Capítulo I

Un joven corría por la espesa arboleda tratando desesperadamente de huir del peligro, esquivando ramas caídas, troncos huecos y piedras de tamaño considerable, veía lejana la posibilidad de perder a esos seres que lo buscaban casi con vehemencia.

Oía con claridad los ruidos de aquellos cuatro, haciéndole saber cuán cerca estaban de él y de que cuánto más lo estuvieran menos probabilidades de verse libre, de las intenciones que pudiesen tener con él, estaba.

Aquellos seres eran espeluznantes, cada rasgo que distinguió apenas eran verdaderamente escalofriantes.

Su apariencia antropomórfica mezclada con la de un canino le espantaba de sobremanera, el hocico cánido salido de una mandíbula humana, piernas dobladas como tal, garras afiladas, cuerpo de gran musculatura, piel grisácea levemente recubierta por una capa de pelo azul cobalto, y ojos de un oro metálico penetrante.

Sin mencionar el afán que tenían de llegar a él desde el momento en que lo vieron, sumaban su peor pesadilla.

Sentía, sin lugar a dudas, que su vida acabaría allí, allí a mitad de un bosque desconocido, un lugar lejos de su familia, un terreno lejos de sus amigos, lejos de quienes él amaba tanto, las lágrimas de impotencia y miedo comenzaron a fluir por sus tersas mejillas.

Trataba con todas sus fuerzas de esprintar tanto como su cuerpo podía pero sus músculos lo comenzaban a traicionar, flaqueando a cada paso, y retomando el ritmo al segundo siguiente.

Las ráfagas de viento se dejaban oír sonoramente opacando el fricativo emitir del inmenso bosque, su respiración se tornaba más irregular a causa del pavor acumulándose en su estómago.

Las gotas escurridas sobre su rostro lo adornaban en un claro ilustre de miedo ante lo que le deparara una vez sea apresado por aquellos depredadores.

La desesperanza se instalaba a la par de su avance, sentía en el fondo de su alma que estaba asediado por la parca misma, que el endemoniado ser iba tras él para quedarse con ella y arrastrarlo a la infinidad del subsuelo para ser testigo de las peores consecuencias de los pecados terrenales.

Estaba a cinco metros de llegar hasta un río que atravesaba la frondosidad del paraje.

Cuando repentinamente, un lobo de oscuro pelaje y mirada gris antracita, brillantes en presencia de la luz del sol, aparece sigilosamente frente a él, gruñendo intimidante ante su presa.

Los latidos de su corazón, el joven, los sentía palpitar en sus sienes con la presencia del animal que lo veía fijamente, imponiéndose con aquellos sofiones, al mismo tiempo que se movía a su alrededor amenazante.

Más tarde que temprano, no sólo tenía a ese animal acechándolo sino también a las bestias, quienes anteriormente iban en su persecución, aproximándose.

Su suerte iba en descenso y para peor… ¿Qué sería mejor? ¿Morir en las fauces del cánido? ¿O en las garras de los monstruos?

Ninguna opción parecía la mejor alternativa, y el hecho de pensar en huir ni siquiera era una estrategia razonable, cansado, con su musculatura entumecida no era apto para continuar y mucho menos, ser capaz de correr con más agilidad que un canino depredador.

El jolgorio y ruidoso aviso de las posibilidades de la muerte se dejaban presenciar con aproximación.

Aquel grupo no tardó en aparecer. Y los gruñidos del animal se hicieron más fuertes también, el joven exhaló, los latidos desbocados en su pecho lo aturdían, veía a la muerte en ambos lados, sólo restaba elegir en cuál preferiría caer.

Escuchó el sonido de las pisadas tras él, demasiado cerca para su angustia, giró el cuerpo hacia atrás, viendo a aquel grupo con miradas hostiles. Aunque no sabía si dirigida a él o al animal, ya que se intercambiaban en los dos.

El silencio se instauró en el ambiente, oyéndose nada más que el canto leve de aves a la lejanía y de ciertos insectos, los gruñidos del inmenso lobo también formaban parte de la sinfonía del momento.

La tensión se percibía y al chico más nervioso ponía.

Hasta que una de las bestias se movió brusco al pisar mal sobre una piedra. No transcurrió ni diez segundos cuando el animal dio un gran salto para atacar.

Unos aullidos se desataron, los tres cuerpos restantes se alejaron rápidamente de la proximidad del cuadrúpedo, dos de ellos enfocándose en el joven, que, inmediatamente y con cara de espanto, no duda en salir corriendo de nuevo.

No le importó el dolor ni el cansancio, el miedo podía con toda esa circunstancia, respirando agitado se alejó tanto como su fuerza lo permitía.

Estaba más que asustado, aterrado en verdad, mientras huía oyó otro chillido desgarrador, deteniéndose.

Voltea para mirar detrás, cuando en un instante, a una velocidad inverosímil, siente como lo tiran al suelo, siendo uno de los antropomorfos que se le echó encima, su cara estaba a pocos centímetros de la suya.

