primer mensaje que los sacó de dudas al confirmar que lo increíble era la única opción lógica.
La voz, que parecía robótica por el timbre metálico, les anunció en francés:
—Queremos visitaros.
Después de dar saltos hasta el techo por haber logrado tal hazaña, Jérôme y los compañeros de equipo vacilaron: no se sentían competentes para cargar sobre los hombros con la responsabilidad que acarreaba contestar. ¿Y si luego intentaban barrer de la faz del planeta a los habitantes, tal como ocurría en la película Independence Day? Además, no había ningún protocolo internacional que pautara este tipo de encuentros porque las autoridades temían que los relacionaran con los fanáticos de los OVNIS, esos mismos que intentaban asaltar el Área 51 de la base militar estadounidense ubicada en el desierto de Nevada.
Así, decidieron proceder según lo establecido en las guías de actuación de la organización independiente International Coalition for Extraterrestrial Research. El SETI, además, establecía que ante un contacto de este tipo debía notificarse al secretario general de la Organización de las Naciones Unidas —acompañando los estudios y la evidencia recogida— quien los pondría en conocimiento de la comunidad científica y de los medios públicos. Y después de que Jérôme y sus colegas lo efectuaron —con el corazón en un puño— el pandemónium comenzó...
De este modo surgió el segundo escollo: todos querían dar su opinión y los criterios se contradecían los unos con los otros. Desde el primer instante resultó obvio que era imposible arribar a cualquier tipo de consenso, pues cada país y cada comunidad tenía una idea distinta. La mayoría coincidía en que había que responder el mensaje, pero el problema radicaba en qué contenido darle. Jérôme alucinaba con las propuestas «serias» que leía, que iban desde preguntarle a los alienígenas si habían abducido a Elvis Presley y este ahora vivía con ellos hasta las que pedían que incluyeran en la contestación los mapas genéticos de una mujer y de un hombre. Por fortuna, debido a que solo se podía responder desde los radiotelescopios de Australia o de Sudáfrica, el silencio global estaba asegurado. De no ser así cualquier individuo con un transmisor hubiera podido contestar y dar una imagen caótica de la humanidad, todos hablando al unísono y sin ponerse de acuerdo.
Al final Jérôme propuso que enviasen información, obviando dar una respuesta afirmativa o negativa. Adjuntaron las composiciones de Wolfgang Amadeus Mozart, las sinfonías de Ludwig van Beethoven y todas las canciones de los Beatles. Esperaban que Across the Universe —por aquello de que el estribillo repetía «nada va a cambiar mi mundo»— les sugiriese el respeto que debían mantener ambas civilizaciones. También querían que el tema de los Rolling Stones, I can't get no satisfaction, mostrase a los seres humanos como inconformistas, aunque intentaban contrarrestar el tono con Perfect, de Ed Sheeran, que daría una impresión más almibarada y más sentimental. También incluyeron fotografías, los detalles técnicos para construir un ordenador, un teléfono móvil y una tablet, videojuegos. Añadieron al conjunto varias películas galardonadas con los Premios Óscar: Gandhi, Titanic, Forrest Gump, Amadeus y Shakespeare in Love.
Una semana después del envío, verbalizada por la misma voz de robot, les llegó la escueta contestación:
—Esperadnos en el Pont Neuf de París el día veinte de diciembre de dos mil veintidós a las diecisiete horas.
Aquí surgió el tercer obstáculo: los estadounidenses pusieron el grito en el cielo porque consideraron que significaba un desprecio para ellos. Sostenían que constituían la nación más poderosa y que los alienígenas los ninguneaban prefiriendo a los irrelevantes galos. Los franceses contra argumentaron diciendo que cuando en mil quinientos setenta y ocho se empezó a construir el Pont Neuf —el primero de París elaborado en piedra— los norteamericanos no eran nada en absoluto. La respuesta no tardó en llegar: mucho antes que ellos los romanos hacían puentes de piedra y de hormigón, así que no significaba ningún mérito del cual vanagloriarse... Y así continuaron con las pullas hasta poco antes de la llegada.
Sí había un tema en el que todos coincidían: parecía imposible que una nave de dimensiones intergalácticas aterrizase allí, salvo que se pudiese empequeñecer. El Sena apenas tenía un ancho de doscientos metros y una profundidad que iba de los tres a los seis. Y con estos dilemas y encabezando el encuentro los titulares de los periódicos y de los telediarios, los meses transcurrieron a velocidad hipersónica.
«Y ahora toca que disfrute del momento», reflexiona Jérôme, regresando al presente. Tan grande es su euforia y la del resto del público ante la aproximación de la nave nodriza, que no se plantean que pueda pulverizarlos como a cucarachas. Al contrario, existe un derroche de alegría y de expectativa y la gente baila al son de la canción Starman, de David Bowie.
Corean hasta casi destrozarse las gargantas:
Hay un hombre de las estrellas esperando en el cielo,
le gustaría venir a visitarnos,
pero cree que nos va a impresionar.
https://youtu.be/oOKWF3IHu0I
Todos están enfundados en ropas metálicas —doradas o plateadas— y maquillados de manera estrafalaria. Parecen sacados de la serie Star Trek. Le llama la atención una chica que se fotografía sobre el puente, pues estira el brazo como si sostuviera el platillo volador, que ahora permanece estático sobre las cabezas.
De improviso, una luz blanca surge justo del centro. Jérôme, fascinado, atisba cómo en medio de ella desciende una figura femenina, cuyos rasgos podrían ser humanos. Poco a poco baja hasta situarse al lado de él. Pasaría por terrícola si no fuera porque el vestido y el peinado parecen elaborados con trozos robados a las nubes y huele a gominolas de frambuesa.
—Toma, Jérôme Nompar de Caumont —pronuncia la joven en perfecto francés y clava en él los ojos castaños mientras le entrega una tablet de inusual diseño: lo asombra que conozca sus apellidos porque nunca se los ha proporcionado.
Cuando se coloca frente la pantalla, esta se activa sola y aparece una mujer adornada con una corona, que le explica:
—El género masculino de nuestro planeta ha perdido la capacidad de procrear. Queremos que le encontréis un novio a Alcíone para que nuestras especies, que descienden del mismo tronco común, se fusionen. ¿Podéis organizar para ella un programa televisivo similar a Qui veut épouser mon fils? Lo vimos y nos encantó, aunque vosotros no nos lo enviasteis. Y queremos que tú seas el participante número uno, Jérôme Nompar de Caumont. —«¡¿Me piden que organice un reality y que aparezca en él?!», se descoloca Jérôme.
Pero lo peor no es esto, sino saber que su espíritu curioso jamás le permitirá negarse.
En el cuento quise tomar un hecho real, la señal de ASKAP J173608.2-321635 que mantiene a los científicos en ascuas, e imaginar un posible origen. He investigado, además, la normativa existente si de verdad ocurriese una situación como la descrita.
https://youtu.be/b1rEH_zMOwk
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