La respiración del joven se agita aterrado, vio como enseñaba sus colmillos, gruñendo y, a causa de su hocico abierto, la saliva caía en el rostro del chico.

Aquel ser parecía querer comérselo, relamía su boca con la vista fija en su presa, el chico temblaba bajo el cuerpo de su depredador rezando por su salvación, y con lágrimas en los ojos fluyendo por sus mejillas, cierra los párpados esperando su fin.

No obstante, la baba de aquel ser caía continuamente en su cuello, ocasionando que sintiera muchísimo asco, el suficiente como para olvidar el terror y alzar su brazo izquierdo para limpiarse por pura inercia.

Y en un segundo, el preciso en el que el chico apenas roza la piel de su cuello, aquello clava sus colmillos fuertemente en su brazo, encaja tan profundo en su carne que con todo el dolor atravesando sus nervios, grita, grita desgarrando sus cuerdas vocales.

El dolor es inmensurable, a modo de reacción defensiva, pone su otra mano en la cabeza del antropomorfo con la intención de alejarlo, sin embargo, eso provoca que apriete con mayor ahínco su mandíbula, casi como si en lugar de que comiera, estuviera chupando cual vampiro su sangre.

Lentamente siente su cabeza adolorida, mareada, su vista se torna negra, y es lo último que recuerda.

Por otro lado, un intimidante lobo negro arrancaba la tráquea de su segunda víctima.

Resoplaba iracundo, bastante amenazante mientras tiraba al suelo el cadáver, observó su alrededor en busca de los otros, olfateó el aire para localizarlos y, percibiendo el aroma más cercano, se dirige sigilosamente hasta sus presas.

El imponente animal se camuflaba entre la maleza oculta por las sombras, sintiendo el retumbante palpitar de su corazón, pero sobretodo, la demandante necesidad de reclamar su territorio.

Aquel cánido se mantenía escondido entre la vegetación a una distancia de diez metros del trío, se fijó en el dúo activo, uno llevaba consigo lo que parecía ser un saco en su espalda y el otro se encargaba de llevar en sus hombros a un cuerpo.

Por el aroma lo reconoció, era el chico que se había quedado viéndolo de frente y con cara de espanto.

Lentamente se encamina hasta ellos en completo silencio, ni siquiera las hojas secas del suelo se oían crujir bajo sus garras.

Cuando estuvo a tan sólo cuatro metros, salta sobre la bestia que cargaba al chico, llevándolo con él en el impulso y dejando caer el cuerpo.

Estando encima del antropomorfo fue a morder directo a la yugular, clavando sus colmillos lo suficiente como para que éste empiece a ahogarse con la sangre sacudiéndose entre gruñidos de agonía, no lo soltó, en su lugar, encajó más los dientes, hasta que de un tirón, arranca parte de su garganta.

Luego, inmediatamente voltea hacia el otro.

Mala fue su sorpresa de encontrar al cuarto faltante, y sobretodo, que el desgraciado había ido donde estaba el cuerpo del chico, usándolo de escudo, teniéndolo agarrado de los hombros y con los dientes rozando cerca de la nuca del joven, específicamente el trapecio superior, provocándolo.

Aquel magnifico lobo gruñía mientras veía que el chico era arrastrado como muñeco de trapo por su captor, permanecía en posición de ataque dispuesto a saltarle en cualquier momento, la tensión persistía, y el animal peor se ponía.

Mostraba sus dientes amenazante, relamiéndose de vez en cuando, las advertencias del intimidante cánido no parecían afectarle lo suficiente al bípedo que aún tenía en brazos a su objetivo.

La furia crecía en el interior del cuadrúpedo, sin embargo, levemente se apaciguó cuando denota detrás del antropomorfo un compañero de caza.

En lo que aquella bestia mantenía su atención en el animal frente a él, no se dio cuenta que tras su ser, se hallaba otro canino.

No fue necesario más que un fuerte gruñido para que el otro lobo, de pelaje colorado y toques cafés, agarrara entre sus fauces y desgarrara la carne de su víctima. Matándolo en el acto.

Escupió el cadáver y se encaminó al cuerpo tirado en el suelo, inmediatamente el lobo negro gruñe y detiene el andar del otro, comunicándose entre gruñidos un breve momento, para, posteriormente, el imponente lobo negro comenzara a crujirle los huesos.

Su forma se torna antropomórfica, dejándolo con una apariencia espeluznante pero que siguió cambiando hasta quedar con una anatomía totalmente humana.

Un hombre, de cabellos negros, ojos grises con destellos zafiros, piel dorada, musculoso y completamente desnudo, se alzaba prepotente con la mirada fija en el bulto sobre la tierra.

Se acerca al joven, lo toma con sus fuertes brazos, le dedica una ojeada al lobo colorado, que sin esperar más, se aproxima al peli negro y lo deja sobre el lomo del animal.

- Llévalo a la cabaña.– Ordena con expresión neutral.

Sin preámbulos, el lobo acata el mandato, dirigiéndose a paso regular hasta su destino.

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